Todo había terminado entre tú y yo.
Tan solo nos unían unos recuerdos que a golpe de llorar ya se estaban
desvaneciendo.
No había ni una conversación, ni un
hola, ni un te quiero, solo un frío hasta luego.
Nuestros encuentros distaban mucho de
lo que hace años eran; tal vez mi carácter se había agriado, o quizás la
preocupación de tener que hacer cábalas para llegar a fin de mes, me habían
convertido en esa mujer que ahora era: insegura y con
miedos.
Aquel día cuando viniste a visitarme
por última vez, a hacer uso de lo que considerabas de tu propiedad; te rechacé.
Fue entonces cuando te conocí. ¿Qué
ironía, verdad? Después de haber estado años y años, dándome a ti y resulta que
lo único que conocía de ti, era tu físico; jamás había reparado en indagar
sobre tu personalidad.
Hasta que llegó ese momento en el que
quise arrebatarme la vida y poner un punto y final a esta maldita agonía.
Sangre, temblores, lágrimas y miedo,
sobre todo miedo, eran las palabras que más se acercaban a definir lo que me
hiciste vivir. Pero todo ese dolor tenía cura, todos, menos el desgarro de mi
corazón. Mataste mi ilusión, mientras que mi cuerpo, ultrajado por el dolor,
con el tiempo se recuperaría.
Tarde algún tiempo en volver a creer
en mí, en apartar de mí la sensación de creer que lo había provocado todo.
Gracias a Dios, ahora tengo ganas de
volver a sentirme viva, de querer sentirme de nuevo mujer entre los brazos de
un hombre, y de querer refugiarme en esos abrazos que tú, me negabas.
Quedan minutos para que él acuda a la
cita que tenemos. Lleva meses ayudándome a olvidar, a superar mis miedos.
Ahora —desde la ventana— de mi alcoba,
veo como el hombre de mi vida se baja del coche, para subir a mi habitación. Tengo
miedo, y mucho; le amo y a pesar de todo, los fantasmas del pasado se apoderan
de mí.
Quiero ser fuerte y olvidar, quiero
ser libre y volar, pero... me da miedo que al despertar, él se vaya de mi lado,
y nunca más... pueda volver a soñar.
Gyselle Bayma