lunes, 12 de mayo de 2025

La humedad también se escribe.

 


A veces me pasa escribiendo. No siempre, pero cuando sucede, es como si algo se abriera por dentro. Una frase, un pensamiento, una imagen... y de pronto me descubro húmeda, sin haber sido tocada. Como si el cuerpo entendiera antes que yo lo que en ese instante estoy deseando.

Comienza casi siempre por mis pechos. Esa corriente leve, casi tímida, que acaricia mi piel y baja hacia mi vientre. El deseo se coloca ahí: en el centro, en la profundidad, en esa cavidad que pide ser llenada no solo de anhelo, sino de presencia.

No soy de callarme. No lo he sido nunca. Gimo, me dejo oír, dejo que el cuerpo cante lo que la boca no dice. Dicen que eso excita. Yo creo que simplemente libera. Pero al final, cuando ya he alcanzado el orgasmo, aparece el silencio; me repliego como si después del estallido solo habitase en mí la calma. 


Me he excitado solo con mirar. Solo con saber que me están mirando. Que desean lo que soy sin tocarlo, sin pedirlo. Me excita saber que existo así, visible, vulnerable y a la vez poderosa. Especialmente mientras escribo, pensando en ti.

No soy de las que ponen condiciones. No digo “ahí no” ni “así no”.

Cuando me entrego, lo hago por completo. Me encanta tener mis manos encima de mi cabeza y que tú, con las tuyas, las sujetes. Sintiéndome completamente inmóvil, temporalmente tuya.

Mi piel está disponible, mi mente rendida y mi cuerpo abierto a ti, al placer… Es ahí cuando dejo de controlar, cuando dejo de pensar y me vuelvo simplemente cuerpo, gemidos, deseo.

Elijo por química. No por belleza, ni por promesas. Por eso que surge sin explicación y me hace querer estar cerca de ti. A veces es una mirada, otras una conversación. En ocasiones, solo una sensación en el estómago que dice “”. Un sin argumento.

Y entonces escribo. Alguna vez, mientras lo hago, también me he tocado.


Ena 12/05/2025 10:40


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