Mi nombre y mi edad, no importan, no es necesario para hacerte comprender el por qué de este relato. Sólo sé que hoy necesito
escribir lo que realmente estoy sintiendo, aunque puede ser que de nada sirva
compartir contigo, la impotencia de ver que el pasado, regresó a nuestras
vidas, para ser un presente cercano.
Y no voy a mencionar, ni
a Dulcinea, ni a Quijote, ni a Cervantes, sino que pretendo contarte, una
historia mucho más interesante.
Seguramente recuerdes aquel histórico día, cuando recién finalizada la guerra civil, el Caudillo, se dirigió a su "pueblo" el 1 de Abril de 1939, con el siguiente discurso:
En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo,
han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares.
La guerra ha terminado
Burgos 1 de Abril de 1939.
Quizás
y sólo quizás, para algunos pocos la guerra habría finalizado, para otros,
sería un calvario tras otro. Eran muchas familias españolas que no tenían ni
alimentos que llevarse a la boca, malviviendo en los restos de sus casas,
muchas de estas familias sobrevivían, en condiciones infrahumanas.
Entre esas familias, se encuentran dos personas que no quisieron ser protagonistas de esa historia, pero que la vida, les obligó a serlo.
Hoy recuerdo, como si fuera ayer cuando esto sucedió. Cuando un buen día mi madre, me tenía para comer un
plato de lentejas; lentejas que no quise comer, que desprecié porque eran las
que sobraron de ayer.
Mi madre no dijo nada; me dejó el plano se fue. Recuerdo que lloré como una desconsolada, porque quería comer. Cuando mi madre me escuchó llorar, vino al comedor y me dijo que dejase de llorar, que no por eso me iba hacer otra comida, y que si no me la quería comer, seguro que con más ganas me las cenaría.
Me quedé sin comer, por
orgullo, por pataleta de niña pequeña. Pero... Cuando llegó la hora de la cena,
mis tripas rugían de hambre. Pero albergaba la esperanza de que mi madre se
apiadase de mí, dándome otra cosa para cenar. ¿Qué me puso de cenar?, el plato
de lentejas. ¿Y sabes qué paso? Que el hambre me hizo comer las lentejas, sin
ser consciente de que a mediodía las desprecié.
En ese instante mi madre
se acercó y me dijo: Nunca desprecies la comida que hay en un plato. Tu padre y
yo, cuando teníamos tu edad, apenas teníamos comida que llevarnos a la boca;
pasamos hambre, miseria, los alimentos se racionaban con una cartilla. ¡Hija,
poder tomar unas lentejas, hubiese sido un manjar!
Afortunadamente he
crecido en un ambiente lleno de amor, -viviendo la época que me tocaba vivir-,
pero siempre se encargaron de que tuvieran conciencia, de lo que ellos pasaron
y que tenía que ser agradecida.
Han visto crecer a sus hijos, viendo como se esforzaba por ser personas de bien. Entre ellos se miraban, tranquilos, sabiendo que nunca íbamos a padecer.
¡Maldito pasado, que
ahora es presente! Solo tienen que salir a la calle, dando un paseo, para ver
que estamos peor de lo que estaba ellos antes.
Hoy se llevan las manos a
la cabeza, preocupados por nuestro futuro, indignados de ver que no hay
trabajo, que familias enteras tienen un mísero sueldo para salir adelante, y
esas las que tienen más suerte. Porque hay otras que tienen que alimentar a sus
hijos en comedores sociales.
Hoy no hay un Caudillo,
ni dictadura, sino un montón de políticos, corruptos y caraduras.
Nunca pensaron los
protagonistas de esta historia, que tendrían que ver que sus hijos,
protagonizarían una historia similar.
Y lo
único que quiero como premio a este relato, es que después de leerlo, respires,
salgas a la calle, y te des cuenta, que lo que escribo en él, es algo más que
un maldito relato.
Eva Mª Maisanava Trobo
Te aplaudo por dos veces Eva, por escribir lindo y por tener conciencia de lo que esta pasando y sentimientos, cosa que parece hoy en día mas que olvidada, me encanta como escribes y me llena de satisfaccion poder contar con tu amistad ya que veo que tienes "VALORES", un abrazo
ResponderEliminarGracias, Pepi. Cuando leo estos comentarios, verdaderamente me emociono. Muchas gracias, de nuevo. Besos.
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