miércoles, 28 de agosto de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo: Escribir en ocasiones duele

  

Desprenderme de la tiara, el collar de perlas naturales y los pendientes de zafiro que me había dejado en herencia mi abuela me costó muchísimo. Pero estoy segura de que si estuviera viva y al saberme enamorada sería la primera en entenderlo.

Una casa de empeño en el centro de Suiza me dio el dinero suficiente como para pagarme el pasaje, hospedarme en un hotel y vivir holgadamente un tiempo.

No quería estar en la finca, de inmediato se lo pondrían en conocimiento a mi familia y eso era lo último que deseaba.

El día se me hizo eterno; comer, tener que estar de tertulia con las amigas de mi madre, leer, todo... se me hacía un mundo. Estaba como pérdida, mi único pensamiento era regresar a España para reencontrarme con Felipe.

En total complicidad con Roque, dejé un hatillo en las caballerizas y al punto de la madrugada él estaría esperando en la salida trasera del palacete para llevarme al aeropuerto.

No era fácil tomar esta decisión, pero si la mentalidad de mi familia fuera otra, nada de esto hubiera sucedido. Si hubieran aceptado mi amor hacia Felipe, ahora él estaría conmigo, cerca de su padre y no a punto de cometer la locura de casarse sin amor al creerme muerta.

Sé que mi partida a mí la madre le iba a doler más que el haber apoyado la decisión de enviarme al internado, y, sin embargo, para mí era un auténtico placer.

Me daba miedo el reencuentro con Felipe y el cómo reaccionaría. Pero como escribí anteriormente en este diario, no aceptaría vivir con la duda de que hubiera pasado si...

No tenía el valor de mirar a los ojos a mi madre, ella mejor que nadie me conocía y ahora lo más prioritario en mi vida era intentar frenar la boda de Felipe y huir de la mía propia. Fernando era un hombre convencional, único, especial tal vez; pero mi Felipe era sin lugar a duda el hombre de mi vida. Era esa persona que aparece en tu vida, que te llena, que te complementa y sientes que es una prolongación de tu propio yo. Felipe era mi alma gemela.

Antes de partir decidí escribir una carta a mi madre. Ahora que yo estaba esperando un hijo, entendía más que nunca el dolor que le causaría mi partida. Pero en lo más profundo de su corazón ella como madre tenía que entender que lo que me empujaba a tomar esa decisión era el amor. El amor incondicional hacia mi hijo y hacia su padre.

Sé que lloraría, sé que dejaría de conciliar el sueño, pero también sé que no hubiese sido capaz de marcharme sin ponérselo en conocimiento mediante palabras, que sabe Dios que me hubiera gustado pronunciar en lugar de tenerlas que silenciar escribiéndolas en un papel.

Abrí el secreter que tenía en mi habitación, cogí unas cuantas cuartillas, la pluma y el tintero para comenzar a escribir la misiva… 


    Querida madre; 

Tenerla que escribir esta misiva es cuanto menos doloroso.

Pero sabe mejor que nadie que cuando el amor se mete en tus entrañas, cuando vives por y para esa persona, cuando sientes que el aire te falta, cuando te sientes inundada de amor... la razón nunca aboga con los sentimientos.

Amo a Felipe como jamás he amado a nadie. Aunque tal vez por desgracia no conozca el significado del amor. Salvo el amor incondicional que sé que siente hacia mí. Me consta las lágrimas que ése al que tengo que llamar padre y respetar como tal le ha causado.

Pero Felipe gracias al altísimo es diferente a padre.

Es desde su humildad, desde su desconocimiento del protocolo y carencia de títulos, el hombre con el que quiero pasar el resto de mis días.

Cuando lea esta carta estaré muy lejos. Estaré bien, no me faltará de nada, salvo vuestra comprensión…

No trato de exonerar mis faltas, pero unos padres no pueden pretender criar a sus hijos a su imagen y semejanza. A un hijo se le puede aconsejar, intentar reconducir si a éste se le ve en peligro, pero es él quien debe con el tiempo coger el rumbo de su propia vida y volar en esa dirección.

Tal vez se estrelle, tal vez se equivoque, pero solamente errando se aprende a vivir.

Trataré de ponerme en contacto con usted lo más pronto que pueda.

 

          Con afectuoso amor de su hija, que le adora.

          Dulcinea

 


Dejé la carta debajo de la almohada, sabía que Aurora al hacer mis aposentos la vería y se la entregaría a mi madre de inmediato.

Aunque llena de dolor e impotencia me iba, pero con la conciencia tranquila al poner en conocimiento a mi madre del porqué de mi huida.

Llevo años escribiendo, la literatura es mi vida y sin embargo escribir en ocasiones duele. 

 

martes, 27 de agosto de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo. Todo pasa por algo

   

          Los días iban pasando, al igual que iban transcurriendo los días de gestación. Soy feliz, cierto; pero la maternidad me asusta, tanto o más como tener que contraer matrimonio con Fernando.

Su comportamiento para conmigo es de lo más correcto, se esmera en agradarme, en que vea la vida como algo maravilloso y sin embargo no puedo evitar pensar en Felipe.

Yo estoy preparada para vivir en un completo hastío, pero no soporto hacerme a la idea de que Felipe pueda amar a otra mujer, me cuesta creer que me haya olvidado. Aunque sólo yacimos una vez, habíamos crecido juntos, nuestra relación estaba forjada por muchos años de amistad, de complicidad y me negaba por completo a creer que todo se había quedado en cenizas.

Nada perdía si intentaba ponerme en contacto con su padre. Él todavía seguía trabajando para nosotros. Tal vez él podría hacerme el favor de entregarle una misiva.

No podía vivir con la duda de que hubiera pasado si…

Nuestros corazones y nuestras almas estaban destinadas a estar el resto de nuestros días juntos. De alguna forma tendría que saber que estaba viva. Y si después de saberlo todavía quería casarse ya solo me quedaría luchar por mi hijo y porque éste en su día conociese la verdad.

Aprovechando que mi padre y Fernando habían viajado a Roma por orden de Alfonso XIII, bajé a las caballerizas con la firme intención de encontrarme con Roque, el padre de Felipe.

Le vi de lejos, le llamé y al verme se paró en seco. Por su cara pude darme cuenta de que me miraba como si fuese una aparición, como si no creyera que era yo, su pequeña Dulcinea, esa niña a la que enseñó a montar a caballo.

Me miró impávido y terminó confesándome que durante mi ausencia le habían dicho que había fallecido, y que fue él quien le dio la noticia a su hijo.

—¡No me lo podía creer!—, no entendía como había creído algo así, ahora ya me daba cuenta de lo lejos que era capaz de llegar mi padre con tal de separarme de Felipe y de todo su entorno!

Lo extraño era que no hubiera mandado a Roque a trabajar con su hijo a España. Pero era complicado ya que Roque, era el mejor capataz que podía tener. La tercera generación a cargo de las tierras. Había nacido entre ellas una noche aciaga de primavera y nadie mejor que él conocía y defendería las tierras como si fueran suyas propias.

Al final terminó pidiéndome perdón por su error. Error que estaba a punto no solo de separarle de mí, sino de empujar a su hijo a la desgracia.

Quería ir a España, no podía permitir que diera un paso así, no me bastaba con una misiva que seguramente mi padre interceptaría.

 

Tenía que buscar alguna manera para ir a su encuentro. El embarazo lo llevaba muy bien, el mayor problema era el monetario. Para poder conseguir dinero para el pasaje tenía que vender algunas joyas que mi abuela me dejó en herencia y hacer esto me partía el alma; sería como vender el recuerdo de quien tan bien me quiso.

Pero ya lo tenía más que decidido, en esta vida todo pasaba por algo. Y ese algo, pese al dolor, era la impotencia de que nunca encajaría vivir sin decirle que estaba viva.


lunes, 26 de agosto de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo: La hipocresía, mi disfraz


Gracias al fingido cambio de mi actitud, conseguí que mi padre se apiadase de mí y aceptó de buen grado la propuesta que la marquesa le hizo.

En lugar de quedarme en casa de la marquesa para dar a luz en clandestinidad, les pareció bien que el hijo de la marquesa —militar e incapacitado para tener hijos debido a que en unos ejercicios militares tuvo un accidente—y conocido por mi padre, se viniera conmigo a Laussane, para así poder estar cerca de mi madre y arropada por el servicio y recibiendo las mil atenciones de mi tan querida y extrañada Aurora.

Fernando, mi futuro prometido, era un hombre afable, correcto, pero insulso. Aunque no deseaba, ni me imaginaba tenerle que hacer feliz en el lecho, éste, con su actitud me demostraba que no me iba a exigir tal sacrificio. Gesto que le honraba, puesto que no estaba dispuesta a que ningún hombre me tocase.

A mi regreso a Laussane y después de la mirada escrutadora y hostil que mi padre me dedicó, pude recibir, aunque a escondidas el cálido abrazo de mi madre. —¡Cuánto la extrañaba!—. Pese a su falta de carácter por temor a las represalias de mi padre, no dejaba de ser mi madre. La madre que me trajo a este mundo entre algodones y que con el tiempo me daría cuenta de que el comportamiento abnegado de mi madre era para que pudiera estar a su lado. Ahora que yo iba a pasar por el trance de la maternidad y que iba a contraer nupcias sin sentir amor hacia Fernando; comprendía que todo silencio, sacrificio y sumisión, era el mismo que yo iba a poner en práctica. Todo porque no me separasen de mi hijo.

Estando ya de tres meses, el malestar que tenía cada mañana comenzaba a remitir. La tranquilidad, el sosiego y la belleza se hacían presentes en mi vida y en mí. Estaba propuesto que contrajera nupcias el mismo día que Felipe se iba a casar.

—¡Le dijeron que había muerto!—.

—¡Me sentí morir!—, quería ir a verle, decirle que en mi vientre albergaba el fruto de aquella noche. Y, sin embargo, si quería que mi embarazo fuese a buen puerto, tenía que intentar olvidar el amor que por vida sentiría hacía él.

El único consuelo que me quedaba era saber que parte de él me iba acompañar el resto de mis días.

Tal vez tendría los hoyuelos de Felipe y esa mirada que me enamoró, tal vez algún día y de algún modo pueda decirle: —¡Felipe, éste es nuestro hijo!—.


Pese a que nunca me han gustado los carnavales, me veía obligada de por vida a estar disfrazada, a ser falsa, hipócrita... Pero por mi hijo, por el bien de mi hijo, no me importa incluso actuar en contra de mis principios y si fuera preciso hasta perder la dignidad. A fin de cuentas, la mentira no es sino un disfraz de la verdad.
 

domingo, 25 de agosto de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo: La fierecilla domada

 

Los vómitos por las mañanas y los mareos se habían convertido en mis acompañantes habituales.

Una mañana en la que los mareos fueron más fuertes de lo normal, puesto que para no engordar evitaba ingerir cualquier tipo de alimento, me desplomé en el suelo del comedor del internado a la hora del desayuno.

Mi tutora se presentó en el despacho del director y éste enseguida avisó a mi tía Matilde.

Afortunadamente mi tío estaba trabajando, aunque la noticia le llegó rápidamente por medio de la sumisa de mi tía.

Entre todos me obligaron a confesar que estaba en estado.

—¡¿Embarazada?!, ¿cómo tienes la desfachatez de quedarte en estado a tu edad y sobre todo sin estar casada?— dijo mi tío con un tono de ira y fuera de sí.

—Estás en edad de estudiar, de forjarte un porvenir y prepararte para ser digna y merecedora de heredar el marquesado. —¡Qué dirán ahora tus padres! ¡No tienes ni idea de la deshonra que nos has causado a todos!—. Tus padres te trajeron aquí para tratar de enderezarte y resulta que ya está completamente perdida tu honra como mujer y por ende la reputación de toda la familia.

—¡Me avergüenzo de ti, Dulcinea!—. Me dijo mi tío.


Estaba aterrada, —¡qué bochorno me hicieron pasar!—.


No sé qué me molestó más, si las palabras de mi tío o el saber que mis compañeras de clase estaban con la oreja pegada tras la puerta escuchándolo todo.

Desde ese día, y hoy, tengo claro que ciertos temas hay que tratarlos con mucha discreción y tacto. —Aunque deseé parar el tiempo, fue inevitable—.

El director aleccionado por mi tío llamó a mis padres para darles la noticia. Se presentaron en el internado a la semana siguiente. Acordaron con la marquesa de Yuste que se haría cargo de mí, hasta que diese a luz y una vez alumbrado a mi hijo, tenían el propósito de arrebatármelo para darlo en acogida a una familia que le criase, evitando de esta manera el escándalo, apartándome de la sociedad y si algunas de mis amistades preguntasen por mí, dirían que mi ausencia se debía a estar estudiando.

Nadie contó con mi opinión, toda mi familia decidió por mí; pero tenía claro que algo tenía que hacer por mi hijo. Para mí no era una desgracia y mucho menos un motivo del que avergonzarse, sino que era el fruto del amor, el único recuerdo latente en mi foro interno del día que por primera vez me hicieron el amor.

La marquesa de Yuste tenía que dar parte a mis padres diariamente de mi comportamiento y quedaron asombrados al verme convencida de mi decisión de entregar a mi hijo. Aunque ésta al verme con un corazón tan noble me hizo ver que lo mejor sería contraer matrimonio con su hijo, que se había quedado viudo y sin descendencia, y éste reconocería a mi hijo, como hijo propio, si yo a cambio admitía el grave error que había cometido y prometiéndola que intentaría arrancar de mi corazón el recuerdo de Felipe.

Aunque era joven, quizás demasiado; pero el haber estado durante años devorando libros y libros en las horas de soledad, para paliar el recuerdo de Felipe.

Uno de ellos, una obra maestra de Shakespeare hizo que me diera cuenta de que lo mejor que podría haber hecho era que al igual que la protagonista hizo creer que su actitud había cambiado sin ser verdad.





—¡Yo, Dulcinea!—, no iba a ser menos. He iba hacer una pantomima para que los demás creyesen que había dejado de ser lo que en el fondo y hasta el fin de mis días sería...
la fierecilla domada.

 

sábado, 24 de agosto de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo: La vida es un sueño, y los sueños, sueños son...

De repente un ruido ensordecedor nos hizo abandonar el sueño en el que por un instante habíamos creado. Aurora, impulsada por el temor de no encontrarme en mis aposentos y dejándose llevar por su intuición, bajó a las caballerizas y allí nos vio: desnudos y habiendo dado paso a la locura de destruir mi honor como mujer.

—¡Dulcinea!, haz el favor de vestirte, te espero en tus aposentos y corre, tu padre está a punto de levantarse—. Me lo dijo en un tono donde se podía apreciar la decepción y vergüenza que sentía hacía mí y sobre todo por lo que sus ojos habían visto.

Nos vestimos los más rápido que pudimos, tan solo un beso rápido y fugaz nos pudimos dar.

Tenía miedo de que mi padre, al enterarse, le mandase lejos, muy lejos.

Las palabras que Aurora me dedicó y sobre todo el tono en que lo hizo, fue de lo más suave que pude escuchar.

Pese a mis ruegos de que no contase nada a mis padres, la lealtad, que tenía hacía mi madre hizo que ésta le contase lo sucedido.
Nunca llegué a entender porque tanta furia hacia algo tan natural como que dos personas se amasen; yo no estaba aquí porque una despistada cigüeña dejase caer un arrullo con un bebé dentro de la chimenea, sino porque en un momento determinado mis padres se entregarían a la pasión y fruto de esa unión nací yo.

Pero no lo comprendieron. Ilusamente pensé que teniendo una conversación con mi madre de mujer a mujer al menos ella estaría a mi lado y me apoyaría.

No me dio opción a explicarme, desaprobó cualquier palabra que pronunciaba haciendo oídos sordos a mis súplicas.

Cuando mi padre regresó a casa se lo contó de inmediato. Mi padre enfureció y su rabia la descargó en mí. Todavía hoy, cuando me ducho y ya ha pasado mucho tiempo, todavía, noto las cicatrices fruto de la paliza que me propinó con el cinturón.

Entre lamentos, recuerdo que le imploré que no se vengase en Felipe, que lo hiciera contra mi persona, pero no con él.

Él era la única persona que me entendía y con la que realmente podía ser yo y ser feliz.

Mis ruegos cayeron en saco roto, días más tarde cuando me dejaron salir de la boardilla, donde me habían encerrado para no tener ningún tipo de contacto con él, me enteré por Aurora que le habían mandado de regreso a España a cargo de la hacienda. A sabiendas de que mi padre era el encargado de llevar la contabilidad personal del rey Alfonso XIII y conocía que éste tenía una cuenta donde cada mes mandaba dinero a su querida, con toda seguridad los republicanos no le tratarían bien, más todo lo contrario no pararían hasta que éste diera algún tipo de información; algo que Felipe desconocía por completo.

Nunca pude sentir más empatía hacia la reina Juana de Castilla —hija de los Reyes católicos—, al sufrir en mis propias carnes como poco a poco se puede perder la cordura, como en su día ella lo hizo por Felipe el Hermoso. Aunque mi Felipe, no tenía la ambición desmesurada que éste anterior tenía; mi amor, mi Felipe, solo ambicionaba ser el rey de mi corazón. No me internaron en un convento en Tordesillas, pero sí me enviaron a Holanda —a un colegio interno—donde estaba el hermano de mi padre.

Mi tío, no tenía mucho carácter, más bien era una marioneta que dejándose llevar por el maldito dinero que mi padre le daba de la parte de la herencia de le correspondía de su padre y que mi abuelo, a sabiendas de lo derrochador que mi tío era, le nombró a mi padre el albacea de su testamento. Por lo que no podía encontrar ningún aliado en él, sino todo lo contrario. Aunque apenas me visitó el tiempo que estuve, me constaba que había un miembro de seguridad a la salida del colegio pendiente por si en algún momento dado se me pasaba por la cabeza el huir hacia España para reencontrarme con Felipe.

Conforme pasaron las semanas, mi estado de salud se iba debilitando. A penas probaba bocado y cuando lo hacía, terminaba devolviéndolo. Los desmayos a primera hora de la mañana eran cada día más habituales. Tarde poco en darme cuenta de que estaba en cinta.

Estaba feliz, aunque intuía que al enterarse mis padres harían cualquier cosa para separarme de mi hijo.

—¡Menuda deshonra para el Marquesado de Sagasta!, un bastardo el futuro heredero y lo peor de todo, hijo de un vulgar obrero, sin clase ni abolengo—.

Quien sí venía muchas veces a visitarme era tía Matilde. Era una mujer muy bondadosa, aunque sin carácter. Por lo que sería absurdo pedirla ayuda. Su marido y sobre todo mi padre lo impedirían.
Es difícil afrontar la maternidad y sobre todo cuando hace poco tiempo entre mis brazos sostenía un muñeco que con ternura acunaba y depositaba en su cuna, instantes antes de que Aurora entrase en la habitación para arroparme y apagar la luz del candil. En unos meses no sería un muñeco lo que sostendría entre mis brazos, sino un ser humano con vida propia.

Dicen que la adolescencia marca y no lo dudo, pero cuando además se afronta la maternidad, no sólo te marca, sino que de golpe y porrazo te das cuenta de que como bien citó Calderón de la Barca en su grandiosa obra: La vida es un sueño, y los sueños, sueños son…