domingo, 16 de febrero de 2014

El email que me sacó de las tinieblas...



Sentía una voces internas que me gritaban, me decían: hazte daño, mátate, no sigas viviendo, para qué.

Has fracasado en tu intento de ser escritora, ni tu obra gusta, ni tus palabras hacen despertar ningún tipo de sentimiento, ni bueno ni malo, nada... 

Apártate del camino, no sigas luchando, no vale la pena... Nadie te va a echar de menos, ya nadie va a pensar en ti; quizás los primeros días alguien derrame alguna maldita lágrima, pero luego... serás olvidada como quien olvida que llovió la semana pasada. A nadie le importas, —solo te están usando para tener fama— y tú eres esa estúpida incrédula que ayudas a los demás sin recibir nada, eso es lo que eres una maldita ilusa fracasada.

Esas voces me volvían loca durante días, se agolpaban en mi interior como si fueran acufenos imposibles de olvidar, constantemente martilleando mis oídos, día y noche; como si tuviera en el interior una lavadora centrifugando.

Me falta el aire, temo hacerles caso, cojo un bote de pastillas con el propósito de abrirlo y poner fin a mi vida, a mi trabajo de editora, a mi estúpida ambición de ser una escritora; a poner fin a esa enfermedad que sin saber cómo ni porqué se está apoderando de mí. Estos malditos vaivenes de felicidad pasajera. Hoy estoy bien, mañana regular y al siguiente quiero planear mi final con la perfección con la que siempre he realizado cualquier trabajo.

Y sin embargo, aún dentro de esa locura transitoria que se apodera de mí, un atisbo de lucidez hace acto de presencia. Quería matarme sí, pero no quería irme sin echar un polvo para irme con el recuerdo en mi mente y el calor en mi vientre.




Encendí el ordenador, me dispuse a abrir el correo, a ver si por un casual encontraría un mensaje de él, de mi amante, de Armando.



Poco me importaba ya los principios anquilosados de la gente que me rodeaba, me lo quería follar, tal como lo lees, sin preguntas, sin hablar, solo quería gozar la última vez, y más sabiendo que nunca más le volvería a ver, solamente en su recuerdo quedaría la pena de no volverme a poseer.

Siento que mi corazón late a mil por hora, un dolor agudo hace que me encoja, tengo miedo a morir, sin antes ser libre...



Tengo calor, me desnudo...

Abro el correo y me encuentro un email de él, de mi Armando.






   Buenas noches...
Espero que estas cuatro letras, ayuden y den química a nuestro encuentro.
No estés nerviosa, pues solo deseosa debe ser, el tiempo a pasado la verdad, un paréntesis largo sin duda que hace enfriar pero no apagar el rescoldo del deseo y la pasión.
Deseo que nuestro encuentro salga con plenitud y con embriaguez de placer, de deseo, de todo lo que anhelas y deseas.
Quiero que nos devoremos, que sudemos entre nuestros fluidos de éxtasis, que nuestras respiraciones se agiten en volcanes de gemidos ante el umbral de un maravilloso orgasmo.
Sentirme tuyo, dominado ante tu deseo, que me hagas desfallecer de placer y que tus poros de mujer se habrán hacia mi.

Un besazo, felices sueños y hasta mañana.
         

Armando

Todavía recuerdo cuando nos conocimos hace años, yo me apunté a una página de contactos y él fue el primero en contactar conmigo. "Galán" era su nick.

Siempre me juré a mi misma que nunca me liaría con nadie el primer día. ¡Qué estupidez!, la vida y solo la vida se encarga ella solita de hacerte actuar de la manera que jamás pensarías que actuarías.

Parece que fue ayer cuando vino a visitarme a mi tienda; por aquel entonces era empresaria, siempre tuve esa ambición de prosperar. El miedo a fracasar era para mi peor que morir.

Fracasé el día que le conocí, el día que apareció en mi vida.

Nos llevábamos unos catorce años. Yo era una niña de bien, que había puesto su primera tienda y él, militar; o eso era lo que él me contó.

A estas alturas, ya poco importaba si era militar, si su nombre era real, o todo era una mentira. Quizás lo me excitaba era eso, saber que era todo una mentira y yo la protagonista de la fantasía que siempre quise tener.

Recuerdo que ese día me encontraba hojeando la revista Pronto y viendo el reportaje de la boda del S.A.R. Felipe de Borbón, con la siempre y ya odiada por mi Letizia Ortiz Rocasolano.

Cuando le vi entrar por la puerta me quedé ida, era moreno de ojos verdes, un físico bien musculado de mirada penetrante y un toque de misterio. En ese instante pensé que el nick que se había puesto le venía como anillo al dedo.

A penas pude darme cuenta de lo que decía el reportaje, la mirada de Armando, hacía que perdiera la cordura, si es que en algún momento y más en ese día, me acompañaba.

Por la mañana había dejado la comida preparada, no sabía de sus gustos y opté por un plato de pasta con gambas, fácil de hacer...

Cuando cerramos la tienda y me acompañó a mi casa, cogió de mi mano derecha las llaves y cerró.

En ese instante el miedo y la excitación eran más fuertes que la razón.

Nos sentamos en la mesa, lo noté entre tímido y cortado.
 —Tengo alergia al marisco—, me dijo.

En ese instante me sentí la mujer más necia del mundo, buena parte de la mañana cocinando, para nada.
 —¡Vaya!, ¿no me tendrás alergia a mi también, verdad?, desconozco como pude tener el valor de decirle eso, cuando apenas le conocía de media hora.

Se incorporó y se acercó al otro extremo en el que yo estaba y me levantó. En ese instante me sentí como si fuera la protagonista de una película porno, se te viene a la mente la escena en la que el chico tira todo al suelo y te hace suya allí, pero... ¡No!, no fue así.

Yo vivía en un duplex, y como si se conociera de antemano mi casa, me cogió de la mano y subimos las escaleras hasta mi habitación de matrimonio. —Si, mi pareja estaba trabajando. Y yo sumida en un crisis en la me empezaba a plantear el porqué vivía con mi pareja cuando ya no sentía nada más que cariño por él—.

En ese instante comprendí que nunca se debe decir que jamás se actuaría de cierta manera.

Nos devoramos a besos, mientras que como locos nos íbamos desnudando; temblé cuando sentí sus labios acariciando cada poro de mi cuerpo y deleitándose con pausa entre mis muslos.

Me sentí como una amazona salvaje montando a galope a su potro desbocado, quizás con la ambición de apaciguar tanta pasión. 

Pero... ¡No!, no quería que ese momento se acabase así.

Aunque como todo, acabó. Terminamos sudando y desnudos, en ese instante al unísono dijimos: —¡Vaya!, empezamos por el postre—. 

Ese día me di cuenta que siempre sería enferma de la pasión, que difícil sería encontrar a un hombre que entendiera que mi forma de vida era muy difícil de comprender, siempre al límite, siempre buscando nuevas experiencias, siempre deseando besos y caricias nuevas...

¡Dios!, otra vez esas voces me están gritando: —¡Hazlo, hazlo!—. 

Llamé por teléfono a Armando, no quería contestar a ese email que aunque me excitaba y me ayudó a salir de las tinieblas; prefería llamarle y de nuevo escuchar su voz. 

        

sábado, 15 de febrero de 2014

¿Y de postre, amor? —Tus labios, siempre tus labios—.


Nando, mi mejor amigo; era una hombre diferente a todos los demás.
Resultaba todo un enigma el poder descifrar el significado de su mirada, al igual que tampoco podía saber como iba a reaccionar ante las diferentes situaciones en las que esta vida caprichosa te pone a tus pies.
         
No sabría decir si era el atractivo de su mirada, si lo era el halo de misterio que le envolvía, pero... quería conocerle más allá de lo que él me mostraba de sí mismo; —aunque mi intuición femenina me decía que nunca llegaría a conocerle del todo—.
         
Nos conocimos en una reunión de amigos, él se dirigió a mí, sin entender el por qué, el caso y lo que importa, es que lo hizo.

Llevaba mucho tiempo sin verle, casi desde el verano; en aquellos días donde el calor que se respiraba en Madrid era insoportable.

Por fin llego ese día esperado en el que volvería a verme reflejada en su mirada. 
Entre el recuerdo de aquellos días, unido a la temperatura de mi cuerpo que aumentaba al pensar en él, hacia que el frío que se metía por cada poro de mi piel se evaporaba...
Amistad, respeto, atracción, quizás el compartir las mismas aficiones, hacia que aunque de tarde en tarde, quedásemos para hablar, para vernos y tal vez para disfrutar en silencio de nuestra compañía.
 
Aquél día, más que ningún otro, tenía ganas de verle; aunque no iba a comportarme de ninguna manera que delatase, que en verdad había anhelado durante tantos meses el disfrutar de su compañía.

¡Qué difícil es fingir amistad, cuando lo que sientes es atracción!, aunque... ¿Cómo se puede saber que esa atracción es amor y no solamente deseo?
¡Sí!, tal vez la única solución era que yo diera un paso adelante, aún a riesgo de romper esa amistad. —¿Y si le pidiera un beso? ¿Cómo reaccionaría?—.
         
Tendría que aprovechar un momento en el que bajase la guardia o que me insinuase algo; necesitaba aprovechar una oportunidad para poderle besar. ¡Solamente así sabría si lo que sentía era amor o una gran amistad!

Tenía muy claro que prefería perder arriesgando, a estar sufriendo en silencio, por mantenerme callada... y seguir soñando con sus labios.
         
Quedamos en un restaurante bastante elegante y con un nombre precioso; discreto, acogedor y con un ambiente que hacía que todavía me sintiera más cómoda de lo que ya me sentía a su lado normalmente. Cada lugar que escogía para vernos, era siempre diferente, con lo que conseguía que cada cita fuera especial. Aunque todos los sitios tenían un nexo en común: eran distinguidos y elegantes al igual que su manera de ser y su saber estar.
Mientras que le esperaba, escuchaba por megafonía las diferentes salidas de los trenes de la estación de Atocha y eso hacía que el par de minutos que le esperé, parecieran una eternidad.
Cuando le vi subir por las escaleras mecánicas, el corazón me latía rápidamente; hubiera querido dejar de ser esa mujer que estaba acostumbrada a dominar cada reacción de su cuerpo y salir corriendo para abrazarle.

Pero su forma de ser, me confundía; por una parte sabía que tendría su amistad de por vida, no solo por como se comportaba, sino también porque me lo demostraba. Sin embargo, había contestaciones y desplantes, que me daban miedo, que erizaban mi piel al pensar que podría perder esos "momentos" en los que era auténticamente feliz, —esos "instantes" en los que desearías parar el tiempo para exprimir minuto a minuto cada sensación que tenía—.
Como siempre había reservado mesa en el restaurante —ése gesto siempre me había gustado en un hombre y más en él—, así te evitabas la famosa respuesta: —Disculpen, está todo lleno—.
Ya ni recuerdo lo que comí. En ocasiones aunque le miraba mientras me hablaba, en mi foro interior estaba pensando: ¡Vamos, ahora, lánzate! Pero... ¡no!, ¡maldita sea mi estampa! No tenía el valor de hacerlo. Solo me limitaba a rápidamente posar mi mirada en sus labios, para que él se diera cuenta. Pero... ¡No!, o no se daba cuenta, o bien esa timidez que por desgracia compartíamos, unido al miedo de perder la amistad, hacía que ambos ocupásemos el lugar que nos correspondía. 

Como me hubiera gustado, poder entrelazar nuestras manos y escuchar de sus labios: —¿Y de postre, amor?—, y yo por fin poder contestar: —Tus labios, siempre tus labios—.

Pero en fin, lo único que rozó mis labios aquél día, fue el chocolate de la tarta que ambos compartimos. Seguiré soñando con el sabor de sus labios.


Eva Mª Maisanava Trobo