miércoles, 4 de septiembre de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo: ¡Maldito telegrama y maldita mi vida!

 



El lunes como teníamos previsto partimos rumbo a casa de mi padrino, sin lágrimas en los ojos; solo con el coraje de empezar de cero y ser fuerte por mi hijo. La debilidad, las dudas y los miedos cada vez que se hicieran presenten los trataría de reconducir.

Al llegar a mi nuevo hogar, mi padrino me acompañó a mis aposentos. Se había encargado de decorar mi habitación haciéndola completamente confortable.


El cabecero era de forja pintado de color oro envejecido y en la parte superior estaba la flor de lis. Al lado tenía una mesita de noche, a mano derecha un sifonier, enfrente tenía el armario y a la izquierda un maravilloso secreter y encima una estantería completamente llena de los ejemplares de los autores más leídos y que en todo hogar deberían de estar.


Todas las paredes de la habitación estaban pintadas de blanco, lo que hacía que la habitación pareciera más luminosa de lo que en verdad era. Se había encargado de poner en la mesita de noche, un jarrón lleno de rosas blancas, que de sobra sabía que me gustaban. No puedo negarlo, más acogedora no podía ser.

Las vistas desde la habitación eran inmejorables, daban a un lago, lo que me permitía disfrutar cada mañana de un baño y por las tardes de maravillosos paseos arropada con un chal.

Era el lugar idóneo para afrontar con tranquilidad y reposo mi embarazo.

Mi padrino me preguntó si estaba todo de mi agrado, pero por mi reacción no fue necesario articular ninguna palabra. Estaba feliz y tranquila.

Después de la siesta, mi padrino, me hizo llamar por la chica del servicio, me esperaba en su despacho para departir largo y tendido como hacía mucho tiempo que no hacíamos.


Me pidió que dejara de ser orgullosa y esquiva, que no podía estar de por vida comportándome como un avestruz, metiendo la cabeza en un agujero, sin tener el valor de enfrentarme a mi realidad.

La verdad es que siempre pensé que todo en esta vida sucedía por algo, que existía algo que estaba fuera de nuestro alcance para que todas las situaciones se dieran a favor o en contra cuando éstas eran inevitables. Y eso era lo que acababa de suceder. Justo cuando mi padrino me estaba hablando sobre el no posponer más el ponerme en contacto con mi familia, entró el hombre de confianza de mi padrino y le dio un telegrama.

Mi padrino lo leyó rápidamente y por la palidez de su rostro, supe que no se trataba de buenas noticias, sino de todo lo contrario.


—¡Hija!, no son buenas las noticias que he de darte.

—¡No me asuste, padrino! Déjeme leerlo por favor. Como bien acaba de decirme he de enfrentarme a cualquier tipo de circunstancia.

—¡Toma, Dulcinea!, lee el telegrama que acaba de mandar tu madre.



Estimada hija;

No es fácil dirigirme a ti y más después de tu partida y del daño que ésta me causó. Pero tu padre está muy enfermo y como heredera has de estar presente. Te reclama porque quiere hablar contigo sobre el marquesado y todo lo que ello conlleva antes de su muerte, que según los especialistas no tardará en suceder.

Sé que por tu gran corazón y sobre todo por la educación que has recibido no tardarás en venir.


Con afecto de tu madre que tanto te quiere


En ese instante mi padrino se levantó de la silla para abrazarme al ver como empezaban a resbalar las lágrimas por mis mejillas. Y es que, aunque mi relación con mi padre nunca fue lo que hubiese deseado, no dejaba de ser mi padre. Aunque mi espalda todavía estaba marcada por las cicatrices que se habían quedado debido a la paliza que me propinó al enterarse de la pérdida de mi virginidad.

No podía dejar de sentir lástima por un hombre que a pesar de haber llevado una vida rodeado de camaradas que a la hora de la verdad ni eran amigos, ni eran nada… ahora en los últimos momentos de su vida, nadie, a no ser por la compañía de mi madre y de la mía, estaba completamente sólo. Su vida, al igual que toda su existencia me daba verdadera lástima.

Me disculpé ante mi padrino y le rogué que me dejase ir a mi habitación.

Apenas me quedaban unos días para alcanzar la mayoría de edad y me enfrentaba a una maternidad para la que no sabía si estaba preparada y por si esto fuese poco, tenía que asumir las riendas del marquesado.

Antes de partir a la Granja me juré a mí misma que si los malos pensamientos se me hacían presentes, intentaría reconducirlos, pero me siento tan pérdida, tan niña, que no sé si estoy preparada para un cambio tan radical en mi vida. ¡Maldito telegrama y maldita mi vida!



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