martes, 3 de septiembre de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo: Madrid, ciudad hostil.

 

Por fin ya era viernes, ya quedaban escasas horas para dejar atrás esta vorágine de sentimientos y comenzar mi nueva vida, lejos de todo aquello que pudiera recordarme a Felipe.


Aunque ver como mi vientre crecía hacía imposible que por más que lo desease con todas mis fuerzas pudiese olvidarme de él.
Recogí mi escaso equipaje, saldé la cuenta del hotel y me dispuse a coger el autobús para ir a Madrid, en ese instante un lugareño se ofreció a llevarme a la ciudad pensando que no tenía posibles.
No acostumbro a cometer locuras de esa índole tan temeraria y sobre todo porque nunca he tenido necesidad de hacerlas. Siempre he tenido a un chofer a mi disposición para que me acercase a cualquier lugar.


—¡Cómo extraño en estos instantes a Roque! ¿Habrían averiguado mis padres que fue mi cómplice para organizar mi marcha?—.


Me cuesta creer que mi padre no haya hecho de las suyas para obligar a Roque a contarle la verdad; aunque si fuera un ápice inteligente sabría que lo único que hice es ir hacia donde el corazón me dictaba que debía de ir.


Matías, el señor que me llevó a Madrid, resultó ser el padre de Margarita. —¡El mundo es tan grande y a la vez tan pequeño—.


Por fortuna él no me conocía. Se le veía un hombre bastante confiado y noble, hasta tal punto que durante el trayecto me contó lo preocupado que estaba por su hija. Al parecer por más que Felipe intentaba olvidarme, no lo conseguía. Aunque conociéndole, sé de sobra que con lo responsable que él era, nunca dejaría desatendida a Margarita ni al hijo de ésta, pese a que él fuera un completo desgraciado.

Es injusto que siendo el amor un sentimiento tan grandioso, sea a la par tan imposible de alcanzar en ocasiones y máxime cuando hay factores ajenos a nuestro control. Aunque el verdadero amor está por encima de tener a la persona amada a tu lado. El amor: es abrir la jaula a un pajarillo y dejar que este vuele y se pose en su largo viaje de rama en rama, hasta que por sí solo, después de un agitado viaje regrese al nido donde sabe que le harán sentir como en ningún lugar visitado antes.


El padre de Margarita me llevó en su coche hasta la estación del Norte. 


El ambiente que se respiraba en la capital era completamente hostil, de camino a la Plaza de España, dejando atrás y a la derecha el Campo del Moro, pude ver que en el Palacio Real ya no hondeaba la bandera española con su maravilloso escudo; ahora era la bandera tricolor la que hondeaba en lo alto del Palacio, como también adornaba los balcones de muchos hogares españoles donde habitaban republicanos y en otros donde por temor a las posibles consecuencias al abogar con la monarquía podían traerles, la ponían.


Ya no había libertad de hablar sobre la monarquía sin que esta conversación estuviera exenta de graves consecuencias.

Llevaba mucho tiempo sin caminar por la Gran Vía y aunque el jaleo de la capital nunca me había gustado, ahora estaba disfrutando de un agradable paseo y deleitándome la vista con numerosos escaparates de negocios que llevaban años tras años abiertos.


Al llegar al hotel, me dirigí directamente a recepción y una vez allí —como bien me dijo el padrino—me acompañaron hasta mi habitación. Coloqué el escaso equipaje que llevaba conmigo, me di una ducha y descansé hasta la hora en la que había quedado con mi padrino para cenar. El diario que me regalo mi tata Aurora y en donde escribía casi a diario estaba quedándose sin hojas. Me habían sucedido durante todo este tiempo tantas cosas que apenas me quedaban diez escasas páginas para rellenarlo por completo. —¡Tantas vivencias tenía todavía por contar!—. No sé exactamente el tiempo que mi padrino se quedaría en la capital, pero seguramente que estaríamos todo el fin de semana y ya hasta el lunes no partiríamos rumbo a su casa, a un país donde exiliarnos. El ambiente en España era cada vez más insostenible, eran numerosos los rumores sobre una posible segunda guerra civil y que los días para el comienzo de ésta, estaban contados.


Pese al amor incondicional que como española sentía hacía mi patria, me veía obligada a partir y a emigrar, asegurándome así de que mi hijo naciese lejos de cualquier ambiente bélico.


A la hora de la cena, mi padrino llamo por teléfono a mi habitación. Bajé para reunirme con él, en el restaurante donde él ya se había encargado de reservar mesa.


—¡Dios mío, hace unos años eras una niña y ahora eres una auténtica mujer! ¿Cómo estás, princesa? El embarazo, sin duda, te sienta de maravilla. ¡Hace tanto tiempo que no te veía!— decía, mientras que me abrazaba efusivamente.


—Exactamente desde mi comunión. Ya han transcurrido muchos años y sin embargo los años no hacen mella en usted, padrino. ¡Está tan atractivo como siempre!


—¡Serás tunanta! Vaya que si han pasado Dulcinea. Ya empiezo a padecer los síntomas inevitables de la artrosis, hija. Pero... ¡Cuéntame! ¿Qué tal estás?


—¡Bien!, aunque sé que me va a regañar cuando lo sepa. He de confesarle que no he ido al especialista. Todo sucedió tan rápido desde que dejé el internado para regresar a Laussane, que con mi partida y todo lo vivido me he olvidado de algo tan vital e importante.


—¡Diantres, Dulcinea! ¡Has de ir de inmediato! En cuanto lleguemos a casa, te acompañaré al ginecólogo para asegurarme de que estás bien y que tú embarazo finalizará con un estupendo alumbramiento. Eres joven, fuerte, sana y seguro que mi ahijado será un bebé maravilloso. Sin duda será tan fuerte y luchadora como lo es su madre.


—¿Ahijado?¿Ya da por hecho que será el padrino?


—¡Hija... yo...!—


—¡Claro que sí, padrino! Lo será. ¡Quién mejor que usted! De mis padres no tengo noticia alguna, y aunque ahora se preocupasen, es tarde.


Además, ya sabe que por el bien de mi hijo, tendrá mejor porvenir siendo usted su padrino.


—Entonces así será, Dulcinea. Pero sentémonos. Vengo cansado de la reunión y he de ponerte al corriente de los tiempos de hostilidad que se avecinan en la capital y en el resto de España—.


Ver a mi padrino me dio esa momentánea paz que tanto necesitaba. Me comentó que la situación en España iba a cambiar drásticamente y que había visos de que diera comienzo una guerra civil casi de inmediato.


El próximo lunes sin falta partiríamos rumbo a su casa, dejando atrás todo tipo de recuerdos y empezando así una nueva vida. La de una madre coraje que haría lo imposible para que su hijo fuese por encima de todo: feliz.


lunes, 2 de septiembre de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo: Añorando mi infancia


Pasar los días en pleno encierro —salvo para salir a comer—, me mantenían en un completo estado de melancolía.

Necesitaba irme a Madrid cuanto antes, estar aquí solo me aportaba malos recuerdos.


En estos instantes y más que nunca desearía volver a mi infancia, ésa que en ocasiones rechazamos con absurdas pataletas y con ansias de tener una edad más adulta para dejar de estar bajo el yugo de los padres y hacer lo que en verdad deseamos. Y ahora que me veo envuelta en una situación non grata, desearía volver a esa infancia, en la que solo tenía la obligación de estudiar y poco más.


Añoraba a mi madre y me dolía no tener noticias suyas, no saber lo que sintió al leer la carta que la dejé antes de partir me consumía por dentro.


En su foro interno sé que hubiera salido en mi busca, y sin embargo ése al que tengo que llamar padre de seguro se lo impediría.


—¡Qué duro era ser mujer en aquella época en la que solo se esperaba de una el que fueses buena esposa, mejor madre y sobre todo saber mantener la boca cerrada!—.


Tener una mentalidad abierta en una época en la que todo el mundo que te rodea la tiene cerrada, es complicado.


Siento que he nacido en una época en la que no encuentro un lugar donde poder ser yo, sin tener que ser hipócrita y disimular.


Menos mal que este diario hace que en estos momentos pueda volcar todo lo que llevo en mi interior.


—¡Hasta consigue hacer las veces de psicólogo!—.


La rabia que me da es que por muchas hojas que rellene en este diario, jamás podrán ver la luz.


A nadie le interesaría conocer la vida de una futura marquesa, aunque lo único que difiera de una persona sin título sea quizás la economía, pero en contrapartida está el tener que estar pendiente siempre del que dirán y no poder ser como desearía.


En este preciso instante desearía ser esa sirvienta que gozó de la misma forma que yo lo hice en los brazos de Felipe. Ella, sin estudios, sin posición social, había conseguido tener lo que yo jamás tendría por mucho dinero y propiedades que tuviera en mi haber. Ella, había conseguido formar mi mayor anhelo, mi mayor sueño: una familia.


—¿Por qué el gran porcentaje de las personas piensan que tener estabilidad económica es sinónimo de ser feliz?—.


No voy a negar que ayuda y bastante. Pero no aporta la felicidad. Es más... con los años te das cuenta de que la felicidad como tal no existe, sino que son escasos momentos en los que te sientes feliz. Pero una felicidad completa es una utopía. Y siendo escritora y teniendo tanta sensibilidad, me atrevo a decir, que ser feliz es más complicado que sentirse incomprendida y en ocasiones hasta desdichada.


Ahora que estoy asomada a la ventana, resguardándome del día lluvioso, observo a varios niños saltando felizmente sobre los charcos sin importarles si se manchan o no; eso jamás lo pude hacer. Mi institutriz, mi adorada Aurora, nunca me hubiese permitido hacer nada que fuera impropio de una muchacha de mi condición social.


Añoro mi infancia, pero he de mirar hacia adelante. Escucho como llaman a la puerta, es el dueño del hotel. Me imagino que viene a traerme la tan esperada carta de mi padrino con noticias nuevas.





Querida ahijada;


Cuánta triste me da conocer tu situación. Huelga decir que no has de pedirme que te haga un hueco en mi hogar, puesto que también es el tuyo Dulcinea. 

Ser padrino es algo más que sujetar un cirio en tan solemne ceremonia como lo es la del bautismo. Es a mi modo de ver, estar pendiente y velar por los pasos del ahijado e intentar estar siempre en lo bueno y en lo malo. Y esa responsabilidad la asumí de muy buen grado.



El próximo sábado estaré en Madrid. El presidente de la república D. Niceto Alcalá Zamora ha convocado a todo el cuerpo diplomático y como tal he de asistir —aunque sabes de sobra que soy monárquico—, pese a que Alfonso XIII como rey, ha dejado mucho que desear.

Estaré hospedado en un hotel en la calle Princesa. Dejaré recado al personal de recepción para que a tu llegada te acompañen a tu habitación. Hablamos largo y tendido después del acto mencionado anteriormente que tendrá lugar en el Palacio del Pardo.

Muy a mi pesar he de dejar de escribir, tengo una reunión ineludible.

Intenta ver el lado positivo de la vida —aunque sea complicado—, de los momentos más amargos son de los que uno más aprende.




Con todo mi afecto
Tu padrino


sábado, 31 de agosto de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo: Asumiendo mi posición y mi destino.


La conversación con Felipe me bajó de las nubes en la que en mi fantástico mundo había creado. Quizás el error de ser escritora es que siempre piensas que todo es posible —como lo es con mis personajes—, que con tan solo escribiendo unas cuantas letras son suficientes para hacerles felices o unos completos desgraciados.


Pero yo no era un personaje al que un escritor hace de su vida lo que quiere; yo era la dueña y señora de mi vida, la única responsable de que todo me fuera bien o mal.

Decidí poner tierra de por medio, no quería regresar a Laussane con la cabeza gacha. Aunque sé que tarde o temprano tendría que asumir mi destino, pero antes quería ordenar mis ideas e intentar que mis sentimientos hacia Felipe no me traicionasen haciendo que diese algún paso en falso.

Ya en la pensión decidí ponerme en contacto con mi padrino. En estos instantes él era la única persona en la que podría encontrar apoyo, cariño y sobre todo comprensión.

Dejar atrás mi casa en La Granja no era fácil. Pero por el bien de mi hijo y su futuro, era lo mejor.
Tal vez con el tiempo el amor llamaría de nuevo a mis puertas, pero de momento mi única prioridad era la vida que llevaba en mi interior.

Tenía todavía suficiente dinero para vivir cómodamente en la pensión, con la precaución de que ningún lugareño me viese.

Cogí mi diario —mi compañero de viajes, mi amigo fiel— y arranqué unas cuantas hojas para escribir en ellas una misiva a mi padrino, para ponerle al corriente de todo. La pondría al día siguiente en correos.






Estimado padrino;

No son gratas las letras que va a tener que leer, pues mis esperanzas de ser feliz se han resquebrajado.

Felipe, el hombre del que le hablé, el padre de mi hijo; durante mi ausencia cometió el tremendo error de dejarse llevar por el mundano placer dejando a una parroquiana en cinta.

Y desde luego que no tengo el valor de romper esa relación, y más cuando sé que hay una vida que está por venir y no es justo que esa personita crezca alejada de su padre.

—¡Lo sé, padrino!—, pensará que por qué mi hijo sí. Todo es tan complicado... Yo económicamente marcho bien y el dinero tapa y borra de un plumazo cualquier desdén; sin embargo, esa muchacha no es más que la sirvienta de los Duques de Alba y no tiene más que su escaso jornal que entrega en su casa.
Es por ese motivo que le escribo, para pedirle que me deje vivir una temporada con usted. Sé que no tendré suficiente vida para agradecerle lo que está haciendo por mí, pero mis padres, que son los que deberían apoyarme, no lo hacen.

Han transcurrido tres días tan solo desde que regrese a mi patria, pero pese al ambiente republicano que se vive en España, no deja de ser el país donde nací y en donde tengo los mejores recuerdos de mi infancia; ni en Laussane, ni en su casa —y ha de perdonarme— encontraré la tranquilidad espiritual que aquí siento.

Pero desde que me quedé en cinta, dejó de importarme mis sentimientos. Todo lo que hago y lo que me mueve es el amor incondicional que se despertó en mí, hacia mi hijo, desde el día que supe que se estaba formando dentro de mí. Solo por y para él sacaré fuerzas de donde no las tengo.
No quiero entretenerlo más padrino. Cuando le sea posible, conteste a estas cuantas letras, de ésta, su ahijada que tanto respeto y cariño le tiene.



Con afecto, Dulcinea.