Llevaba mucho tiempo sin pasarme por la Ong desde que nació mi hijo. Fue decisión de Davinia hacerse cargo, para que, de esta manera, yo pudiese tener más tiempo para estar con él.
Por suerte ya se me habían pasado esas nauseas que había sentido después de desayunar. Tenía miedo, mucho. No tenía ninguna duda de que estaba embarazada.
Sabes que desde que eres madre ya no duermes tranquila, todo lo que le puede afectar a él, te afecta a ti mucho más. Hasta deseas tener esas décimas de fiebre que tiene alguna vez, para que el no sufra, pero no puedes. No puedes estar haciendo siempre de parapeto, porque sabes que llegará el día en el cuál tenga que hacer su vida, y se marchará.
Y eso era quizás, sin evitar ser egoísta, lo que más miedo me daba; aunque en contrapartida deseaba verle feliz, que hiciera lo que hiciese, tomase la decisión que tomase, estudiara lo que estudiase, amara a quién el decidiese, yo, Giselle Bayma, siempre estaría para apoyarle.
Pero mi inestabilidad emocional, es algo, que, aunque no quiera me lleva en muchas ocasiones a tomar decisiones de las que con el tiempo me arrepiento, pero soy “humana” y el ser humano comete errores. Pero también es cierto que sólo errando se aprende a vivir.
Abraham sigue durmiendo. Cada día se parece más a su padre, su mirada, sus gestos, todo…
Piensas que el tiempo cura las heridas, que dejas de amar a las personas y es imposible, o yo, soy tan estúpida que no lo consigo. Sigo amando a Musa, a la vez que sigo queriendo a Davinia y a la par que Roberto está consiguiendo despertar en mí sentimientos que ni Davinia ni Musa lograron despertar.
La sociedad, de alguna manera, piensa que, si estás enamorada, solamente puede ser de una persona. Pero pese a que sé, que estas palabras, como antaño otros pensamientos —que reflejé en mi novela Escorts, una semana en París y que todavía la gente sigue disfrutando de su lectura— levantarán ampollas cuando el lector las leas, he de confesar que soy víctima del “Poliamor”. Aunque lo de víctima habría que matizarlo y ahora no es el momento.
No soy quién para dar clases de moralidad, desde luego, pero yo puedo estar enamorada de más de una persona a la vez, amarlas y desearlas, sin ser capaz de decantarme por ninguna, porque cada una me llena de una manera, y escoger, sería sinónimo de no sentirme plena y ahora, a mi edad, tengo demasiado claro como soy, qué quiero, de dónde vengo y a dónde quiero ir…
Acaba de entrar, Nora, por la puerta, la chica que tenía ocasionalmente como canguro para que se quedase con mi hijo, cuando ni Davinia ni yo, podíamos estar pendiente de él.
—Buenos días, Nora. ¿Qué tal estás?, ¿qué tal tu marido y los niños? Siento haberte llamado de esta manera, pero tengo que irme y Davinia está trabajando. No me demoraré más de cuatro horas. Ya sabes que estás en tu casa, no hace falta que lo diga. Si le sucede algo a mi hijo, llámame, que dejo de hacer lo que sea y vengo corriendo.
—No se preocupe, Señora. Vaya a hacer lo que necesite. Su hijo es un ángel y se entretiene fácilmente con cualquier cosa.
—Cierto, Nora. Desde luego que ha salido a su padre, porque yo de pequeña liaba cada una que no te puedes hacer una idea. Siempre fui una niña inquieta y qué te voy a decir, lo sigo siendo. Las personas, Nora, es complicado que cambien. Lo dicho, me voy, cualquier cosa, por favor, llámame
—Si, Señora. Hasta luego.
Antes de pasarme por la tienda de cuadros para enmarcar el puzzle que Abraham y Davinia, hicieron, en mi ausencia la noche que pase con Roberto, decidí pasarme por la oficina para ver a Davinia, tenía que ir poco a poco recuperando mi vida laboral, de lo contrario estar sólo pendiente de Abraham y escribiendo mi siguiente novela, hacía, que en ocasiones la casa se me cayese encima.
Cuando entré en la oficina me dirigí directamente a su despacho, como no, saludando antes a la secretaria que teníamos y que tan eficaz era.
Al entrar en su despacho, Davinia, de inmediato se levantó de la silla y vino a saludarme. Se situó frente a mí con esa sonrisa condenadamente arrebatadora que aún con el correr de los años, hacia que temblase como la primera vez que estuve entre sus brazos.
Llevaba una blusa blanca con los primeros botones desabrochados, lo que dejaba entrever ese escote que tan loca me volvía y esa falda de tubo de color gris marengo y con una apertura en el lateral por el que se podía apreciar unos de esos muslos que tan tonificados a su edad todavía tenía.
Cuando me fue a besar en la mejilla, giré la cara, buscando sus labios, la deseaba, ella era la medicina que en estos instantes necesitaba y ella lo sabía.
Nos comenzamos a besar apasionadamente mientras me iba empujando con suavidad hacia la butaca que tenía en su despacho. Tropecé accidentalmente y caí sobre la butaca. Davinia ágilmente se arrodilló, me quitó los zapatos, el pantalón, me separó las piernas y apenas apartando el tanga empezó a hacer lo que solamente ella conseguía lograr. Sus labios, besando mis labios mayores y menores —mientras que yo— me mojaba cada vez más y más, mientras que abría más las piernas para entregarme más al placer. Ella conocía perfectamente lo que me gustaba, lo que me hacía estremecer. Sin reparo alguno quito mi tanga, mientras que yo me iba quitando el jersey y el sujetador. Necesitaba sentir que sus manos acariciasen cada rincón de mi cuerpo. Fue en ese instante cuando sentí como poco a poco iba introduciendo sus dos dedos doblándolos hasta alcanzar ese punto que solo ella sabía que me haría enloquecer; cada vez iba sacando e introduciendo los dedos con más velocidad, mientras que yo acariciaba mi clítoris. Hasta que las piernas comenzaron a temblarme y logró que una vez más tuviera un squirt de los hace que sientes que te mueres, para instantes después renacer.
Y así, me quedé un buen rato, desnuda… sin poder mover las piernas, pero completamente liberada y feliz.
Quise darle su dosis de placer, pero no me dejo…
Se levantó, me besó y me dijo… tengo que irme a una reunión.
—Te veo más tarde, preciosa. Da saludos a Abraham de mi parte.
—De tu parte, Davinia. Gracias… por todo….
Cuando el temblor de las piernas fue mitigando, me incorporé, me vestí y me entraron unas ganas enormes de vomitar. Últimamente todo me sentaba mal, iba al baño cada dos por tres, me dolían los senos. No podía eludir lo que me estaba sucediendo. Me fui a la farmacia más cercana, compré un test de embarazo, regresé de nuevo a la oficina, entré en el aseo, me hice la prueba y cuando pasó el tiempo oportuno y vi el resultado, mis sospechas, eran ahora una tajante realidad.
Estaba de nuevo embarazada, y de repente las dudas de antaño, cuando sobre la tumba de Musa estuve a punto de perdonarme la vida, se hicieron presentes.
En es instante me vibró el móvil anunciando un mensaje de Roberto que decía:
Giselle, sé que todo esto tendría que decírtelo a la cara y créeme que lo haré. Pero al regresar al hotel y al leer la nota que me dejaste, justo esta frase —Al no ser padre, te costará comprenderlo, pero si algún día lo eres, sabrás que un hijo es la mayor prioridad en tu vida— han despertado en mí las ganas de ser padre, Giselle. Pero de serlo a tu lado. Sé que me vas a decir que es una locura, que apenas nos conocemos; pero lo que he conocido de ti, me ha bastado para saber que quiero tener un hijo contigo. Y si fuese un niña mejor que mejor. Tener una hija con tus ojos, con esa carita de niña, que aún con los años sigues tenido. Quiero que sea igual que tú, por favor, piénsalo al menos. Te llamo más tarde, si puedes, para quedar esta noche. Todo esto quiero decírtelo a la cara, sosteniendo esa mirada escrutadora tuya. Te quiero, Giselle.
Leer este mensaje hizo que mis ojos azules, se tiñesen de color rojo. Su mensaje fue lo que me hizo falta, para dejar de tener esas dudas que, debido a mi inestabilidad emocional, instantes antes, había tenido.
Apenas quedaban unos meses para Navidad, ahora era imposible saber el sexo de mi bebé, pero… como me gustaría llegada esas fechas, poderle mandar un mensaje diciéndole… Roberto, te amo y si, llegó la niña por Navidad.
Continuará....
Eva Mª Maisanava Trobo
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