viernes, 11 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. - Un viaje inesperado-


Cuando desperté el Sr. Musa ya no estaba a mi lado, de nuevo la sensación de soledad se había apoderado de mí. Nada pasó entre nosotros. Simplemente habíamos compartido la misma cama. Una situación realmente atípica y máxime cuando creía que al contratar mis servicios lo hacía con la única finalidad de disfrutar de mí.

Apenas había podido conciliar el sueño después de haber escrito la carta a mi madre. Sabía que mi confesión le haría mucho daño, pero era justo que ambos supiesen mi verdad.

Hay algo que realmente me inquieta hasta el punto de conseguir que el corazón me latiera cada vez más rápido y es que me quedé con las ganas de saber qué era lo que realmente me quiso decir en la cena cuando rápidamente cambió de tema. Cierto es que en ningún momento pude vislumbrar ningún atisbo de deseo hacía mí, es más, era ternura lo que en su mirada podía apreciar.

Me duché para intentar espabilarme, realmente el haber estado pendiente de si él intentaba algo y estar casi toda la noche en vela, hizo mella en mí, haciendo que me costase levantarme de la cama, —realmente estaba agotada—.


No quería desayunar en el hotel, preferí dar un paseo por las calles de París y entrar en cualquier cafetería, para sentirme de esta manera acompañada por gentes desconocidas que al menos consiguieran arroparme en esos momentos de soledad de éste miércoles gélido, en el que sentía que nada estaba saliendo como realmente quería.

Debía ser fría y no podía; cuando estaba frente a él toda mi profesionalidad desaparecía, tal vez recordar el motivo verdadero que me empujaba a estar allí, hacía que no tuviera la frialdad suficiente para dejar mis miedos a un lado. Ni tan siquiera el chocolate caliente, ni la gente, ni el sonido de sus voces, consiguieron mitigar mis miedos, todo lo contrario, me sentía verdaderamente pérdida, fuera de lugar, con ganas de tirarlo todo por la borda. No logro recordar como llegué caminando a La Poste du Louvre, sólo recuerdo que me sentía como un ente que vagaba por las calles parisinas, sin apreciar la belleza que realmente tenían.

Apenas tengo recuerdos de lo que me pudo pasar, pero cuando abrí los ojos estaba tumbada en una cama, solo llevaba mi ropa interior y estaba tapada por una sábana. Sentía que me costaba respirar y que algo aprisionaba mi brazo. Pronto me di cuenta de que estaba en la sala de urgencias de un hospital, que me costaba respirar porque tenía una mascarilla puesta y que tenía un holter puesto para medir mi presión arterial. Lo último que podía recordar es que había llegado a poner la carta de mi madre.

Tenía sed, llamé al enfermero que estaba atendiendo a otro paciente, para que me diera algo de beber. Cuando se acercó, me indicó que no podía dármela puesto que había sufrido un desmayo y estaba en observación. Sólo se limitó a mojarme los labios con una gasa y se fue a llamar al Doctor, ante mi persistencia en preguntar por él y querer saber que me había sucedido realmente.

En seguida vino Jean Paul —el Doctor—, me tranquilizó cuando me dijo que no era nada grave, simplemente me había dado un bajón de tensión.


—¿Quién me ha traído si estaba sola? —le dije al doctor—.
—Le está esperando a fuera. En breve le daremos el alta, no es nada grave, quizás una mala noticia le haya causado ese bajón de tensión.
—Gracias, doctor.

Afortunadamente nada grave me había sucedido y los resultados de las pruebas, eran normales por lo que me dieron el alta, y pude salir por mi propio pie. Al salir de la sala de urgencias, vi al Sr. Musa; que preso de los nervios se acercó a mí mirándome con las lágrimas en los ojos, al saber que estaba fuera de peligro. Me abrazó con tanta fuerza, que me causaba dolor; él se dio cuenta y se apartó.

—Giselle, temí perderla. No supe cómo reaccionar cuando la vi a la salida de La Poste du Louvre, tambaleándose; me apresuré hacia usted para intentar ayudarla. Estaba preso de los nervios, perdóneme.
—No he de perdonarle nada, más bien he de estarle eternamente agradecida por haberme llevado al hospital, no recuerdo nada de lo sucedido. Soy yo, la que estará en deuda siempre con usted.
—No diga bobadas; hice lo que cualquier persona debía hacer. Tiene que descansar, vayamos a la habitación del hotel y después he de hablar con usted. Ya no puedo seguir engañándome.
—¿Qué me quiere decir? —Contesté contrariada—.
—¡Luego! —Puso su dedo índice en mis labios para con este gesto, hacerme callar—.


No tenía fuerzas para discutir, lo único que quería realmente era descansar, no sabía ni qué hora era, ni cuánto tiempo había estado en la sala de urgencias.
Eran las seis de la tarde, no había podido ponerme en contacto con mi madre, para saber cómo estaba mi padre y lo triste es que no tenía fuerzas, ni ganas de hacerlo, sólo quería comer algo ligero y descansar. La llamaría mañana explicándole lo que me había sucedido, seguro que lo entendería. ¡Claro está!, si me cogía el teléfono, mañana estaría la carta en su poder y posiblemente ya no querría saber nada de mí.

Cuando llegamos al Hotel nos dirigimos al Restaurante, era la primera vez que íbamos a cenar allí. Su decoración era tan majestuosa como el interior de uno de esos comedores que había en los palacios y que, desde niña, siempre soñé con visitar. 

Aunque apenas tenía hambre, y eso que desde el desayuno de la mañana no había vuelto a ingerir ningún alimento más, por no ser descortés a su invitación, le acompañé, cenando tan sólo un consomé y una tortilla. 

Tenía más ganas de irme a la cama, que de estar allí. Él se dio cuenta de mi poca apetencia. Apenas había probado bocado, cuando me retiró la silla, para ofrecerme después su brazo, abandonar el comedor y caminar a través del hall para coger el ascensor y subir a la habitación.

Realmente seguía sin descifrar aquel brillo que el Sr. Musa, desde ayer tenía en su mirada. —¿Sentiría algo por mí?—, pensar eso era realmente ridículo, hasta donde sabía de su vida privada, estaba casado y esperando su segundo hijo, y por si esto fuera poco, tenía una amante. Pero... ¿Por qué tanto misterio?


Se dirigió hacia la mesa de cristal que había en la habitación, donde estaba la bebida, cogió y abrió la botella de cava y me dio a beber.


Quizás el no estar acostumbrada a beber hizo que perdiera la timidez que a mí me caracterizaba y lograse que fuera yo, quien olvidándome de mis principios me acercase para besar sus labios.


Ya nada nos impidió dejarnos llevar por el deseo que ambos sentíamos. Quizás nos separaban muchas cosas o tal vez no; pero la verdad es que nos deseábamos desde el minuto cero en que nos vimos, entre nosotros surgió una tensión sexual que era obvio que teníamos que resolver.


El plan fríamente urdido por mí los días pasados se fueron al traste, estaba siendo arrastrada por la pasión, el deseo, su experiencia y su buen hacer. Estaba completamente embriaga por el deseo, nuestros labios se unieron de una forma total.


Cuando me quise dar cuenta estaba completamente desnuda y sentí sus labios mordisqueando mis pezones, mientras que el calor se agolpaba en mi vientre. Era tal la pasión que sentía, que sentí como entraba en mí, era el placer más grande de todos los placeres. Y es que no hay nada más estremecedor, que poder refugiarme en sus brazos; esos brazos tan musculados, que cuando me aferran contra su pecho hacen que me sienta levitar. Nuestros cuerpos desnudos, eran un torbellino de pasión, nuestros besos tan intensos, que hicieron que nuestro cuerpo se estremeciera dando rienda suelta al instinto más primario que todos tenemos.

Sentí verdaderamente como si fuera esa noche, mi primera vez.
Me temblaban tanto las piernas, que recuerdo como lentamente las separaba mientras iba sintiendo como su lengua buscaba el lugar correcto, para darme el mayor de los placeres, hasta que salió de mis labios un grito anunciando un orgasmo; orgasmo que él también tuvo, pues noté como su sexo palpitaba dentro de mí inundándome de él.


Fue una competición, por quien daba más placer al otro, aunque tan importante fueron los momentos de placer que tuvimos fruto de la pasión, como ese sensación que ambos empezábamos a tener.



La mejor conversación que pudimos mantener era la que nuestros cuerpos acababan de tener, en silencio y mirándonos a los ojos.


Apenas mi respiración estaba tornándose a la normalidad, cuando de sus labios escuche: —Giselle, mañana cogemos un avión privado para ir a Houston, quiero que veas a tus padres y quiero hablar con ellos—.


Cuando quise contestarle, me lo impidió besándome en los labios...


¿Qué sería lo que quería hablar con mis padres?, quizás estaba herrando, pero casi podría asegurar que se estaba enamorando de mí o tal vez ya lo estaba.




No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 18 de octubre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


viernes, 4 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. -No me leas, siénteme-


Al despertar, Davinia ya no estaba conmigo; se había marchado, habiéndome dejado la mejor experiencia íntima jamás vivida. No puedo decir que me hubiese enamorado de ella, mentiría. Pero sí puedo jurar que jamás olvidaré lo que sentí entre sus brazos. Fue algo más que un momento efímero que pasa por tu vida sin dejar huella. Por el contrario, todavía podía sentir como ardía mi interior, quizás porque haya sido realmente la primera vez que de verdad disfruté de mi cuerpo, sin tapujos, sin remilgos y dejando a un lado las etiquetas que, sin fundamento alguno, esta sociedad tan intolerante se atreve a imponer.

Si hay algo porque no me arrepiento en absoluto es de haber aceptado la oferta de David, sin duda, era saber que me estaba encontrando a mí misma; aparte de salvar la vida de mi padre. —Aunque tal vez el precio que tuviera que pagar fuese demasiado elevado—.

Ya eran las nueve de la mañana y todavía seguía en la cama. En ese instante llamaron a la puerta.


—Señorita Bayma, le traigo el desayuno.

—Si, un momento por favor. Me incorporé rápidamente. Me puse la bata y me dirigí a abrir la puerta.

—Pase, déjelo en la mesa.

—Espero que sea de su agrado. El Sr. Musa le ha mandado un telegrama. Cualquier cosa que necesite, díganoslo. Queremos que se sienta como en su casa.

—Gracias, está bien. Puede retirarse.



No había probado bocado desde el chocolate con picatostes que había tomado el día anterior en la cafetería. Y después de la noche vivida, me sentía famélica.

Quizás muchas personas, estando en una de las suites más lujosas, hubiesen desayunado caviar, fresas o champagne. Pero desde niña estaba acostumbrada a mi café con leche, croissant con mantequilla y mermelada de fresa, y un zumo de naranja. Aunque en esta ocasión no podía negarme el privilegio de descorchar la botella de Champagne Moët & Chandon y sentir el cosquilleo de las burbujas en mis labios. Después de haber desayunado, abrí el telegrama de Musa.



    Querida, Giselle:

Me ha surgido una reunión de última hora, siento decirle que hasta las ocho de la tarde no estaré en París.

He reservado mesa en un restaurante con unas vistas maravillosas, aunque tenerla enfrente y poder observarla, es la mejor vista que pueda tener un hombre.

Espero que en el hotel la traten como se merece. No repare en gastos, el dinero no es más que algo necesario para poder vivir, pero poder disfrutar de su presencia, es algo que no cualquier hombre se puede permitir, ni siquiera en sueños.


Un cordial saludo
Sr. Musa


No sé realmente porqué tenía miedo, tal vez saber que el Sr. Musa era conocedor de estricto protocolo hacía tambalear mi seguridad. Recuerdo la primera vez que me senté a la mesa con él. Era de los pocos hombres que usaban todos los cubiertos, como realmente se debían de usar. Detallista en cada movimiento, siempre me servía antes la bebida a mí, me retiraba la silla. En definitiva, no se podía negar que tenía un saber estar que me encantaba. Para ser un hombre bastante mayor que yo, conservaba ese espíritu de jovialidad que hacía que cada cita con él, fuese inolvidable. Él lo sabía y como tal usaba todas sus armas para conseguir los favores de cualquier muchacha. Nadie le había dicho que no a excepción mía. Y tal vez el no haberme poseído nunca hacía que pudiese jugar con él, despertando sus ganas de tenerme.

Davinia me dijo hace mucho tiempo que en esta vida no hace daño quien quiere, sino quien puede y sabe cómo. —Nunca lo olvides, Giselle, desgraciado del alumno que no aventaje a su profesor—.

Y yo era esa alumna que había despojado a Davinia de su coraza, había conseguido tener al Sr. Musa comiendo de mi mano. Ahora no podía permitirme el lujo de flaquear. —Mirar hacia atrás, sólo para coger impulso—, me dije.

Quería aprovechar la mañana para respirar el aire Parisino y sentir el frío en mi cuerpo. Tal vez así, dejase aparcado por un momento el recuerdo de una noche diferente.

Después de ducharme y de vestirme. Abrí la caja fuerte y saqué dinero, deseaba volver a sentir esa sensación casi olvidada de comprar sin mirar el precio. Quería que la mañana fuese provechosa y disfrutar de París, antes del encuentro con él.


Cogí un taxi con dirección al Louvre; estar en París y no apreciar la belleza de "La Gioconda" no tenía perdón. Desde siempre adoré la historia, y saber que aparte de ser uno de los museos más importantes del mundo, también fue en su tiempo el antiguo Palacio Real de Louvre, hizo que entre sus paredes me sintiese como una princesa sin corona. Sólo aquel que haya tenido el privilegio de haber estado en su interior, estará de acuerdo con que es una visión que se queda grabada en la retina y es imposible de olvidar. 



Cuando salí del museo, me acordé de que no había llamado a mi madre.


—¡Giselle! ¿Qué pasa? ¿Por qué no has llamado antes?

—Lo siento Mamá, perdóname. Siento haber llamado tan temprano. No me había dado cuenta de la diferencia horaria. Es ahora cuando tengo un minuto para poderte llamar. Ya sabes lo absorbente que es trabajar de guía. Pero dime, ¿cómo estás? ¿Cómo sigue papá?

—Dentro de lo que cabe, bien, le operan a las tres de la tarde. No deja de preguntar por ti, ¿por qué no quieres hablar con él?

—Mamá, sabes que no puedo, no puedo tragarme las lágrimas. Me duele saber que está mal. Si me hubiera tocado a mí, no sufriría ni la mitad.

—¡Cállate, Giselle! Solamente cuando seas madre comprenderás que no hay peor dolor para los padres que ver a sus hijos enfermos. Nunca olvides estas palabras.

—Lo sé, —no me grites—. He de dejarte, tengo regresar al hotel y esta tarde tengo una cena con mi jefe. Os quiero con toda mi alma.

—Ten cuidado, Giselle.


¿Por qué todas las madres eran medio brujas? Estaba convencida de que mi madre intuía algo, tenía un sexto sentido. Me atrevía a decir que era la única persona del mundo a la que realmente me resultaba imposible engañar. Y es por eso por lo que tenía que sincerarme con ella, tal vez me arriesgaba a que no me comprendiera, pero no se merecía vivir en el engaño, sin saber que su hija, su pequeña hija era una escort.

El mero hecho de saber que justo a la hora que iban a operar a mi padre estaría cenando con Musa, me revolvía las tripas. Se acercaba el momento, que, aunque quisiera, no podía evitar. Y tenía que estar deslumbrante para poder cautivarle.

Cogí un taxi rumbo a Galeries Lafayette, era una visita obligada para una mujer cosmopolita como yo. Además, me había dicho que no reparase en gastos. Pues sí, quería comprarme el último modelo de Louis Vuitton. Ir a un centro de belleza y relajarme en un Spa, para interpretar mi mejor papel en la noche. 


Es curioso ver, desde mi profesión, lo mediocres que son a veces los dependientes. Si vas bien vestida y con una tarjeta American Express te atienden de lo más amable, y de lo contrario casi hasta percibes la sensación de que les estás molestando. Todos estos pequeños detalles me hacían ver que vivía en un mundo de hipocresía.

Cuando me quise dar cuenta eran las siete de la tarde. Tenía que ir al hotel a prepararme. El Sr. Musa pasaría a recogerme poco después.

Me sentía completamente confundida, estaba en la mejor Suite, había disfrutado de ver el Museo del Louvre, había desconectado en el salón de belleza, mis brazos cargaban bolsas con los mejores complementos, perfumes, vestimentas y aun así me sentía vacía.

Había llegado la hora de sincerarme con mi madre, solo así sería capaz de estar serena y con el corazón frío, para poder llevar a cabo mi plan.

Tiré las bolsas de mala manera en el cama, me dirigí al estudio, abrí el cajón y cogí la estilográfica para escribir una carta a mi madre, si no lo hacía no podría salir victoriosa de aquella situación. Pero cuando me quise dar cuenta, sólo me quedaba media hora. Decidí que le escribiría más tarde.

Opté por ponerme el socorrido vestido negro de palabra de honor, con un bolero, para protegerme de la fría noche y la cartera de mano con cristales de Swarovski. Cuando estaba dejando el bote de perfume en el tocador, escuché que llamaban a la puerta. El corazón empezó a latirme rápidamente: había llegado la hora.

Cuando abrí la puerta... El Sr. Musa, iba vestido con un traje de raya diplomática de Emidio Tucci de color gris marengo, camisa blanca y corbata azul. Llevaba una rosa roja en la mano y por un instante las piernas me temblaron. No sabía si de verdad estaba preparada para afrontar algo así. Pero ya no había marcha atrás, estábamos él y yo frente a frente.


—Buenas noches, Giselle, —me cogió de la mano para besarla— Encantado de saludarla. Por lo que puedo ver el tiempo parece pasar solo para mí, pues es usted, se detuvo.

—Gracias, veo que no ha cambiado, sigue siendo tan galante como siempre, y creame si le digo que el tiempo tampoco hizo mella en usted.

—¡Siempre tan halagadora! Me imagino que a estas horas ya tendrá apetito. Tenemos reservada una mesa en un restaurante, acorde a su belleza y elegancia. Estoy seguro de que le gustará. Le brindo mi brazo, ¿me acompaña?


Estaba empezando a sentirme atraía por él. Su misterio, su elegancia, su diplomacia, su seguridad comedida en cada palabra.

La mesa estaba en una terraza con unas vistas seductoras, desde donde se podía ver La torre Eiffel y la maravillosa ciudad a nuestros pies.

Ya estábamos sentados en la mesa y él se había encargado de pedir la cena: ensalada con gulas, boletus y nueces, bañadas con una vinagreta con un toque de mostaza francesa, tostas de foie de pato y de bebida un vino blanco espumoso.


Por un parte me sentía cómoda con su compañía y su agradable conversación. Y por otra, culpable por estar cenando relajadamente, sin poder ni tan siquiera coger el móvil y llamar a mi madre para interesarme por la operación de mi padre.










Tanto se me notaba, que se dio cuenta.

—¿Se encuentra bien?, la noto ausente, preocupada. Si hay algo que pueda hacer por usted, sólo tiene que pedírmelo, lo sabe.

—Mi padre, mi padre... —Comencé a llorar—.

—¿Qué le pasa a su padre? ¿Es dinero lo que necesitan?, dígame.


Ya estaba perdiendo el control de la situación y quizás todavía más por su comprensión. No entendía a qué se debía tanta preocupación, cuando yo creía que lo único que deseaba era arrebatarme la ropa y hacerme suya.


—No se preocupe por mí, a fin de cuentas, usted ha contratado mi compañía para un único fin. No puedo permitirme el lujo de hacerle sentir mal.

—Giselle, si de verdad piensa que únicamente quiero llevarla a la cama, se equivoca. La deseo, sí. Pero no así, no de esta forma, no obligada. Y tal vez se asombraría cuando se entere que realmente he venido para... Pero dejemos esa conversación para otro momento, todavía queda mucha semana por delante y quiero que sepa el por qué he querido estar con usted y cuales son mis verdaderas intenciones. Tan solo le pido que me permita dormir con usted.


Pagó la cuenta y nos fuimos al hotel. Estando en la habitación abrió la botella de champagne.

Se acercó a mí, me estrechó entre sus brazos y me besó en la frente. Me cogió en brazos y me tumbó en la cama. Me quedé dormida bajo su atenta mirada protectora. De repente me desperté y estaba a mi lado, plácidamente dormido y en una esquina de la cama. 

Todo lo que había sucedido realmente me desconcertaba más de lo que ya estaba. Nunca pensé que se conformaría con dormir a mi lado. Y haciendo memoria de la conversación que habíamos tenido, no lograba entender que es lo que me quiso decir cuando de repente cambió de conversación. —¿Sabría al día siguiente realmente qué es lo que él tenía pensado para mí?—.


Me di cuenta de que tenía que escribir la carta para mi madre. Me levanté de la cama sin hacer ruido, me dirigí al estudio y por fin me sinceré con mis padres, y conmigo misma. 


    Querida Mamá.

Supongo que te extrañará el recibir esta misiva, pero no puedo seguir engañándome, y lo que es peor engañándote. Quizás no sea digna de que me vuelvas a mirar a los ojos, ni de que por mis venas corra tu sangre.

Es ahora, cuando siento que tal vez un día de estos días os pueda perder, cuando tengo la necesidad de que sepáis la verdad. Una verdad que durante años he callado sólo por no haceros sufrir, pero que día a día me ha desgarrado por dentro, transformándome en un ser inerte.

No soy una agente de viajes, ni estoy en París porque me haya salido un trabajo de guía. Nada que ver con algo tan bonito como realmente sería esa profesión.

Soy una mujer que dejándose llevar por el lujo, ha caído en un mundo del que le cuesta salir. Soy una escort de alto standing y me vendo al mejor postor.

Bien es cierto que, a estas alturas de mi vida, soy la mejor, puedo escoger y no me tratan mal. Es más, todo lo contrario, mamá. Materialmente tengo todo lo que nadie puede tener ni en sueños, pero no tengo lo que más ansío… Que es, que entiendas por qué he tomado la decisión de aceptar este trabajo.

Cuando decidí dejarlo, apenas tenía dinero para comer, debía tres meses al casero, pero estaba dispuesta a empezar de cero y sé que lo habría conseguido.

Pero cuando te llamé y me dijiste lo de Papá ni me lo pensé dos veces.

Sé que pensarás, pero...—¡Hija y tú dignidad!—

Pero... ¿Quién se atreve a decirme qué es la dignidad? ¿Sería digno dejar que mi padre muriese? No, mamá. Seguramente mientras que a papá le estén abriendo el cuerpo con un bisturí para salvarle la vida, yo dejaré que penetren mi cuerpo y no con un bisturí, mamá, ni tampoco para salvarme la vida, sino para salvar la de él.

Tú te desgarraste para tenerme cuando me diste a luz. ¡Qué más da que ahora desgarren mi cuerpo!

Espero, Mamá, que cuando me veáis, no me apartéis de vuestras vidas.



P.d: "No me leas... Siénteme"

Con cariño
Giselle



No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 11 de octubre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.
 

viernes, 27 de septiembre de 2024

Escorts, una semana en París. Un encuentro de damas


Llevaba mucho tiempo sin madrugar y el sonido del despertador me parecía ya tan poco familiar en mi día a día, que me sobresaltó e hizo que el corazón me latiera rápidamente.

Me quité el camisón y me metí en la ducha para despejarme. No había dormido bien y quizás el saber que ya no había marcha atrás en la decisión tomada me causaba bastante pavor.

Suerte a que la noche anterior había dejado el equipaje preparado. Indudablemente no podía escoger otra ropa que no fuera mi traje favorito de falda de tubo con raya diplomática a juego con la chaqueta, mis queridos zapatos de tacón de Manolo Blahnik y mi inseparable bolso de Loewe. La imagen que proyectaba con esa ropa era la que siempre me acompañaba, elegancia con un toque sensual debido a la abertura de la falda que dejaba entrever mi muslo, que acompañado al caminar sobre unos zapatos tan sofisticados me envolvían en ese toque de glamour que tanto me gustaba. Evidentemente era fiel a mi perfume favorito Chanel 5, —¿qué otro perfume se podría llevar a una ciudad como París?—.

Ya estaba preparada, lista para embarcarme en esta aventura que había decidido llevar a cabo. Aventura, que me depararía momentos buenos y seguramente alguno que otro un tanto amargo.

Apenas estaba terminando de recoger la habitación, cuando llamaron al telefonillo.


—Señorita Bayma, está el taxi esperándola abajo.

—Gracias, Tomás, por avisarme, enseguida bajo. —Era el conserje del edificio—.


La verdad es que no estaba acostumbrada a que me llamasen por mi apellido, pero... Tomás, estaba sustituyendo al conserje que teníamos, y era un señor estrictamente protocolario, pero me gustase o no era mi apellido.

Ya sentada en el taxi y camino del aeropuerto los pensamientos se adueñaron de mí, dejándome completamente absorta. París era una ciudad propia del amor, desde niña siempre soñé con la típica escena en la que tu novio se arrodilla delante de ti pidiéndote matrimonio, mientras que abre una pequeña caja cuyo contenido es un ansiado anillo de oro blanco con un diamante, para terminar, fundiéndose en un apasionado beso y como único testigo de tan inolvidable momento, la Torre Eiffel.

Pero la realidad era otra, para mí París no era una ciudad del amor al uso, como siempre soñé desde niña, más bien todo lo contrario era un viaje de trabajo, pero... cuya finalidad era más importante que ningún diamante, rubí o la mismísima perla peregrina.

Era sin lugar a duda el motivo de amor más incondicional que pueda existir: salvar la vida a un padre.

Cuando me quise dar cuenta ya estaba en el Aeropuerto, siempre odiaba tener que estar casi una hora antes para poder embarcar, me parecía una completa pérdida de tiempo que siempre me hacía recordar que el trayecto no era únicamente de dos horas, sino que había que sumarle esa maldita hora de más en la que terminabas aburrida de dar paseos de un lado para el otro hasta escuchar por megafonía la salida de tu vuelo.

Llegó la hora de embarcar. Después de tomar asiento y mirando por la ventanilla como Madrid se alejaba y se hacía pequeña a la vista mientras que el avión iba cogiendo altura, hizo que me diese cuenta de que era realmente como me sentía yo, pequeña. Sabía que tenía que luchar con uñas y dientes como cualquier persona haría en mi situación, pero... El respeto, el miedo a fracasar, el no saber las verdaderas intenciones de Musa, hizo, que me sintiese tan indefensa como un gorrión.

¡Sí!, tenía miedo, miedo a no saber controlar la situación, miedo a que todo el plan urdido estos días de atrás se fuera al traste por cualquier nimiedad que no estuviera a mi alcance. Y lo que más me aterraba era saber que mientras que yo estaría yaciendo en la misma cama con el Sr. Musa y siendo penetrada por él; mi padre, estaría sobre una gélida y estrecha cama de un quirófano a kilómetros de mí, sin poder estar a su lado y sin poderle coger de la mano... Pensar en eso era lo único que hacía que mi fuerza se desvaneciera.

Esos pensamientos hicieron que el viaje pasase más rápidamente, cuando me quise dar cuenta ya habíamos aterrizado en el Aeropuerto de Paris Charles de Gaulle. Y como bien me dijo Musa, su chófer, estaba esperándome para llevarme al hotel.

François —el chofer del Sr. Musa—, era el hombre más serio y profesional que jamás había conocido, apenas intercambió unas correctas palabras para darme la bienvenida, recogerme el equipaje, abrirme la puerta del coche y hacer lo mismo a la llegada al hotel.

Me dirigí a la recepción, solamente tuve que dar mi apellido para que una eficiente señorita me diera la llave y mandase llamar a un empleado para que subiera mi equipaje a la habitación.

Poder estar en la Suite Imperial del Hotel Ritz y saber que es una réplica del cuarto de María Antonieta —quien fue esposa del rey Luis XVI de Francia— en el palacio de Versalles, es una sensación tan especial y que está al alcance de muy pocas personas. Pero nada de ese lujo, nada de esa elegancia que se podía respirar en la habitación, podían hacer que olvidase que el verdadero motivo por el que estaba allí era para prestar mis servicios a Musa.

Es a partir de ese momento cuando ya tenía que volver a meterme dentro de mi faceta profesional de escorts y medir con cautela, todos y cada uno de mis pasos.

Decidí salir a caminar por las calles de París, cuando me quise dar cuenta había llegado a los campos Elíseos, hacía una tarde fría, pero... aun así, había parejas acarameladas que lucían como enamorados una alianza en sus manos como símbolo del amor que se profesaban, amor que no siempre era real.

Se dice que el mundo es un pañuelo y qué verdad es, ya que a lo lejos pude ver a la mujer de uno de los magnates con los que había estado, besando a un hombre que no era su marido. Y ver esto me hizo pensar sobre la falsedad que había a mi alrededor. Llevaba años aguantando ser vilipendiada y quizás lo más bonito que podía haber escuchado era que yo era un rompe matrimonios, pero... Teniendo esta escena delante de mí y aunque no es propio de mí, por la vulgaridad de la frase en sí, no podía evitar pensar: —Que no era más puta quien ejercía de tal, sino aquella que pretendía ejercer de señora, llevando una doble vida y olvidándose del juramento que en su día hizo—.

Quizás era por esa actitud por la que su marido contrataba mis servicios, como la gran mayoría de las veces sucedía, solo por ser escuchado.

Y estaba claro que para ser escorts había que ser un señora. Me parecía patética la actitud de muchas mujeres que se olvidaban, que la pareja que tenían al lado —aquella a la que habían prometido amor en un altar—, era algo más que una fuente de ingresos. Ese hombre también necesitaba sentirse querido, admirado, deseado. No voy a negar que conseguir que se sintieran así era una de las primeras cosas que me enseñaron en la Agencia. Y quizás por eso era de las mejores escorts que había en Madrid.

Llevaba mucho tiempo sin tomar un chocolate caliente y la verdad es que la temperatura invitaba a hacerlo. Entré en la cafetería y en seguida vino la camarera a tomar nota. Mientras que esperaba a que me trajesen el chocolate con unos picatostes. No daba crédito al ver que Davinia estaba entrando por la puerta.

Era increíble observar lo atractiva que era para tener la que edad que tenía, poseía un físico envidiable, que, acompañado de su elegancia, de su saber estar y de su inteligencia, logró que en su día todas sus alumnas, entre las que me encontraba yo, la tuviéramos como máximo referente.

Tenía mucho, mucho que agradecerle, de no haber sido por ella seguiría pensando que con ser guapa bastaba. Fue ella quien me abrió los ojos, quien despertó en mí las ganas de cultivarme, de mejorar, de luchar, de ser la única mujer que hiciera tambalear al hombre más frío e insensible que pudiera existir. Me reconoció y se sentó conmigo.

—¡Giselle qué sorpresa! ¿Cómo estás?

—Sorprendida Davinia, te hacía en Madrid.

—¡Qué va! hace unos meses lo dejé, si tú te considerabas mayor con tan solo treinta y seis años, imagínate yo con la edad que tengo.

—He decidido cambiar mi vida como tú, empezar de cero. Y como recordarás que había estudiado para ser secretaria de dirección, conseguí un puesto en el Hotel Ritz.

—¿En el Hotel Ritz? ¡Jajaja!, no me lo puedo creer Davinia, estoy hospedada en la Suite Imperial. ¡Qué casualidad!

—¿Y qué haces en esa Suite? ¿Has vuelto a ejercer? ¿No lo había dejado?

—Y así era Davinia, pero... Sabes que mi mala cabeza hizo que me administrase mal y lo peor, que mi padre se está muriendo. Las lágrimas empezaron a rodar por mis mejillas.

—Giselle, no sé qué decir. ¡Vamos!, pidamos la cuenta. He de regresar al hotel, allí podré escaparme y hablar contigo en la habitación, ¿qué me dices?

—Si, por favor. Necesito hablar.


Cogimos un taxi con dirección al hotel. Me acompañó a la suite, descorchó la botella de Champagne Moët & Chandon, me sirvió una copa y después se sirvió ella.

Nos sentamos en el diván que había al lado de la chimenea y estuvimos hablando, ella no daba crédito a todo lo que me estaba sucediendo.

Pero era tan profesional como yo y sabía que por la cláusula de confidencialidad que firmábamos no podíamos hablar de nada relacionado con nuestros servicios, simplemente me abrazó consiguiendo que dejase de temblar al recordar la enfermedad de mi padre y por miedo a que mi sacrificio fuese en vano.

Su olor era embriagador, y al sentir el roce de su piel al lado de la mía, hizo que me estremeciera por completo.

En esa habitación había dos mujeres que estaban llenas de sensualidad, de deseo, sin complejos, con ganas de vivir y de sentir. Dos mujeres que eran expertas en despertar el deseo, conocedoras de las caricias más excitantes.

Sus labios tan rebosantes de vida y pidiendo a gritos ser besados, ese escote que dejaba entrever su tersos y firmes pechos... —¡Imposible no sucumbir a los deseos de querer besarla, de arrancarle la ropa y hacerla mía!—

No exagero cuando digo que estaba literalmente excitada. Tenía sed de ella, de sentir sus manos peregrinas por todo mi cuerpo, mostrándome un mundo lleno de sensaciones completamente distintas a las que ya había experimentado con hombres.

Sus labios se acercaron a los míos despertándolos del letargo en el que se hallaban. Sentí sus manos rozando mis pechos —jamás caricia tan sencilla hizo estremecerme de aquella manera—. Me sentí como la primera vez que estuve con un hombre o tal vez peor, no sabía qué hacer, como comportarme, jamás había estado con una mujer en la intimidad, salvo en sueños... —Hasta ese momento tenía muy clara mi condición sexual, pero ahora, ya estaba dudando—.

Un sueño que estaba delante de mí y que evidentemente no iba a desaprovechar. Sus labios eran suaves, jugosos y sus besos tan tiernos como experimentados, cuando me desabrochó la camisa, comenzó a besarme el cuello, me volví loca de excitación, todo mi cuerpo estaba deseoso de ir más allá de un inocente juego preliminar.

Me quitó el sujetador y succionó mis pezones de tal manera que noté mi sexo palpitar y entonces sentí como sus dedos iban acariciando mi cintura, para pasar por mis caderas y terminar apartando el tanga que llevaba e introducir su dedo en mi interior.

Davinia paró un instante, para separar delicadamente mis piernas, besar mi sexo y beber de mí. Consiguió enloquecerme de tal forma que no pude aguantar ni un minuto más tanto placer, noté que mi espalda se arqueaba mientras que sentía que mis piernas temblaban incapaces de controlarlas.

Había perdido completamente el norte, lasciva, loca, poseída... La despojé de toda la ropa que llevaba encima y me posé sobre ella.

Su piel era tan suave, sus pezones estaban completamente duros —era novedoso sentir esa sensación y a la par súper excitante—, recorrí con mis labios su cuello, jugueteando con mi lengua, bajando por su vientre, le abrí suavemente las piernas, me encantó ver cómo se retorcía de placer.

La mujer que me enseñó a ser como soy, de la que fui su mejor y aventajada alumna. Ahora estaba desnuda a mi lado, dormida y completamente relajada.

Un encuentro de damas que sin duda alguna después de lo que sentí, se repetirá... La deseaba, sí, pero... Observar como dormía era casi tan placentero como querer despertarla con mis besos, recorrer cada centímetro de su cuerpo y lograr de nuevo que gimiese de placer, pero sé que esos gemidos los volveré a escuchar...

Lo que comenzó con un inocente beso, finalizó en un encuentro de damas, desnudas y vestidas con la verdad.

De nuevo la realidad se hacía presente. Mañana por la tarde el Sr. Musa llegaba a París y no sé cuáles serían sus intenciones...


Continuará...


No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 4 de octubre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.



Eva Mª Maisanava Trobo
 

lunes, 23 de septiembre de 2024

Gracias a todos, de corazón...

 

Buenos días a tod@s;

 

Os escribo una vez más para daros las gracias por leerme y más cuando desde el 2019 apenas escribía. Circunstancias ajenas a mí y que a mí pesar me llevaron a tener que alejarme de este mundo que aún en ocasiones es de “oropel”, pero.. que tan feliz me hace.

Y es que el pasado 13 de septiembre el blog tan solo registraba 35.111 visitas, el viernes pasado antes de publicar el tercer capítulo de Giselle las visitas aumentaron a 35.264 visitas. Son 153 visitas más en tan sólo una semana y teniendo en cuenta que el fin de semana, se nota, que os conectáis menos. —¡Gracias!—  


Visitas el día 13 de septiembre
Visitas el día 20 de septiembre

Me gustaría que dejaseis algún comentario, si os da vergüenza podéis hacerlo de manera anónima, pero… vamos —¡Cómo queráis!—

De nuevo, gracias.





 




Entradas más leídas a día 13 de Septiembre del 2024.



Entradas más leídas a día 20 de Septiembre del 2024









Como veréis puedo ver las estadísticas y hasta el sistema operativo desde el que os conectáis. 


Esto fue a día 13 de septiembre











Y aquí podéis ver el gráfico a día 20 de septiembre.








Y no solamente me leéis desde España, sino desde fuera también.





Gracias, de todo corazón...




Quiero recordaros que el siguiente capítulo, me temo, que será, el que más o va a gustar… porque a quién no le excita la idea de imaginar a dos mujeres, desnudas, sensuales y con ganas de experimentar…
¡Ay os lo dejo, no diré más!






Eva Mª Maisanava Trobo



viernes, 20 de septiembre de 2024

Escorts, una semana en París. Paris je t'aime



A duras penas llegué a mi casa andando, sin conseguir que mis piernas dejasen de temblar, quizás lo que menos me importaba era tener que regresar y asumir que tarde o temprano tendría que ser de Musa, lo que más me dolía era que mi padre estaba cada vez peor, y que, si no era capaz de llevar bien la estrategia que estaba planeando para dejar a Musa un buen agujero en su cuenta corriente, mi padre moriría.

Había llegado empapada de la calle, la cazadora con capucha, apenas me sirvió para protegerme de la lluvia que finalmente terminó dando paso a un granizo.

Me desnudé, para terminar, dándome una ducha bien caliente y poder entrar en calor, relajarme y hacerme a la idea de que tendría que sacar de nuevo a esa mujer fría y calculadora, que había querido enterrar.

Desde luego que me vino estupendamente, me sequé y me vestí con tan solo un camisón de seda de color negro, me dejé caer en la cama y comencé a pensar, en que cualquier persona en mi situación, hubiese tomado la misma decisión que yo.

—¡Total!—, que diferencia había entre liarse con un tipo cualquiera un fin de semana en una discoteca, a realmente hacer lo mismo, pero con una notoria diferencia, una gran cantidad de dinero, que ayudaría a mi padre a su recuperación y a mí, a solventar mi economía para finalmente ser la dueña y señora de mi vida.

Siempre pensé que la belleza es y será un arma de doble filo, pero que, usándola con inteligencia, se tenían más posibilidades. Y es que afortunadamente conocía a la perfección cuáles eran las debilidades de Musa. No hay peor error que pueda cometer un hombre, que tomar unas copas de más y dejar que por su boca salga cierta información, que para nada le vendría bien que se diera a conocer.

—Tenía una amante y su mujer acababa de dar a luz a su segundo hijo—. Sin duda le convendría ceder a mis humildes peticiones, no fuera que sin querer pudiera hablar más de la cuenta.

Desde luego que fui bastante disciplinada en mi formación de escorts y siempre me guardaba un as en la manga por lo que a mí persona le pudiese suceder, toda la precaución que tomase era poca, guardaba todos los correos de los clientes, grababa las conversaciones telefónicas y en alguna velada, si el cliente que había contratado mis servicios no despertaba la suficiente confianza en mí, grababa las conversaciones. —¿Frialdad?— ¡Sí!, pero en esta profesión el corazón se deja para tu vida privada, en las horas laborales, solamente el tener todo controlado, hacía que ningún cliente pudiera pasarse de listo, cómo más de uno quería hacer.

—¡Vamos! que valía más por lo que callaba, que por lo que contaba—.


El sonido del telefonillo hizo que tuviera que levantarme de la cama.


—¿Quién es?

—Soy de la agencia UPS, le traigo un sobre.

—Déjelo en la recepción, ahora no puedo bajar gracias. —Colgué el telefonillo—.


Estoy convencida de que se trataba de la documentación que David me hacía llegar y por la cuenta que le trae, espero que no se haya olvidado de la American Express con los seis mil euros, ya que eso, no solamente ayudaría a mi padre a poder iniciar su tratamiento en la clínica; sino que también significaría que estaría empezando a controlar a Musa. —¿Quién dijo que jugar a las damas era sólo un juego de mesa?— El saberme dominadora de la situación, hizo que mi ambición se apoderase de mí.

Que mejor manera de celebración, que despojarme del delicado camisón que llevaba, dejarlo caer al suelo, tumbarme en la alfombra del suelo, abrirme al placer, dejando que de mis labios saliera un grito, que hizo que toda la tensión acumulada, se ensombreciera con el orgasmo que acaba de tener.

La verdad es que necesitaba evadirme por un rato, para empezar a calcular y dominar cada palabra, cada gesto, y cada paso que iba a dar a partir de mañana.

Me vestí con lo primero que cogí en el armario, con un sencillo chándal, para bajar a por la documentación que habían dejado en la recepción.

Lo abrí temblorosa y las lágrimas empezaron a resbalar, cuando vi la tan ansiada tarjeta de crédito… ¡Por fin mi padre podría iniciar el tratamiento!, poco importaba ya lo que en adelante sucediese, ya podía llamar a mi madre y darle la noticia de que en breve se tendrían que ir a Houston.


—Hija, ¿qué tal todo? ¿Has encontrado ya trabajo?

—¡Si mamá!, pero... Dime, ¿cómo sigue papá?

—¡Mal, Giselle!, necesita iniciar el tratamiento con urgencia.

—Por eso te llamaba. He conseguido un trabajo, es poco tiempo una semana sólo, como guía de viaje, tendré que ir a París, me han dado seis mil euros por adelantado, te lo envío hoy mismo por mensajero, mañana ya estaré allí.

—¡Pero hija!, ¿por qué tanto dinero? ¿No estarás metida en algún lío?

—Confía en mí, por favor. Ahora lo que importa es que os vayáis cuanto antes a Houston; en el sobre te envío unos billetes de avión, y una tarjeta con dinero para ir afrontando los gastos del tratamiento. Dile a papá que le quiero. Estoy segura de que algún día tarde o temprano, estas lágrimas se transformarán en risas. Tengo que dejarte, he de hacer el equipaje. Te llamaré desde París.


—Te quiero, pequeña.

—Y yo a ti, más que a mi vida y más que a mis principios. Colgué el teléfono.


Con la emoción de llamar a mi madre, había pasado por alto que, dentro del sobre, había un sobre cerrado a mi nombre; lo abrí de inmediato y me puse a leer en voz alta el contenido de la nota, mientras que me sentaba en el sofá, para estar más cómoda.



    Querida Giselle.


    Es un honor para mí saber que voy a poder pasar unos días con usted en París, que mejor ciudad para poder seducir a una mujer tan especial como usted, seguramente que estará más atractiva que la última vez que la vi.

    Está todo dispuesto como David me indicó, le envío los billetes de avión en clase "vip", sin duda alguna no iba a consentir que viajase una mujer tan exquisita como usted en clase turista; a la llegada le estará esperando mi chofer, que la trasladará al Hotel Ritz, he reservado una suite a su nombre, contigua a mi habitación y como ya sabe ambas están comunicadas.

    Por motivos de trabajo, no podré reunirme con usted hasta el martes; en el sobre, como habrá visto hay una llave de una caja fuerte donde he depositado la cantidad suficiente para que lo disponga como crea conveniente hasta mi llegada.


Un afectuoso saludo

Musa


La verdad es que no puedo negar las buenas maneras que tenía Musa. Pero lo que no sabía, es que su plan de seducción, le iba a salir más caro de lo que él jamás se hubiera imaginado.

Tenía que acostarme pronto, mañana a las ocho de la mañana salía el vuelo con destino a el Aeropuerto de Paris Charles de Gaulle, y el único equipaje que me llevaría sería un neceser y mi bolso de Loewe. Con el dinero de la caja fuerte y aprovechando que no vendría hasta el martes, me compraría la ropa allí.



Mentiría si no digo que París era una de mis ciudades favoritas, y poder hospedarme en la misma habitación donde Diana de Gales y Dodi Al-Fayed habían dormido, no sólo me gustaba, es más, me encantaba. Solo esperaba no tener el mismo fin que ella. Ya me veía por las calles de París, con las manos llenas de bolsas, llevando a cabo mi urdido plan y al regresar, poder decir Paris je t'aime. 



Sin duda será una semana prometedora.


Continuará...


No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 27 de septiembre. 
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


Eva Mª Maisanava Trobo