viernes, 5 de abril de 2013

Un beso, con sabor a hielo.


           Salí de casa con la única intención de perseguirle, de saber el por qué de su frialdad. 

          Cada día estaba más distante, era extraño en él que habiendo sido un hombre que hablaba por los codos, ahora era parco en palabras. No daba crédito a que el hombre con el que me había casado, se estuviese transformando en un completo desconocido para mí.  

          Cierto es que llevábamos muchos años juntos, y quizás la compañía menos deseada para cualquier pareja había hecho su presencia. ¡Sí!, la maldita monotonía, el que todos los días de nuestra vida fueran igual que el anterior, había hecho mella en nuestra relación. Atrás quedaron los momentos en lo que nos buscábamos como cuando éramos unos niños y nos deshacíamos en besos. Ya nada de eso existía; nuestra relación quizás era ya una mera utopía, gélida y sin vida. Tan solo el canario que con su piar nos hacía sentir un atisbo de vida en nuestro hogar. 

          Quizás es por eso que hoy cuando lo vi más arreglado de lo normal, más perfumado de lo que era normal en él, ése sentido que todas las mujeres tenemos, hizo que me alarmase y saliera tras sus pasos para ver donde iba. 

          Me sentía rara, ridícula, ¡yo que tantas veces le había rechazado en la intimidad!, ahora me veía presa de unos celos impropios de mí. 

          ¿Tal vez sea porque tenemos miedo a perder lo que tenemos? ¿Tal vez porque cometemos el error de pensar, que el amor es para siempre? 

          Maldigo todos y cada uno de los días que le rechacé con absurdas mentiras. Ahora... Tengo que estar viendo con mis propios ojos, como ese hombre que me había convertido en mujer; estaba besándose con otra mujer.  

          Y bien sabe que nada tenía en contra de ella, ¡Si yo me hubiera comportado como debiera! Pensé que lo mejor sería hacer como que nada había visto, que nada había sucedido, ¡total!, un beso tampoco entrañaba ningún compromiso.  

          Pero... ¿Cómo podría mirarle a los ojos esta noche? ¿Sería capaz de hacer que no vi nada? 

          De camino a casa, llena de dolor y rabia por la escena que había visto. Me había propuesto que esa pasión volviera a nuestras vidas, pero mirándome al espejo me desaparecía la ilusión; ya no tenía el cuerpo de antaño, la maternidad había causado mella en mi, mis senos, ya no eran duros y tersos con antes lo eran, y en mi vientre había una cicatriz del nacimiento de mi última hija. Quizás estos malditos complejos hicieron que por el miedo al rechazo, me convirtiera en un maldito témpano de hielo.
 
          -¡Basta ya de complejos!-, me dije. Tienes que reaccionar, no puedes permitir que el hombre al que amas, se te vaya de las manos, y quede en tu mente como un recuerdo más. 

          ¡Sí!, tienes que buscar de nuevo a esa gatita en celo que hay dentro de ti, sorprenderle y hacer que vuelva a ti. 

          Decidí quitarme esos complejos, vestirme tan solo con una pashmina roja, cubriéndome los ojos para de nuevo sentir todo aquello que durante tantos años no quise sentir. -¡Malditos complejos, maldita vergüenza!-. 

          Todavía al escribir este relato, puedo sentir el calor en mi vientre, sus manos recorriendo mi cuerpo y sus besos, aquellos que antes eran de hielo, ahora... ¡Ahora son de fuego! 

          Por fin he podido recuperar al amor de mi vida, quitarme la venda de los ojos que tan ciega me tenía y volver a vivir la pasión que ni antaño tuvimos, y descubrir que sin sus besos y sus caricias... moriría.


 
 
Rubizul

miércoles, 27 de marzo de 2013

Algo más que un maldito relato

 
Mi nombre y mi edad, no importan, no es necesario para hacerte comprender el por qué de este relato. Sólo sé que hoy necesito escribir lo que realmente estoy sintiendo, aunque puede ser que de nada sirva compartir contigo, la impotencia de ver que el pasado, regresó a nuestras vidas, para ser un presente cercano. 
Y no voy a mencionar, ni a Dulcinea, ni a Quijote, ni a Cervantes, sino que pretendo contarte, una historia mucho más interesante.
Seguramente recuerdes aquel histórico día, cuando recién finalizada la guerra civil, el Caudillo, se dirigió a su "pueblo" el 1 de Abril  de 1939, con el siguiente discurso: 
 
En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo,
han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares.
La guerra ha terminado
Burgos 1 de Abril de 1939. 
Quizás y sólo quizás, para algunos pocos la guerra habría finalizado, para otros, sería un calvario tras otro. Eran muchas familias españolas que no tenían ni alimentos que llevarse a la boca, malviviendo en los restos de sus casas, muchas de estas familias sobrevivían, en condiciones infrahumanas. 
Entre esas familias, se encuentran dos personas que no quisieron ser protagonistas de esa historia, pero que la vida, les obligó a serlo. 
Hoy recuerdo, como si fuera ayer cuando esto sucedió. Cuando un buen día mi madre, me tenía para comer un plato de lentejas; lentejas que no quise comer, que desprecié porque eran las que sobraron de ayer.
Mi madre no dijo nada; me dejó el plano se fue. Recuerdo que lloré como una desconsolada, porque quería comer. Cuando mi madre me escuchó llorar, vino al comedor y me dijo que dejase de llorar, que no por eso me iba hacer otra comida, y que si no me la quería comer, seguro que con más ganas me las cenaría.
Me quedé sin comer, por orgullo, por pataleta de niña pequeña. Pero... Cuando llegó la hora de la cena, mis tripas rugían de hambre. Pero albergaba la esperanza de que mi madre se apiadase de mí, dándome otra cosa para cenar. ¿Qué me puso de cenar?, el plato de lentejas. ¿Y sabes qué paso? Que el hambre me hizo comer las lentejas, sin ser consciente de que a mediodía las desprecié. 
En ese instante mi madre se acercó y me dijo: Nunca desprecies la comida que hay en un plato. Tu padre y yo, cuando teníamos tu edad, apenas teníamos comida que llevarnos a la boca; pasamos hambre, miseria, los alimentos se racionaban con una cartilla. ¡Hija, poder tomar unas lentejas, hubiese sido un manjar! 
Afortunadamente he crecido en un ambiente lleno de amor, -viviendo la época que me tocaba vivir-, pero siempre se encargaron de que tuvieran conciencia, de lo que ellos pasaron y que tenía que ser agradecida.
Han visto crecer a sus hijos, viendo como se esforzaba por ser personas de bien. Entre ellos se miraban, tranquilos, sabiendo que nunca íbamos a padecer.  
¡Maldito pasado, que ahora es presente! Solo tienen que salir a la calle, dando un paseo, para ver que estamos peor de lo que estaba ellos antes. 
Hoy se llevan las manos a la cabeza, preocupados por nuestro futuro, indignados de ver que no hay trabajo, que familias enteras tienen un mísero sueldo para salir adelante, y esas las que tienen más suerte. Porque hay otras que tienen que alimentar a sus hijos en comedores sociales. 
Hoy no hay un Caudillo, ni dictadura, sino un montón de políticos, corruptos y caraduras. 
Nunca pensaron los protagonistas de esta historia, que tendrían que ver que sus hijos, protagonizarían una historia similar. 
Y lo único que quiero como premio a este relato, es que después de leerlo, respires, salgas a la calle, y te des cuenta, que lo que escribo en él, es algo más que un maldito relato.

Eva Mª Maisanava Trobo

lunes, 25 de marzo de 2013

Dulcinea, algo más que una mujer bella.


       Heme aquí sentada en una habitación, tan gélida y gris, como los recuerdos que ahora se adueñan de mi mente, al recordar a mi querido Quijote cuando se le nublaban las entendederas por tener a Dulcinea día y noche en su mente.
       Triste tradición aquella, en la que todo caballero noble ha de tener un escudero y una dama en su corazón a quien dedicar sus victorias.
       ¡Bla, bla, bla!-, no son más que tradiciones, ancestrales, absurdas e irreales
       Mi nombre no es Dulcinea y no soy del Toboso. Soy una escritora novel, rebelde, rubia y con bemoles, que está lejos, muy lejos de ser aquella mujer que habitaba en el corazón de Quijote.
       Quizás mi mente esté tan perturbada como la de aquel escritor brillante que teniendo en su mente a mi protagonista, un buen día le dio vida en un viejo y arrugado papel.
       Dicen que se llamaba Miguel de Cervantes, un tipo quizás interesante, pero que jamás contó con que llegaría el día en el que una joven damisela cuanto menos, diferente, haría de su Dulcinea, ingenua y bella, una mujer moderna, erótica e inteligente.
       Algo le faltó a su relato, Sr. Cervantes, para que hubiera sido realmente más interesante. ¿Un poco más de picante? ¡No hombre, no me refiero a esas "especias" que dan sabor a las comidas!, sino a unas vivencias, diferentes y más creativas.
       Recuerdo aquella conversación, en la que jubiloso y azorado, su Quijote decía a Dulcinea que luchó con gigantes que lo acechaban y le daban pavor.
       ¡Pobre, Quijote! Aquel día, recuerdo que Dulcinea estaba en sus aposentos, divirtiéndose de lo lindo con un apuesto caballero. No era noble, sino plebeyo, eso sí... ¡Vive Dios!, lo que disfrutó con su espada envainada, agitada y excitada, mientras galopaba, cual plebeya desbocada.
       Algo así, D. Miguel, le hubiera faltado a su obra, que todavía hoy en el siglo XXI siguen leyendo con ferviente admiración.
       Pero sin ánimo de ofender, estoy completamente convencida de  que si me hubiera conocido, la nueva versión de D. Quijote hubiera hecho sombra a las memorias de Grey.
       ¡Ay, Sr. Cervantes! Me humedezco al recordar aquel día, cuando Quijote dormía, y su escudero, bajito, rechoncho y feo, entró en los aposentos de Dulcinea y mirándola con deseo, la despojó de sus vestimentas, bebió de su pilón, con lujuria y pasión.
       Y sabe Dios que es entonces cuando en mi mente sin saber cómo ni porqué, comencé a escribir:
       - En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, un Quijote, ignorante, delgaducho y poco ducho en las artes del placer, dormía plácidamente mientras que su Dulcinea, excitada, se encontraba mirando hacia Cuenca, perdiendo el oremus, al conocer el buen hacer de la lanza de su escudero-. 
       Tal vez es otra forma de ver su obra maestra, pero no me diga que no es, diferente e interesante. Seguro que más de un admirador suyo, por aquella época, me hubiera acusado de hereje, denunciándome al Tribunal de la Santa Inquisición.
       Pero créame cuando le digo que no es su obra, ni su nombre, lo que quisiera mancillar, sino que es su mente la que en verdad, quisiera ultrajar...
       Permítame decirle el porqué de tan complicada empresa, pero hubiera deseado seducirle lentamente, ser su concubina, buena y obediente, mientras que embriagado por el placer, me contase el secreto de como hacer para escribir como usted.
       Aunque me temo que por mucho que hubiéramos escuchado las aspas del molino girar mientras metida la noche, no hubiésemos dejado de aullar, siendo prisioneros de locuras imposibles de contar.
       Tanta pasión soñada, que ni hoy, mi mente perturbada, se atreve a plasmar. Quizás en otra vida, pueda lograr acariciar su pensamiento y escribir con detenimiento, aquella noche en la que dos escritores, conjugando diferentes tiempos verbales, harían de aquella noche el mejor ensayo jamás contado.
       Hasta entonces, Sr. Cervantes. Seguiré intentando hacer que su Dulcinea sea algo más que una mujer bella.
       Lucharé pese a ser vilipendiada por esas mentes "retrógradas" para que Dulcinea sea el puro reflejo de esa mujer que aunque hubiese querido poseer, ni en su imaginación ya lo podrá hacer...
       ¡Sí!, Sr. Cervantes, es ahora mi turno de escribir con tinta y papel, las nuevas vivencias de una Dulcinea que le aseguro que dará más que hablar; que esa Dulcinea, cálida e ingenua, que a su D. Quijote hizo enloquecer.
       Sé que podría haber escogido otro nombre, que no fuera tan importante en la historia de la literatura como el de su adorable Dulcinea, pero me he propuesto que sea algo más que una mujer bella a la que recordar.
       Sé que el reto es complicado, pero sé como lo tengo que hacer; solamente he de abrir mi corazón y expresarme como sólo yo lo sé hacer.
        No tema que su Dulcinea, está en buenas manos. Seguramente conozca más mundo que con usted. Pero le aseguro, que nunca perderá, lo que toda gran mujer ha de conservar, su dignidad.
 
Eva Mª Maisanava Trobo