Pese a que mi infancia la pasé entre
algodones, mi adolescencia fue más rebelde que la de cualquier chica de mi
clase por aquél entonces.
Y aunque todavía me quedaba poco para
cumplir la mayoría de edad, tenía muy claro que mi sueño distaba mucho de tener
que llevar las riendas del marquesado, no porque no me viera capacitada, sino
porque lo único que realmente me hacía feliz: era escribir.
La literatura y yo éramos cómplices
desde hace muchos años. Mi pasión por la literatura nació justo cuando Aurora
para mi cumpleaños me regaló un diario para aplacar esa rebeldía que de manera
irracional se apoderó de mí. Y que espero que algún día llegue a caer en buenas
manos y tal vez, verse editado.
No quería saber nada de la alta
sociedad, ni de absurdas fiestas de alto copete en las que tenías que
comportarte ridículamente con la sonrisa permanente y en ocasiones —soportar—
un largo besamanos en los que para mayor inri nunca conocías a la mayoría de
las personas.
Mi mundo era la literatura y todo lo
demás un papel que la vida y mis padres me obligaron a interpretar y que de
mala gana cumplía.
Cada día odiaba más a mi padre, una
noche en la que discutió con mi madre, por un instante me entraron ganas de
coger un cuchillo y aprovechar la hora de su sueño, para cortarle el cuello,
arrebatarle la vida y de esta manera ver a mi madre feliz sin ser esclava de un
monstruo.
No soportaba su manera de ser y odiaba
tener que comportarme como una dama de puertas para fuera. Jamás imaginé que un
sentimiento tan oscuro pudiera apoderarse de mí, pero lo hizo.
En los estudios cada día iba peor; mi
desgana junto con la inestabilidad emocional que había en mi hogar fueron el
detonante para que tomase la decisión de escaparme de casa.
Sabía de sobra que esta decisión
arañaría las entrañas a mi madre, pero estaba cansada, muy cansada...
Sólo escribir en mi diario conseguía
calmar esta desazón.
—¡Ay, Aurora! ¡Tú si que me conocías!,
mucho más que mis propios progenitores.
Justo el día de mi cumpleaños, el
diecisiete de mayo, vi que Felipe estaba en las caballerizas. Ambos, después de
muchos días de charla, llegamos a la conclusión de que la única manera de
liberarme del destino que mi familia me tenía preparado era huyendo: poniendo
tierra de por medio.
De camino a la ciudad para dar un
paseo, pasamos por Villa Fontain, el palacete donde residía Victoria Eugenia de
Battenberg. Ena, para sus allegados.
Apenas intercambiamos un correcto
saludo —como todo gesto que ella tenía—, sus orígenes británicos eran
innegables. Nada se la podía reprochar, salvo su retraído carácter. Aunque
siempre estuve convencida de que, en el fondo de su corazón, ella misma se
sentía culpable por tener la sangre contaminada por la enfermedad de la
hemofilia, —como decía su marido el rey Alfonso XIII—.
Después de dar un paseo por la ciudad,
nos encaminamos de regreso a casa. Habíamos quedamos en irnos al amanecer,
antes incluso de que el personal del servicio se levantase.
Al caer la noche, después de que mi
institutriz se encargase de ponerme el camisón y apagar la luz del candil,
cogería lo imprescindible, para al amanecer irme con Felipe, para poder ser
libres y amarnos sin ataduras ni cortapisas.
Tenía pensado una vez llegásemos a
destino, mandarle una misiva a mi madre sin remite —para que no supiera de mi
paradero—, poniéndola en su conocimiento el porqué de mi decisión y que
comprendiese que al lado de Felipe era feliz.
Ya bien entrada la noche, escuché un
sonido lo suficientemente fuerte como para sacarme del sueño. El sonido
provenía de la ventana, cuando me incorporé para ver de qué se trataba, vi a
Felipe, me dijo que teníamos que hablar, que era urgente.
Me puse la bata y tratando de hacer el
menor ruido posible, me dispuse a bajar las escaleras, para atravesar el
vestíbulo e ir a su encuentro.
—¿Estás loco?, le reproché—.
—Has de disculparme, pero me urgía
hablar contigo. Necesito saber si lo que te empuja a escaparte conmigo, son tus
sentimientos o la necesidad de huir para ser libre.
—No admito que pienses así. Lo que
verdaderamente me empuja a irme contigo no es sino mis ganas de vivir contigo.
Te amo. Y de no hacerlo de esta manera, cuando cumpla la mayoría de edad, mis
padres ya tienen pensado desposarme. Sé que corres un gran riesgo, si nos cogen
la pena de muerte sería tu condena al ser yo menor de edad. Pero tenemos que
intentarlo, prefiero morir a tu lado y por amor, que estar muerta en vida.
Fue en este instante cuando nuestros
labios se unieron por primera vez. No sabía que se sentía al besar, mi estricta
educación me impedía besar a ningún varón sin antes estar desposada.
—¡Ridículos y obsoletos principios!—.
Por temor a ser vistos por los
miembros de seguridad que mi padre nos había puesto, por miedo a que algún
republicano diera con su paradero, nos fuimos a las caballerizas para no ser
vistos por ellos. Allí solo hacían ronda a primera hora de la noche.
Siempre había escuchado a hurtadillas
en las reuniones que mi madre hacía con sus amigas, que, en la noche de bodas,
el hombre debía guiarte y era entonces cuando te convertías en mujer.
—¡Nunca estuve de acuerdo!—. Yo, nací
siendo mujer, lo otro es una experiencia maravillosa por la que toda mujer
termina pasando tarde o temprano.
Unos besos castos dieron paso a la
pasión, al desenfreno.
Me educaron para ser una dama y en ese
instante: solo era una joven más enamorada.
Descubrí entre sus brazos el deseo y
la pasión.
Cuando extasiados de placer, se tumbó
a mi lado, pude observar ya sin pudor su cuerpo desnudo. Me llamó la atención
ver su miembro manchado con mi sangre. Lloré, me sentí avergonzada. Todavía
recuerdo la ternura de sus caricias, lo delicado que fue al entrar en mí. Y
sobre todo recuerdo el amor que en ese instante se forjó con más fuerza y para
siempre.
Quizás quise vivir demasiado rápido,
tal vez era demasiado joven, cuando tendría que estar formándome para llevar el
marquesado. Pero mi mundo era la literatura y mi máxima aspiración escribir
algún día, mi vida, mi historia.
Escribir ya era entonces mi forma de
hablar y Felipe era el hombre que hacía que me sintiera como una diosa en un
mundo terrenal.