viernes, 4 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. -No me leas, siénteme-


Al despertar, Davinia ya no estaba conmigo; se había marchado, habiéndome dejado la mejor experiencia íntima jamás vivida. No puedo decir que me hubiese enamorado de ella, mentiría. Pero sí puedo jurar que jamás olvidaré lo que sentí entre sus brazos. Fue algo más que un momento efímero que pasa por tu vida sin dejar huella. Por el contrario, todavía podía sentir como ardía mi interior, quizás porque haya sido realmente la primera vez que de verdad disfruté de mi cuerpo, sin tapujos, sin remilgos y dejando a un lado las etiquetas que, sin fundamento alguno, esta sociedad tan intolerante se atreve a imponer.

Si hay algo porque no me arrepiento en absoluto es de haber aceptado la oferta de David, sin duda, era saber que me estaba encontrando a mí misma; aparte de salvar la vida de mi padre. —Aunque tal vez el precio que tuviera que pagar fuese demasiado elevado—.

Ya eran las nueve de la mañana y todavía seguía en la cama. En ese instante llamaron a la puerta.


—Señorita Bayma, le traigo el desayuno.

—Si, un momento por favor. Me incorporé rápidamente. Me puse la bata y me dirigí a abrir la puerta.

—Pase, déjelo en la mesa.

—Espero que sea de su agrado. El Sr. Musa le ha mandado un telegrama. Cualquier cosa que necesite, díganoslo. Queremos que se sienta como en su casa.

—Gracias, está bien. Puede retirarse.



No había probado bocado desde el chocolate con picatostes que había tomado el día anterior en la cafetería. Y después de la noche vivida, me sentía famélica.

Quizás muchas personas, estando en una de las suites más lujosas, hubiesen desayunado caviar, fresas o champagne. Pero desde niña estaba acostumbrada a mi café con leche, croissant con mantequilla y mermelada de fresa, y un zumo de naranja. Aunque en esta ocasión no podía negarme el privilegio de descorchar la botella de Champagne Moët & Chandon y sentir el cosquilleo de las burbujas en mis labios. Después de haber desayunado, abrí el telegrama de Musa.



    Querida, Giselle:

Me ha surgido una reunión de última hora, siento decirle que hasta las ocho de la tarde no estaré en París.

He reservado mesa en un restaurante con unas vistas maravillosas, aunque tenerla enfrente y poder observarla, es la mejor vista que pueda tener un hombre.

Espero que en el hotel la traten como se merece. No repare en gastos, el dinero no es más que algo necesario para poder vivir, pero poder disfrutar de su presencia, es algo que no cualquier hombre se puede permitir, ni siquiera en sueños.


Un cordial saludo
Sr. Musa


No sé realmente porqué tenía miedo, tal vez saber que el Sr. Musa era conocedor de estricto protocolo hacía tambalear mi seguridad. Recuerdo la primera vez que me senté a la mesa con él. Era de los pocos hombres que usaban todos los cubiertos, como realmente se debían de usar. Detallista en cada movimiento, siempre me servía antes la bebida a mí, me retiraba la silla. En definitiva, no se podía negar que tenía un saber estar que me encantaba. Para ser un hombre bastante mayor que yo, conservaba ese espíritu de jovialidad que hacía que cada cita con él, fuese inolvidable. Él lo sabía y como tal usaba todas sus armas para conseguir los favores de cualquier muchacha. Nadie le había dicho que no a excepción mía. Y tal vez el no haberme poseído nunca hacía que pudiese jugar con él, despertando sus ganas de tenerme.

Davinia me dijo hace mucho tiempo que en esta vida no hace daño quien quiere, sino quien puede y sabe cómo. —Nunca lo olvides, Giselle, desgraciado del alumno que no aventaje a su profesor—.

Y yo era esa alumna que había despojado a Davinia de su coraza, había conseguido tener al Sr. Musa comiendo de mi mano. Ahora no podía permitirme el lujo de flaquear. —Mirar hacia atrás, sólo para coger impulso—, me dije.

Quería aprovechar la mañana para respirar el aire Parisino y sentir el frío en mi cuerpo. Tal vez así, dejase aparcado por un momento el recuerdo de una noche diferente.

Después de ducharme y de vestirme. Abrí la caja fuerte y saqué dinero, deseaba volver a sentir esa sensación casi olvidada de comprar sin mirar el precio. Quería que la mañana fuese provechosa y disfrutar de París, antes del encuentro con él.


Cogí un taxi con dirección al Louvre; estar en París y no apreciar la belleza de "La Gioconda" no tenía perdón. Desde siempre adoré la historia, y saber que aparte de ser uno de los museos más importantes del mundo, también fue en su tiempo el antiguo Palacio Real de Louvre, hizo que entre sus paredes me sintiese como una princesa sin corona. Sólo aquel que haya tenido el privilegio de haber estado en su interior, estará de acuerdo con que es una visión que se queda grabada en la retina y es imposible de olvidar. 



Cuando salí del museo, me acordé de que no había llamado a mi madre.


—¡Giselle! ¿Qué pasa? ¿Por qué no has llamado antes?

—Lo siento Mamá, perdóname. Siento haber llamado tan temprano. No me había dado cuenta de la diferencia horaria. Es ahora cuando tengo un minuto para poderte llamar. Ya sabes lo absorbente que es trabajar de guía. Pero dime, ¿cómo estás? ¿Cómo sigue papá?

—Dentro de lo que cabe, bien, le operan a las tres de la tarde. No deja de preguntar por ti, ¿por qué no quieres hablar con él?

—Mamá, sabes que no puedo, no puedo tragarme las lágrimas. Me duele saber que está mal. Si me hubiera tocado a mí, no sufriría ni la mitad.

—¡Cállate, Giselle! Solamente cuando seas madre comprenderás que no hay peor dolor para los padres que ver a sus hijos enfermos. Nunca olvides estas palabras.

—Lo sé, —no me grites—. He de dejarte, tengo regresar al hotel y esta tarde tengo una cena con mi jefe. Os quiero con toda mi alma.

—Ten cuidado, Giselle.


¿Por qué todas las madres eran medio brujas? Estaba convencida de que mi madre intuía algo, tenía un sexto sentido. Me atrevía a decir que era la única persona del mundo a la que realmente me resultaba imposible engañar. Y es por eso por lo que tenía que sincerarme con ella, tal vez me arriesgaba a que no me comprendiera, pero no se merecía vivir en el engaño, sin saber que su hija, su pequeña hija era una escort.

El mero hecho de saber que justo a la hora que iban a operar a mi padre estaría cenando con Musa, me revolvía las tripas. Se acercaba el momento, que, aunque quisiera, no podía evitar. Y tenía que estar deslumbrante para poder cautivarle.

Cogí un taxi rumbo a Galeries Lafayette, era una visita obligada para una mujer cosmopolita como yo. Además, me había dicho que no reparase en gastos. Pues sí, quería comprarme el último modelo de Louis Vuitton. Ir a un centro de belleza y relajarme en un Spa, para interpretar mi mejor papel en la noche. 


Es curioso ver, desde mi profesión, lo mediocres que son a veces los dependientes. Si vas bien vestida y con una tarjeta American Express te atienden de lo más amable, y de lo contrario casi hasta percibes la sensación de que les estás molestando. Todos estos pequeños detalles me hacían ver que vivía en un mundo de hipocresía.

Cuando me quise dar cuenta eran las siete de la tarde. Tenía que ir al hotel a prepararme. El Sr. Musa pasaría a recogerme poco después.

Me sentía completamente confundida, estaba en la mejor Suite, había disfrutado de ver el Museo del Louvre, había desconectado en el salón de belleza, mis brazos cargaban bolsas con los mejores complementos, perfumes, vestimentas y aun así me sentía vacía.

Había llegado la hora de sincerarme con mi madre, solo así sería capaz de estar serena y con el corazón frío, para poder llevar a cabo mi plan.

Tiré las bolsas de mala manera en el cama, me dirigí al estudio, abrí el cajón y cogí la estilográfica para escribir una carta a mi madre, si no lo hacía no podría salir victoriosa de aquella situación. Pero cuando me quise dar cuenta, sólo me quedaba media hora. Decidí que le escribiría más tarde.

Opté por ponerme el socorrido vestido negro de palabra de honor, con un bolero, para protegerme de la fría noche y la cartera de mano con cristales de Swarovski. Cuando estaba dejando el bote de perfume en el tocador, escuché que llamaban a la puerta. El corazón empezó a latirme rápidamente: había llegado la hora.

Cuando abrí la puerta... El Sr. Musa, iba vestido con un traje de raya diplomática de Emidio Tucci de color gris marengo, camisa blanca y corbata azul. Llevaba una rosa roja en la mano y por un instante las piernas me temblaron. No sabía si de verdad estaba preparada para afrontar algo así. Pero ya no había marcha atrás, estábamos él y yo frente a frente.


—Buenas noches, Giselle, —me cogió de la mano para besarla— Encantado de saludarla. Por lo que puedo ver el tiempo parece pasar solo para mí, pues es usted, se detuvo.

—Gracias, veo que no ha cambiado, sigue siendo tan galante como siempre, y creame si le digo que el tiempo tampoco hizo mella en usted.

—¡Siempre tan halagadora! Me imagino que a estas horas ya tendrá apetito. Tenemos reservada una mesa en un restaurante, acorde a su belleza y elegancia. Estoy seguro de que le gustará. Le brindo mi brazo, ¿me acompaña?


Estaba empezando a sentirme atraía por él. Su misterio, su elegancia, su diplomacia, su seguridad comedida en cada palabra.

La mesa estaba en una terraza con unas vistas seductoras, desde donde se podía ver La torre Eiffel y la maravillosa ciudad a nuestros pies.

Ya estábamos sentados en la mesa y él se había encargado de pedir la cena: ensalada con gulas, boletus y nueces, bañadas con una vinagreta con un toque de mostaza francesa, tostas de foie de pato y de bebida un vino blanco espumoso.


Por un parte me sentía cómoda con su compañía y su agradable conversación. Y por otra, culpable por estar cenando relajadamente, sin poder ni tan siquiera coger el móvil y llamar a mi madre para interesarme por la operación de mi padre.










Tanto se me notaba, que se dio cuenta.

—¿Se encuentra bien?, la noto ausente, preocupada. Si hay algo que pueda hacer por usted, sólo tiene que pedírmelo, lo sabe.

—Mi padre, mi padre... —Comencé a llorar—.

—¿Qué le pasa a su padre? ¿Es dinero lo que necesitan?, dígame.


Ya estaba perdiendo el control de la situación y quizás todavía más por su comprensión. No entendía a qué se debía tanta preocupación, cuando yo creía que lo único que deseaba era arrebatarme la ropa y hacerme suya.


—No se preocupe por mí, a fin de cuentas, usted ha contratado mi compañía para un único fin. No puedo permitirme el lujo de hacerle sentir mal.

—Giselle, si de verdad piensa que únicamente quiero llevarla a la cama, se equivoca. La deseo, sí. Pero no así, no de esta forma, no obligada. Y tal vez se asombraría cuando se entere que realmente he venido para... Pero dejemos esa conversación para otro momento, todavía queda mucha semana por delante y quiero que sepa el por qué he querido estar con usted y cuales son mis verdaderas intenciones. Tan solo le pido que me permita dormir con usted.


Pagó la cuenta y nos fuimos al hotel. Estando en la habitación abrió la botella de champagne.

Se acercó a mí, me estrechó entre sus brazos y me besó en la frente. Me cogió en brazos y me tumbó en la cama. Me quedé dormida bajo su atenta mirada protectora. De repente me desperté y estaba a mi lado, plácidamente dormido y en una esquina de la cama. 

Todo lo que había sucedido realmente me desconcertaba más de lo que ya estaba. Nunca pensé que se conformaría con dormir a mi lado. Y haciendo memoria de la conversación que habíamos tenido, no lograba entender que es lo que me quiso decir cuando de repente cambió de conversación. —¿Sabría al día siguiente realmente qué es lo que él tenía pensado para mí?—.


Me di cuenta de que tenía que escribir la carta para mi madre. Me levanté de la cama sin hacer ruido, me dirigí al estudio y por fin me sinceré con mis padres, y conmigo misma. 


    Querida Mamá.

Supongo que te extrañará el recibir esta misiva, pero no puedo seguir engañándome, y lo que es peor engañándote. Quizás no sea digna de que me vuelvas a mirar a los ojos, ni de que por mis venas corra tu sangre.

Es ahora, cuando siento que tal vez un día de estos días os pueda perder, cuando tengo la necesidad de que sepáis la verdad. Una verdad que durante años he callado sólo por no haceros sufrir, pero que día a día me ha desgarrado por dentro, transformándome en un ser inerte.

No soy una agente de viajes, ni estoy en París porque me haya salido un trabajo de guía. Nada que ver con algo tan bonito como realmente sería esa profesión.

Soy una mujer que dejándose llevar por el lujo, ha caído en un mundo del que le cuesta salir. Soy una escort de alto standing y me vendo al mejor postor.

Bien es cierto que, a estas alturas de mi vida, soy la mejor, puedo escoger y no me tratan mal. Es más, todo lo contrario, mamá. Materialmente tengo todo lo que nadie puede tener ni en sueños, pero no tengo lo que más ansío… Que es, que entiendas por qué he tomado la decisión de aceptar este trabajo.

Cuando decidí dejarlo, apenas tenía dinero para comer, debía tres meses al casero, pero estaba dispuesta a empezar de cero y sé que lo habría conseguido.

Pero cuando te llamé y me dijiste lo de Papá ni me lo pensé dos veces.

Sé que pensarás, pero...—¡Hija y tú dignidad!—

Pero... ¿Quién se atreve a decirme qué es la dignidad? ¿Sería digno dejar que mi padre muriese? No, mamá. Seguramente mientras que a papá le estén abriendo el cuerpo con un bisturí para salvarle la vida, yo dejaré que penetren mi cuerpo y no con un bisturí, mamá, ni tampoco para salvarme la vida, sino para salvar la de él.

Tú te desgarraste para tenerme cuando me diste a luz. ¡Qué más da que ahora desgarren mi cuerpo!

Espero, Mamá, que cuando me veáis, no me apartéis de vuestras vidas.



P.d: "No me leas... Siénteme"

Con cariño
Giselle



No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 11 de octubre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.
 

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