viernes, 22 de noviembre de 2024

Escorts, una semana en París. Una incipiente necesidad (Muabgi)



Una nueva vida era lo que había decidido hacer de mi vida, dejando atrás esas noches gélidas, bañadas de glamour y adornadas de hipocresía.

Mi alma estaba en paz conmigo misma. Musa sería el hombre de mi vida y el padre de mi hijo Abraham y Davinia ese apoyo incondicional que va más allá del amor, de la amistad y de la pasión. —Davinia era un pilar fundamental en mi vida—.

Mientras que ella resolvía su situación laboral con el director del hotel.

En su ausencia, aproveché a recoger las escasas pertenencias que tenía en la habitación.

A su regreso, ambas nos miramos con la firme intención de regresar a Madrid y empezar de cero. Teníamos el dinero suficiente como para montar una Ong con el firme propósito de sacar de la calle a todas esas mujeres que se veían extorsionadas por desalmados proxenetas.


En ese instante sonó mi teléfono.


—Giselle, ¿cómo estás? Nos tienes preocupados. ¿Todo va bien?

—Sí, Mamá. Todo está bien. ¿Cuándo regresáis para Madrid? ¿Le dan el alta ya a Papá?

—Mañana cogemos el avión para Madrid, todo está bien. Hija no sé cómo decirte esto, pero... ¿Podrías mandarme dinero para pagar la factura del hotel y los billetes?

—¡Claro!, perdóname. Me fui y no tuve en cuenta que tenías que pagar la factura. Te mando un cheque ahora mismo por mensajero urgente. No solo tendrás dinero para cubrir los gastos de hospitalización, sino que también te llegará para pagar ambos pasajes y liquidar todas las deudas. Ya sabes que me dejó como quién dice la vida resuelta. Aunque... Mamá, preferiría tenerle a mi lado.

—Le amabas, ¿verdad?

—Y le amaré. Pese a que he conocido a una persona que me hace feliz, y me da esa estabilidad que tanto necesitaba. No puedo olvidar de la noche a la mañana. No quiero olvidar a quien me ha dado lo mejor de mi vida, mi hijo, tu nieto.

—¿Has conocido a otro hombre, Giselle?

—No. Nunca te he hablado de Davinia, y creo que es de recibo que lo haga. Ahora que ya sabéis toda mi verdad, no quiero, ni por asomo, una mentira más. Cuando me metí en la agencia para ser escorts, allí conocí a Davinia. Es una gran mujer que me enseñó a ser la mejor chica de compañía de lujo de Madrid. Cuando vine a París al encuentro con Musa, la encontré en el hotel. Ella también dejó ese mundo para ser la secretaría del director. Siempre habíamos sido amigas y sin embargo nos hemos dado cuenta de que ambas queremos caminar por el mismo sendero cogidas de la mano y mirando a los ojos al mundo entero. La voz empezó a temblarme.

—¿Estás llorando, hija?

—Si. Seguramente éste sea otro disgusto para ti, pero no quiero más mentiras mamá, ya no. Quiero ser feliz —creo que me lo merezco—, y Davinia es mi felicidad. A vosotros os quiero, a mi hijo le amo, pero… a ella la necesito a mi lado.

—No has de llorar por amar, Giselle. No puedes, ni debes enmudecer lo que grita tu corazón. Sí lo hicieras, me avergonzaría. Porque todo lo que nazca del amor, no es vergüenza, hija. Hagas lo que hagas: "Siempre, te querremos".

—Gracias. Mañana Davinia y yo partimos para Madrid. Ya le he enviado el dinero al casero. Tenemos un proyecto en mente, que ya te contaré con más tranquilidad cuando nos veamos en Madrid. Y de paso os la presento. Os quiero mucho.

—Hasta pronto, mi bien.


Sincerarme de nuevo con mi madre, me dio esa fuerza para seguir adelante.

Rumbo al aeropuerto de París Charles de Gaulle, me reencontré con el recuerdo de la escena dantesca que presenciaron mis ojos cuando en el aeropuerto de Houston vi a Musa por última vez. El corazón me latía rápidamente. Davinia se dio cuenta y de nuevo la medicina de su mirada junto con las caricias de sus palabras calmó mi corazón, sofocando el dolor de mi alma.

Cuando subimos al avión y nos acomodamos en los asientos, me di cuenta de que nada quedaba de ese gorrión asustado que voló a París con la única intención de llevar a cabo un urdido plan.

Fui a París con la única intención de extorsionar al Sr. Musa, de sacarle el dinero para salvar la vida de mi padre y sin embargo… regresaba de París con el fruto de su amor en mis entrañas, con más dinero del que nunca imaginé y sabiendo que fui amada por ese hombre que compró mi compañía sin saber —que aquel negocio—, nos cambiaría la vida.

Ya en Madrid y de camino a mi casa. Vimos que el local donde me había reflejado en ese maniquí aquél día que llamé a David para decirle que aceptaba el trabajo: estaba cerrado y se alquilaba. Llamé al teléfono que aparecía en el cartel y al rato me citó una voz masculina para ver el local y llegar a un posible acuerdo.

Todavía quedaba una hora para la cita con el dueño del local. Donde daría comienzo mi sueño, —mi proyecto—. Nos subimos a casa y dejamos el equipaje en el suelo. Mi gatita, a la que había olvidado con tantas vivencias nuevas, me recibió con un maullido que me enterneció. Fue entonces cuando me di cuenta de que los animales son en ocasiones más fieles que las personas y que dan altruistamente más cariño del que posiblemente reciben.

Estar en mi casa, me confirmó, que no hay mejor hogar que el de uno propio, que ni la mejor habitación de ningún hotel, por muy lujoso que éste fuera, me aportaba tanta paz como mi casa, que, aunque no llegaba a tener más de cincuenta metros cuadrados, no dejaba de ser mi hogar y el lugar donde mi hijo crecería. Donde Davinia y yo comenzaríamos una nueva vida.

Mientras que ella deshacía el equipaje, yo aproveché a ducharme. Hacía un calor sofocante en Madrid. Cuando iba a salir de la ducha, Davinia, apareció desnuda frente a mí. Huelga a decir que terminamos entregándonos a la pasión, enjabonando nuestros cuerpos de besos y de caricias, para terminar, aclarándonos con las lágrimas que brotaban de nuestros ojos, incontrolables, al saber que estábamos juntas y que nada nos separaría. 

Al abrir el armario, cogí la ropa que tanto me gustaba, aquél pantalón vaquero y ésa camiseta azul —que hacía que mis ojos destacasen—. Fue entonces cuando me di cuenta de que, aunque estaba embarazada de poco tiempo el pantalón me costaba abrocharlo. Y lo mejor de todo, es que no me importaba.

Por fin esa bámbola había desaparecido, para dar lugar a Giselle —la mujer que siempre quise ser—.

Una vez vestida, me despedí de Davinia con un beso, para dirigirme al local; aunque ya conocía el interior de aquél día cuando me vi reflejada en el escaparate. No era muy grande, viéndolo desde dentro, vacío y sin ningún mueble. Pero con una mano de pintura, unas mesas, sillas, estanterías, equipos informáticos, algún que otro cuadro para vestir las paredes, serían, en un principio más que suficiente para empezar con mi proyecto.

El dueño y yo llegamos a un acuerdo de mil euros al mes y en un año tendría la opción a comprar el local. Me pareció un precio más que razonable.

Después de haber acordado con el casero en vernos mañana para firmar el contrato de arrendamiento, y una vez que se marchó... de frente al cristal, —el recuerdo de aquel maniquí que llamó mi atención y donde me vi reflejada— se hizo presente. Aquel día acepté un negocio para ayudar a salvar la vida a mi padre y hoy —frente al mismo escaparate—, se reflejaba una mujer que lejos de ser un maniquí, se iba a convertir en una empresaria. ¡Qué vueltas da la vida en tan poco tiempo! 


De camino a casa para contarle la noticia a Davinia, recibí una llamada de Erika —una gran amiga—. Me sorprendió el tono de su voz, la sentía nerviosa, asustada y llena de dolor.

Cuando fui a su encuentro, me la encontré en unas condiciones que jamás me hubiese imaginado. Sus padres necesitaban dinero y ella se había quedado sin trabajo, fruto de la desesperación se lanzó a hacer la calle —pensando en sus padres— y olvidándose de ella.

Estaba tendida en una cama, temblando, desnuda, su cuerpo estaba lleno de moratones, la sábana manchada de sangre que manaba de su sexo, y su alma... 

—¡Su alma hecha jirones!—.


Mientras que la tapaba con una toalla que había en el baño, se abrazó a mí como quien se agarra a un clavo ardiendo —yo era en esos momentos, su única salida, su salvación—. En ese instante, una incipiente necesidad de ayudar a las mujeres en la misma situación que mi amiga, se hizo más fuerte que nunca.


Fue entonces cuando tuve claro que haría todo lo que estuviese en mi mano para luchar contra esos proxenetas. La Organización Muabgi, sería a partir de entonces:
—La esperanza de muchas mujeres—.


No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 29 de noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


miércoles, 20 de noviembre de 2024

Próxima locución...


Buenas tardes a todos:

Se está acercando el final de la historia de Giselle, esa historia, que escribí únicamente para dar un punto de erotismo a la revista y así crear la necesidad al lector de seguir queriendo saber más de la vida de una mujer tan real, como imaginaria, pero, a fin de cuentas, una mujer en la que muchas de nosotras nos podemos sentir, en algún momento dado, identificadas.

La novela se presentó el 4 de diciembre del 2014, en Madrid, todavía recuerdo hoy lo nerviosa que estaba ese día; menos mal que a mi lado, no solo estaba Fernando Alonso Barahona, quién escribió el prólogo de la misma y que me ayudó a presentarla, sino que también estaba rodeada de todas esas personas que quisieron compartir conmigo ese día tan especial, como lo es, el nacimiento de un retoño. 

¡Gracias “Fer” por estar siempre a mi lado! Ten por seguro que es imposible encontrar a un partenaire mejor que tú. Tu experiencia, tu templanza, tu paciencia, la diferencia de años, nuestra amistad inquebrantable con el correr de los años y sobre todo y como tema subyacente nuestra pasión por la literatura. —¡Simplemente…Eres!—

Y es que, aunque no os lo creáis es difícil encontrar a alguien que ame la literatura, que te incite a mejorar, que te aliente en esos momentos —que los hay— en los que sientes que no vale la pena seguir, que eres mediocre y que no eres capaz de conseguir emocionar a nadie con tus palabras. Y siempre has estado tú, Fer, para decirme que podía hacerlo. ¡Gracias, de verdad!

Cuando me quiera dar cuenta Giselle cumplirá diez años, desde ese día, juntas y de las manos, nos hemos enfrentado a todo tipo de críticas, donde por desgracia, el humillar y el insultar a una mujer por escribir erotismo está a la orden del día. Que si eres puta, que si eres fácil y más barrabasadas a las que me he tenido que enfrentar; y lo peor de todo que es que nunca han sido “esas palabras” pronunciadas por un hombre, sino por muchas mujeres celosas debido a que con solo mis letras, conseguía, lo que ellas, ni con su presencia podrían lograr.

Al principio lo pase mal, incluso me planteé seriamente dejar de hacer lo que tanto amaba, por esos insultos. Hasta que un compañero mío escritor, con más de 70 años, me dijo: —Eva, si eres capaz de despertar todos esos insultos, todas esas críticas, es porque lo haces bien. La gente tiene tendencia a vilipendiar lo que ellos jamás lograrán. Así que sigue y si sus parejas terminan en el baño relajándose, no te sientas culpable.

Esas palabras, aunque me llamaron mucho la atención en su día, siguen siendo a la fecha uno de los motivos, por lo que jamás, dejaré de escribir erotismo.

La gente piensa que es un género fácil y os aseguro que no lo es, por que es una línea tan fina en la que puedes caer en la vulgaridad, que no os lo podéis ni imaginar. Y nunca, jamás, me permitiría eso.

Hace diez años yo estaba trabajando y no tenía tanto tiempo, como ahora por suerte o desgracia, tengo. Así que, como muchos sabéis me encanta hacer locuciones y he tenido la osadía de locutar el último capítulo entero de Escorts, una semana en París, que se publicará el día 29 de noviembre. Espero, de corazón, que disfrutéis con la locución. No ha sido fácil hacerla, son casi 10 minutos de narración y con diferentes entonaciones. Espero que la disfrutéis, os invito, a que la escuchéis en vuestras casas, en silencio: solos o acompañados, vestidos o desnudos, pero sobre todo… sin miedo a “sentir”.

No olvidéis que este viernes 22 de noviembre podréis leer el penúltimo capítulo de la vida de Giselle y cuyo título será “Una incipiente necesidad (Muabgi)”.

Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero eso sí, no me seáis infieles.


Con cariño, Eva.



lunes, 18 de noviembre de 2024

Exijo una hoja de reclamación.



Hace mucho tiempo que escribí este relato, justo el 14 de febrero del 2019, día en que La Revista de Todos hizo el especial de San Valentín. Hoy revisando el contenido para el siguiente especial de Navidad, es cuando me he dado cuenta, de que ha sido una de las entradas más visitadas; supongo que es porque una vez más salgo de mi zona de confort, para meterle un poco de humor al relato, con cierto acento andaluz. Espero que disfrutéis leyéndolo y es que sí, Cupido, debería graduarse la vista… jajajaja.



La verdad es que nunca pensé que iba a tener que dirigirme a un personaje tan conocido por todos vosotros y desde hace siglos y siglos, como lo es Cupido. Pero debido al estado en el que se encuentra una amiga mía no me queda otra que hacerlo y además ya es hora de que alguien deje de verle como a una criaturita adorable, rechoncha, que transpira amor por todos sus poros y con carita de niño travieso, porque creo que no siempre hace bien su trabajo.

 

 

Estimado Cupido;

 

Me llamo Trinidad, aunque me conocen más por La Trini. Soy de Sevilla y tengo más arte que ná. Cuando he de estar de jarana, lo estoy, me enfundo en mi vestido y a bailar sevillanas en la feria como una loca. Ahora... ¡Cucha! que cuando tengo que estar seria, ¡ozú! Hasta los caballos en el Rocío me abren paso porque cuando me desboco soy peor que cualquier animal irracional. Y claro... cuando se trata de que una amiga mía está por tu culpa en el estado en el que se encuentra. No me queda otra que quitarme la peineta, dejar la "güasa" en la feria, porque te aseguro "que mi chocho no está pá aguantar farolillos". 

 

Pero ahora sí me voy a poner seria. Me parece deplorable que hasta hoy —aunque tal vez no sea la primera— nadie te haya puesto la cara colorada. Y es que es imposible que durante tantos años trabajando las 24 horas del día, no haya habido un día en el que no hayas enfermado. Porque de no ser así, te aseguro que no lo entiendo.

           Creo que como en todos los trabajos deberías llevar un control de lo que haces, es decir... Tirar flechas a los "no" enamorados y a los que lo están deberías de saberlo, dejarles tranquilos y no complicarles la vida. —¿Por qué te digo todo esto?— Porque tengo a una amiga locamente enamorada de dos hombres y por culpa de quién majete. — ¡De ti!— Si es que siempre lo he dicho yo, que una no se puede fiar de las personas que tienen carita de yo no fui. Y es que cada vez que veo una escultura tuya que hay en un parque cerca de donde vivo, te juro que se me envenena la sangre. Al menos dime que ese día estabas enfermo, que estabas de resaca o dime algún argumento de peso y bien fundamentado para que pueda creerte. 

Ahora la pobre está que no entiende nada y te aseguro que es una mujer seria, sensata y madura. Y encima se pasa el día teniendo que escuchar que eso no es normal, que siga lo que el corazón le dicta. Pero... cuando el corazón ama a dos personas, por cuál se decanta. Y la culpable no es ella, ¡no!, ni tampoco de los dos hombres que la aman, sino tuya... que o bien tienes que graduarte la vista, poner al día tus ficheros de flechazos o lo que sería más sensato... pensar en la jubilación, cobrar tu pensión y dejar de creerte James Bond tirando flechitas a diestro y siniestro sin medir las consecuencias.

           

Porque... tener a dos hombres que te deseen, que te hagan sentir mujer, que cada día te manden mensajes diciéndote lo maravillosa, dulce y cariñosa que eres, eso gusta.

—¡Pá qué negarlo!—. Pero claro... ahora cuando se acerca San Valentín tener que rascarse el bolsillo para tener que comprar dos regalos. Eso mi "arma", eso... ya no gusta tanto.

 

Aunque soy de Sevilla, soy de la cofradía del puño agarrao. Por eso, exijo una hoja de reclamación o por lo menos tengas la deferencia de comprar tú los regalos en Amazon y hacérselos llegar a los dueños de su corazón.

 

Sin más...

La Trini



sábado, 16 de noviembre de 2024

Sin palabras...

 

Buenos días, buenas tardes o buenas noches, porque no sé muy bien a qué hora sacáis tiempo de vuestras vidas, para entrar en el blog y leer, todas esas historias y jirones que nacen de mi alma.

No podía dejar de compartir con vosotros, algo, que sin duda me hace súper feliz. Aunque siempre me ha gustado hacer locuciones y modular la voz, ha sido hace no mucho, cuando me estoy atreviendo a subir algún que otro poema escrito por mí.

Pues bien, hace un mes, justo el pasado 16 de octubre, subí este vídeo y cuál ha sido mi sorpresa que a la fecha lleva 46.272 visualizaciones, la verdad, es que no me lo creo, no sé si es el texto, la voz o el maridaje que hacen la unión de ambos. 

Me gustaría que me dieseis vuestra opinión y si os gusta, dejar ese “me gusta” que se unirá a los 53 que ya lleva.


Palabras que arañan el alma. 

No todos los poemas son dignos de leer
algunos te arañan el alma y te hacen padecer.

Saber que tú corazón está lleno, feliz y enamorado
hace que el mío se quede vacío, triste y desolado.

De que sirve soñar con querer besarte
si ni la mano puedo acariciarte.

Pintaré en mi piel absurdos tatuajes
para intentar olvidar el desprecio que tú me haces.


Eva María Maisanava Trobo
2 de Mayo del 2012







Feliz fin semana, estéis dónde estéis. Ser felices, pero no me olvidéis…

 

Con cariño

Eva



viernes, 15 de noviembre de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo II. Farinelli, por siempre Farinelli.


Hoy podría ser un viernes cualquiera, pero, aunque parezca asombroso después de mucho tiempo algo distinto va a suceder en mi vida o por lo menos algo que verdaderamente me apasiona y me interesa.

Han invitado a mi marido a una cena de gala que organiza el Patrimonio Nacional en el Palacio Real de la Granja de San Ildefonso.

Y es que en mi modesta opinión no hay ningún pueblo más acogedor y bello que este segoviano.

Ya desde la carretera de las siete revueltas, voy notando como mi corazón palpita; es una sensación indescriptible. Cuando paso por la boca del asno y veo a los niños jugar, no puedo evitar imaginarme a la Infanta Isabel —La Chata—, deleitándose de una buena tortilla para después disfrutar de un buen paseo por la orilla del rio Eresma respirando ese olor tan especial e inolvidable.

Al cruzar la verja no intuyes la maravillosa belleza que hay más arriba, solo cuando vas caminado por la calle Alameda y ya cerca de la plaza de España vas viendo la fachada del Palacio y de fondo las montañas; en ese instante sientes un palpitar en tu corazón que ya late desbocadamente cuando accedes a los jardines del palacio. —¡Cuántos secretos de amores guardados!—. Si los árboles hablasen podría escribir aquellos romances ocultos entre Alfonso XII y Elena Sanz. —¡Cuánto amor silenciado!—.

Al llegar a la plaza de España ya no se podía circular con el coche, los aparcacoches no daban abasto de tanto trabajo como tenían.

Aunque a regañadientes, mi marido, tuvo que dejar que un mozo se encargase de aparcar su adorado Jaguar al que mimaba y prestaba más atención que a mí misma.

Él iba vestido de chaqué como el protocolo en esta ocasión exigía y que tan bien le sentaba. Aunque como amante dejaba mucho que desear, tenía un físico espectacular que hacía que le sentase esta prenda como a pocos hombres les sentaba. Le venía como anillo al dedo. Yo llevaba un vestido largo azul turquesa de palabra de honor y una capa negra para paliar el frío Segoviano. Me había puesto el conjunto de collar y pendientes de Swarovski que mi madre me regaló al cumplir la mayoría de edad y que con tanto amor guardaba.

Previa entrega de la invitación, el personal —que esta ocasión iban vestidos como exigía el protocolo para la ocasión— nos acompañaron hasta el comedor de gala donde se serviría la cena. Estaba adornado con un gusto exquisito, las flores que habían escogido lo hacían todavía más elegante de lo que recordaba cuando en anteriores ocasiones fui de visita para inspirarme —mientras que paseaba por los jardines— con la firme intención de intentar escribir una novela histórica de amor. Un género que antes nunca había tocado y que me había impuesto como reto.

Entre tanta belleza pictórica que revestían las paredes y el tic tac de los relojes de tan atractiva colección que durante años los diferentes reyes de España adquirieron —y que ahora pertenecía a Patrimonio Nacional—, se encontraba la flor y nata de la alta sociedad de Madrid y Segovia: duques, marqueses, banqueros, arquitectos, médicos, editores, escritores... se unieron un año más, como ya era tradición, para organizar una subasta benéfica para recaudar dinero para la Cruz Roja Española.

Y es en estas ocasiones cuando hay que aprovechar para saber relacionarte. Como decía hace tiempo un viejo conocido mío: —Hay que tener amigos hasta en el infierno—, porque nunca sabes las vueltas que dará la vida y de quién podrás sacar provecho.

—¡Lo sé!—. Sé que mi frialdad es en ocasiones horrible. Pero ya pinto canas y es muy difícil que cambie.

Me sentía algo mareada, padecía migrañas de vez en cuando y tenía pinta de estar empezando a padecer una. Me disculpé ante mi marido y los demás comensales con los que compartíamos mesa y aprovechando la ocasión, anduve por las diferentes habitaciones del palacio, me lo conocía tan bien que ya me sentía como en mi propia casa.

Estaba triste, algo melancólica, en la cena estuve escuchando como el último escritor que había recibido el premio planeta se jactaba en hablar de su obra. Me parecía una actitud tan pedante. Siempre pensé que un escritor es aquél que transmite sentimientos, no aquél que recibe premios porque en el comité de valoración está un familiar suyo. ¡En fin!, no por ello iba a dejar de escribir.

Me encontraba en la habitación donde el Rey Felipe V tantas horas había pasado casi en el mismo estado en el que yo me encontraba ahora. Frente a su cama, había un gran ventanal y desde allí se podía apreciar una vista grandiosa de los jardines. 


Cerrando los ojos y sin tener que hacer un gran esfuerzo, casi se podía escuchar la prodigiosa voz de Farinelli que con el paso del tiempo pareciera hacerse presente al anochecer, rememorando así las peticiones que noche tras noche el rey Felipe V le pedía para intentarle sacar del estado de depresión en el que éste se encontraba.


Como si de un milagro se tratase, una sonrisa se dibujó de nuevo en mis labios. Gracias a esas notas musicales que como partículas de polvo flotaban en el ambiente, volví a sonreír como hace tiempo que no lo hacía.


Esa noche tuve el pálpito que pronto mi vida cambiaría. Dejando atrás a esa Ena en la que me había convertido, por una Ena completamente distinta, feliz y rebosante de vida.



Eva Mª Maisanava Trobo