Una nueva vida era lo que había decidido hacer de mi vida, dejando atrás esas noches gélidas, bañadas de glamour y adornadas de hipocresía.
Mi alma estaba en paz conmigo misma. Musa sería el hombre de mi vida y el padre de mi hijo Abraham y Davinia ese apoyo incondicional que va más allá del amor, de la amistad y de la pasión. —Davinia era un pilar fundamental en mi vida—.
Mientras que ella resolvía su situación laboral con el director del hotel.
En su ausencia, aproveché a recoger las escasas pertenencias que tenía en la habitación.
A su regreso, ambas nos miramos con la firme intención de regresar a Madrid y empezar de cero. Teníamos el dinero suficiente como para montar una Ong con el firme propósito de sacar de la calle a todas esas mujeres que se veían extorsionadas por desalmados proxenetas.
En ese instante sonó mi teléfono.
—Giselle, ¿cómo estás? Nos tienes preocupados. ¿Todo va bien?
—Sí, Mamá. Todo está bien. ¿Cuándo regresáis para Madrid? ¿Le dan el alta ya a Papá?
—Mañana cogemos el avión para Madrid, todo está bien. Hija no sé cómo decirte esto, pero... ¿Podrías mandarme dinero para pagar la factura del hotel y los billetes?
—¡Claro!, perdóname. Me fui y no tuve en cuenta que tenías que pagar la factura. Te mando un cheque ahora mismo por mensajero urgente. No solo tendrás dinero para cubrir los gastos de hospitalización, sino que también te llegará para pagar ambos pasajes y liquidar todas las deudas. Ya sabes que me dejó como quién dice la vida resuelta. Aunque... Mamá, preferiría tenerle a mi lado.
—Le amabas, ¿verdad?
—Y le amaré. Pese a que he conocido a una persona que me hace feliz, y me da esa estabilidad que tanto necesitaba. No puedo olvidar de la noche a la mañana. No quiero olvidar a quien me ha dado lo mejor de mi vida, mi hijo, tu nieto.
—¿Has conocido a otro hombre, Giselle?
—No. Nunca te he hablado de Davinia, y creo que es de recibo que lo haga. Ahora que ya sabéis toda mi verdad, no quiero, ni por asomo, una mentira más. Cuando me metí en la agencia para ser escorts, allí conocí a Davinia. Es una gran mujer que me enseñó a ser la mejor chica de compañía de lujo de Madrid. Cuando vine a París al encuentro con Musa, la encontré en el hotel. Ella también dejó ese mundo para ser la secretaría del director. Siempre habíamos sido amigas y sin embargo nos hemos dado cuenta de que ambas queremos caminar por el mismo sendero cogidas de la mano y mirando a los ojos al mundo entero. La voz empezó a temblarme.
—¿Estás llorando, hija?
—Si. Seguramente éste sea otro disgusto para ti, pero no quiero más mentiras mamá, ya no. Quiero ser feliz —creo que me lo merezco—, y Davinia es mi felicidad. A vosotros os quiero, a mi hijo le amo, pero… a ella la necesito a mi lado.
—No has de llorar por amar, Giselle. No puedes, ni debes enmudecer lo que grita tu corazón. Sí lo hicieras, me avergonzaría. Porque todo lo que nazca del amor, no es vergüenza, hija. Hagas lo que hagas: "Siempre, te querremos".
—Gracias. Mañana Davinia y yo partimos para Madrid. Ya le he enviado el dinero al casero. Tenemos un proyecto en mente, que ya te contaré con más tranquilidad cuando nos veamos en Madrid. Y de paso os la presento. Os quiero mucho.
—Hasta pronto, mi bien.
Sincerarme de nuevo con mi madre, me dio esa fuerza para seguir adelante.
Rumbo al aeropuerto de París Charles de Gaulle, me reencontré con el recuerdo de la escena dantesca que presenciaron mis ojos cuando en el aeropuerto de Houston vi a Musa por última vez. El corazón me latía rápidamente. Davinia se dio cuenta y de nuevo la medicina de su mirada junto con las caricias de sus palabras calmó mi corazón, sofocando el dolor de mi alma.
Cuando subimos al avión y nos acomodamos en los asientos, me di cuenta de que nada quedaba de ese gorrión asustado que voló a París con la única intención de llevar a cabo un urdido plan.
Fui a París con la única intención de extorsionar al Sr. Musa, de sacarle el dinero para salvar la vida de mi padre y sin embargo… regresaba de París con el fruto de su amor en mis entrañas, con más dinero del que nunca imaginé y sabiendo que fui amada por ese hombre que compró mi compañía sin saber —que aquel negocio—, nos cambiaría la vida.
Ya en Madrid y de camino a mi casa. Vimos que el local donde me había reflejado en ese maniquí aquél día que llamé a David para decirle que aceptaba el trabajo: estaba cerrado y se alquilaba. Llamé al teléfono que aparecía en el cartel y al rato me citó una voz masculina para ver el local y llegar a un posible acuerdo.
Todavía quedaba una hora para la cita con el dueño del local. Donde daría comienzo mi sueño, —mi proyecto—. Nos subimos a casa y dejamos el equipaje en el suelo. Mi gatita, a la que había olvidado con tantas vivencias nuevas, me recibió con un maullido que me enterneció. Fue entonces cuando me di cuenta de que los animales son en ocasiones más fieles que las personas y que dan altruistamente más cariño del que posiblemente reciben.
Estar en mi casa, me confirmó, que no hay mejor hogar que el de uno propio, que ni la mejor habitación de ningún hotel, por muy lujoso que éste fuera, me aportaba tanta paz como mi casa, que, aunque no llegaba a tener más de cincuenta metros cuadrados, no dejaba de ser mi hogar y el lugar donde mi hijo crecería. Donde Davinia y yo comenzaríamos una nueva vida.
Mientras que ella deshacía el equipaje, yo aproveché a ducharme. Hacía un calor sofocante en Madrid. Cuando iba a salir de la ducha, Davinia, apareció desnuda frente a mí. Huelga a decir que terminamos entregándonos a la pasión, enjabonando nuestros cuerpos de besos y de caricias, para terminar, aclarándonos con las lágrimas que brotaban de nuestros ojos, incontrolables, al saber que estábamos juntas y que nada nos separaría.
Al abrir el armario, cogí la ropa que tanto me gustaba, aquél pantalón vaquero y ésa camiseta azul —que hacía que mis ojos destacasen—. Fue entonces cuando me di cuenta de que, aunque estaba embarazada de poco tiempo el pantalón me costaba abrocharlo. Y lo mejor de todo, es que no me importaba.
Por fin esa bámbola había desaparecido, para dar lugar a Giselle —la mujer que siempre quise ser—.
Una vez vestida, me despedí de Davinia con un beso, para dirigirme al local; aunque ya conocía el interior de aquél día cuando me vi reflejada en el escaparate. No era muy grande, viéndolo desde dentro, vacío y sin ningún mueble. Pero con una mano de pintura, unas mesas, sillas, estanterías, equipos informáticos, algún que otro cuadro para vestir las paredes, serían, en un principio más que suficiente para empezar con mi proyecto.
El dueño y yo llegamos a un acuerdo de mil euros al mes y en un año tendría la opción a comprar el local. Me pareció un precio más que razonable.
Después de haber acordado con el casero en vernos mañana para firmar el contrato de arrendamiento, y una vez que se marchó... de frente al cristal, —el recuerdo de aquel maniquí que llamó mi atención y donde me vi reflejada— se hizo presente. Aquel día acepté un negocio para ayudar a salvar la vida a mi padre y hoy —frente al mismo escaparate—, se reflejaba una mujer que lejos de ser un maniquí, se iba a convertir en una empresaria. ¡Qué vueltas da la vida en tan poco tiempo!
De camino a casa para contarle la noticia a Davinia, recibí una llamada de Erika —una gran amiga—. Me sorprendió el tono de su voz, la sentía nerviosa, asustada y llena de dolor.
Cuando fui a su encuentro, me la encontré en unas condiciones que jamás me hubiese imaginado. Sus padres necesitaban dinero y ella se había quedado sin trabajo, fruto de la desesperación se lanzó a hacer la calle —pensando en sus padres— y olvidándose de ella.
Estaba tendida en una cama, temblando, desnuda, su cuerpo estaba lleno de moratones, la sábana manchada de sangre que manaba de su sexo, y su alma...
—¡Su alma hecha jirones!—.
Mientras que la tapaba con una toalla que había en el baño, se abrazó a mí como quien se agarra a un clavo ardiendo —yo era en esos momentos, su única salida, su salvación—. En ese instante, una incipiente necesidad de ayudar a las mujeres en la misma situación que mi amiga, se hizo más fuerte que nunca.
Fue entonces cuando tuve claro que haría todo lo que estuviese en mi mano para luchar contra esos proxenetas. La Organización Muabgi, sería a partir de entonces:
—La esperanza de muchas mujeres—.
No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 29 de noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.