No recuerdo cuanto duro el abrazo en el que mi madre y yo nos fundimos, un abrazo que sin duda alguna lo dijo todo. No solo me había perdonado, sino que se sentía orgullosa de lo que había sido capaz de hacer con tal de sacarles del mal bache económico por el que estaban pasando.
Pero... ¿Cómo decirles que había dejado el trabajo atrás? Que habiendo incumplido las cláusulas del contrato no tendría derecho a percibir ni un solo euro. —¡Con la falta que les hacía el dinero!—.
Eso me daba más vergüenza y me hacía sentir más indigna; que todo lo que había hecho por intentar que el Sr. Musa reaccionase para que se diera cuenta que lo que sentía por mí, era algo más que un momento.
La conversación que mi madre y yo mantuvimos desde el aeropuerto al Hospital, giraba sobre el único tema que ahora a las dos nos importaba: mi padre.
Pese a sentirme tranquila al lado de mi madre, el corazón me latía rápidamente. No podía evitar pensar en él, en cómo se sentiría, aunque mucho me temía que había sido un pasatiempo en su vida. Ya que desde que hablé con él por teléfono, no había vuelto a saber nada... Y eso me desgarraba el alma. Era absurdo engañarme, la distancia, me sirvió para darme cuenta de que una vez más, mi corazón, pertenecía a un hombre que jamás dejaría lo que tenía, por lo que realmente quería.
No tenía ni una sola duda de que él me amaba. Pero entendía que su situación era compleja. ¿Cómo iba a dejar a Rania? ¿Cómo has podido pensar que un hombre distinguido y con clase se fijaría en ti? No seas ingenua, Giselle. —Me dije—.
En ese momento, la voz de mi madre hizo que me diera cuenta de que, durante la gran mayor parte del trayecto, me había quedado absorta, pensando en quien a estas alturas y por siempre, sería el dueño y señor de mi corazón.
Cuando llegamos al Hospital, fuimos directamente a ver a mi padre a la habitación. Verle postrado en una cama, hizo que me diera cuenta, que le quería mucho más de lo que pensaba.
Él, era un hombre de carácter fuerte como yo; y tal vez por eso chocábamos demasiado, pero... haber sentido durante todo este tiempo, que le podría haber perdido para siempre, no hizo sino confirmarme, que es cierto que las personas, nos damos cuenta de lo que realmente queremos, cuando estamos a punto de perderlo.
Las lágrimas, rodaban por mis mejillas, no podía aguantar su mirada, tal vez porque necesitaba un gesto, que me hiciera darme cuenta, que no le había importado conocer mi verdadera profesión; eran muchos años con esta losa encima y solamente ese gesto, haría que el peso que llevaba en mi alma desapareciera.
¡Y vaya que desapareció!, cuando vi que se incorporaba de la cama, como buenamente podía, para caminar hacia mí con los brazos extendidos, mientras que iba diciendo: —Mi niña, mi pequeña gran mujer. Qué orgulloso estoy. Cuánto te quiero—.
Hacía tanto tiempo, que no había visto un mínimo gesto de cariño por su parte y vivir ese instante, era lo más parecido a morir para acto seguido resucitar...
En ese momento, el sonido del móvil rompió ése momento tan mágico, que nunca pensé que llegaría.
—¡Si!, ¿quién es?
—Soy yo, ¿Cómo están tus padres? ¿Cómo estás tú?
—Bien, mis padres bien. Siento haberme comportado así, pero...
—No digas, nada. ¡Guárdate las palabras! ¡Tenemos que hablar!, ¿verdad? Mañana viernes, estaré en Houston. ¡Hasta mañana, Giselle! ¡Ah!, mira tú cuenta...
Sin darme cuenta, de mis labios se escapó un te quiero —que mis padres inevitablemente escucharon—, pero que él no alcanzó a oír, porque ya había colgado el teléfono. Su voz me llenó de esperanza, a la vez, que de miedo.
Mis padres no me dijeron nada, supieron leer en el brillo de mis ojos, que me había enamorado. No me pidieron que hablara de lo que sentía; solamente me preguntaron si estaba bien. —¡Giselle! ¡Hija! ¿Estás bien?—. Escuchaba, mientras sentía que las fuerzas me fallaban....
Cuando volví en mí, estaba tumbada en una cama, que había en la misma habitación que ocupaba mi padre. Me sentía débil, muy débil. Pude observar que me habían puesto suero. En ese instante, entró el Doctor.
—Me gustaría hablar contigo, Giselle. —Hizo un gesto, para que decidiera, si lo que me iba a decir, quería que mis padres lo escucharan o no—.
—No se preocupe, dígame, lo que tenga que decirme. Entre nosotros, no hay ningún secreto. ¡Hable, por favor!
—¿Está segura?
—¡Sí, claro!
—¡Está bien!, ¡Felicidades, Giselle, está embarazada!
¿Felicidades? No sé si esa fue la expresión más acertada o la más equívoca. Desde niña, albergué el deseo de sentir una vida en mi interior, pero ahora que me acababan de dar la noticia. Esa felicidad, se pintaba de dudas y de miedos.
Ya no era tanto el temor de que mis padres, pudieran estar o no de acuerdo con mi decisión. Lo que más me preocupaba era como decírselo a él.
¡Qué estúpida, Giselle! ¡Una escorts, embarazada! ¿Dónde estaba tu mente cuando sabes que no puedes dejar de tomar precauciones y más estando de servicio?, —me dije duramente, mientras que intentaba asimilar la noticia—.
¡Madre!, iba a ser madre. Lo que siempre había deseado ser. Pero no así, no en estas circunstancias.
Afortunadamente, me recuperé enseguida... Pudiéndome incorporar por mí misma, después de que me quitasen el suero.
Mis padres me dijeron que me fuera al hotel, que tenía que descansar; que mi padre ya no estaba en peligro y que ahora era yo quien tenía que cuidarse.
Me sentía sin rumbo y a la deriva; pero no en el sentido de permanecer pasiva como una hoja que flota en el agua, sino al contrario, temerosa de tomar las riendas de mi vida.
Una vida, que ahora albergaba dentro de mí. Quizás hasta ese momento, había sido una niña atrapada en el cuerpo de una mujer, pero ahora era una mujer que iba a ser madre. Y si ya tenía claro que no quería seguir siendo una, escorts; ahora me avergonzaba de haberlo sido.
—¿Cómo explicarle el día de mañana a mi hijo a lo que me dediqué siendo joven? ¿Cómo explicarle que él era fruto de un encuentro de negocios?—. Me sentía indigna de ser madre, no tenía nada que ofrecerle, no tenía lujos, no tenía dinero, ni estudios… tan solo un corazón lleno de sentimientos.
Es ahora cuando tumbada en la cama de la habitación del hotel, expulsando todos mis sentimientos, plasmándolos... A corazón abierto, escribiendo mi verdad, para que mi hijo, entienda el día de mañana el porqué de mi actitud, tal vez pueda llegar a comprender, que todo lo que hice en la vida, fue, por amor a los demás.
Quizás algún día, esta historia, que ahora está escrita con jirones de mi alma, en la oscuridad de mi soledad, vea la luz algún día y logre de esta forma que mi hijo pueda entender, que cuando se ama de verdad y las circunstancias obligan, los principios y el orgullo se tienen que dejar atrás...
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tenía una sensación extraña, no sabría decir a que se debía, pero presentía que algo malo iba a suceder...
Mañana vendría a verme. Un encuentro que me hizo comprender, que ahora sabía quién era y lo que en verdad quería ser...
No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 1 de Noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.
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