Resultaba extraño verme al frente de la organización Muabgi en contra de la explotación de mujeres. Y, sin embargo, cada día me sentía más segura de cada paso que daba, pese a la inexperiencia de no haber sido anteriormente empresaria.
Aunque cada día tenía más trabajo que hacer, siempre encontraba un momento para escribir mi historia, mi vida: —Escorts. Una semana en París—.
Lo que en un principio eran pequeñas notas en un diario para que el día de mañana mi hijo Abraham lo leyese, ahora, tantas y tantas notas habían dado lugar a una novela que, aunque no muy extensa, de seguro, no dejará al lector indiferente.
Cuando comencé a escribir esta historia, lo hice, con el propósito de hacer cambiar la mentalidad de las personas, contando mi propia vida, una vida tan real como imaginaría, pero, a fin de cuentas, mi vida.
Pero ahora que se acerca su fin, he de reconocer que lo complicado no ha sido escribirla. Lo complicado ha sido asumir que, escribiéndola, me he encontrado a mí misma. No me atrevería a decir si Giselle es real o un personaje más que ha creado mi mente, estoy en ese instante tan crucial que solo los que escriben, comprenderán.
Ese momento en el que te cuesta dejar atrás a un personaje para crear a otro, porque sientes que, si lo haces, parte de ti se muere. Y eso es lo que justamente me está sucediendo ahora. Parte de mí se muere en estas hojas, que ni tan siquiera sé a ciencia cierta si verán la luz o una vez más se quedarán en un cajón, solitarias, y sin conseguir despertar lo que a lo largo de esta historia y con cada palabra he querido despertar en ti: pasión y humanidad.
Es difícil escribir tu propia vida en unas cuantas líneas, pero el único motivo que me ha empujado a realizarlo es para ayudar a muchas personas a que habrán sus mentes y sus corazones.
Tenemos la maldita tendencia de juzgar a la ligera sin saber nada de la vida de las personas. Hacemos juicios de valores sin saber absolutamente nada de ellas, salvo lo que vemos. Y lo que vemos, la gran mayoría de las ocasiones no es más que un espejismo de la realidad.
Y es por ello por lo que aún a sabiendas de que he tratado temas que darían lugar a horas y horas de debates, me he atrevido, sin tapujos, a daros mi visión de todas y cada una de ellas.
Siempre hemos tenido tendencia a llamar putas a todas aquellas mujeres que venden su cuerpo e incluso a aquellas que se relacionan con hombres casados o comprometidos.
Pero... ¿Aún lo piensas?
Es ahora, cuando al escribir estas palabras, recuerdo aquél paseo por los campos Elíseos, cuando vi a una de las mujeres de uno de mis clientes besándose con otro hombre. Y es ahora cuando te pregunto: —¿Qué comportamiento es el más correcto, el suyo o el mío? ¿Quién es de las dos más señora? —¡Las dos sin lugar a dudas!—. Porque cada uno es dueño y señor de sus actos. Que sean más correctos o no, ¡no seré yo quien los juzgue! Tal vez quien haya llevado una vida recta y sin confusiones podrá hacerlo. Aunque...dime, ¿conoces de alguien?
Cuántas veces he leído artículos en los que se tachaban de depravados, de pervertidos y apestados a todas aquellas personas que llevaban una vida sexual activa y hacían sus fantasías realidad.
Yo, las he hecho. Antes de estar con Davinia, fue, para mí, una mera fantasía. La desee desde que la vi, temblé cuando la tuve entre mis brazos y vibré cuando sentí cómo se estremecía de placer, mientras que con mis labios la provocaba un orgasmo.
Ahora que has leído esto, pongo las manos en el fuego, teniendo la certeza de que has sentido un cosquilleo en tu interior y que mis palabras han despertado tu deseo. Dime: ¿eres un depravado, un pervertido o apestado, por haber sentido eso?
Puedo intuir la expresión de tu rostro ante esta pregunta, en la que inconscientemente, mientras que me lees, asientes con la cabeza. Pero da igual, yo no te voy a juzgar. ¡Faltaría más!
Este capítulo, que no es más que el epílogo de una novela. Y que sé, que está siendo diferente a lo que seguramente antes habías leído en otras novelas, donde sus autores, aprovechan para agradecer a todas aquellas personas que han hecho posible la novela.
Pues bien, yo tengo que agradecerte a ti, que me has juzgado, que sin querer o queriendo me has vilipendiado. Y que, gracias a tus miedos, a tus perjuicios y a tus propios temores, que en algún momento a lo largo de esta historia —has sentido que en ocasiones eran reflejos de tu propia vida—, he escrito mi primera novela.
Gracias por hacerlo. Sin tus críticas, no podría haberlo hecho.
Tal vez estoy consiguiendo meterme en tu mente e invitarte a que, de nuevo, vuelvas a leer esta historia. Tal vez así sepas que no hay que juzgar a quien lo único que ha hecho es escribir y soñar.
¡Qué difícil es escribir un final! Y sobre todo cuando no sabes qué es mentira y qué es verdad. Creo que antes de mandarla a una editorial, la leeré de nuevo, la corregiré y tal vez, después, pueda saber si soy escritora o un personaje más.
De nuevo y una vez más es el teléfono quien me devuelve al mundo real.
—Giselle, hija, ¿estás bien?
—Sí, mamá. Estaba escribiendo. Ya sabes, yo y mis fantasías. ¿qué tal estáis?
—¡Dios mío, Giselle! ¿Alguna vez dejaras de soñar y vivir la realidad?
—No, nunca. La vida es un sueño y yo vivo soñando.
—¿Cuándo podré leerla?
—Pronto, muy pronto estará a la venta.
—Esta vez, ¿quién ha enfermado?, tu padre o yo. ¿A quién has matado?
—¡Ay!, mamá. Ya lo leerás.
—Nota—
Giselle terminó su novela. Su padre se recuperó del todo. La organización Muabgi era cada día más conocida entre las mujeres que hacían la calle.
Una vez que dio a luz a su hijo Abraham, mandó el borrador a varias editoriales.
Al final consiguió que se publicase.
En la presentación estaban todas las personas que ella más quería, sus padres, Davinia y en el cielo —observando atentamente— el Sr. Musa; y muchas de aquellas mujeres que había sacado de las calles acompañadas de sus maridos y sus hijos.
No solo ha conseguido cambiar su vida, dejando atrás a ésa bámbola para convertirse en una gran empresaria, sino que ha conseguido, cambiar la forma de pensar de muchas personas. Quizás ése logro se deba a la personalidad de Giselle.
Sin ambages, sincera, apasionada, inestable, algo ingenua, pero, sobre todo, humana.
Hoy su libro es comprado por mujeres, que desean labrarse un futuro mejor; por madres que tienen hijas lesbianas —para asimilar que el amor no tiene sexo—, sino que nace del corazón, y por mujeres que dejan de lado a sus maridos —olvidándose de ellos—, para evitar que esto suceda y terminen contratando los servicios de una profesional.
Y por ti, que desconozco el motivo por el que lo has hecho, pero que, gracias a ese gesto, yo, ahora soy feliz.
¡Gracias, muchas gracias!
Con cariño;
Giselle Bayma