martes, 6 de agosto de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo. Entre Algodones...

 

            Entre algodones...


            Nací un día de primavera, la fecha poco importa y hace cuánto tiempo todavía menos.

          Siempre he pensado que la edad depende de la mochila que llevamos a nuestras espaldas forjada de nuestras experiencias, buenas, malas y sobre todo de aquellas que nos desgarra el alma, pero que son éstas las que en verdad nos aportan más experiencia.

          Me llamo Dulcinea, pero no soy aquella sobre la que Cervantes tantas líneas en la que fue su obra maestra dedicó; aunque mi apellido tiene el suficiente abolengo como para que durante toda la vida haya sido el causante de aportarme todas las riquezas materiales —que jamás nadie imaginó tener— y que a la par me llenó de soledad, de incomprensión...

          Mi madre me trajo al mundo entre algodones. Estaba rodeada del servicio que la asistían y de la comadrona del pueblo que le ayudaron a traerme al mundo en la cama de su alcoba, como antes se hacía.

          Crecí en un mundo carente de sentimientos verdaderos y en un ambiente en el que todos iban con el disfraz de la hipocresía. Disfraz, que muy a mi pesar he llevado durante años, pero que al fin pude quitarme, quizás demasiado tarde, pero lo importante es que me despojé de él.

          Cuando nací mi padre estaba de caza con el Rey Alfonso XIII en Riofrío —había invitado a todas sus camaradas—, como su alteza real solía decir.

          Para cuando una persona del servicio le dio el recado, ya había salido de las entrañas de mi madre.

          Había nacido sana, regordeta y ya era lo suficiente inquieta como para que mis progenitores intuyeran los quebraderos de cabeza que más adelante les daría.

          A mi padre, mi nacimiento no le agradó y más cuando supo que era una mujer. Sabía que el tiempo pasaba y mi madre no tenía más tiempo fértil para engendrar el varón que él deseaba para que éste se hiciera cargo del marquesado y por ende llevar todos los negocios y el título que él mismo heredó con la muerte de mi abuelo, el marqués de Sagasta.

          Mi madre cada vez se sentía más repudiada por mi padre, un sin par de sentimientos anidaban en lo más profundo de su ser. Se debatía entre la felicidad por haber sido madre y por primera vez haber conseguido llevar a buen puerto su tan deseado embarazo —después de los tres abortos que tuvo antes de que yo llegase a este mundo—, y desdichada por no haber sido capaz de dar a su marido el varón que él tanto ansiaba.

          Sólo encontraba un ápice de consuelo al mirarme mientras me daba el pecho, únicamente en esos momentos se olvidaba de los desprecios que mi padre le hacía.

           —¡Ni para darme un hijo varón sirves!—, frase que repetía con inquina una y otra vez mi padre —en un tono no muy agradable—. Me confesaría años más tarde mi madre.

 

          Gracias a su fortaleza y a su entereza, crecí entre algodones al margen de las tormentas que mi madre aguantaba en soledad debido a la ira de mi padre.

          Ya sobra decir que el matrimonio de mis padres había sido como todos por aquél entonces de conveniencia e impuesto por su abolengo.

          El tener más tierras nunca restaba; sino que aportaba más riqueza a las que mi padre heredó de mi abuelo.

          Mi padre nunca amó a mi madre, pero si bien es cierto que jamás nos faltó nada. —¡Faltaría más!— que dirían de él en la corte: Un grande de España se desentiende de su familia. —¡Jamás!—, el que dirán le importaba tanto o más como el que aumentase la riqueza de su patrimonio.

          Mi madre fue educada para ser una mujer de actitud intachable, sumisa y obediente; aunque años más tarde me rebelaría su gran verdad; verdad, que no distaba con mi forma de ver la vida. Se recuperó con facilidad del parto, se dedicó con más vehemencia a cumplir su papel de marquesa de cara a la sociedad, mientras que mi padre, sin vergüenza alguna y sin un ápice de tacto se iba de "correrías" con los camarillas del Rey Alfonso XIII, que por aquel entonces ya se sabía a gritos el affaire que éste mantenía con la actriz Carmen Ruiz Moragas.

          Pese a que mi madre de sobra sabía los desdenes de mi padre, jamás descuidó su atención hacía él. Ya entonces y pese a la opinión de alguna mujer feminista, se juzgaba la manera de vestir de un hombre con la manera de ser de la mujer que detrás de éste había.

          Aquél diecisiete de mayo, el día de mi nacimiento, fue para Manuel y María, mis padres, un antes y un después en su vida íntima de alcoba. Si antes ya era escasa, lo justo, para que mi padre la visitara para preñarla, ahora... ya ni una mirada cómplice se intercambiaban.

domingo, 27 de octubre de 2019

Y... ¿Ahora qué?




Qué fácil me resultaba antes escribir,
tan solo tenía que cerrar los ojos
para verte en "mis sueños" sonreír.

Así, de esa manera, era feliz.
Me pasaba el día escribiendo,
recordándote, feliz, llena,
y una sonrisa se dibujaba en mí.


Y... ¿Ahora qué?

Me da miedo...
Cerrar los ojos
y no hallarte en mis recuerdos.


Me da miedo...
Que el recuerdo de tus besos
y de todo aquello,
que solamente tú,
sin buscarlo,
me hiciste sentir,
se borre de mi memoria.

Lo triste, no es apenas saber de ti,
sino que lo peor de todo,
es que desde que no te siento,
de nuevo me siento vacía
y sin ganas de hacer
lo que más feliz me hace,
que no es otra cosa... que escribir.


Y... ¿Ahora qué?

No solo me robaste el corazón,
sino que le quitaste la ilusión
a esa escritora,
que en su día,
con su literatura,
y sin ella saberlo
captó tu atención.



Eva María Maisanava Trobo
21:06. 24/10/2019


domingo, 15 de septiembre de 2019

Sola a la orilla del mar.


Ni todos los jinetes
que dicen serlo, lo son.
Ni todas las yeguas,
tienen la misma cabalgada.

Algunas necesitan
un caminar, lento, al trote.

Otras, necesitan
que todo sea rápido y al galope.

Más otras... ¡Ay! Amigo...
Están todavía sin domar,
difíciles y casi imposible de montar,
sino es con mucho mimo, tacto,
paciencia y saber estar.

Pero teme a esta última,
que de osar a querer montarla,
de seguro, tu vida cambiará.

Ya que nació para escoger a su jinete,
y de no encontrarlo,
galopará sola a la orilla del mar...



Eva María Maisanava Trobo


martes, 30 de julio de 2019

Reseña de Escorts, una semana en París, por Orlando Lorenzo Calderón.


Comencé la lectura de la novela con la idea de que ante mi se iba a presentar una historia en que la protagonista iba a vivir situaciones llenas de lujo, pasión, erotismo, más o menos explícito, sobre ese tema no me había creado expectativas, y que en algún momento la historia tendría un giro hacia la intriga o la acción.

Y la verdad es que no me equivoqué mucho, por no decir que nada, en la novela hay de todo eso. Y aún así, la obra me sorprendió y mucho.

—¿Y qué es lo que me descolocó?—. El profundo trasfondo moral de la novela que deja en segundo plano o incluso más atrás casi como una simple escusa la temática erótica. La obra pretende hacernos pensar, o al menos a mi me hizo pensar en qué es lo realmente importante de la vida.

—¿Lo es el dinero?, ¿lo es la posición social?— Es bastante probable que la respuesta que nos venga a la cabeza sea un no. —¿Lo son las convicciones morales? ¿Los valores aprendidos de nuestros padres?—. Ahí, probablemente a más de uno le surjan las dudas. Lo que nos deja claro la autora es que lo realmente importante en la vida es al amor. El amor a la familia, a los amigos, a la pareja y llevado al extremo al género humano en su totalidad.


Y esto es lo que me sorprendió de la novela, sin pretender hacer ningún spoiler, Escorts una semana en París, es la trepidante historia del último servicio de la mejor escort de Madrid que cambiará su vida y la de los suyos para siempre. Un viaje por las emociones de una mujer que lo ha vivido todo o eso al menos es lo que creía.

Narrado con un estilo ágil y sin concesiones a las florituras innecesarias Escorts una semana en París lo leerás de un tirón y créeme que no te dejará indiferente.


Orlando Lorenzo Calderón

miércoles, 5 de junio de 2019

En forma de balas.






Nunca imaginé que esto me sucedería
Hace años le prohibí a mi corazón volver amar
¿Y qué le ha sucedido?
Qué sin yo quererlo, mi corazón, se ha vuelto a enamorar.
Y lo deplorable es que ya se lo advertí hace tiempo
pero aun así… nunca me ha querido escuchar
y es por eso que hoy siento, lo que siento.

Nunca te he visto y sin embargo te conozco.
No debo quererte, pero te… quiero.
No debo amarte, pero… te amo.
No debo desearte, pero… te deseo.

Y ojalá lo que mi corazón siente fuese solo una ilusión,
pero hasta en mis sueños te haces presente
y eso, te aseguro que me causa una gran desazón.

No debería escribir lo que siento
más te aseguro que no soy yo quien escribe,
quien me dicta cada palabra es mi corazón
y no puedo, ni debo, quitarle la razón.

No sé ni cómo, ni cuándo sucedió.
Pero mi corazón ha sido tocado
por las palabras en forma de balas
disparadas, sin querer, por un francotirador.

Prometí que yo nunca te dejaría
Pero sino lo hago, no sé que será de mi vida.
¡Y es que se lo dije a mi corazón!
No te enamores de un hombre, sino del amor.
Pero de nuevo no me escuchó
No solo se enamoró del amor
sino que lo hizo del hombre que habita en tu interior.




Eva Mª Maisanava Trobo
05/06/2019