Realmente todavía no daba crédito a lo que me estaba sucediendo y tampoco llegaba a comprender el cambio de actitud de él, hacia mi persona. Desde que llegó en ningún momento dado había llamado a su mujer, y lo que es peor, ella tampoco le había llamado.
Me costaba entender, después de las horas que había pasado con él, que Rania —su mujer—, no le llamase y apenas se preocupara por él. No voy a negar que quizás él estuviera haciendo un papel bien estudiado para llevar a cabo su plan; pero ya me había hecho suya, y sin embargo seguía a mi lado, feliz...
¿Qué sentido tenía que quisiera ir a Houston? ¿Y Rania? ¿Y el bebé que estaba esperando?, cuanto más analizaba su vida, más confundida estaba y tal vez hasta me sentía un poco culpable, porque, aunque quisiera engañarme, esa mirada, aunque me doliese admitirlo, era la de un hombre enamorado.
Pese a toda la formación que había recibido en la agencia, la más importante nunca nos la enseñaron: a comprender los sentimientos. Y es que son tan difíciles de entender y cuanto menos de analizar. Él, un hombre ejecutivo, que con chascar los dedos tenía lo que quería. Una mujer que le había dado un hijo y que esperaba otro, su amante, y yo...
La historia se complicaba cada vez más. Tres mujeres en la vida del Sr. Musa, dos de ellas tal vez rivales. Porque yo no me consideraba rival de ninguna de ellas. Fue él quien quizás preso de la soledad y por falta de comprensión, me buscó y ahora debía de escoger entre su vida asentada o yo, si es que realmente lo que empezaba a sospechar era verdad.
Cuando salió del baño me encontró todavía tumbada en la cama, el tiempo se había adueñado de mí, mientras que no cesaba en pensar en mis padres, hoy jueves, los vería y sabría solamente por sus miradas, si habían sido capaces de perdonar —mi mentira y a la vez, mi gran verdad—
—Giselle, tengo que ir al aeropuerto para dejarlo todo solventado, en cuanto sepa la hora de salida del vuelo para Houston te llamaré por teléfono. ¡Estás feliz!, ¿verdad?
—No sé, si la palabra felicidad sea la más apropiada de usar, más bien contrariada por todo. Por tu trato hacia mí, ¿no te estarás enamorando?
—Yo... Luego hablamos, se hace tarde y ahora lo más importante es que puedas ver a tus padres.
—¡No!, más desplantes y más huidas, ¡no! Dime de una vez por todas, que estás pensando o te juro, que hago las maletas, me voy a Madrid aun a riesgo de no percibir ni un euro. Es más, no quiero nada de ti, sólo quiero que seas sincero, ¿es que no sé explicarme? o ¿No quieres contestar? —contesté gritando—.
—Giselle, te lo ruego, después... A las doce del mediodía te espero en el aeropuerto, no falles.
Se despidió con un beso en la mejilla y se fue.
Esta situación hacía que me sintiese cada vez más y más confundida, por una parte, sólo quería que llegase el Domingo, finalizar mi semana en París, regresar a Madrid, y vivir sin temor a nada... dejando mi pasado completamente enterrado; cada día el lujo me aborrecía más. Sé que muchas personas no entenderán esta sensación, pero nada de lo que tenía, absolutamente nada, me llenaba.
Realmente lo que más deseaba, era coger ese avión privado con destino a Houston y desaparecer de su vida, tal vez así, valorase lo que estaba a punto de perder.
Lo único que se me ocurría para poder llevar a cabo mi plan y quitármelo de encima, por unos días, era seducir a François —su chófer—.
Tal vez mi actitud, resulte contraria, pero si algo he aprendido en la vida, es que el ser humano se da cuenta de lo que siente o tiene, cuando deja de tenerlo. Pues bien, eso era lo que pretendía. Por más que quería esforzarme en comprender el miedo del Sr. Musa, no podía.
No entendía como él, un hombre de negocios, acostumbrado a negociaciones interminables y a conseguir el éxito siempre con facilidad, y que algo tan sencillo como expresar sus sentimientos le costase tanto.
Aunque François fuera un hombre realmente recto y profesional, no dejaba de ser un hombre, y a estas alturas de mi vida —sería capaz de todo—, con tal de conseguir mis propósitos. ¡Sí, Giselle, si! —me dije—. Debes de llamarle por teléfono indicándole que tiene que venir a buscarte por órdenes del Sr. Musa y no podrá decirte que no.
¿Qué mejor vestimenta para el cuerpo de una mujer, que solamente una sábana de raso tapando su sexo y una rosa entre sus senos? Sé, que le sería completamente imposible decirme que no. No quería tener sexo con él, todo lo contrario; solamente quería seducirle inocentemente y convencerle de que hablase con el piloto del avión para que llamase al Sr. Musa, indicándole, que por un problema técnico el vuelo se cambiaría de hora, y de esta manera coger el vuelo y desaparecer de su vida...
Eran ya las diez de la mañana, no podía perder ni un sólo minuto más. Tenía que llamarle, para que viniera a verme y como fuera convencerle de que hablase con el piloto; porque de lo contrario a las doce del mediodía estaría cogiendo ese vuelo acompañada por él, sin conocer el verdadero motivo que le empujaba a querer conocer a mis padres.
Cuando François llamó a la puerta, —que yo, previamente había dejado semiabierta para que al abrirla me encontrara tendida sobre la cama—. Estaba azorado, pálido, incapaz de pronunciar ni una sola palabra.
Las gotas de sudor, les resbalaban por la cara y pude apreciar que le incomodaba verme a sí. Justo eso era lo que me había propuesto, descuadrarle para que abandonara su rectitud y así abordarle, con delicados besos, gemidos fríamente estudiados e invitarle con un sutil y estudiado gesto, a que viniera a la cama, y cuando estuviera completamente loco, excitado... Levantarme de la cama, coger mi bata de raso y decirle que o convencía al piloto de que cambiase la hora de vuelo o de lo contrario, la grabación de lo que había sucedido, la vería su jefe. Y conociendo el carácter de él, no le sentaría, nada, pero qué nada bien.
Tal y como lo había planeado, así sucedió. Cuando estaba en la cama conmigo, completamente excitado, con ganas de devorarme, me incorporé y le dejé en la cama maniatado por la sábana. Y fue entonces cuando la verdadera escorts que durante todo este tiempo desapareció —por lo que empezaba a sentir—, volvió a hacer acto de presencia.
—François, es muy sencillo lo que te pido. Convence al piloto y nada de lo que aquí ha sucedido, llegará a conocimiento de quién tú ya sabes. Ahora bien, si no accedes, sería una pena que te quedases sin trabajo, ¿no crees, querido? —le dije.
—Srta. Bayma.
—¡Jajaja! Ahora me tratas de señorita, cuando hace tan sólo hace un instante que con tu mirada me estabas devorando.
—Yo...
—No digas nada François, es muy sencillo. Coge el teléfono y avisa al piloto y te aseguro, que conservarás tu trabajo. Es más, a mi edad, tengo la memoria justa, para pasar el rato. Irónicamente comencé a reír, mientras que se incorporó de la cama, cubierto por la sábana, pudiendo apreciar todavía la excitación que tenía.
—Me acerqué a él, le besé y me metí al baño. No sin antes decirle, que después de realizar la llamada, se marchase.
Una vez estuve en el baño, pude escuchar toda la conversación. Ya era una realidad, dejaría al Sr. Musa en tierra, mientras que yo volaría a Houston.
Tenía que llamarle, no quería que pensase que estaba todo planeado, prefería que creyese que estaba al margen de todo de lo que iba a suceder.
—Dime, Giselle. ¿Estás bien?
—Si, solamente quería recordarte que a las doce nos vemos en el aeropuerto, no quisiera viajar sola. ¡Tenemos una conversación pendiente!
—Menos mal que me has llamado. Te iba a llamar ahora mismo me ha llamado el piloto, hay un problema técnico y el vuelo saldrá a la una del mediodía. François te irá a buscar a esta hora... ¡Claro que tenemos que hablar!
—¡Vaya!, espero que no haya ninguna sorpresa más. Te espero, no me falles.
—Hasta luego preciosa, hasta luego.
La sensación que tenía era horrible. Era la primera vez en mi vida, que dejándome llevar por la frialdad, había sido capaz de llegar a mentir a una persona que sabía que me quería. Pero precisamente eran mis sentimientos, lo que habían hecho que me comportase de esa forma. Tenía que saber de una vez por todas, si lo que sentía era amor o sólo pasión.
Hice rápidamente mi equipaje. En media hora vendría François a buscarme para llevarme a coger ése vuelo que me acercaría a mis padres y que tal vez me acercase al hombre que mejor me había tratado en la vida.
Cuando ya estaba sentada y el avión estaba cogiendo altura, el corazón me latía tan rápidamente, que fue en ese preciso instante, cuando me imaginé su reacción, al abrir la carta que le había dejado sobre la cama.
Estimado Musa.
El único motivo que me empuja a escribir esta carta es para confesarte el porqué de mi actitud. Ahora mismo estarás rabiando, extrañado y confuso, por mi huida. Pero creo que es lo mejor. No quiero, ni pienso, ni puedo seguir engañándome más.
Es cierto que todo comenzó con la frialdad de un negocio más, tú me deseabas y yo necesitaba dinero. Pero ambos sabemos, que lo que compartimos la otra noche, es algo más que una burda noche de pasión.
Todavía me sonrojo al pensar, como me amaste. ¡Sí! No fue un momento más, ni pretendas engañarme y lo que es peor, engañarte. Poner tierra de por medio, nos vendrá bien para poner un nombre a lo que sentimos.
Y si pasado un tiempo, no sentimos nada, no pensamos el uno en el otro, será un adiós definitivo y un gran recuerdo. No quiero ni un euro de ti, sólo quiero que seas feliz.
Con cariño
Giselle Bayma
Seguir pensando en lo que ahora estaría sintiendo, ya no tenía sentido. Lo mejor sería esperar. Ahora lo único que me importaba en esos instantes, era mi realidad. Y la realidad era que mi madre, estaba en el aeropuerto esperándome con los brazos abiertos, sin preguntas, sin querer saber, solamente me abrazó como sólo ella lo sabía hacer y me sentí de nuevo en casa, feliz, tranquila y tal vez ilusionada...
No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 25 de octubre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.
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