Cuando desperté el Sr. Musa ya no estaba a mi lado, de nuevo la sensación de soledad se había apoderado de mí. Nada pasó entre nosotros. Simplemente habíamos compartido la misma cama. Una situación realmente atípica y máxime cuando creía que al contratar mis servicios lo hacía con la única finalidad de disfrutar de mí.
Apenas había podido conciliar el sueño después de haber escrito la carta a mi madre. Sabía que mi confesión le haría mucho daño, pero era justo que ambos supiesen mi verdad.
Hay algo que realmente me inquieta hasta el punto de conseguir que el corazón me latiera cada vez más rápido y es que me quedé con las ganas de saber qué era lo que realmente me quiso decir en la cena cuando rápidamente cambió de tema. Cierto es que en ningún momento pude vislumbrar ningún atisbo de deseo hacía mí, es más, era ternura lo que en su mirada podía apreciar.
Me duché para intentar espabilarme, realmente el haber estado pendiente de si él intentaba algo y estar casi toda la noche en vela, hizo mella en mí, haciendo que me costase levantarme de la cama, —realmente estaba agotada—.
No quería desayunar en el hotel, preferí dar un paseo por las calles de París y entrar en cualquier cafetería, para sentirme de esta manera acompañada por gentes desconocidas que al menos consiguieran arroparme en esos momentos de soledad de éste miércoles gélido, en el que sentía que nada estaba saliendo como realmente quería.
Debía ser fría y no podía; cuando estaba frente a él toda mi profesionalidad desaparecía, tal vez recordar el motivo verdadero que me empujaba a estar allí, hacía que no tuviera la frialdad suficiente para dejar mis miedos a un lado. Ni tan siquiera el chocolate caliente, ni la gente, ni el sonido de sus voces, consiguieron mitigar mis miedos, todo lo contrario, me sentía verdaderamente pérdida, fuera de lugar, con ganas de tirarlo todo por la borda. No logro recordar como llegué caminando a La Poste du Louvre, sólo recuerdo que me sentía como un ente que vagaba por las calles parisinas, sin apreciar la belleza que realmente tenían.
Apenas tengo recuerdos de lo que me pudo pasar, pero cuando abrí los ojos estaba tumbada en una cama, solo llevaba mi ropa interior y estaba tapada por una sábana. Sentía que me costaba respirar y que algo aprisionaba mi brazo. Pronto me di cuenta de que estaba en la sala de urgencias de un hospital, que me costaba respirar porque tenía una mascarilla puesta y que tenía un holter puesto para medir mi presión arterial. Lo último que podía recordar es que había llegado a poner la carta de mi madre.
Tenía sed, llamé al enfermero que estaba atendiendo a otro paciente, para que me diera algo de beber. Cuando se acercó, me indicó que no podía dármela puesto que había sufrido un desmayo y estaba en observación. Sólo se limitó a mojarme los labios con una gasa y se fue a llamar al Doctor, ante mi persistencia en preguntar por él y querer saber que me había sucedido realmente.
En seguida vino Jean Paul —el Doctor—, me tranquilizó cuando me dijo que no era nada grave, simplemente me había dado un bajón de tensión.
—¿Quién me ha traído si estaba sola? —le dije al doctor—.
—Le está esperando a fuera. En breve le daremos el alta, no es nada grave, quizás una mala noticia le haya causado ese bajón de tensión.
—Gracias, doctor.
Afortunadamente nada grave me había sucedido y los resultados de las pruebas, eran normales por lo que me dieron el alta, y pude salir por mi propio pie. Al salir de la sala de urgencias, vi al Sr. Musa; que preso de los nervios se acercó a mí mirándome con las lágrimas en los ojos, al saber que estaba fuera de peligro. Me abrazó con tanta fuerza, que me causaba dolor; él se dio cuenta y se apartó.
—Giselle, temí perderla. No supe cómo reaccionar cuando la vi a la salida de La Poste du Louvre, tambaleándose; me apresuré hacia usted para intentar ayudarla. Estaba preso de los nervios, perdóneme.
—No he de perdonarle nada, más bien he de estarle eternamente agradecida por haberme llevado al hospital, no recuerdo nada de lo sucedido. Soy yo, la que estará en deuda siempre con usted.
—No diga bobadas; hice lo que cualquier persona debía hacer. Tiene que descansar, vayamos a la habitación del hotel y después he de hablar con usted. Ya no puedo seguir engañándome.
—¿Qué me quiere decir? —Contesté contrariada—.
—¡Luego! —Puso su dedo índice en mis labios para con este gesto, hacerme callar—.
No tenía fuerzas para discutir, lo único que quería realmente era descansar, no sabía ni qué hora era, ni cuánto tiempo había estado en la sala de urgencias.
Eran las seis de la tarde, no había podido ponerme en contacto con mi madre, para saber cómo estaba mi padre y lo triste es que no tenía fuerzas, ni ganas de hacerlo, sólo quería comer algo ligero y descansar. La llamaría mañana explicándole lo que me había sucedido, seguro que lo entendería. ¡Claro está!, si me cogía el teléfono, mañana estaría la carta en su poder y posiblemente ya no querría saber nada de mí.
Cuando llegamos al Hotel nos dirigimos al Restaurante, era la primera vez que íbamos a cenar allí. Su decoración era tan majestuosa como el interior de uno de esos comedores que había en los palacios y que, desde niña, siempre soñé con visitar.
Aunque apenas tenía hambre, y eso que desde el desayuno de la mañana no había vuelto a ingerir ningún alimento más, por no ser descortés a su invitación, le acompañé, cenando tan sólo un consomé y una tortilla.
Tenía más ganas de irme a la cama, que de estar allí. Él se dio cuenta de mi poca apetencia. Apenas había probado bocado, cuando me retiró la silla, para ofrecerme después su brazo, abandonar el comedor y caminar a través del hall para coger el ascensor y subir a la habitación.
Realmente seguía sin descifrar aquel brillo que el Sr. Musa, desde ayer tenía en su mirada. —¿Sentiría algo por mí?—, pensar eso era realmente ridículo, hasta donde sabía de su vida privada, estaba casado y esperando su segundo hijo, y por si esto fuera poco, tenía una amante. Pero... ¿Por qué tanto misterio?
Se dirigió hacia la mesa de cristal que había en la habitación, donde estaba la bebida, cogió y abrió la botella de cava y me dio a beber.
Quizás el no estar acostumbrada a beber hizo que perdiera la timidez que a mí me caracterizaba y lograse que fuera yo, quien olvidándome de mis principios me acercase para besar sus labios.
Ya nada nos impidió dejarnos llevar por el deseo que ambos sentíamos. Quizás nos separaban muchas cosas o tal vez no; pero la verdad es que nos deseábamos desde el minuto cero en que nos vimos, entre nosotros surgió una tensión sexual que era obvio que teníamos que resolver.
El plan fríamente urdido por mí los días pasados se fueron al traste, estaba siendo arrastrada por la pasión, el deseo, su experiencia y su buen hacer. Estaba completamente embriaga por el deseo, nuestros labios se unieron de una forma total.
Cuando me quise dar cuenta estaba completamente desnuda y sentí sus labios mordisqueando mis pezones, mientras que el calor se agolpaba en mi vientre. Era tal la pasión que sentía, que sentí como entraba en mí, era el placer más grande de todos los placeres. Y es que no hay nada más estremecedor, que poder refugiarme en sus brazos; esos brazos tan musculados, que cuando me aferran contra su pecho hacen que me sienta levitar. Nuestros cuerpos desnudos, eran un torbellino de pasión, nuestros besos tan intensos, que hicieron que nuestro cuerpo se estremeciera dando rienda suelta al instinto más primario que todos tenemos.
Sentí verdaderamente como si fuera esa noche, mi primera vez.
Me temblaban tanto las piernas, que recuerdo como lentamente las separaba mientras iba sintiendo como su lengua buscaba el lugar correcto, para darme el mayor de los placeres, hasta que salió de mis labios un grito anunciando un orgasmo; orgasmo que él también tuvo, pues noté como su sexo palpitaba dentro de mí inundándome de él.
Fue una competición, por quien daba más placer al otro, aunque tan importante fueron los momentos de placer que tuvimos fruto de la pasión, como ese sensación que ambos empezábamos a tener.
La mejor conversación que pudimos mantener era la que nuestros cuerpos acababan de tener, en silencio y mirándonos a los ojos.
Apenas mi respiración estaba tornándose a la normalidad, cuando de sus labios escuche: —Giselle, mañana cogemos un avión privado para ir a Houston, quiero que veas a tus padres y quiero hablar con ellos—.
Cuando quise contestarle, me lo impidió besándome en los labios...
¿Qué sería lo que quería hablar con mis padres?, quizás estaba herrando, pero casi podría asegurar que se estaba enamorando de mí o tal vez ya lo estaba.
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