Durante muchos años he tenido esta imagen como fondo de pantalla en mi ordenador y hasta hoy no he reparado en ella. Y tal vez sea porque en ella se refleja lo más parecido a la amalgama de sentimientos que de nuevo y en forma de historia se apoderan de mí para escribiros una situación real en la que se encuentran muchas personas, más de las que os podéis imaginar.
No creo que sea necesario que os diga como me llamo, ni creo que sea relevante para que este conjunto de palabras que pretenden hacerte ver que la vida no es siempre lo que la sociedad nos impone, que la vida no es lo que los demás esperan de uno, sino que la vida hay que vivirla como uno quiere —sin hacer daño gratuito, sin duda, pero sí... como uno quiere—. Porque solo hay una vida, no hay más... y como tal hay que vivirla.
Me miro cada mañana al espejo y todavía me siento atractiva y sin embargo el hombre con el que amanezco cada día, si saber cómo ni porqué dejó de mirarme, ya no recuerdo que día fue el que dejé de reflejarme en su mirada...
Caminas de un lado hacia otro, te derrumbas, sabes que no debes hacerlo, y sin embargo... después de sentirte como una estatua insultantemente atractiva, pero gélida y fría, te das cuenta que necesitas de nuevo de esas manos de aquél escultor que cuando apenas tu belleza empezaba a despuntar, te esculpió y te convirtió en la maravillosa escultura que eres hoy.
La sociedad te impone que es lo que hay, que tendrás que esperar...; pero ya no puedo esperar, me niego a estar muerta y no poder respirar. Necesito expandir mis alas, necesito sentirte libre y de nuevo volar.
No quiero razonar más, no quiero preguntarme las consecuencias que podría traer el dejarme llevar. Deber y querer no siempre han de ir de la mano.
Enciendes el ordenador con el firme propósito de mandar un mail a ese hombre que hizo tambalear los cimientos de tu vida. Han pasado muchos años, no sabes que será de él; el tiempo y la distancia hacen mella y se encargan en ocasiones de borrar recuerdos —que aunque latentes ahora en mi—, en él seguramente bien puedan haber sido borrados por otros besos, por otras caricias... Suspiro, pienso... Ahora tendrá 50 años. —¿Qué habrá sido de él? ¿Quién estará encendiendo su piel? ¿Quién será la afortunada de beber de sus labios y calmar su sed?—. La curiosidad puede más y me decido a escribirle un mail:
Destinatario: —Jamás lo diré—
Asunto: Hazme sentir mujer...
¡Hola!
Sin duda han pasado muchos años en los que usábamos esta cuenta de correo para citarnos y entregarnos a la pasión. Una situación fría para muchos y sin embargo a nosotros siempre nos ha servido como antesala para lo que después serían unos encuentros llenos de deseo, de respeto y de una increíble admiración. Ya no soy esa niña que temblaba en tus brazos, sino que esa flor que llamó tu atención y a la que acariciabas con ternura, hoy de nuevo te pide que la riegues con pasión.
Sabes que no soy de darme a cualquiera y por eso me pongo en contacto contigo. Libre estas de que no querer hacerme temblar como sólo tú lo has logrado.
Sin duda prefiero acariciarme pensando en los recuerdos que tener que aleccionar de nuevo a un amante que ni en sueños me hará sentir lo que entre tus brazos solo puedo sentir.
No me juzgues.
Besos...
Pasa un día, otro...
Tu vida sigue siendo pura rutina, todos los días iguales. Hasta que tiempo después cuando ya te habías hecho a la idea de no ver el sol nunca más —la contestación de aquél mail que enviaste hoy está pendiente de abrir en tu bandeja de entrada— y de nuevo un rayo ilumina tu piel.
¡Hola!
¿Qué tal? Hace muchos años que dejé de abrir el mail, perdí la esperanza de volver a verte o por lo menos saber de ti. Mucho tiempo... Yo también he recordado y he disfrutado con tu recuerdo.
—¿Cuándo te he juzgado? Ya sabes que soy parco en palabras, pero en contestación al asunto del mail, te diré: —Me encantaría—
Como siempre, dime lugar y hora y allí estaré.
Lo que a muchos les resultaría unas palabras frías, en él y conociéndole era de lo más sinceras.
En ocasiones las palabras sobran. Como nos sobró la ropa aquél día cuando frente a frente desnudos, después de catorce años sin vernos, la química, el deseo, la complicidad, el saber estar y la pasión estaban tan latentes como el primer día...
Cuando llegas a casa tu vida sigue siendo igual de rutinaria pero con esos pequeños y cómplices momentos que te devuelven la vida.
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