lunes, 5 de mayo de 2025

El soliloquio de Ella.

 

Introducción: Hay textos que no necesitan defensa, pero sí un lugar desde el que hablar. Este es uno de ellos. Lo escribe Ella. Lo firma Ena. Tal vez sea ficción. Tal vez no. Solo sé que hay verdades que, cuando se escriben, dejan de doler y empiezan a sanar. No es más que un soliloquio. Que cada lector lo lea como quiera. Ella lo escribió como su corazón se lo dictó. 

 Ella no creía en los amores eternos, pero sí en las verdades momentáneas. Amaba con el cuerpo, con la palabra, con la intuición aguda de quien se conoce de sobra. No fingía. No se callaba. Y aunque el mundo la llamara puta por hablar de deseo sin pudor, ella sabía que vivir a medias era mucho peor.

Estaba casada y amaba a su marido. —Es un buen hombre, pero es un niño. La quiere, pero no la ve—. Y Ella necesitaba ser vista. Tocada. Leída. Deseada. No como ama de casa ejemplar, sino como mujer que late, que arde, que respira en el margen de lo permitido.

Había tenido amantes. Varios. Nunca lo negó. Con algunos reía, con otros gritaba en la cama, con unos pocos escribía a cuatro manos. A uno, incluso, lo deseó en silencio. Un hombre que un día, sin avisar, le sujetó la cintura. Ella se congeló. No porque no le gustara, sino porque aquello era nuevo. Intenso. Confuso.

—Si hubiera reaccionado, si le hubiera besado...—

Quién sabe. Pero él se escondió. Como tantos. En lugar de decirla: me pasa esto, dejemos lo profesional, se refugió. La borró sin despedirse.

Con otro ocurrió algo parecido. No hubo contacto físico, pero sí miradas. Cómplices. Claras. Deseantes. Ella las reconoce al vuelo. No eran miradas de hermano mayor. Sino de algo más complejo de describir. Pero prefirió callar.

Y eso es lo que Ella no soporta: la cobardía disfrazada de decoro. La represión representada como profesionalidad.

El deseo negado hasta enfermar es algo que Ella no estaba dispuesta a vivir. —Yo, si siento, lo vivo. Y si me equivoco, lloro. Pero luego renazco. No puedo vivir con las ganas. Me enferman—.

A veces pensaba en escribir su historia. En tercera persona. Tal vez bajo su nombre literario o tal vez no, pero sí hacerlo como si fuese un soliloquio. Para que los que la conocen digan: "es ella". Para que los que no, piensen que es ficción.

 

Pero dentro de cada frase estaría su verdad: Ella, la mujer que nunca mintió sobre lo que quería. La que no rompía familias, pero tampoco se traicionaba. La que decía: no me pidas que me conforme si tengo hambre o sed, porque sí tengo sed, ten por seguro que beberé.

 

Y si algún lector o lectora se reconocía en sus párrafos, entonces sabría que no estaba sola. Porque, al final, escribir también era su manera de amar, de ser ella misma y de no enloquecer.

 

Ena 05/Mayo/2025

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