viernes, 1 de noviembre de 2024

Escorts, una semana en París. —Un dulce adiós—



Cuantas veces he escuchado de los labios de mi madre esta frase:

—¡Hija! Cuando seas madre lo entenderás—.

Y qué cierto es que cuando las mujeres pasamos por la maternidad, desearíamos poder borrar con una goma todas esas malas contestaciones que en la adolescencia todos hemos dado. —¡Ahora entiendo los desvelos de mi madre!—.

Me encuentro asomada a la ventana de la habitación del hotel, pensando en qué decisión tomar. ¡No es fácil!, desde fuera es sencillo defender la vida, pero... ¿Y cuando no tienes nada que dar? ¿Y cuando el hijo que llevas en tus entrañas sería una mera moneda de cambio?

Estoy hecha un mar de dudas; ansío ser madre, pero por otra parte necesito sentirme libre. Y no es libertinaje lo que busco, sino que ahora que dentro de mí hay un conjunto de células que se están desarrollando, me planteo si de verdad es eso lo que quiero.

Si tengo que ser sincera, mi vida está completamente desestructurada. Y no sé si realmente sería sensato por mi parte traer un hijo al mundo en estas circunstancias.

Pese a que he vendido mi cuerpo al mejor postor, hay algo que nunca venderé... Mi alma.

Y aunque sé el revuelo que van a causar mis palabras y más a sabiendas de lo que he sufrido y experimentado hasta la fecha, tengo sentimientos. Y un hijo ahora no sería lo mejor.

Sé que mi familia me apoyará pese a la decisión que tome, sea contraria a la suya. Es absurdo que me impongan una decisión a estas alturas de mi vida.

De nuevo vuelvo a sentir ese escalofrío por todo mi cuerpo, presiento que algo malo va a suceder. ¿Pero el qué?

Es absurdo negar que esté completamente enamorada, y aunque parezca que mi huida fugaz, fue sinónimo de inseguridad, no lo fue. Simplemente lo hice para conocer sus sentimientos. Vivir con esta desazón es absurdo y más ahora que estoy embarazada.

En estos instantes esa vocecita llamada conciencia, me dice que le llame y le diga que voy a ser madre. Pero no quiero hacerlo, quiero que tome la decisión de estar el resto de su vida conmigo porque me ame. No quiero que lo haga porque esté esperando un hijo suyo; nunca utilizaría a un hijo para atrapar a un hombre.

Es curioso como en décimas de segundos cambia la vida de una mujer cuando se está en estado. —¡Cuánta razón tenía mi madre!—.

Es de nuevo el sonido del móvil quien consigue devolverme al mundo real dejando a un lado los pensamientos, los miedos y la decisión de si tener o no a mi hijo.

—Dime, mamá. ¿Cómo amaneció papá?

—Bien, Giselle. Pero ahora quien nos preocupas eres tú, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a tener a tu hijo? Sabes que un hijo no es un juguete que cuando te cansas, devuelves a la tienda de juguetes, o tiras a la basura. Es para siempre, Giselle. Desde que tomes conciencia y estés segura, dejarás de ser tú, para ser él. Queremos que sepas que tomes la decisión que tomes, te apoyaremos. No te voy a pedir que nos hables de él, ni en qué circunstancias os conocisteis. Hablar ambos y tomar una decisión. Te queremos.

—Gracias, mamá. Pero no sé si deba decirle que espero un hijo suyo. No quiero que decida quedarse conmigo, sólo porque le voy a dar un hijo.

—No te voy a decir qué debes y qué no debes hacer. Pero no tomes una decisión sin madurarla, porque las consecuencias te pueden condicionar el resto de tu vida.

—No lo haré. Voy a buscarlo a el aeropuerto.

—Te queremos, Giselle.

—Y yo a vosotros, mamá.



De nuevo y con más intensidad que nunca, esa corriente gélida que atravesaba cada poro de mi piel se apoderaba de mí, tenía miedo, y no sabía a qué.

Tenía que vestirme, por fin hoy le veía, y por su mirada sabría si sería un dulce adiós o la continuidad de una relación.

La hora se echaba encima, me puse unos vaqueros con una camiseta azul y la chaqueta de cuero que tanto me gustaba y me dispuse rápidamente a bajar a la calle. El taxi me estaba esperando.

De camino al aeropuerto, se veía una columna de humo que claramente dejaba entrever que había sucedido una desgracia en el aeropuerto. Ésa extraña sensación que había tenido cobraba sentido. 


El corazón me latía rápidamente. Cuando llegamos al aeropuerto la zona estaba acordonada, no nos dejaban pasar. El incómodo sonido de las sirenas de las ambulancias incrementaba por momentos mi miedo. El no tener la certeza de lo que estaba sucediendo, me consumía.

A lo lejos pude ver a François. Estaba con las ropas desgarradas y lleno de sangre. Ya no había ninguna duda de que le había pasado algo, puesto que siempre que viajaba, lo hacía con François.

Presa del miedo, saqué valor para saltarme el cordón policial e ir su encuentro. No podía aguantar ni un minuto más y tenía que saber si el padre de mi hijo estaba en peligro.

Cuando ya tenía delante a François y le iba a preguntar por él, escuché un hilo de su voz. Me giré y le vi en una ambulancia. Pese a que la policía y los médicos quisieron detenerme, fue en vano. Nadie se interpondría entre él y yo.

—Musa... Mi amor.

—Giselle, yo...

—¡Quítese, Señorita!—, me empujaron para socorrerle.



Al pensar que lo podía perder para siempre, entré en schock. Empecé a sentir que parte de mi vida se iba y no era una metáfora, pues estaba sangrando. Estaba a punto de perder a los dos hombres de mi vida, a mi hijo y a su padre.

—¿Se podía ser más desgraciada?—.

No recuerdo como fue, ni qué pasó, pero al despertar... Estaba tumbada en la cama de un hospital.

Lo primero que hice fue preguntar por mi hijo, en esos instantes es cuando me di cuenta de que le amaba, que estaba preparada para ser madre y que él era más importante que mi vida.

Afortunadamente los médicos me confirmaron que todo seguía su curso, debía reposar.

Mi madre había dejado a mi padre en la habitación para bajar a urgencias. ¡Menudo panorama en el que se encontraba! Su marido, su hija y su futuro nieto en un hospital.

Cuando pregunté por él, el rictus en la cara de mi madre cambió. Sabía que algo pasaba, pese a que no quería decirme nada. Le pasaba lo mismo que a mí, nuestra cara era reflejo de lo que sentíamos.



—Tienes que descansar, mi niña.

—Mamá, ¿qué pasa? ¡Quiero verle! ¿Dónde está?



Mi madre rompió a llorar. En ese instante François entró en la habitación; era incapaz de sostener mi mirada y de articular una sola palabra. Me dio un sobre y se marchó.

—François, ¡maldito seas! ¿Qué pasa? ¡No te vayas!—, dije gritando.

Regresó a la habitación y me dijo:

—Srta. Bayma. No tengo ánimo de hablar, se lo ruego. El Sr. Musa me pidió que le entregara esta carta. —¡Hasta siempre!—.


No entendía nada de lo que estaba sucediendo. No sabía que había sucedido, todo parecía un mal sueño. Mi madre me dejó a solas para que leyera la carta.

                                                                

 


Amada mía:


Si estás leyendo esta carta nada más me puede hacer feliz. Puesto que me voy sabiendo que la madre de mi futuro hijo está viva.

Me imagino que esta carta te estará destrozando el alma, pero mi amor...

¡No quiero que sufras! Cuando viniste a verme al aeropuerto pude ver en el brillo de tu mirada, que en tu interior estabas anidando una vida.

¡Recuerda que ya soy padre y ese brillo es único, cielo!

Al llegar al hospital y como pude... mal escribí esta carta, pero no podía despedirme sin ser sincero. Siento haberme comportado como un auténtico cobarde, al no decirte en persona, lo que en esta carta vas a leer.

—Te amo, Giselle Bayma—.

Sé que este te amo, llega tarde, muy tarde. Y que por cretino ya nunca podré besar tus labios y susurrártelo al oído. Pero la vida hay que afrontarla como nos toca.

Has de ser fuerte por nuestro hijo. Antes de partir de París, ingresé en tu cuenta corriente la cantidad suficiente como para que ni al niño, ni a ti, ni a tu familia os falte de nada.

Me voy con la única pena de saber que no podré besar la carita de ese ángel que saldrá de tus entrañas. ¡Prométeme que lo cuidarás!

Háblale de mí, de cómo nos conocimos y como fue concebido. No te avergüences jamás de lo nuestro. Has sido, eres y serás la mujer que lleno mi vida y que ahora me acompañará el resto de mis días...

Me despido con un dulce adiós, acompañado de un te amo cargado de mucho, mucho amor.

Sé feliz, Giselle y lucha por nuestro hijo.

Con mucho amor
Musa



No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 8 de noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.



viernes, 25 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. A corazón abierto.


No recuerdo cuanto duro el abrazo en el que mi madre y yo nos fundimos, un abrazo que sin duda alguna lo dijo todo. No solo me había perdonado, sino que se sentía orgullosa de lo que había sido capaz de hacer con tal de sacarles del mal bache económico por el que estaban pasando.

Pero... ¿Cómo decirles que había dejado el trabajo atrás? Que habiendo incumplido las cláusulas del contrato no tendría derecho a percibir ni un solo euro. —¡Con la falta que les hacía el dinero!—.

Eso me daba más vergüenza y me hacía sentir más indigna; que todo lo que había hecho por intentar que el Sr. Musa reaccionase para que se diera cuenta que lo que sentía por mí, era algo más que un momento.

La conversación que mi madre y yo mantuvimos desde el aeropuerto al Hospital, giraba sobre el único tema que ahora a las dos nos importaba: mi padre.

Pese a sentirme tranquila al lado de mi madre, el corazón me latía rápidamente. No podía evitar pensar en él, en cómo se sentiría, aunque mucho me temía que había sido un pasatiempo en su vida. Ya que desde que hablé con él por teléfono, no había vuelto a saber nada... Y eso me desgarraba el alma. Era absurdo engañarme, la distancia, me sirvió para darme cuenta de que una vez más, mi corazón, pertenecía a un hombre que jamás dejaría lo que tenía, por lo que realmente quería.

No tenía ni una sola duda de que él me amaba. Pero entendía que su situación era compleja. ¿Cómo iba a dejar a Rania? ¿Cómo has podido pensar que un hombre distinguido y con clase se fijaría en ti? No seas ingenua, Giselle. —Me dije—.

En ese momento, la voz de mi madre hizo que me diera cuenta de que, durante la gran mayor parte del trayecto, me había quedado absorta, pensando en quien a estas alturas y por siempre, sería el dueño y señor de mi corazón.

Cuando llegamos al Hospital, fuimos directamente a ver a mi padre a la habitación. Verle postrado en una cama, hizo que me diera cuenta, que le quería mucho más de lo que pensaba.

Él, era un hombre de carácter fuerte como yo; y tal vez por eso chocábamos demasiado, pero... haber sentido durante todo este tiempo, que le podría haber perdido para siempre, no hizo sino confirmarme, que es cierto que las personas, nos damos cuenta de lo que realmente queremos, cuando estamos a punto de perderlo.

Las lágrimas, rodaban por mis mejillas, no podía aguantar su mirada, tal vez porque necesitaba un gesto, que me hiciera darme cuenta, que no le había importado conocer mi verdadera profesión; eran muchos años con esta losa encima y solamente ese gesto, haría que el peso que llevaba en mi alma desapareciera.

¡Y vaya que desapareció!, cuando vi que se incorporaba de la cama, como buenamente podía, para caminar hacia mí con los brazos extendidos, mientras que iba diciendo: —Mi niña, mi pequeña gran mujer. Qué orgulloso estoy. Cuánto te quiero—.


Hacía tanto tiempo, que no había visto un mínimo gesto de cariño por su parte y vivir ese instante, era lo más parecido a morir para acto seguido resucitar...

En ese momento, el sonido del móvil rompió ése momento tan mágico, que nunca pensé que llegaría.


—¡Si!, ¿quién es?

—Soy yo, ¿Cómo están tus padres? ¿Cómo estás tú?

—Bien, mis padres bien. Siento haberme comportado así, pero...

—No digas, nada. ¡Guárdate las palabras! ¡Tenemos que hablar!, ¿verdad? Mañana viernes, estaré en Houston. ¡Hasta mañana, Giselle! ¡Ah!, mira tú cuenta...

Sin darme cuenta, de mis labios se escapó un te quiero —que mis padres inevitablemente escucharon—, pero que él no alcanzó a oír, porque ya había colgado el teléfono. Su voz me llenó de esperanza, a la vez, que de miedo.


Mis padres no me dijeron nada, supieron leer en el brillo de mis ojos, que me había enamorado. No me pidieron que hablara de lo que sentía; solamente me preguntaron si estaba bien. —¡Giselle! ¡Hija! ¿Estás bien?—. Escuchaba, mientras sentía que las fuerzas me fallaban....


Cuando volví en mí, estaba tumbada en una cama, que había en la misma habitación que ocupaba mi padre. Me sentía débil, muy débil. Pude observar que me habían puesto suero. En ese instante, entró el Doctor.


—Me gustaría hablar contigo, Giselle. —Hizo un gesto, para que decidiera, si lo que me iba a decir, quería que mis padres lo escucharan o no—.

—No se preocupe, dígame, lo que tenga que decirme. Entre nosotros, no hay ningún secreto. ¡Hable, por favor!

—¿Está segura?

—¡Sí, claro!

—¡Está bien!, ¡Felicidades, Giselle, está embarazada!


¿Felicidades? No sé si esa fue la expresión más acertada o la más equívoca. Desde niña, albergué el deseo de sentir una vida en mi interior, pero ahora que me acababan de dar la noticia. Esa felicidad, se pintaba de dudas y de miedos.

Ya no era tanto el temor de que mis padres, pudieran estar o no de acuerdo con mi decisión. Lo que más me preocupaba era como decírselo a él.

¡Qué estúpida, Giselle! ¡Una escorts, embarazada! ¿Dónde estaba tu mente cuando sabes que no puedes dejar de tomar precauciones y más estando de servicio?, —me dije duramente, mientras que intentaba asimilar la noticia—.

¡Madre!, iba a ser madre. Lo que siempre había deseado ser. Pero no así, no en estas circunstancias.

Afortunadamente, me recuperé enseguida... Pudiéndome incorporar por mí misma, después de que me quitasen el suero.

Mis padres me dijeron que me fuera al hotel, que tenía que descansar; que mi padre ya no estaba en peligro y que ahora era yo quien tenía que cuidarse.

Me sentía sin rumbo y a la deriva; pero no en el sentido de permanecer pasiva como una hoja que flota en el agua, sino al contrario, temerosa de tomar las riendas de mi vida.

Una vida, que ahora albergaba dentro de mí. Quizás hasta ese momento, había sido una niña atrapada en el cuerpo de una mujer, pero ahora era una mujer que iba a ser madre. Y si ya tenía claro que no quería seguir siendo una, escorts; ahora me avergonzaba de haberlo sido.



—¿Cómo explicarle el día de mañana a mi hijo a lo que me dediqué siendo joven? ¿Cómo explicarle que él era fruto de un encuentro de negocios?—. Me sentía indigna de ser madre, no tenía nada que ofrecerle, no tenía lujos, no tenía dinero, ni estudios… tan solo un corazón lleno de sentimientos.

Es ahora cuando tumbada en la cama de la habitación del hotel, expulsando todos mis sentimientos, plasmándolos... A corazón abierto, escribiendo mi verdad, para que mi hijo, entienda el día de mañana el porqué de mi actitud, tal vez pueda llegar a comprender, que todo lo que hice en la vida, fue, por amor a los demás. 

Quizás algún día, esta historia, que ahora está escrita con jirones de mi alma, en la oscuridad de mi soledad, vea la luz algún día y logre de esta forma que mi hijo pueda entender, que cuando se ama de verdad y las circunstancias obligan, los principios y el orgullo se tienen que dejar atrás...

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tenía una sensación extraña, no sabría decir a que se debía, pero presentía que algo malo iba a suceder...

Mañana vendría a verme. Un encuentro que me hizo comprender, que ahora sabía quién era y lo que en verdad quería ser...




No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 1 de Noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


viernes, 18 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. Una huida planeada


Realmente todavía no daba crédito a lo que me estaba sucediendo y tampoco llegaba a comprender el cambio de actitud de él, hacia mi persona. Desde que llegó en ningún momento dado había llamado a su mujer, y lo que es peor, ella tampoco le había llamado.


Me costaba entender, después de las horas que había pasado con él, que Rania —su mujer—, no le llamase y apenas se preocupara por él. No voy a negar que quizás él estuviera haciendo un papel bien estudiado para llevar a cabo su plan; pero ya me había hecho suya, y sin embargo seguía a mi lado, feliz...

¿Qué sentido tenía que quisiera ir a Houston? ¿Y Rania? ¿Y el bebé que estaba esperando?, cuanto más analizaba su vida, más confundida estaba y tal vez hasta me sentía un poco culpable, porque, aunque quisiera engañarme, esa mirada, aunque me doliese admitirlo, era la de un hombre enamorado.

Pese a toda la formación que había recibido en la agencia, la más importante nunca nos la enseñaron: a comprender los sentimientos. Y es que son tan difíciles de entender y cuanto menos de analizar. Él, un hombre ejecutivo, que con chascar los dedos tenía lo que quería. Una mujer que le había dado un hijo y que esperaba otro, su amante, y yo...

La historia se complicaba cada vez más. Tres mujeres en la vida del Sr. Musa, dos de ellas tal vez rivales. Porque yo no me consideraba rival de ninguna de ellas. Fue él quien quizás preso de la soledad y por falta de comprensión, me buscó y ahora debía de escoger entre su vida asentada o yo, si es que realmente lo que empezaba a sospechar era verdad.

Cuando salió del baño me encontró todavía tumbada en la cama, el tiempo se había adueñado de mí, mientras que no cesaba en pensar en mis padres, hoy jueves, los vería y sabría solamente por sus miradas, si habían sido capaces de perdonar —mi mentira y a la vez, mi gran verdad—


—Giselle, tengo que ir al aeropuerto para dejarlo todo solventado, en cuanto sepa la hora de salida del vuelo para Houston te llamaré por teléfono. ¡Estás feliz!, ¿verdad?

—No sé, si la palabra felicidad sea la más apropiada de usar, más bien contrariada por todo. Por tu trato hacia mí, ¿no te estarás enamorando?

—Yo... Luego hablamos, se hace tarde y ahora lo más importante es que puedas ver a tus padres.

—¡No!, más desplantes y más huidas, ¡no! Dime de una vez por todas, que estás pensando o te juro, que hago las maletas, me voy a Madrid aun a riesgo de no percibir ni un euro. Es más, no quiero nada de ti, sólo quiero que seas sincero, ¿es que no sé explicarme? o ¿No quieres contestar? —contesté gritando—.

—Giselle, te lo ruego, después... A las doce del mediodía te espero en el aeropuerto, no falles.


Se despidió con un beso en la mejilla y se fue.

Esta situación hacía que me sintiese cada vez más y más confundida, por una parte, sólo quería que llegase el Domingo, finalizar mi semana en París, regresar a Madrid, y vivir sin temor a nada... dejando mi pasado completamente enterrado; cada día el lujo me aborrecía más. Sé que muchas personas no entenderán esta sensación, pero nada de lo que tenía, absolutamente nada, me llenaba.

Realmente lo que más deseaba, era coger ese avión privado con destino a Houston y desaparecer de su vida, tal vez así, valorase lo que estaba a punto de perder.

Lo único que se me ocurría para poder llevar a cabo mi plan y quitármelo de encima, por unos días, era seducir a François —su chófer—.

Tal vez mi actitud, resulte contraria, pero si algo he aprendido en la vida, es que el ser humano se da cuenta de lo que siente o tiene, cuando deja de tenerlo. Pues bien, eso era lo que pretendía. Por más que quería esforzarme en comprender el miedo del Sr. Musa, no podía.

No entendía como él, un hombre de negocios, acostumbrado a negociaciones interminables y a conseguir el éxito siempre con facilidad, y que algo tan sencillo como expresar sus sentimientos le costase tanto.

Aunque François fuera un hombre realmente recto y profesional, no dejaba de ser un hombre, y a estas alturas de mi vida —sería capaz de todo—, con tal de conseguir mis propósitos. ¡Sí, Giselle, si! —me dije—. Debes de llamarle por teléfono indicándole que tiene que venir a buscarte por órdenes del Sr. Musa y no podrá decirte que no.

¿Qué mejor vestimenta para el cuerpo de una mujer, que solamente una sábana de raso tapando su sexo y una rosa entre sus senos? Sé, que le sería completamente imposible decirme que no. No quería tener sexo con él, todo lo contrario; solamente quería seducirle inocentemente y convencerle de que hablase con el piloto del avión para que llamase al Sr. Musa, indicándole, que por un problema técnico el vuelo se cambiaría de hora, y de esta manera coger el vuelo y desaparecer de su vida... 

Eran ya las diez de la mañana, no podía perder ni un sólo minuto más. Tenía que llamarle, para que viniera a verme y como fuera convencerle de que hablase con el piloto; porque de lo contrario a las doce del mediodía estaría cogiendo ese vuelo acompañada por él, sin conocer el verdadero motivo que le empujaba a querer conocer a mis padres.

Cuando François llamó a la puerta, —que yo, previamente había dejado semiabierta para que al abrirla me encontrara tendida sobre la cama—. Estaba azorado, pálido, incapaz de pronunciar ni una sola palabra.

Las gotas de sudor, les resbalaban por la cara y pude apreciar que le incomodaba verme a sí. Justo eso era lo que me había propuesto, descuadrarle para que abandonara su rectitud y así abordarle, con delicados besos, gemidos fríamente estudiados e invitarle con un sutil y estudiado gesto, a que viniera a la cama, y cuando estuviera completamente loco, excitado... Levantarme de la cama, coger mi bata de raso y decirle que o convencía al piloto de que cambiase la hora de vuelo o de lo contrario, la grabación de lo que había sucedido, la vería su jefe. Y conociendo el carácter de él, no le sentaría, nada, pero qué nada bien.

Tal y como lo había planeado, así sucedió. Cuando estaba en la cama conmigo, completamente excitado, con ganas de devorarme, me incorporé y le dejé en la cama maniatado por la sábana. Y fue entonces cuando la verdadera escorts que durante todo este tiempo desapareció —por lo que empezaba a sentir—, volvió a hacer acto de presencia.


—François, es muy sencillo lo que te pido. Convence al piloto y nada de lo que aquí ha sucedido, llegará a conocimiento de quién tú ya sabes. Ahora bien, si no accedes, sería una pena que te quedases sin trabajo, ¿no crees, querido? —le dije.

—Srta. Bayma.

—¡Jajaja! Ahora me tratas de señorita, cuando hace tan sólo hace un instante que con tu mirada me estabas devorando.

—Yo...

—No digas nada François, es muy sencillo. Coge el teléfono y avisa al piloto y te aseguro, que conservarás tu trabajo. Es más, a mi edad, tengo la memoria justa, para pasar el rato. Irónicamente comencé a reír, mientras que se incorporó de la cama, cubierto por la sábana, pudiendo apreciar todavía la excitación que tenía.

—Me acerqué a él, le besé y me metí al baño. No sin antes decirle, que después de realizar la llamada, se marchase.

Una vez estuve en el baño, pude escuchar toda la conversación. Ya era una realidad, dejaría al Sr. Musa en tierra, mientras que yo volaría a Houston.

Tenía que llamarle, no quería que pensase que estaba todo planeado, prefería que creyese que estaba al margen de todo de lo que iba a suceder.

—Dime, Giselle. ¿Estás bien?

—Si, solamente quería recordarte que a las doce nos vemos en el aeropuerto, no quisiera viajar sola. ¡Tenemos una conversación pendiente!

—Menos mal que me has llamado. Te iba a llamar ahora mismo me ha llamado el piloto, hay un problema técnico y el vuelo saldrá a la una del mediodía. François te irá a buscar a esta hora... ¡Claro que tenemos que hablar!

—¡Vaya!, espero que no haya ninguna sorpresa más. Te espero, no me falles.

—Hasta luego preciosa, hasta luego.



La sensación que tenía era horrible. Era la primera vez en mi vida, que dejándome llevar por la frialdad, había sido capaz de llegar a mentir a una persona que sabía que me quería. Pero precisamente eran mis sentimientos, lo que habían hecho que me comportase de esa forma. Tenía que saber de una vez por todas, si lo que sentía era amor o sólo pasión.

Hice rápidamente mi equipaje. En media hora vendría François a buscarme para llevarme a coger ése vuelo que me acercaría a mis padres y que tal vez me acercase al hombre que mejor me había tratado en la vida.

Cuando ya estaba sentada y el avión estaba cogiendo altura, el corazón me latía tan rápidamente, que fue en ese preciso instante, cuando me imaginé su reacción, al abrir la carta que le había dejado sobre la cama.



    Estimado Musa.

El único motivo que me empuja a escribir esta carta es para confesarte el porqué de mi actitud. Ahora mismo estarás rabiando, extrañado y confuso, por mi huida. Pero creo que es lo mejor. No quiero, ni pienso, ni puedo seguir engañándome más.

Es cierto que todo comenzó con la frialdad de un negocio más, tú me deseabas y yo necesitaba dinero. Pero ambos sabemos, que lo que compartimos la otra noche, es algo más que una burda noche de pasión.

Todavía me sonrojo al pensar, como me amaste. ¡Sí! No fue un momento más, ni pretendas engañarme y lo que es peor, engañarte. Poner tierra de por medio, nos vendrá bien para poner un nombre a lo que sentimos.

Y si pasado un tiempo, no sentimos nada, no pensamos el uno en el otro, será un adiós definitivo y un gran recuerdo. No quiero ni un euro de ti, sólo quiero que seas feliz.


Con cariño
Giselle Bayma



Seguir pensando en lo que ahora estaría sintiendo, ya no tenía sentido. Lo mejor sería esperar. Ahora lo único que me importaba en esos instantes, era mi realidad. Y la realidad era que mi madre, estaba en el aeropuerto esperándome con los brazos abiertos, sin preguntas, sin querer saber, solamente me abrazó como sólo ella lo sabía hacer y me sentí de nuevo en casa, feliz, tranquila y tal vez ilusionada...


No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 25 de octubre. 
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.

 

miércoles, 16 de octubre de 2024

Porque por fin sucedió

De nuevo tengo esa sensación de tenerme que enfrentar a un folio en blanco y más que miedo, tengo respeto, mucho.

Porque lo que siento es tan bonito que no sé como escribirlo sin que nada se quede en el tintero, porque es lo último que quisiera.


Desde muy niña siempre me ha gustado estar sola y ahora de mujer, esa soledad “escogida” es algo que de vez en cuando necesito, me apasiona y sobre todo necesito para disfrutar y saborear más la vida.

Estoy sentada en un asiendo del Ave, rumbo a Madrid, escribiendo a vuela pluma lo que siento, para una vez más contar lo vivido o soñado; porque ya sabéis que los escritores navegamos en la ambigüedad. 

Le conozco desde hace muchos años, somos amigos, él es mi mano derecha; siempre hemos tenido claro que la amistad es lo más importante. Hasta que llega un buen día en el que te das cuenta de que esa amistad no es más que un disfraz de un sentimiento que hasta da miedo pronunciar, pues sabes que es complicado, por no decir imposible que vire en otra dirección; hasta que llega el día que lo tienes frente a ti y luchas por no dejarte llevar, pero no puedes o no podemos…

Y ha tenido que ser ahora, después de mucho tiempo cuando al ir a Alicante por trabajo surge la oportunidad de materializar el sueño que ambos siempre hemos deseado, el poder pasar una noche juntos, amanecer abrazados y saber que lo vivido, lo experimentado, no sólo nos ha servido para conocernos más, sino para darnos cuenta de que ahora que hemos sido uno, no queremos dejar de serlo; pero no dentro de una relación normal, sino sin darle nombre a lo que ambos por voluntad propia no queremos etiquetar. Simplemente somos dos amigos enamorados del amor, que nos deseamos y eso es lo que nos importa. 


¡Porque sí!, porque por fin sucedió, una noche mágica, llena de respeto, admiración, pasión y con una dosis de amor.

¡Porque sí!, porque a escondidas éramos dos amigos/amantes entregándose a la pasión, porque lo escrito es una tajante verdad o tal vez un sueño deseado por los dos, porque lo que sentimos es sólo nuestro y lo que ahora estás leyendo no es más que otro de mis relatos, tal vez imaginado o no.





Eva Mª Maisanava Trobo
16/10/2024 Dirección a Madrid

viernes, 11 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. - Un viaje inesperado-


Cuando desperté el Sr. Musa ya no estaba a mi lado, de nuevo la sensación de soledad se había apoderado de mí. Nada pasó entre nosotros. Simplemente habíamos compartido la misma cama. Una situación realmente atípica y máxime cuando creía que al contratar mis servicios lo hacía con la única finalidad de disfrutar de mí.

Apenas había podido conciliar el sueño después de haber escrito la carta a mi madre. Sabía que mi confesión le haría mucho daño, pero era justo que ambos supiesen mi verdad.

Hay algo que realmente me inquieta hasta el punto de conseguir que el corazón me latiera cada vez más rápido y es que me quedé con las ganas de saber qué era lo que realmente me quiso decir en la cena cuando rápidamente cambió de tema. Cierto es que en ningún momento pude vislumbrar ningún atisbo de deseo hacía mí, es más, era ternura lo que en su mirada podía apreciar.

Me duché para intentar espabilarme, realmente el haber estado pendiente de si él intentaba algo y estar casi toda la noche en vela, hizo mella en mí, haciendo que me costase levantarme de la cama, —realmente estaba agotada—.


No quería desayunar en el hotel, preferí dar un paseo por las calles de París y entrar en cualquier cafetería, para sentirme de esta manera acompañada por gentes desconocidas que al menos consiguieran arroparme en esos momentos de soledad de éste miércoles gélido, en el que sentía que nada estaba saliendo como realmente quería.

Debía ser fría y no podía; cuando estaba frente a él toda mi profesionalidad desaparecía, tal vez recordar el motivo verdadero que me empujaba a estar allí, hacía que no tuviera la frialdad suficiente para dejar mis miedos a un lado. Ni tan siquiera el chocolate caliente, ni la gente, ni el sonido de sus voces, consiguieron mitigar mis miedos, todo lo contrario, me sentía verdaderamente pérdida, fuera de lugar, con ganas de tirarlo todo por la borda. No logro recordar como llegué caminando a La Poste du Louvre, sólo recuerdo que me sentía como un ente que vagaba por las calles parisinas, sin apreciar la belleza que realmente tenían.

Apenas tengo recuerdos de lo que me pudo pasar, pero cuando abrí los ojos estaba tumbada en una cama, solo llevaba mi ropa interior y estaba tapada por una sábana. Sentía que me costaba respirar y que algo aprisionaba mi brazo. Pronto me di cuenta de que estaba en la sala de urgencias de un hospital, que me costaba respirar porque tenía una mascarilla puesta y que tenía un holter puesto para medir mi presión arterial. Lo último que podía recordar es que había llegado a poner la carta de mi madre.

Tenía sed, llamé al enfermero que estaba atendiendo a otro paciente, para que me diera algo de beber. Cuando se acercó, me indicó que no podía dármela puesto que había sufrido un desmayo y estaba en observación. Sólo se limitó a mojarme los labios con una gasa y se fue a llamar al Doctor, ante mi persistencia en preguntar por él y querer saber que me había sucedido realmente.

En seguida vino Jean Paul —el Doctor—, me tranquilizó cuando me dijo que no era nada grave, simplemente me había dado un bajón de tensión.


—¿Quién me ha traído si estaba sola? —le dije al doctor—.
—Le está esperando a fuera. En breve le daremos el alta, no es nada grave, quizás una mala noticia le haya causado ese bajón de tensión.
—Gracias, doctor.

Afortunadamente nada grave me había sucedido y los resultados de las pruebas, eran normales por lo que me dieron el alta, y pude salir por mi propio pie. Al salir de la sala de urgencias, vi al Sr. Musa; que preso de los nervios se acercó a mí mirándome con las lágrimas en los ojos, al saber que estaba fuera de peligro. Me abrazó con tanta fuerza, que me causaba dolor; él se dio cuenta y se apartó.

—Giselle, temí perderla. No supe cómo reaccionar cuando la vi a la salida de La Poste du Louvre, tambaleándose; me apresuré hacia usted para intentar ayudarla. Estaba preso de los nervios, perdóneme.
—No he de perdonarle nada, más bien he de estarle eternamente agradecida por haberme llevado al hospital, no recuerdo nada de lo sucedido. Soy yo, la que estará en deuda siempre con usted.
—No diga bobadas; hice lo que cualquier persona debía hacer. Tiene que descansar, vayamos a la habitación del hotel y después he de hablar con usted. Ya no puedo seguir engañándome.
—¿Qué me quiere decir? —Contesté contrariada—.
—¡Luego! —Puso su dedo índice en mis labios para con este gesto, hacerme callar—.


No tenía fuerzas para discutir, lo único que quería realmente era descansar, no sabía ni qué hora era, ni cuánto tiempo había estado en la sala de urgencias.
Eran las seis de la tarde, no había podido ponerme en contacto con mi madre, para saber cómo estaba mi padre y lo triste es que no tenía fuerzas, ni ganas de hacerlo, sólo quería comer algo ligero y descansar. La llamaría mañana explicándole lo que me había sucedido, seguro que lo entendería. ¡Claro está!, si me cogía el teléfono, mañana estaría la carta en su poder y posiblemente ya no querría saber nada de mí.

Cuando llegamos al Hotel nos dirigimos al Restaurante, era la primera vez que íbamos a cenar allí. Su decoración era tan majestuosa como el interior de uno de esos comedores que había en los palacios y que, desde niña, siempre soñé con visitar. 

Aunque apenas tenía hambre, y eso que desde el desayuno de la mañana no había vuelto a ingerir ningún alimento más, por no ser descortés a su invitación, le acompañé, cenando tan sólo un consomé y una tortilla. 

Tenía más ganas de irme a la cama, que de estar allí. Él se dio cuenta de mi poca apetencia. Apenas había probado bocado, cuando me retiró la silla, para ofrecerme después su brazo, abandonar el comedor y caminar a través del hall para coger el ascensor y subir a la habitación.

Realmente seguía sin descifrar aquel brillo que el Sr. Musa, desde ayer tenía en su mirada. —¿Sentiría algo por mí?—, pensar eso era realmente ridículo, hasta donde sabía de su vida privada, estaba casado y esperando su segundo hijo, y por si esto fuera poco, tenía una amante. Pero... ¿Por qué tanto misterio?


Se dirigió hacia la mesa de cristal que había en la habitación, donde estaba la bebida, cogió y abrió la botella de cava y me dio a beber.


Quizás el no estar acostumbrada a beber hizo que perdiera la timidez que a mí me caracterizaba y lograse que fuera yo, quien olvidándome de mis principios me acercase para besar sus labios.


Ya nada nos impidió dejarnos llevar por el deseo que ambos sentíamos. Quizás nos separaban muchas cosas o tal vez no; pero la verdad es que nos deseábamos desde el minuto cero en que nos vimos, entre nosotros surgió una tensión sexual que era obvio que teníamos que resolver.


El plan fríamente urdido por mí los días pasados se fueron al traste, estaba siendo arrastrada por la pasión, el deseo, su experiencia y su buen hacer. Estaba completamente embriaga por el deseo, nuestros labios se unieron de una forma total.


Cuando me quise dar cuenta estaba completamente desnuda y sentí sus labios mordisqueando mis pezones, mientras que el calor se agolpaba en mi vientre. Era tal la pasión que sentía, que sentí como entraba en mí, era el placer más grande de todos los placeres. Y es que no hay nada más estremecedor, que poder refugiarme en sus brazos; esos brazos tan musculados, que cuando me aferran contra su pecho hacen que me sienta levitar. Nuestros cuerpos desnudos, eran un torbellino de pasión, nuestros besos tan intensos, que hicieron que nuestro cuerpo se estremeciera dando rienda suelta al instinto más primario que todos tenemos.

Sentí verdaderamente como si fuera esa noche, mi primera vez.
Me temblaban tanto las piernas, que recuerdo como lentamente las separaba mientras iba sintiendo como su lengua buscaba el lugar correcto, para darme el mayor de los placeres, hasta que salió de mis labios un grito anunciando un orgasmo; orgasmo que él también tuvo, pues noté como su sexo palpitaba dentro de mí inundándome de él.


Fue una competición, por quien daba más placer al otro, aunque tan importante fueron los momentos de placer que tuvimos fruto de la pasión, como ese sensación que ambos empezábamos a tener.



La mejor conversación que pudimos mantener era la que nuestros cuerpos acababan de tener, en silencio y mirándonos a los ojos.


Apenas mi respiración estaba tornándose a la normalidad, cuando de sus labios escuche: —Giselle, mañana cogemos un avión privado para ir a Houston, quiero que veas a tus padres y quiero hablar con ellos—.


Cuando quise contestarle, me lo impidió besándome en los labios...


¿Qué sería lo que quería hablar con mis padres?, quizás estaba herrando, pero casi podría asegurar que se estaba enamorando de mí o tal vez ya lo estaba.




No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 18 de octubre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.