Estaba en mi habitación completamente absorta leyendo el diario de Dulcinea, me fascinaba su manera tan clara de escribir, pero lo que más me asombraba era la vida que había llevado.
Por lo que había leído hasta ahora a pesar de haber crecido en un ambiente aristocrático, ella era ante todo una escritora que de no haber sido porque el marquesado era un título vitalicio, nunca me la hubiese imaginado en esas fiestas de alto copete a las que ella tanto alude en su diario.
Cuando comencé a leer el diario, su nacimiento me impactó y más con la frialdad en la que su padre el marqués de Sagasta se había comportado. Nunca me había imaginado que en un ambiente que desde fuera se ve tan glamuroso y rebosante de dicha, estuviese lleno de tristeza, de desengaño y sobre todo… de soledad. Tanta gente alrededor de ellos, pero pocos sinceros y leales.
Me entristecía su vida a la par que me fascinaba. Dulcinea era contra todo pronóstico una niña que a pesar de haberlo tenido materialmente todo, había sido desdichada en su infancia… Sólo algunas tardes de ocio en la boca del asno —cerca de La Granja de San Ildefonso, donde tanto tiempo pasó en su niñez—, tomando esos emparedados que tan amorosamente le preparaban y siempre con la compañía de su adorada Aurora, su institutriz. A excepción de esos instantes y cuando se refugiaba en su diario, no podía decirse que su niñez había sido completamente dichosa.
El papel de su madre me sorprendía, aunque también era de admirar, pero estaba más pendiente de ser una buena marquesa consorte, que de ser madre —algo que de momento por lo que llevo leído en el diario—, tanto echaba en falta Dulcinea.
En resumidas cuentas, su infancia, su adolescencia —complicada cuando menos—, y de la que sale teniendo que enfrentarse a una maternidad muy temprana —cuando apenas días atrás estaba jugando con sus propias muñecas— y por si todo lo anteriormente mencionado fuese poco, a tan solo unos días de alcanzar la mayoría de edad se ve obligada a asumir las riendas del marquesado para lo que la habían preparado desde muy niña.
Todo lo que había leído hasta ahora sobre ella me fascinaba, su valor, su coraje, su lucha por ser ella misma en una época y en una sociedad en la que ser uno mismo era prácticamente imposible.
Llevaba mucho tiempo casada, sin ser feliz, con un trabajo en el que no me sentía realizada, me había convertido en una mujer sin ilusión y el haber leído apenas unas hojas del diario que seguramente a Dulcinea le habían llevado tiempo escribirlas, había sido más que suficiente para darme cuenta de que era lo que necesitaba para tomar una decisión y cambiar radicalmente mi vida.
Tan solo en unas cuantas páginas Dulcinea había escrito como fue su nacimiento, como vivió su adolescencia y como se enfrentó a la maternidad.
Quizás tenía la sensación de que todo pasaba muy rápido, pero también es cierto que yo que escribo en un diario, haces un resumen de lo más importante. —¡Qué no hubiera dado yo por conocerla!—.
Con menos de dieciocho años había vivido más que yo. Me parecía que transcurría el tiempo muy rápido leyendo su vida y la imaginaba a escondidas escribiendo, como ahora me encontraba yo leyendo su diario, encerrada en mi habitación, donde era libre, donde podía ser yo.
Aunque era injusto decir que envidiaba su vida, porque era más que obvio que había sufrido más que yo, en cierta manera envidiada la valentía que tenía para tomar las decisiones.
Seguía absorta en la lectura de su diario y no me había percatado de que mi marido estaba llamando a la puerta.
—Ena, ¿vamos a salir a cenar o vas a seguir embobada leyendo ese estúpido diario?—. Dijo, en un tono chulesco, altivo y grotesco.
—Desde luego Antonio… que tus modales brillan por su ausencia. Lo que hace vestir de Armani y actuar de cara a la sociedad como actúas. No sé cómo puedes ser tan falso y caer tan bien, siendo tan nimio y cretino como eres. ¿Cómo puedes decir algo así? ¿Acaso lo has leído? Tal vez si leyeras algo más interesante que los periódicos deportivos podrías tener algún día alguna conversación interesante conmigo. Pero… ¡Claro! Tú cerebro tiene solo dos neuronas: una que piensa en tu adorado Jaguar y la otra en ti mismo, y encima en ocasiones entran en conflicto. —¡Qué lástima!— De verdad que no sé cómo puedo haber estado ciega durante todos estos años de matrimonio y no haberme dado cuenta de que tu existencia es tan estéril como lo es tu cerebro—.
—¿Me estás queriendo dejar? ¿No te das cuenta de que sin mí no vas a llegar a ninguna parte?—.
—No sé si llegaré a ninguna parte o a todas, no tengo tan claro lo que quiero, cómo si lo que no quiero, y lo que no quiero es seguir sintiéndome muerta en vida. —¿Alguna vez me has amado?— Déjame que lo ponga en duda, Antonio. Te casaste conmigo porque viste en mí a esa niña maleable e inocente que bebía los vientos por ti y que creía a pies juntillas todo lo que tú decías.
Llevo muchos años callando, años sintiéndome como un cero a la izquierda y ya no puedo más. Prefiero tener que comer huevos fritos a diario, asistir en casas… que tener todo lo que tengo a tu lado y que no haces más que tirarme en cara.
¿Sabes?, aunque tal vez sea tarde, gracias a este estúpido diario como tú dices, me he dado cuenta de que no tienes corazón y por eso, me voy…
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