S.A.R Victoria Eugenia de Battenberg |
martes, 12 de noviembre de 2024
No me leas, siénteme. Capítulo I. Así soy yo.
Comunicado
Buenas
tardes a todos, y en especial a esa persona, que ayer, me confirmó que me “seguía”.
Espero no decepcionarte. Permíteme que siga “seduciéndote con mis letras”, para
que no sientas la necesidad de dejar de hacerlo, gracias de todo corazón por
hacerlo. La próxima vez cuando me leas, si no te importa, te invito desde ya a
que dejes cualquier comentario. Me consta que cuando tú realizas “tu trabajo”, te
gusta saber si el resultado es positivo o negativo, pues bien, a mí también me
gustaría saberlo. No hace falta que pongas tu nombre, no es necesario. A estas
alturas conozco tu lenguaje y el idioma de tu mirada.
Al
margen de este saludo “especial”, también aprovecho para daros las gracias a
todos, de verdad, de corazón. No sabéis lo feliz que me hace saber que me leéis.
En ocasiones genera morbo el no saber quién te esta leyendo o “siguiendo”, porque si lo sabes, hace que
todavía tengas que esforzarte más para no decepcionar a esas personas que de
alguna manera u otra, la vida, hace que tengas que ver y por lo tanto sostener
su “mirada”, que, en ocasiones, es complicado hacerlo, porque no sabes si te van
a juzgar o van a entender que lo que escribes es solo literatura y nada más.
Hace
ya un tiempo, publiqué, unos cuantos capítulos de la que será mi nueva novela, de nuevo os dejo la sinopsis.
“No
me leas, siénteme”. es una historia de dos mujeres que comparten la misma
ilusión.
Dulcinea
es hija de un marqués. Toda su vida ha luchado con gran valentía para demostrar
a todos que es digna de ser la heredera del marquesado. Pero le costará
demasiado conseguirlo; en una época en que la mujer era solamente educada para
ser buena esposa y mejor madre. Pero luchará contra todos por demostrar que si
puede hacerlo.
Ena
es una mujer inquieta, que agobiada por su monótona vida y cansada de su
marido. Decide cambiar de vida, de trabajo, de ciudad, dejando todo lo que
tenía de lado para irse a trabajar a una residencia de mayores. Y allí
aprenderá la mejor lección de su vida.
El
destino las unirá y ambas, aunque de una manera distinta harán su sueño
realidad.
Entonces, no llegué a publicar estos capítulos que tenía escritos, y me apetece que los
leáis, eso sí.. una vez publicado estos últimos, ya no conoceréis nada más de
la vida de Dulcinea ni de la de Ena, hasta que termine de escribirla.
Esta
siendo uno de los retos más complicados a los que como escritora me he enfrentado,
porque aúna mis dos pasiones la “literatura” y “la historia”. Al estar basada la
mitad de ella, en una España muy distinta a la de ahora, donde el léxico, la
cultura, la educación, todo… era muy distinto a como lo es ahora. No me queda
otra, que leer —como siempre lo hago—, documentarme, visitar palacios, museos,
exposiciones, para lograr introducirme de la manera más fiel posible en la piel
de Dulcinea, la marquesa de Sagasta, intentando, como ya lo hice con Giselle.
Hacer de su vida, mi vida, de su manera de hablar, la mía, se su manera de
sentir, la mía y como no, de su manera de entregarse y amar, la mía.
Por
suerte o desgracia, como con todo lo que hago en la vida, ambiciono cuando
menos “rozar la excelencia”, y por lo que no me queda otra, que, a partir de
ahora dejar de ser “yo”, para ser ellas. Que sean ellas, Dulcinea y Ena, las que,
a partir de ahora, “hagan de mi vida”, la suya.
Hasta
ahora habíais conocido parte de la vida de Dulcinea, pero no sabías nada de la
de Ena. Hoy, podréis conocer la personalidad de Ena. Esa mujer, que, desde ya, será la mujer más especial que hayáis conocido nunca, sincera y capaz de mostraros
el cielo y el infierno.
Espero
que os guste, no dudéis en dejarme comentarios, que, aunque no sean “positivos”,
siempre sirven como acicate para mejorar.
Con cariño, Eva.
12/11/2024
viernes, 8 de noviembre de 2024
Escorts, una semana en París. El gesto que me salvó la vida.
Han pasado varios días desde que he tenido el valor de enfrentarme a la realidad y seguir escribiendo en el diario para que, en un futuro, alguien lo lea.
Cuando me enteré de su muerte al leer su carta, le odié, ¡sí!, le odié.
Le odié con todas mis fuerzas por no haber tenido el valor de haberme dicho, lo que ya sabía: —Que me amaba—.
Estuve mal, muy mal.
Cuando salí del Hospital, y al saber que mi padre ya estaba fuera de peligro. Después de hablar con ellos, decidí irme a París de nuevo. Y aunque sea una metáfora un tanto incomprensible, para cambiar de vida y como si de una novela se tratase. —Tenía que finalizar ésta, antes de comenzar otra—. Por eso sentí que debía llorar hasta desangrarme por dentro, porque sólo expulsando esa rabia, podría seguir adelante.
Hasta entonces pensé que la ruptura más dolorosa era la de que un hombre te abandonara. —¡Qué estúpida!—, la separación más dura es cuando el hombre al que amas y te ama, llega un día en que la vida, sin pedirte permiso, te lo arrebata.
—¡Eso es lo más duro!— Todo aquel que lo haya vivido en sus carnes, lo entenderá.
A pique estuve de hacerlo cuando sentí en mi interior una patadita de mi hijo. Ésa patadita que me hizo comprender que por él debía seguir luchando.
En ese instante, una frase que había escrito en su carta cobró más sentido que nunca: —Sé feliz, Giselle y lucha por nuestro hijo—.
Entonces estaba cegada por la rabia, por lo que yo creía desamor, y no supe ver hasta entonces, que el amor... El amor estaba en mí y era yo.
Cuando me incorporé y tras haber sentido la patadita de mi hijo Abraham, supe que, dentro de mí, siempre estaría el Sr. Musa; porque en mi hijo estaba él.
Siempre pensé que fue el espíritu de él, quien, de alguna manera inexplicable, hablo con su hijo para que me hiciese reaccionar.
No pude estar en su entierro —porque estaba hospitalizada—, pero no sé si es más duro enterrar a la persona que amas, o ser consciente de que al salir por la puerta del cementerio ya sólo te quedarán recuerdos.
Cuando llegué a la habitación, los recuerdos de la noche en que nos habíamos amado se hicieron presentes. Y lloré hasta que mis ojos azules, se tiñeron de un color rojizo. Llevaba mucho tiempo, mucho, aguantando la impotencia de no entender porque la vida, te hiere discriminadamente, cuando por fin la felicidad llama a tu puerta para instalarse.
Lo único que recogí de todos los regalos que me había regalado, fue la rosa que me entregó el día que vino a buscarme a la habitación. Esa rosa, que, aunque ya está seca, estará para siempre y el resto de mis días entre las hojas de este diario.
Cuando me disponía a salir de la habitación, dejando atrás todos los recuerdos, Davinia apareció por la puerta.
Qué cierto es que la amistad, no entiende de porqués, ni de una comunicación diaria. Tan solo una mirada fue suficiente para que ella supiera el duelo por el que estaba pasando.
Cuando quise explicarle qué me sucedía ella, puso su dedo índice en mis labios, para que me callara y me abrazó.
Me abracé a ella y sentí en ese instante que era mi única tabla de salvación, la única persona con la que en verdad podía ser yo. Y pese a que amaba al padre de mi hijo, como nunca había amado a nadie. Tenerla tan próxima a mí, despertaba ese recuerdo de aquel día en el que sentí más placer que nunca.
Quizás no procedía que me dejase llevar por mi instinto, pero lo necesitaba.
Necesitaba de nuevo sentirme viva. Y fui yo, en esta ocasión, la que tenía sed de sus labios, de sus caricias. Extrañaba de nuevo sentir sus pezones entre mis labios, mordisquearlos y sentir que se endurecían cada vez más.
Había llegado la hora de escribir la primera página de mi novela —de mi nueva vida— y admitir que solamente entre sus brazos me sentía mujer y viva.
Necesitaba gemir, gritar, era demasiada la tensión sexual acumulada.
De nuevo pude disfrutar del néctar de su sexo, sentir las pulsaciones de su clítoris en mis labios, mientras que yo de nuevo renacía.
Ya no éramos ni la alumna, ni la profesora, ya no éramos dos mujeres capaces de enloquecer a cualquier hombre; nos habíamos dado cuenta de que éramos almas gemelas y que el cariño, el deseo y la atracción que ambas sentíamos, eran los ingredientes de lo que podría ser una relación.
Y aunque quizás pocas personas puedan entender mi forma de pensar. He de confesar que jamás amo a una persona por su sexo —me da igual si es mujer u hombre—, porque lo que yo amo, sobre todas las cosas, es a la persona.
Recuerdo que, al día siguiente, al amanecer entre sus brazos, pude apreciar la belleza del Sol, como nunca lo había apreciado.
Mi nueva vida comenzaba. El Sr. Musa es y será el hombre de mi vida, el padre de mi hijo —el motor de mi vida—.
Entonces más que nunca, tuve ganas de llevar a cabo mis proyectos, mis sueños y pelear como antes nunca lo había hecho.
Si la patadita de mi hijo fue —ese gesto que me salvó la vida—, ahora más que nunca tenía que vivirla.
Aproveché que Davinia estaba duchándose para llamar a mi madre por teléfono.
—¡Hija! ¿Estás bien?
—¡Sí! Mamá, mejor que nunca. Ahora sé quién soy y lo que quiero hacer...
No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 15 de Noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.
jueves, 7 de noviembre de 2024
El regreso de Giselle. —Recordando el ayer—
Aunque fue ayer cuando escribí en este diario, siento, que ha transcurrido mucho tiempo.
Mis sentimientos, aunque recientes, son fuertes y el causante de ellos, es Roberto sin lugar a duda.
Abrahán, mi hijo, ya tiene siete años. Está creciendo tan rápido, que en ocasiones me formula unas preguntas, para las que os aseguro que no encuentro respuesta. Pensamos, que los niños no se enteran de nada, que, desde su mundo de la inocencia y el juego, no perciben nada del mundo de los adultos, y ahora, me doy cuenta de que no. Que siendo unos niños —una inmensa mayoría—, son más sensatos, sinceros y honestos que nosotros; porque no están maleados, porque son transparentes y cada palabra que dicen, la dicen, con una verdad que en ocasiones hasta para nosotros puede resultar hiriente.
Aproveché para desayunar tranquilamente mientras que todavía él seguía durmiendo. En la mesa de su habitación estaba el puzzle que mi hijo y Davinia montaron, en mi ausencia, mientras que pasaba la noche con Roberto; lo que me recordaba que tenía que pasar por la tienda de cuadros, para que lo enmarcasen, como le había prometido la noche anterior para que lo colgase en su habitación.
De repente comencé a sentirme muy cansada, apenas había ingerido un café con leche y una tostada con jamón york y aguacate para desayunar y sentía como si me hubiese comido un costillar entero.
El periodo, hacía dos semanas que debería de haberme bajado y no tenía síntoma alguno de que fuese a hacer acto de presencia. Me negaba a admitir, lo que, dentro de mí, podría estar pasando.
Sin tener ninguna prueba que lo confirmase, mi cuerpo, ya había pasado anteriormente por esto, y estaba más que convencida que de nuevo, una vida en mi se estaba gestando.
Habían transcurrido más de 8 años desde mi último embarazo, los años pasaban. Mi hijo siempre había querido tener un hermano y, sin embargo, me daba miedo. Ya no tanto por volver a ser madre, sino porque tal vez Roberto no estuviera preparado para afrontar una paternidad.
No teníamos una relación consolidada, tan sólo habíamos compartidos unas cuantas citas, charlas, paseos, confidencias y… ¡Sí! Esa noche de pasión en la que me estremecí, grité y en la que pedí que no parase… hasta que entre sus brazos sentí desfallecer de placer…
Y es que la vida se compone de “momentos” y en un momento se crea una vida.
Continuará…
Próximo capítulo el 22 de diciembre. Día en que La Revista de Todos, vuelve a ver la luz y espero que brille como antaño lo hacía. Pero para ello, os necesito a todos y cada uno de vosotros. Sin vosotros, nuestro trabajo, entrega y dedicación no tendría razón de ser. Gracias por ser y estar.
Giselle, regresa, con más fuerza que nunca deseando poder volver a emocionaros, como antaño lo hacía.
Eva Mª Maisanava Trobo