Son
las 13:30 del mediodía del 7 de marzo de 2025. Podría ser un día más en mi
vida, pero… no lo ha sido. El destino me tenía reservado una sorpresa, algo que
llevaba años sin que me sucediera.
El
día está gris, llueve, y el dolor en mi pierna me invita a quedarme en casa.
Pero no se lo permito. Salgo, aunque tenga que apoyarme en mi bastón de
senderismo. Tengo un paquete que recoger y otro que entregar. Y aunque la fuerza en la pierna
temporalmente se haya mermado, no voy a tolerar que esto sea un impedimento.
Recojo
la casa, me aseo e intento arreglarme un poco, aunque últimamente me siento
como el mayor de los patitos feos. Antes de salir, cojo mi bastón, ese punto de
apoyo que tanto necesito últimamente.
Hace días que no desayuno fuera. La lluvia y el miedo a caerme me han retenido en casa, pero hoy no... hoy no lo consiguen. Decido ir a la churrería. Me pido
un chocolate caliente, una porra y un churro; aunque en el fondo, me siento un poco
culpable —las curvas quizás se acentúen— pero, como diría un amigo: "así hay donde agarrar".
Me acomodo en la silla y, al poco rato, el camarero me trae el desayuno. Apenas pasan unos minutos cuando un señor, con su bandeja en las manos, se acerca y me pregunta con amabilidad.
—¡Buenos
días! ¿Le importa si me siento a su lado?
Debe de tener, seguramente, más de 68 años, pero en él se nota una educación, una clase y un saber estar, cualidades difíciles de encontrar en hombres de mi edad.
En resumen, lo que yo llamo: un Señor.
Le sonrío y le respondo con la misma educación.
—¡Buenos días! Sí, sin problema. Siéntese.
Guardo
el móvil por deferencia. Me parece una falta de respeto estar pendiente de la
pantalla cuando alguien te habla, aunque, claro, siempre hay llamadas de
urgencia que atender.
La conversación fluye con una naturalidad asombrosa, como si nos conociéramos de toda la vida. Son esas charlas, aunque aparentemente triviales, no quieres que se terminen. Pero llega el momento en que se levanta y, con la misma elegancia con la que se sentó, me dice:
—Muchas
gracias, ha sido una conversación muy agradable. ¡Que tenga un buen fin de
semana!—.
—También usted— le respondo.
Le
observo mientras se dirige a la puerta. Antes de salir, me dedica una última
sonrisa y me dice:
—¡Feliz día, bonita!
—¡Gracias, igualmente! —le contesto, sorprendida.
Termino mi desayuno y me acerco a la barra para pagar.
—¿Cuánto
es? —pregunto al camarero.
—Nada —me responde—, el señor te ha invitado.
Me quedé atónita
—¿Pero si no le conozco de nada? Es la primera vez que le veo.
El camarero sonríe.
—Me dijo que le habías dejado sentarse a tu lado y por ese gesto, te ha invitado.
Le
pido que, si vuelve a verle, le dé las gracias de mi parte. Y salgo con una
sensación extraña, como si el día gris ya no lo fuera tanto.
De
ahí me voy a recoger el paquete, luego paso por la joyería en busca de una
pulsera de plata con ojos turcos que quiero autoregalarme para mi cumpleaños.
Después, hago una parada en el Carrefour Express para hacer algo de compra, y
por último, deposito el otro paquete.
Mientras
camino, no dejo de mirar a mi alrededor, con la esperanza de encontrarle para
poder darle las gracias.
Siempre
he creído que todo pasa por algo, y hoy estoy segura de que ese
"Señor" tenía que aparecer en mi vida, aunque solo haya sido por
un instante, para recordarme, que aunque a veces me sienta un patito feo, sigo
siendo un cisne. Y lo más importante: que, aunque pocos, aún quedan
auténticos Caballeros.
Ena, 03/07/2025. 14:01.
2 comentarios:
Los colores de nuestros días son pintados por quienes nos acompañan en el camino, ya sea un año, un día o un suspiro.
Muchísimas gracias por tu comentario. Y como bien dices, es así. Nunca se sabe quién puede darle color a nuestra vida.
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