viernes, 18 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. Una huida planeada


Realmente todavía no daba crédito a lo que me estaba sucediendo y tampoco llegaba a comprender el cambio de actitud de él, hacia mi persona. Desde que llegó en ningún momento dado había llamado a su mujer, y lo que es peor, ella tampoco le había llamado.


Me costaba entender, después de las horas que había pasado con él, que Rania —su mujer—, no le llamase y apenas se preocupara por él. No voy a negar que quizás él estuviera haciendo un papel bien estudiado para llevar a cabo su plan; pero ya me había hecho suya, y sin embargo seguía a mi lado, feliz...

¿Qué sentido tenía que quisiera ir a Houston? ¿Y Rania? ¿Y el bebé que estaba esperando?, cuanto más analizaba su vida, más confundida estaba y tal vez hasta me sentía un poco culpable, porque, aunque quisiera engañarme, esa mirada, aunque me doliese admitirlo, era la de un hombre enamorado.

Pese a toda la formación que había recibido en la agencia, la más importante nunca nos la enseñaron: a comprender los sentimientos. Y es que son tan difíciles de entender y cuanto menos de analizar. Él, un hombre ejecutivo, que con chascar los dedos tenía lo que quería. Una mujer que le había dado un hijo y que esperaba otro, su amante, y yo...

La historia se complicaba cada vez más. Tres mujeres en la vida del Sr. Musa, dos de ellas tal vez rivales. Porque yo no me consideraba rival de ninguna de ellas. Fue él quien quizás preso de la soledad y por falta de comprensión, me buscó y ahora debía de escoger entre su vida asentada o yo, si es que realmente lo que empezaba a sospechar era verdad.

Cuando salió del baño me encontró todavía tumbada en la cama, el tiempo se había adueñado de mí, mientras que no cesaba en pensar en mis padres, hoy jueves, los vería y sabría solamente por sus miradas, si habían sido capaces de perdonar —mi mentira y a la vez, mi gran verdad—


—Giselle, tengo que ir al aeropuerto para dejarlo todo solventado, en cuanto sepa la hora de salida del vuelo para Houston te llamaré por teléfono. ¡Estás feliz!, ¿verdad?

—No sé, si la palabra felicidad sea la más apropiada de usar, más bien contrariada por todo. Por tu trato hacia mí, ¿no te estarás enamorando?

—Yo... Luego hablamos, se hace tarde y ahora lo más importante es que puedas ver a tus padres.

—¡No!, más desplantes y más huidas, ¡no! Dime de una vez por todas, que estás pensando o te juro, que hago las maletas, me voy a Madrid aun a riesgo de no percibir ni un euro. Es más, no quiero nada de ti, sólo quiero que seas sincero, ¿es que no sé explicarme? o ¿No quieres contestar? —contesté gritando—.

—Giselle, te lo ruego, después... A las doce del mediodía te espero en el aeropuerto, no falles.


Se despidió con un beso en la mejilla y se fue.

Esta situación hacía que me sintiese cada vez más y más confundida, por una parte, sólo quería que llegase el Domingo, finalizar mi semana en París, regresar a Madrid, y vivir sin temor a nada... dejando mi pasado completamente enterrado; cada día el lujo me aborrecía más. Sé que muchas personas no entenderán esta sensación, pero nada de lo que tenía, absolutamente nada, me llenaba.

Realmente lo que más deseaba, era coger ese avión privado con destino a Houston y desaparecer de su vida, tal vez así, valorase lo que estaba a punto de perder.

Lo único que se me ocurría para poder llevar a cabo mi plan y quitármelo de encima, por unos días, era seducir a François —su chófer—.

Tal vez mi actitud, resulte contraria, pero si algo he aprendido en la vida, es que el ser humano se da cuenta de lo que siente o tiene, cuando deja de tenerlo. Pues bien, eso era lo que pretendía. Por más que quería esforzarme en comprender el miedo del Sr. Musa, no podía.

No entendía como él, un hombre de negocios, acostumbrado a negociaciones interminables y a conseguir el éxito siempre con facilidad, y que algo tan sencillo como expresar sus sentimientos le costase tanto.

Aunque François fuera un hombre realmente recto y profesional, no dejaba de ser un hombre, y a estas alturas de mi vida —sería capaz de todo—, con tal de conseguir mis propósitos. ¡Sí, Giselle, si! —me dije—. Debes de llamarle por teléfono indicándole que tiene que venir a buscarte por órdenes del Sr. Musa y no podrá decirte que no.

¿Qué mejor vestimenta para el cuerpo de una mujer, que solamente una sábana de raso tapando su sexo y una rosa entre sus senos? Sé, que le sería completamente imposible decirme que no. No quería tener sexo con él, todo lo contrario; solamente quería seducirle inocentemente y convencerle de que hablase con el piloto del avión para que llamase al Sr. Musa, indicándole, que por un problema técnico el vuelo se cambiaría de hora, y de esta manera coger el vuelo y desaparecer de su vida... 

Eran ya las diez de la mañana, no podía perder ni un sólo minuto más. Tenía que llamarle, para que viniera a verme y como fuera convencerle de que hablase con el piloto; porque de lo contrario a las doce del mediodía estaría cogiendo ese vuelo acompañada por él, sin conocer el verdadero motivo que le empujaba a querer conocer a mis padres.

Cuando François llamó a la puerta, —que yo, previamente había dejado semiabierta para que al abrirla me encontrara tendida sobre la cama—. Estaba azorado, pálido, incapaz de pronunciar ni una sola palabra.

Las gotas de sudor, les resbalaban por la cara y pude apreciar que le incomodaba verme a sí. Justo eso era lo que me había propuesto, descuadrarle para que abandonara su rectitud y así abordarle, con delicados besos, gemidos fríamente estudiados e invitarle con un sutil y estudiado gesto, a que viniera a la cama, y cuando estuviera completamente loco, excitado... Levantarme de la cama, coger mi bata de raso y decirle que o convencía al piloto de que cambiase la hora de vuelo o de lo contrario, la grabación de lo que había sucedido, la vería su jefe. Y conociendo el carácter de él, no le sentaría, nada, pero qué nada bien.

Tal y como lo había planeado, así sucedió. Cuando estaba en la cama conmigo, completamente excitado, con ganas de devorarme, me incorporé y le dejé en la cama maniatado por la sábana. Y fue entonces cuando la verdadera escorts que durante todo este tiempo desapareció —por lo que empezaba a sentir—, volvió a hacer acto de presencia.


—François, es muy sencillo lo que te pido. Convence al piloto y nada de lo que aquí ha sucedido, llegará a conocimiento de quién tú ya sabes. Ahora bien, si no accedes, sería una pena que te quedases sin trabajo, ¿no crees, querido? —le dije.

—Srta. Bayma.

—¡Jajaja! Ahora me tratas de señorita, cuando hace tan sólo hace un instante que con tu mirada me estabas devorando.

—Yo...

—No digas nada François, es muy sencillo. Coge el teléfono y avisa al piloto y te aseguro, que conservarás tu trabajo. Es más, a mi edad, tengo la memoria justa, para pasar el rato. Irónicamente comencé a reír, mientras que se incorporó de la cama, cubierto por la sábana, pudiendo apreciar todavía la excitación que tenía.

—Me acerqué a él, le besé y me metí al baño. No sin antes decirle, que después de realizar la llamada, se marchase.

Una vez estuve en el baño, pude escuchar toda la conversación. Ya era una realidad, dejaría al Sr. Musa en tierra, mientras que yo volaría a Houston.

Tenía que llamarle, no quería que pensase que estaba todo planeado, prefería que creyese que estaba al margen de todo de lo que iba a suceder.

—Dime, Giselle. ¿Estás bien?

—Si, solamente quería recordarte que a las doce nos vemos en el aeropuerto, no quisiera viajar sola. ¡Tenemos una conversación pendiente!

—Menos mal que me has llamado. Te iba a llamar ahora mismo me ha llamado el piloto, hay un problema técnico y el vuelo saldrá a la una del mediodía. François te irá a buscar a esta hora... ¡Claro que tenemos que hablar!

—¡Vaya!, espero que no haya ninguna sorpresa más. Te espero, no me falles.

—Hasta luego preciosa, hasta luego.



La sensación que tenía era horrible. Era la primera vez en mi vida, que dejándome llevar por la frialdad, había sido capaz de llegar a mentir a una persona que sabía que me quería. Pero precisamente eran mis sentimientos, lo que habían hecho que me comportase de esa forma. Tenía que saber de una vez por todas, si lo que sentía era amor o sólo pasión.

Hice rápidamente mi equipaje. En media hora vendría François a buscarme para llevarme a coger ése vuelo que me acercaría a mis padres y que tal vez me acercase al hombre que mejor me había tratado en la vida.

Cuando ya estaba sentada y el avión estaba cogiendo altura, el corazón me latía tan rápidamente, que fue en ese preciso instante, cuando me imaginé su reacción, al abrir la carta que le había dejado sobre la cama.



    Estimado Musa.

El único motivo que me empuja a escribir esta carta es para confesarte el porqué de mi actitud. Ahora mismo estarás rabiando, extrañado y confuso, por mi huida. Pero creo que es lo mejor. No quiero, ni pienso, ni puedo seguir engañándome más.

Es cierto que todo comenzó con la frialdad de un negocio más, tú me deseabas y yo necesitaba dinero. Pero ambos sabemos, que lo que compartimos la otra noche, es algo más que una burda noche de pasión.

Todavía me sonrojo al pensar, como me amaste. ¡Sí! No fue un momento más, ni pretendas engañarme y lo que es peor, engañarte. Poner tierra de por medio, nos vendrá bien para poner un nombre a lo que sentimos.

Y si pasado un tiempo, no sentimos nada, no pensamos el uno en el otro, será un adiós definitivo y un gran recuerdo. No quiero ni un euro de ti, sólo quiero que seas feliz.


Con cariño
Giselle Bayma



Seguir pensando en lo que ahora estaría sintiendo, ya no tenía sentido. Lo mejor sería esperar. Ahora lo único que me importaba en esos instantes, era mi realidad. Y la realidad era que mi madre, estaba en el aeropuerto esperándome con los brazos abiertos, sin preguntas, sin querer saber, solamente me abrazó como sólo ella lo sabía hacer y me sentí de nuevo en casa, feliz, tranquila y tal vez ilusionada...


No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 25 de octubre. 
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.

 

miércoles, 16 de octubre de 2024

Porque por fin sucedió

De nuevo tengo esa sensación de tenerme que enfrentar a un folio en blanco y más que miedo, tengo respeto, mucho.

Porque lo que siento es tan bonito que no sé como escribirlo sin que nada se quede en el tintero, porque es lo último que quisiera.


Desde muy niña siempre me ha gustado estar sola y ahora de mujer, esa soledad “escogida” es algo que de vez en cuando necesito, me apasiona y sobre todo necesito para disfrutar y saborear más la vida.

Estoy sentada en un asiendo del Ave, rumbo a Madrid, escribiendo a vuela pluma lo que siento, para una vez más contar lo vivido o soñado; porque ya sabéis que los escritores navegamos en la ambigüedad. 

Le conozco desde hace muchos años, somos amigos, él es mi mano derecha; siempre hemos tenido claro que la amistad es lo más importante. Hasta que llega un buen día en el que te das cuenta de que esa amistad no es más que un disfraz de un sentimiento que hasta da miedo pronunciar, pues sabes que es complicado, por no decir imposible que vire en otra dirección; hasta que llega el día que lo tienes frente a ti y luchas por no dejarte llevar, pero no puedes o no podemos…

Y ha tenido que ser ahora, después de mucho tiempo cuando al ir a Alicante por trabajo surge la oportunidad de materializar el sueño que ambos siempre hemos deseado, el poder pasar una noche juntos, amanecer abrazados y saber que lo vivido, lo experimentado, no sólo nos ha servido para conocernos más, sino para darnos cuenta de que ahora que hemos sido uno, no queremos dejar de serlo; pero no dentro de una relación normal, sino sin darle nombre a lo que ambos por voluntad propia no queremos etiquetar. Simplemente somos dos amigos enamorados del amor, que nos deseamos y eso es lo que nos importa. 


¡Porque sí!, porque por fin sucedió, una noche mágica, llena de respeto, admiración, pasión y con una dosis de amor.

¡Porque sí!, porque a escondidas éramos dos amigos/amantes entregándose a la pasión, porque lo escrito es una tajante verdad o tal vez un sueño deseado por los dos, porque lo que sentimos es sólo nuestro y lo que ahora estás leyendo no es más que otro de mis relatos, tal vez imaginado o no.





Eva Mª Maisanava Trobo
16/10/2024 Dirección a Madrid

viernes, 11 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. - Un viaje inesperado-


Cuando desperté el Sr. Musa ya no estaba a mi lado, de nuevo la sensación de soledad se había apoderado de mí. Nada pasó entre nosotros. Simplemente habíamos compartido la misma cama. Una situación realmente atípica y máxime cuando creía que al contratar mis servicios lo hacía con la única finalidad de disfrutar de mí.

Apenas había podido conciliar el sueño después de haber escrito la carta a mi madre. Sabía que mi confesión le haría mucho daño, pero era justo que ambos supiesen mi verdad.

Hay algo que realmente me inquieta hasta el punto de conseguir que el corazón me latiera cada vez más rápido y es que me quedé con las ganas de saber qué era lo que realmente me quiso decir en la cena cuando rápidamente cambió de tema. Cierto es que en ningún momento pude vislumbrar ningún atisbo de deseo hacía mí, es más, era ternura lo que en su mirada podía apreciar.

Me duché para intentar espabilarme, realmente el haber estado pendiente de si él intentaba algo y estar casi toda la noche en vela, hizo mella en mí, haciendo que me costase levantarme de la cama, —realmente estaba agotada—.


No quería desayunar en el hotel, preferí dar un paseo por las calles de París y entrar en cualquier cafetería, para sentirme de esta manera acompañada por gentes desconocidas que al menos consiguieran arroparme en esos momentos de soledad de éste miércoles gélido, en el que sentía que nada estaba saliendo como realmente quería.

Debía ser fría y no podía; cuando estaba frente a él toda mi profesionalidad desaparecía, tal vez recordar el motivo verdadero que me empujaba a estar allí, hacía que no tuviera la frialdad suficiente para dejar mis miedos a un lado. Ni tan siquiera el chocolate caliente, ni la gente, ni el sonido de sus voces, consiguieron mitigar mis miedos, todo lo contrario, me sentía verdaderamente pérdida, fuera de lugar, con ganas de tirarlo todo por la borda. No logro recordar como llegué caminando a La Poste du Louvre, sólo recuerdo que me sentía como un ente que vagaba por las calles parisinas, sin apreciar la belleza que realmente tenían.

Apenas tengo recuerdos de lo que me pudo pasar, pero cuando abrí los ojos estaba tumbada en una cama, solo llevaba mi ropa interior y estaba tapada por una sábana. Sentía que me costaba respirar y que algo aprisionaba mi brazo. Pronto me di cuenta de que estaba en la sala de urgencias de un hospital, que me costaba respirar porque tenía una mascarilla puesta y que tenía un holter puesto para medir mi presión arterial. Lo último que podía recordar es que había llegado a poner la carta de mi madre.

Tenía sed, llamé al enfermero que estaba atendiendo a otro paciente, para que me diera algo de beber. Cuando se acercó, me indicó que no podía dármela puesto que había sufrido un desmayo y estaba en observación. Sólo se limitó a mojarme los labios con una gasa y se fue a llamar al Doctor, ante mi persistencia en preguntar por él y querer saber que me había sucedido realmente.

En seguida vino Jean Paul —el Doctor—, me tranquilizó cuando me dijo que no era nada grave, simplemente me había dado un bajón de tensión.


—¿Quién me ha traído si estaba sola? —le dije al doctor—.
—Le está esperando a fuera. En breve le daremos el alta, no es nada grave, quizás una mala noticia le haya causado ese bajón de tensión.
—Gracias, doctor.

Afortunadamente nada grave me había sucedido y los resultados de las pruebas, eran normales por lo que me dieron el alta, y pude salir por mi propio pie. Al salir de la sala de urgencias, vi al Sr. Musa; que preso de los nervios se acercó a mí mirándome con las lágrimas en los ojos, al saber que estaba fuera de peligro. Me abrazó con tanta fuerza, que me causaba dolor; él se dio cuenta y se apartó.

—Giselle, temí perderla. No supe cómo reaccionar cuando la vi a la salida de La Poste du Louvre, tambaleándose; me apresuré hacia usted para intentar ayudarla. Estaba preso de los nervios, perdóneme.
—No he de perdonarle nada, más bien he de estarle eternamente agradecida por haberme llevado al hospital, no recuerdo nada de lo sucedido. Soy yo, la que estará en deuda siempre con usted.
—No diga bobadas; hice lo que cualquier persona debía hacer. Tiene que descansar, vayamos a la habitación del hotel y después he de hablar con usted. Ya no puedo seguir engañándome.
—¿Qué me quiere decir? —Contesté contrariada—.
—¡Luego! —Puso su dedo índice en mis labios para con este gesto, hacerme callar—.


No tenía fuerzas para discutir, lo único que quería realmente era descansar, no sabía ni qué hora era, ni cuánto tiempo había estado en la sala de urgencias.
Eran las seis de la tarde, no había podido ponerme en contacto con mi madre, para saber cómo estaba mi padre y lo triste es que no tenía fuerzas, ni ganas de hacerlo, sólo quería comer algo ligero y descansar. La llamaría mañana explicándole lo que me había sucedido, seguro que lo entendería. ¡Claro está!, si me cogía el teléfono, mañana estaría la carta en su poder y posiblemente ya no querría saber nada de mí.

Cuando llegamos al Hotel nos dirigimos al Restaurante, era la primera vez que íbamos a cenar allí. Su decoración era tan majestuosa como el interior de uno de esos comedores que había en los palacios y que, desde niña, siempre soñé con visitar. 

Aunque apenas tenía hambre, y eso que desde el desayuno de la mañana no había vuelto a ingerir ningún alimento más, por no ser descortés a su invitación, le acompañé, cenando tan sólo un consomé y una tortilla. 

Tenía más ganas de irme a la cama, que de estar allí. Él se dio cuenta de mi poca apetencia. Apenas había probado bocado, cuando me retiró la silla, para ofrecerme después su brazo, abandonar el comedor y caminar a través del hall para coger el ascensor y subir a la habitación.

Realmente seguía sin descifrar aquel brillo que el Sr. Musa, desde ayer tenía en su mirada. —¿Sentiría algo por mí?—, pensar eso era realmente ridículo, hasta donde sabía de su vida privada, estaba casado y esperando su segundo hijo, y por si esto fuera poco, tenía una amante. Pero... ¿Por qué tanto misterio?


Se dirigió hacia la mesa de cristal que había en la habitación, donde estaba la bebida, cogió y abrió la botella de cava y me dio a beber.


Quizás el no estar acostumbrada a beber hizo que perdiera la timidez que a mí me caracterizaba y lograse que fuera yo, quien olvidándome de mis principios me acercase para besar sus labios.


Ya nada nos impidió dejarnos llevar por el deseo que ambos sentíamos. Quizás nos separaban muchas cosas o tal vez no; pero la verdad es que nos deseábamos desde el minuto cero en que nos vimos, entre nosotros surgió una tensión sexual que era obvio que teníamos que resolver.


El plan fríamente urdido por mí los días pasados se fueron al traste, estaba siendo arrastrada por la pasión, el deseo, su experiencia y su buen hacer. Estaba completamente embriaga por el deseo, nuestros labios se unieron de una forma total.


Cuando me quise dar cuenta estaba completamente desnuda y sentí sus labios mordisqueando mis pezones, mientras que el calor se agolpaba en mi vientre. Era tal la pasión que sentía, que sentí como entraba en mí, era el placer más grande de todos los placeres. Y es que no hay nada más estremecedor, que poder refugiarme en sus brazos; esos brazos tan musculados, que cuando me aferran contra su pecho hacen que me sienta levitar. Nuestros cuerpos desnudos, eran un torbellino de pasión, nuestros besos tan intensos, que hicieron que nuestro cuerpo se estremeciera dando rienda suelta al instinto más primario que todos tenemos.

Sentí verdaderamente como si fuera esa noche, mi primera vez.
Me temblaban tanto las piernas, que recuerdo como lentamente las separaba mientras iba sintiendo como su lengua buscaba el lugar correcto, para darme el mayor de los placeres, hasta que salió de mis labios un grito anunciando un orgasmo; orgasmo que él también tuvo, pues noté como su sexo palpitaba dentro de mí inundándome de él.


Fue una competición, por quien daba más placer al otro, aunque tan importante fueron los momentos de placer que tuvimos fruto de la pasión, como ese sensación que ambos empezábamos a tener.



La mejor conversación que pudimos mantener era la que nuestros cuerpos acababan de tener, en silencio y mirándonos a los ojos.


Apenas mi respiración estaba tornándose a la normalidad, cuando de sus labios escuche: —Giselle, mañana cogemos un avión privado para ir a Houston, quiero que veas a tus padres y quiero hablar con ellos—.


Cuando quise contestarle, me lo impidió besándome en los labios...


¿Qué sería lo que quería hablar con mis padres?, quizás estaba herrando, pero casi podría asegurar que se estaba enamorando de mí o tal vez ya lo estaba.




No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 18 de octubre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


martes, 8 de octubre de 2024

A ti, estés donde estés.

 

Qué fácil es escribir una carta y qué complicado es dirigir la carta a quién deseas conocer pero que nunca has visto, y sin embargo quieres con todo tu ser poderle ver.

Llevo años intentando escuchar el latido de tu corazón y el destino me lo impide. Tu padre y yo deseamos conocerte y no sabemos ya cómo dar contigo. La desesperación en ocasiones puede más que el amor y la pasión que ambos nos profesamos; porque pasan las horas, los días, los meses y nada, no te haces presente.

Ni te puedes hacer a la idea de lo que te quiero. Cuántas veces a lo largo de mi vida le habré dicho a un hombre que era el “amor de mi vida” y… ¡Dios! ¡Qué gran mentira! 
— Porque solamente tú eres el gran amor de mi vida y eso que ni tan siquiera te conozco—.

Tal vez no quieras hacerte presente porque sientas que no esté ni preparada, ni a la altura de ser tu madre. Pero nadie nació teniendo esa lección aprendida, solamente el día que te tenga en mi vientre aprenderé a ser madre, porque a quererte, bien sabe Dios que lo llevo haciendo durante años.

¿Sabes? Hace no mucho estuve a punto de perder la esperanza, de no hacer por buscarte y justo en ese instante me llegó un libro con una dedicatoria que decía “La esperanza no es lo último que se pierde, es que no se puede perder”.

Espero que algún día pueda calmar tu llanto en mi regazo, como ahora lo hace tu padre conmigo cuando un mes más no te hallo...



Tu madre que te quiere
Ena
18/03/2019


viernes, 4 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. -No me leas, siénteme-


Al despertar, Davinia ya no estaba conmigo; se había marchado, habiéndome dejado la mejor experiencia íntima jamás vivida. No puedo decir que me hubiese enamorado de ella, mentiría. Pero sí puedo jurar que jamás olvidaré lo que sentí entre sus brazos. Fue algo más que un momento efímero que pasa por tu vida sin dejar huella. Por el contrario, todavía podía sentir como ardía mi interior, quizás porque haya sido realmente la primera vez que de verdad disfruté de mi cuerpo, sin tapujos, sin remilgos y dejando a un lado las etiquetas que, sin fundamento alguno, esta sociedad tan intolerante se atreve a imponer.

Si hay algo porque no me arrepiento en absoluto es de haber aceptado la oferta de David, sin duda, era saber que me estaba encontrando a mí misma; aparte de salvar la vida de mi padre. —Aunque tal vez el precio que tuviera que pagar fuese demasiado elevado—.

Ya eran las nueve de la mañana y todavía seguía en la cama. En ese instante llamaron a la puerta.


—Señorita Bayma, le traigo el desayuno.

—Si, un momento por favor. Me incorporé rápidamente. Me puse la bata y me dirigí a abrir la puerta.

—Pase, déjelo en la mesa.

—Espero que sea de su agrado. El Sr. Musa le ha mandado un telegrama. Cualquier cosa que necesite, díganoslo. Queremos que se sienta como en su casa.

—Gracias, está bien. Puede retirarse.



No había probado bocado desde el chocolate con picatostes que había tomado el día anterior en la cafetería. Y después de la noche vivida, me sentía famélica.

Quizás muchas personas, estando en una de las suites más lujosas, hubiesen desayunado caviar, fresas o champagne. Pero desde niña estaba acostumbrada a mi café con leche, croissant con mantequilla y mermelada de fresa, y un zumo de naranja. Aunque en esta ocasión no podía negarme el privilegio de descorchar la botella de Champagne Moët & Chandon y sentir el cosquilleo de las burbujas en mis labios. Después de haber desayunado, abrí el telegrama de Musa.



    Querida, Giselle:

Me ha surgido una reunión de última hora, siento decirle que hasta las ocho de la tarde no estaré en París.

He reservado mesa en un restaurante con unas vistas maravillosas, aunque tenerla enfrente y poder observarla, es la mejor vista que pueda tener un hombre.

Espero que en el hotel la traten como se merece. No repare en gastos, el dinero no es más que algo necesario para poder vivir, pero poder disfrutar de su presencia, es algo que no cualquier hombre se puede permitir, ni siquiera en sueños.


Un cordial saludo
Sr. Musa


No sé realmente porqué tenía miedo, tal vez saber que el Sr. Musa era conocedor de estricto protocolo hacía tambalear mi seguridad. Recuerdo la primera vez que me senté a la mesa con él. Era de los pocos hombres que usaban todos los cubiertos, como realmente se debían de usar. Detallista en cada movimiento, siempre me servía antes la bebida a mí, me retiraba la silla. En definitiva, no se podía negar que tenía un saber estar que me encantaba. Para ser un hombre bastante mayor que yo, conservaba ese espíritu de jovialidad que hacía que cada cita con él, fuese inolvidable. Él lo sabía y como tal usaba todas sus armas para conseguir los favores de cualquier muchacha. Nadie le había dicho que no a excepción mía. Y tal vez el no haberme poseído nunca hacía que pudiese jugar con él, despertando sus ganas de tenerme.

Davinia me dijo hace mucho tiempo que en esta vida no hace daño quien quiere, sino quien puede y sabe cómo. —Nunca lo olvides, Giselle, desgraciado del alumno que no aventaje a su profesor—.

Y yo era esa alumna que había despojado a Davinia de su coraza, había conseguido tener al Sr. Musa comiendo de mi mano. Ahora no podía permitirme el lujo de flaquear. —Mirar hacia atrás, sólo para coger impulso—, me dije.

Quería aprovechar la mañana para respirar el aire Parisino y sentir el frío en mi cuerpo. Tal vez así, dejase aparcado por un momento el recuerdo de una noche diferente.

Después de ducharme y de vestirme. Abrí la caja fuerte y saqué dinero, deseaba volver a sentir esa sensación casi olvidada de comprar sin mirar el precio. Quería que la mañana fuese provechosa y disfrutar de París, antes del encuentro con él.


Cogí un taxi con dirección al Louvre; estar en París y no apreciar la belleza de "La Gioconda" no tenía perdón. Desde siempre adoré la historia, y saber que aparte de ser uno de los museos más importantes del mundo, también fue en su tiempo el antiguo Palacio Real de Louvre, hizo que entre sus paredes me sintiese como una princesa sin corona. Sólo aquel que haya tenido el privilegio de haber estado en su interior, estará de acuerdo con que es una visión que se queda grabada en la retina y es imposible de olvidar. 



Cuando salí del museo, me acordé de que no había llamado a mi madre.


—¡Giselle! ¿Qué pasa? ¿Por qué no has llamado antes?

—Lo siento Mamá, perdóname. Siento haber llamado tan temprano. No me había dado cuenta de la diferencia horaria. Es ahora cuando tengo un minuto para poderte llamar. Ya sabes lo absorbente que es trabajar de guía. Pero dime, ¿cómo estás? ¿Cómo sigue papá?

—Dentro de lo que cabe, bien, le operan a las tres de la tarde. No deja de preguntar por ti, ¿por qué no quieres hablar con él?

—Mamá, sabes que no puedo, no puedo tragarme las lágrimas. Me duele saber que está mal. Si me hubiera tocado a mí, no sufriría ni la mitad.

—¡Cállate, Giselle! Solamente cuando seas madre comprenderás que no hay peor dolor para los padres que ver a sus hijos enfermos. Nunca olvides estas palabras.

—Lo sé, —no me grites—. He de dejarte, tengo regresar al hotel y esta tarde tengo una cena con mi jefe. Os quiero con toda mi alma.

—Ten cuidado, Giselle.


¿Por qué todas las madres eran medio brujas? Estaba convencida de que mi madre intuía algo, tenía un sexto sentido. Me atrevía a decir que era la única persona del mundo a la que realmente me resultaba imposible engañar. Y es por eso por lo que tenía que sincerarme con ella, tal vez me arriesgaba a que no me comprendiera, pero no se merecía vivir en el engaño, sin saber que su hija, su pequeña hija era una escort.

El mero hecho de saber que justo a la hora que iban a operar a mi padre estaría cenando con Musa, me revolvía las tripas. Se acercaba el momento, que, aunque quisiera, no podía evitar. Y tenía que estar deslumbrante para poder cautivarle.

Cogí un taxi rumbo a Galeries Lafayette, era una visita obligada para una mujer cosmopolita como yo. Además, me había dicho que no reparase en gastos. Pues sí, quería comprarme el último modelo de Louis Vuitton. Ir a un centro de belleza y relajarme en un Spa, para interpretar mi mejor papel en la noche. 


Es curioso ver, desde mi profesión, lo mediocres que son a veces los dependientes. Si vas bien vestida y con una tarjeta American Express te atienden de lo más amable, y de lo contrario casi hasta percibes la sensación de que les estás molestando. Todos estos pequeños detalles me hacían ver que vivía en un mundo de hipocresía.

Cuando me quise dar cuenta eran las siete de la tarde. Tenía que ir al hotel a prepararme. El Sr. Musa pasaría a recogerme poco después.

Me sentía completamente confundida, estaba en la mejor Suite, había disfrutado de ver el Museo del Louvre, había desconectado en el salón de belleza, mis brazos cargaban bolsas con los mejores complementos, perfumes, vestimentas y aun así me sentía vacía.

Había llegado la hora de sincerarme con mi madre, solo así sería capaz de estar serena y con el corazón frío, para poder llevar a cabo mi plan.

Tiré las bolsas de mala manera en el cama, me dirigí al estudio, abrí el cajón y cogí la estilográfica para escribir una carta a mi madre, si no lo hacía no podría salir victoriosa de aquella situación. Pero cuando me quise dar cuenta, sólo me quedaba media hora. Decidí que le escribiría más tarde.

Opté por ponerme el socorrido vestido negro de palabra de honor, con un bolero, para protegerme de la fría noche y la cartera de mano con cristales de Swarovski. Cuando estaba dejando el bote de perfume en el tocador, escuché que llamaban a la puerta. El corazón empezó a latirme rápidamente: había llegado la hora.

Cuando abrí la puerta... El Sr. Musa, iba vestido con un traje de raya diplomática de Emidio Tucci de color gris marengo, camisa blanca y corbata azul. Llevaba una rosa roja en la mano y por un instante las piernas me temblaron. No sabía si de verdad estaba preparada para afrontar algo así. Pero ya no había marcha atrás, estábamos él y yo frente a frente.


—Buenas noches, Giselle, —me cogió de la mano para besarla— Encantado de saludarla. Por lo que puedo ver el tiempo parece pasar solo para mí, pues es usted, se detuvo.

—Gracias, veo que no ha cambiado, sigue siendo tan galante como siempre, y creame si le digo que el tiempo tampoco hizo mella en usted.

—¡Siempre tan halagadora! Me imagino que a estas horas ya tendrá apetito. Tenemos reservada una mesa en un restaurante, acorde a su belleza y elegancia. Estoy seguro de que le gustará. Le brindo mi brazo, ¿me acompaña?


Estaba empezando a sentirme atraía por él. Su misterio, su elegancia, su diplomacia, su seguridad comedida en cada palabra.

La mesa estaba en una terraza con unas vistas seductoras, desde donde se podía ver La torre Eiffel y la maravillosa ciudad a nuestros pies.

Ya estábamos sentados en la mesa y él se había encargado de pedir la cena: ensalada con gulas, boletus y nueces, bañadas con una vinagreta con un toque de mostaza francesa, tostas de foie de pato y de bebida un vino blanco espumoso.


Por un parte me sentía cómoda con su compañía y su agradable conversación. Y por otra, culpable por estar cenando relajadamente, sin poder ni tan siquiera coger el móvil y llamar a mi madre para interesarme por la operación de mi padre.










Tanto se me notaba, que se dio cuenta.

—¿Se encuentra bien?, la noto ausente, preocupada. Si hay algo que pueda hacer por usted, sólo tiene que pedírmelo, lo sabe.

—Mi padre, mi padre... —Comencé a llorar—.

—¿Qué le pasa a su padre? ¿Es dinero lo que necesitan?, dígame.


Ya estaba perdiendo el control de la situación y quizás todavía más por su comprensión. No entendía a qué se debía tanta preocupación, cuando yo creía que lo único que deseaba era arrebatarme la ropa y hacerme suya.


—No se preocupe por mí, a fin de cuentas, usted ha contratado mi compañía para un único fin. No puedo permitirme el lujo de hacerle sentir mal.

—Giselle, si de verdad piensa que únicamente quiero llevarla a la cama, se equivoca. La deseo, sí. Pero no así, no de esta forma, no obligada. Y tal vez se asombraría cuando se entere que realmente he venido para... Pero dejemos esa conversación para otro momento, todavía queda mucha semana por delante y quiero que sepa el por qué he querido estar con usted y cuales son mis verdaderas intenciones. Tan solo le pido que me permita dormir con usted.


Pagó la cuenta y nos fuimos al hotel. Estando en la habitación abrió la botella de champagne.

Se acercó a mí, me estrechó entre sus brazos y me besó en la frente. Me cogió en brazos y me tumbó en la cama. Me quedé dormida bajo su atenta mirada protectora. De repente me desperté y estaba a mi lado, plácidamente dormido y en una esquina de la cama. 

Todo lo que había sucedido realmente me desconcertaba más de lo que ya estaba. Nunca pensé que se conformaría con dormir a mi lado. Y haciendo memoria de la conversación que habíamos tenido, no lograba entender que es lo que me quiso decir cuando de repente cambió de conversación. —¿Sabría al día siguiente realmente qué es lo que él tenía pensado para mí?—.


Me di cuenta de que tenía que escribir la carta para mi madre. Me levanté de la cama sin hacer ruido, me dirigí al estudio y por fin me sinceré con mis padres, y conmigo misma. 


    Querida Mamá.

Supongo que te extrañará el recibir esta misiva, pero no puedo seguir engañándome, y lo que es peor engañándote. Quizás no sea digna de que me vuelvas a mirar a los ojos, ni de que por mis venas corra tu sangre.

Es ahora, cuando siento que tal vez un día de estos días os pueda perder, cuando tengo la necesidad de que sepáis la verdad. Una verdad que durante años he callado sólo por no haceros sufrir, pero que día a día me ha desgarrado por dentro, transformándome en un ser inerte.

No soy una agente de viajes, ni estoy en París porque me haya salido un trabajo de guía. Nada que ver con algo tan bonito como realmente sería esa profesión.

Soy una mujer que dejándose llevar por el lujo, ha caído en un mundo del que le cuesta salir. Soy una escort de alto standing y me vendo al mejor postor.

Bien es cierto que, a estas alturas de mi vida, soy la mejor, puedo escoger y no me tratan mal. Es más, todo lo contrario, mamá. Materialmente tengo todo lo que nadie puede tener ni en sueños, pero no tengo lo que más ansío… Que es, que entiendas por qué he tomado la decisión de aceptar este trabajo.

Cuando decidí dejarlo, apenas tenía dinero para comer, debía tres meses al casero, pero estaba dispuesta a empezar de cero y sé que lo habría conseguido.

Pero cuando te llamé y me dijiste lo de Papá ni me lo pensé dos veces.

Sé que pensarás, pero...—¡Hija y tú dignidad!—

Pero... ¿Quién se atreve a decirme qué es la dignidad? ¿Sería digno dejar que mi padre muriese? No, mamá. Seguramente mientras que a papá le estén abriendo el cuerpo con un bisturí para salvarle la vida, yo dejaré que penetren mi cuerpo y no con un bisturí, mamá, ni tampoco para salvarme la vida, sino para salvar la de él.

Tú te desgarraste para tenerme cuando me diste a luz. ¡Qué más da que ahora desgarren mi cuerpo!

Espero, Mamá, que cuando me veáis, no me apartéis de vuestras vidas.



P.d: "No me leas... Siénteme"

Con cariño
Giselle



No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 11 de octubre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.