sábado, 30 de noviembre de 2019

Algo más que una presentación


Hay días en lo que desearías tener la capacidad de poder cambiar las cosas y que nada de lo ocurrido fuera real.

La noticia que había recibido era tan injusta que aquel día hubiera deseado salir corriendo, y huir lo más lejos posible, aunque no sé si de mí o de la maldita sociedad que me rodeaba.

Debía dos meses al casero, y con lo que ganaba escribiendo para un periódico local, apenas me llegaba para ir "mal llenando" la nevera —con comida rápida—, que me permitía dedicarme más tiempo a sentarme frente al ordenador y escribir lo que por timidez nunca diría.

Mi profesión de periodista me gustaba; me satisfacía plenamente, y esa tarde tenía que cubrir el reportaje de una presentación de un libro. No tenía ganas de ir. Pero no podía arriesgarme a perder el trabajo, y más cuando mi jefe me prometió que me lo pagaría a buen precio.

No estaba pasando por la mejor época de mi vida, me había enamorado del típico hombre que es tan espiritual, que nunca me vería como a una mujer, sino como a una amiga. Soportar ese dolor arañaba mis entrañas. Le amaba como a nadie, y sin embargo, ese sentimiento hacía que me odiase.

Las lágrimas rodaban por mis mejillas. Intentaba escribir un relato para olvidar lo que por él sentía, y fue en ese instante cuando sin saber por qué me puse en contacto con Roberto —el encargado de presentar el libro— esa tarde en la presentación que tenía que cubrir.

No nos conocíamos, y sin embargo despertó en mí la curiosidad de saber más de él. Era un importante escritor. Y yo tan solo intentaba juntar letras para llegar al corazón de aquellos que me leían.

¿Qué me empujo a pedirle que quedásemos? No lo sé. El caso es que habíamos quedado antes de que empezase la presentación, para hablar sobre literatura.

Por la foto que tenía en su perfil, me parecía un tanto serio, altanero y de esos escritores endiosados que te miran por encima del hombro, como sintiéndose Dioses en un mundo de mortales.

Pero esa imagen se desvaneció cuando lo tuve delante de mí. He de reconocer que había algo en la mirada de Roberto que me atraía más de lo normal. ¿Timidez?, no lo sabría decir; el caso es que no podía evitar perderme en su mirada, mientras que él no dejaba de hablar sobre sus libros, —por un momento dejé de escuchar lo que él decía, para escuchar el latido de mi corazón—.


Fue de esas conversaciones en las que desearías tener una varita mágica para hacer desaparecer a todos los que estaban en la cafetería, y soñar... Como al sonido de un piano de cola, me cogía suavemente de la mano, aferrándome a su cuerpo, mientras que terminamos abrazados y bailando. Sin preguntas, sin porqués, tan solo soñando...

—¡Serás boba, Giselle!—. Me decía para mí. Cuando al mirar al reloj tan solo quedaban diez minutos para que empezase la presentación. Mi corazón llevaba demasiado tiempo muerto, pero todavía era capaz de descifrar la mirada de un hombre...

Pero... ¿Qué pensaría, Roberto?

 

El tiempo se agitaba en su cerebro. Una presentación en principio atractiva: el libro del escritor Jorge Andrade titulado "Hacia el infinito".

Había aceptado demasiado deprisa y cuando el evento se acercaba comenzó a preguntarse porqué no puso mayores dificultades. Cuesta mucho la organización de un acto, seguro que la sala estaría semivacía y él tenía muy poco tiempo para presentaciones ajenas. Además no conocía a Jorge Andrade más que por terceras personas.

En fin —pensó Roberto para sus adentros— al menos el libro era bueno, y tal vez pudiera conocer personas interesantes. De una cosa estaba seguro: los asistentes aquella tarde serían todos nuevos para él, y eso siempre ayuda a la difusión futura de sus propias obras.

Luego estaba aquella mujer que le había llamado unas horas antes, Giselle. No la conocía más que de referencia en algunos reportajes literarios. Sin embargo habían quedado unas horas antes, se supone que para comentar la obra de Jorge Andrade que ella parecía conocer perfectamente.

Giselle era una mujer interesante. Lo primero que resaltaba en ella era su mirada inquieta, unos ojos claros que no dejaban de moverse como queriendo empaparse de toda la realidad circundante.

Hablaron durante más de media hora, libros, proyectos... pero ella — además— le preguntó por su vida y Roberto por un instante guardó silencio. Enseguida se arrepintió y sintió deseos de contar a aquella periodista hiperactiva los avatares que había tenido que sufrir esa semana.

Pero no lo hizo conformándose con seguir las evoluciones de su mirada a lo que añadió la descripción de los contornos de su cuerpo.

Se fijó en la blusa muy clara, silueteada con trazos de colores; en el pantalón vaquero seguramente nuevo y en esas huellas femeninas que esconden y a la vez anuncian formas sugerentes. No hubo tiempo para más, siguió sus pasos hasta el lugar de la presentación —ella conocía a la perfección el local y se movía como si fuera la organizadora del evento— y trato de recordar mentalmente las palabras que en breve iba a pronunciar.

 

Cuando llegué a la presentación, me dio una enorme alegría ver a Jorge con esa mirada de felicidad, que únicamente tienen las personas claras y sin ambages. Sabía que iba a cubrir el reportaje y me había reservado un ejemplar dedicado.

Recuerdo que detrás de mí, estaba Roberto; me sentía culpable por haberle entretenido, pero quizás y solo quizás con el tiempo sabría si habría valido la pena el haber sentido esa sensación de culpabilidad cuando al entrar en la sala donde se iba a llevar el acto a cabo, sentí las miradas de todos los que allí estaban sobre mi persona.

No recuerdo la conversación que Roberto y Jorge mantuvieron. La timidez que me caracterizaba, hizo que me sintiese una vez más fuera de lugar; caminando rápidamente en busca de un lugar tranquilo donde poder hacer las fotos y empaparme de todo lo mencionado, para luego hacer el reportaje. —En juego estaba una suma de dinero, que me resolvería los problemas con mi casero—.

El libro "Hacia el Infinito", era bueno, muy bueno; pero no tanto como quien lo escribía. Quizás estaba cegada por la amistad y el respeto que sentía por el autor, impidiéndome ser ecuánime a la hora de tenerlo que reseñar, como seguro que se esperaba de mí.

Cuando Roberto comenzó a presentar el libro, por un instante, tuve que pellizcarme, porque no sabía que me estaba pasando. ¿Estaba allí para cubrir el evento?, o ¿estaba todo planeado para que ese "encuentro", fuera algo más que una presentación? Su voz —me enloquecía—, sabía como modularla y a la hora de recitar un poema en la presentación, dejé de estar entre los mortales, para sentir que por un instante tocaba el cielo.

Estaba realmente asustada. Estaba sintiendo una atracción por un hombre que no me vería nada más que como una amiga. ¿Igual que Jorge? ¿Por qué los hombres tendían a verme de ese modo? Tal vez, después de todo, fueran imaginaciones mías.

No sabría decir si era por esa conexión literaria, o por ese feeling que sentía que era bidireccional, pero de lo que estaba completamente segura, es que no sería un encuentro más.

Cuando llegó la hora en la que Jorge, comenzó a presentar su libro, en más de una ocasión pude ver como las miradas entre Roberto y yo se cruzaban, pero... ¿por qué?

Ese hombre se había convertido en un misterio para mí, y quizás esa imagen que proyectaba de seriedad y saber estar, hacía que mi interés sobre su persona, fuera en aumento.

Ya la presentación había llegado a su fin, ahora, comenzaba esa parte de firmas, saludos, fotos y sonrisas gélidas que en ocasiones eran fingidas, como quien posa en un photocall.

Recuerdo que cuando estaba de pie en la esquina, esperando a que Jorge se quedara libre para despedirme de él, Roberto, se acercó a mí.

Temblor, miedo, curiosidad, un sin fin de sensaciones despertaba en mí. Era curioso. Hace apenas unas horas no era nada más que una foto en una red social, y sin embargo ahora, se había instalado en mi mente.

En seguida se fue, habiéndome dejado una agitación en mi interior. Estaba segura de que jamás tendría la oportunidad de volverle a ver; salvo que mi jefe quisiera que cubriera la presentación de su libro, que estaba por ver la luz.

Después de haberme despedido de Jorge; me dirigí hacia al ascensor...

Mi corazón empezó a latir cuando vi a Roberto de nuevo. Casualidad o no, —nuestras miradas se cruzaron de nuevo—. Estaba desorientada y no sabía donde estaba el ascensor. Él, me guió y nos subimos en el.

El silencio en ocasiones, es la mejor conversación entre dos personas tímidas y llenas de pasión.

Por un instante me vi soñando despierta. Deseaba que el ascensor se parase y que presa del miedo, Roberto, me permitiera refugiarme en sus brazos y calmarme con un beso...

—Desde luego, Giselle. Siempre estás con tus ensoñaciones. —Me reprochaba duramente para mis adentros—.

¿Algún día sabría lo que Roberto deseaba?


 
Roberto había vivido de forma veloz los minutos del discurso, sus palabras sonaron serenas e incluso de vez en cuando había vuelto sus ojos hacia el público variopinto que llenaba el salón de la librería.

No podía asegurar que estaba en lo cierto, pero varias veces cruzó sus ojos con los de Giselle, éstos parecían no dejar de mirarle. Tal vez fuese tan solo una suposición pero cuando el autor del libro inició su discurso y Roberto pudo fijar su atención se percató de que ella escrutaba sus movimientos.

Entonces comenzó a recomponer en su mente la conversación de unos minutos antes y deseó que el acto terminara para poder continuarla.

Sabía que tenía otros compromisos por la noche pero por una vez no se notaría mucho su ausencia. Aquella tarde en apariencia normal se había tornado diferente.

¿Por qué sentía aquello? Miraba de nuevo a Giselle, dibujaba su rostro amable y sus mejillas sonrosadas. Contemplaba sus piernas cambiar de posición una y otra vez como si esperaran algo. Después se fijó en el cabello largo y rizado, en las curvas que adornaban su figura, pero siempre volvía a aquellos ojos escrutadores que parecían estar adivinando sus pensamientos.

El tiempo transcurrió con lentitud pero las palabras llegaron a su final. Tras ellas los aplausos, las felicitaciones de rigor, las fotografías… El protagonista era desde luego Jorge, pero Roberto percibía que sus propias palabras habían llamado la atención del público.

Una amiga también escritora, pidió fotografiarse con él, y en general todos los asistentes le colmaron de amabilidades. Sin embargo, sin motivo aparente comenzó a desentenderse de las personas que le rodeaban y buscó a Giselle que había desaparecido.

¿Sería posible que se hubiera marchado sin esperar al término del acto?

Fueron unos instantes de cierta decepción que se desvanecieron cuando ella apareció de nuevo. Su sonrisa se le antojó entonces aún más sugerente que unas horas antes, pese a ello no articuló palabra.

Giselle había logrado impresionarle con aquella mirada. Roberto se sintió confuso y trató de disimular su turbación. El teléfono móvil le recordó sus compromisos que poco antes pensaba relegar y tras un leve gesto de despedida salió de la sala con paso ligero. Buscó el ascensor pero unos libros de arte llamaron su atención y se detuvo a hojearlos. Cuando intentó proseguir su camino Giselle estaba frente a él. No supo que decir.

Tan solo mantuvo sus ojos firmes unos segundos, luego la invitó a buscar el ascensor.

Estaban solos porque el resto el público aún charlaba con el autor presentado o pululaba por las estanterías repletas de libros.

El ascensor tardaba demasiado pero por fin abrió sus puertas, Roberto dejó pasar a Giselle en primer lugar y la siguió después.


 

Si digo que me sentí como una niña asustada cuando estuve con Roberto en el ascensor, era poco; estaba realmente confusa. Mi corazón estaba latiendo por Jorge y sin embargo, mi deseo, mi pasión era despertada por otro, —por Roberto—. Sé que no tendría derecho a preguntar que sentía por mí, el por qué de sus miradas. Pero era obvio que lo que se respiraba entre él y yo, era algo más que una mera relación profesional.

Era mayor que yo, cierto, pero por suerte o desgracia ya había vivido lo suficiente para saber que realmente en su mirada, había algo más que admiración hacia mi forma de ser. Tal vez hubiera deseo, pasión y quizás amor.

No lo pude evitar y cuando entramos en el ascensor, le pregunté:

—¿Qué sientes por mí, Roberto.

No encontré ninguna respuesta, tan solo un gélido silencio, y una mirada de arriba hacia abajo, —desnudándome sin disimulo—.

No entendía absolutamente nada, realmente no tenía ninguna referencia de él, salvo que era un gran escritor; por lo demás era un auténtico desconocido. Y sin embargo sentía la necesidad de ir más allá.

—¡No!—, no lo digo en el sentido de querer intimar con él, sino que realmente necesitaba volver a verle. Quizás esa intuición femenina que tenemos las mujeres, me decía que entre él y yo habría una relación más allá de la admiración, —que a estas alturas ambos sentíamos el uno por el otro—.

Al salir del ascensor nos dirigimos hacia la puerta de salida del establecimiento para irnos a nuestras respectivas casas.

Yo comencé a caminar hacia la boca de metro y él, sin saber porqué me seguía. ¿Pero si sabía que no era su camino por qué me seguía?

Estaba claro, no había lugar a dudas: él se sentía atraído por mí.

Me preguntó hacia donde iba, y le dije que vivía en El Escorial.

Él me dijo que tenía que ir hacia el otro extremo de Madrid, que era donde vivía.

Nos paramos un rato para seguir hablando. Estaba tan pérdida en su mirada, que vagamente puedo recordar la conversación. Sé que estaba asintiendo, pero en el fondo, me dolía separarme de él puesto que no sabría si le volvería a ver.

Ya en el intercambiador de autobuses y cual "niña" ilusionada le mandé un sms para darle las gracias por haberme regalado un ejemplar de una de sus novelas.

—¡No os podéis ni imaginar lo que sentí cuando recibí su mensaje!—.

Mi corazón comenzó a latir tan rápidamente, que se dibujó en mis labios esa sonrisa que delata que el corazón empieza a tomar las riendas de sus sentimientos dejando a un lado las órdenes que el cerebro le emite.
 
Al llegar a casa, decidí darme una ducha. Hacía un calor sofocante.

Cuando me quise dar cuenta, estaba acariciando mi sexo, aliviando la tensión sexual que en mí se había despertado desde que vi a Roberto entrar por la librería. Nunca me imaginé acariciándome, pensando en una persona que a fin de cuentas, no era más que un desconocido. Pero estaba claro que la vida, me tenía una sorpresa preparada, y desde luego, quería vivirla.

Cuando salí de la ducha, me cubrí por una toalla y mirándome al espejo, el primer pensamiento que tuve era: —¿Roberto, pensaría en mí como yo en él?—.


 

La noche había extendido su plácida negrura apagando las luces y haciendo crecer el silencio.

Roberto estaba solo aquella noche, ni Irene —su todavía mujer— ni su amiga Belén le habían llamado en el transcurso del día. Tantos flecos tenía por cerrar en su vida que decidió no pensar en ellos y aquietarse en un descanso sereno, aunque fuera tan solo durante unas horas.

Antes de hacerlo —no obstante— repasó los mensajes de Irene, los primeros de la tarde anterior aun eran amables, pero los de la madrugada se habían tornado más fríos, incluso agresivos.

¿Cuándo habían empezado a marchar mal las cosas en su relación con Irene? Había perdido ya la cuenta y tal vez la consciencia. Lo más fácil era pensar que fue al aparecer Belén, o mejor dicho con su regreso ya que ella nunca se había marchado de su vida. Pero no, sin duda, la respuesta era más compleja y seguramente tendría que ver con los pliegues más profundos de su alma.

A menudo comparaba ambas mujeres, Belén rubia y tímida era la amiga de su juventud, aparecía en los instantes más complicados de su vida. ¿Estaría realmente enamorado de ella o era solo fruto de su imaginación literaria?

Cuando contrajo matrimonio con Irene, tan seria y formal, y con ese punto de genio capaz de hacer temblar a su interlocutor, Belén quedó desolada. Sin embargo aunque habían sido amantes ocasionales, ella nunca le planteó una relación seria. O al menos Roberto no se percató nunca. ¿Y si residiese allí el tremendo error?

El éxito llegó lentamente a la carrera del escritor que poco a poco se había consolidado, y en paralelo Irene se iba alejando al principio de manera imperceptible, luego mucho más acusada.

En aquel escenario complicado de sentimientos y escritura había aparecido Giselle, la desconocida periodista. Y ante la sorpresa de Roberto le había causado una huella profunda.

Sentía por momentos la presencia del cuerpo de ella, los pechos latiendo apresuradamente. ¿O era tan solo una impresión suya? Tenía que volver a verla...

Roberto comenzó a pasear por el salón de su casa atestada de libros. Recordó que había apuntado el teléfono móvil de Giselle. A la mañana siguiente la llamaría o la enviaría un mensaje.

¿Y si la invitaba a la Convención de Literatura contemporánea que se iba a desarrollar en San Sebastián el fin de semana siguiente y en la que Roberto tenía que pronunciar una conferencia?

Cerró los ojos tratando de recordar las facciones de la mujer, solo la había visto aquella tarde y algunos de sus rasgos parecían borrosos... Sin embargo su mente los reconstituía con asombrosa facilidad. La quiso imaginar entonces desnuda... ¿Cómo sería su cuerpo, sus pezones, las curvas prohibidas?

Roberto apartó las imágenes sintiéndose extrañamente alterado por las mismas. ¿Por qué le asaltaban de esa forma? Tal vez fuera la imaginación, la noche, la magia de la escritura de Jorge —el escritor—, o la suya propia que habían causado efecto en su mente.

Sin embargo en los instantes del ascensor había sentido a Giselle muy extraña. Algo sorprendente porque apenas habían intercambiado una breve conversación. Luego estaban sus ojos escrutadores que parecían ser capaces de adivinar toda su vida. Vino entonces a su cabeza que Giselle era amiga de Jorge y de hecho se habían conocido gracias a él.

¿Estaría pensando Giselle lo mismo en aquellas horas de insomnio? Sin duda su cuerpo acariciaba ya las sábanas de una cama blanca, tal vez estuviera desnuda... Con el poder de las imágenes Roberto podía acercarse hasta ella, despojar su silueta de sábanas blancas y encender su cuerpo con una mirada.

Por fin el sueño cedió al cansancio. Y la noche transcurrió serena. Y a la mañana siguiente Roberto, descansado y tranquilo, se centró en las actividades de su agenda juzgando que las imágenes de la noche se habían desvanecido por completo.

Y así fue hasta que recibió otro mensaje inesperado de Giselle.


 

Por más que quería quitarme a Roberto de mi pensamiento, era imposible. No podía conciliar el sueño. Estaba aturdida; lo que en un principio pensaba que sería solamente una atracción, ahora me estaba dando cuenta que deseaba abrirle mi corazón.

Las lágrimas rodaban por mis mejillas, no podía ser, otra vez no. ¿Se puede amar a dos personas a la vez? Ya tenía dudas. No podía dejar de auto culparme por sentir este desorden sentimental. Pensaba en un hombre de una manera irracional, casi sin sentido; y sin embargo me veía luchando por otro. La sombra de Jorge se evaporaba con la imagen de Roberto. Decididamente debía poner orden a mi vida.

Mientras terminaba de dar las últimas caladas al cigarrillo; encendí el ordenador. Quizás trabajando duramente conseguiría apaciguar esa vorágine de sentimientos y sensaciones que me estaban desgarrando por dentro.

Revisando el correo, vi que había uno que era "urgente", se trataba de una invitación para una Convención de Literatura contemporánea que se llevaría a cabo en San Sebastián.

No me gustaba viajar, pero en esta ocasión, estar alejada de Madrid y centrada en la convención, conseguiría que tal vez aclarase todo lo que sentía.

Cuando abrí el fichero que Miguel, —mi jefe— me había mandado con toda la información del hotel donde me alojaría, y quienes eran los participantes que estarían en la convención, me sentí morir. De nuevo Roberto aparecía en mi vida —estaría presente en la conferencia— y de nuevo me tendría que ver cara a cara con el hombre que estaba consiguiendo despertar en mi, sensaciones, que pensé que nunca más sentiría.

Lo malo que tiene mi profesión, es que somos personas que tenemos tendencia a recabar cuanta más información sobre las personas que están en un evento, para que el reportaje, sea, lo más profesional posible.

Descubrir que Roberto estaba casado, me dejó hundida. —¿Por qué mi corazón se había fijado en un hombre prohibido?—.

Sin embargo, cuando le tuve frente a frente, —el día de la presentación del libro de Jorge— pude ver que no era todo oro lo que relucía, y que no era tan feliz como quería demostrar.

Algo me decía que todavía no había encontrado a la mujer de su vida —esa mujer, que le comprendiera en todos los aspectos—. Y siendo escritora, sabía lo complicado que era dar con una persona que comprendiera esas parcelas de soledad en los que nos encerramos en nosotros mismos para crear historias...

Quería luchar, quería arriesgarme; tal vez terminaría naufragando una vez más, pero no podía dejar de lado lo que estaba sintiendo.

En ese instante de arrebatadora pasión, de esos momentos impulsivos en los que el corazón actúa por sí mismo, cogí el teléfono móvil y le envié un mensaje: "Roberto, lo siento; pero... sin querer, te quiero".


Cuando me di cuenta de la locura que había cometido, de lo irracional de mi actuación, quise frenar el mensaje, quitarle la batería, qué se yo... Cualquier cosa con tal de que ese mensaje no llegase a su destinatario; pero todo intento fue en vano. Recibí un mensaje automático que decía: "Mensaje recibido".

En ese momento sabía que había vuelto a perder las riendas de mi vida, que ya no era dueña de mí, ni de mis actos. Ahora solamente me quedaba esperar la reacción de Roberto. ¿Me odiaría?, ¿me rechazaría?, ¿querría seguir conociéndonos en todos los aspectos, hasta ver qué sentíamos realmente.


 

Roberto no entendió el mensaje, o tal vez se sentía tan atribulado que juzgó oportuno no centrar su atención en aquellas palabras. No obstante dio por recibido el mensaje y no fue hasta horas después cuando comenzó a dudar tanto de las palabras recibidas como de su propia comprensión.

Habían sido demasiados mensajes de golpe. Irene le conminaba a dejar libre el fin de semana y marchar juntos a Valladolid a la casa de campo de sus suegros. Pero Irene no sugería, ordenaba y esa sensación le ponía nervioso. Claro que pensándolo bien ella debía saber que Belén no dejaba tampoco de llamarle y aunque se mostraba muy tolerante con ello la insistencia reciente comenzaba a resultar excesiva.

Irene menospreciaba a Belén, sabía que ella amaba a Roberto pero rechazó su oportunidad —al fin y al cabo se conocían desde adolescentes— y ahora no la veía en modo alguno como rival.

Belén envió aquella tarde varios mensajes a Roberto. La idea de un fin de semana de cultura en Madrid era más atractiva que la visita a Valladolid, incluso que esa conferencia que debía pronunciar en una Convención Literaria en San Sebastián.

Roberto se sintió confuso, llevaba ya unos años saboreando la popularidad que la había proporcionado su participación en varias tertulias de televisión y que se tradujo en un importante aumento en las ventas de sus novelas. Pero a veces se sentía agobiado por la falta de tranquilidad, por la ausencia de un remanso suave en el que pasar desapercibido.

La vida le daba vueltas entre la dura seguridad de Irene, esa esposa poco convencional que parecía pasar por alto sus aventuras, y la dulce obsesión de Belén, su eterna compañera de estudios y avatares que un día no se atrevió a compartir su vida con él y ahora parecía querer recuperar el terreno perdido.

Roberto nunca consideró a Belén su amante, al fin y al cabo era una amiga del alma, aunque a veces compartieran su física intimidad en explosiva sensualidad. Además le resultaba original que fuera precisamente Belén la que marcara sus pasos mucho más que Irene.

En aquel momento de dudas le llamaron de la Convención de literatura contemporánea: no podía faltar, al menos a la tarde del sábado en la que estaba prevista su intervención. Iban a asistir incluso políticos locales, algo que no le importaba demasiado salvo por la repercusión mediática que pudiera ocasionar.

Cuando el comisario organizador del evento le preguntó por acreditaciones periodísticas se le ocurrió de repente que aquella mujer del ascensor, la que había cubierto la presentación del libro de Jorge, la que le enviaba aquel extraño mensaje de amores fugitivos, podía perfectamente cubrir el evento. Decidió entonces dar su nombre para que la acreditaran. Y de paso, el acababa de decidir que al menos el sábado estaría en San Sebastián.

Se lo comunicó a Irene, ella se limitó a pedirle que acudiera el domingo. A Roberto le pareció bien, y le agradó su tono de comprensión. Peor fue Belén que había reservado unas entradas para el teatro de la noche del sábado. ¿Cómo se había atrevido a hacerlo sin consultarle?, ¿acaso pensaba que podía ausentarse de su casa a capricho y sin importar horas ni momentos?

Roberto apuntó en su agenda mental que debía hablar seriamente con Belén, aun siendo consciente de que aquel momento no llegaría pues al final la sonrisa ingenua de ella le desarmaba y desvanecía cualquier sombra de enfado o reproche.

El viaje relámpago a San Sebastián, el alojamiento en un hotel cercano a la playa de la Concha y la presencia de Giselle, la muchacha de los ojos escrutadores justificaban el esfuerzo de tener que preparar —una vez más— una conferencia ante un público sin duda exigente y de alto nivel cultural.


 

Después de haber dejado el escaso equipaje en la habitación del Hotel María Cristina, me dispuse a caminar por el paseo marítimo, —quizás para intentar aclarar mis sentimientos—.

Me sentía completamente ridícula después de haberle mandado el mensaje a Roberto. Nunca me imaginé que a mis cuarenta años me iba a sentir tan confundida. Quería a Jorge; pero más que amor era admiración, quería verle feliz, enterarme de cualquier agravio que su persona pudiera sufrir, me desgarraba por dentro. Quizás lo que sentía era un auténtico cariño, —que ni era amistad, ni tampoco amor—. Y sin embargo... pensar en Roberto, era sentir una palpitar más abajo de mi vientre.

Sé que pensar esto me dejaría en un lugar bajísimo como mujer, pero le deseaba, le deseaba como nunca había deseado a nadie.

Imaginar como me desnudaba, como mordisqueaba mis pezones con sus labios, me volvía loca de excitación...

Se acercaba la hora de comer, y aunque no tenía mucho apetito, decidí ir al hotel. Primero quería darme un baño —antes de comer—. Necesitaba relajarme.

Siempre había sido una mujer muy calculadora. Nada en mi vida pasaba porque sí, cada gesto, cada palabra, cada movimiento, estaba completamente estudiado. Quizás porque me habían educado de una manera un tanto prusiana, impidiendo, que mostrara mis sentimientos en público.

Sin embargo; como diría una famosa canción: "La vida te da sorpresas, sorpresas de la vida..."

No podía controlar mi vida ahora; definitivamente Roberto se había adueñado de mí, de mi cuerpo.

Y así, —estaba yo—, sintiendo como mis pezones se endurecían, mientras que me imaginaba el calor de su sexo en mis labios a la vez que sus dedos se iban introduciendo en el mío, provocándome el mayor de los placeres.

Un gemido incontrolado salió de mis labios anunciando un orgasmo; orgasmo, que deseaba tener con él...

En ese instante el sonido del teléfono hizo que regresara a la cruda realidad. Era mi jefe, indicándome que confiaba en mí para cubrir el reportaje.

Sabía de mi profesionalidad; y además —alguien— había exigido mi presencia para cubrir la Convención.

¿Quién habría exigido mi presencia?, ¿con qué motivo?

No tenía dudas de mi profesionalidad, pero... Tan solo era una periodista que estaba comenzando a querer hacerse un nombre en su profesión. Pero cubrir un evento de esa envergadura, era un reto complicado; pero un reto que conseguiría superar con nota. Y además me serviría posiblemente para cerrar un contrato con la editorial de Jorge para mi novela. Eso era lo que más me importaba en estos momentos.

Mañana, sábado, tendría que soportar la mirada de Roberto y lo que es peor, saludar a su mujer con la mejor de mis sonrisas, aunque "eso", me consumiera por dentro... Claro, que a lo mejor venía solo. ¿Quién sabe? Esos escritores consagrados suelen llevar una vida turbulenta.


 

La conferencia de Roberto transcurrió con normalidad, un éxito a juzgar por la audiencia y los aplausos. Entre ellos los de Jorge —el autor de “Hacia el infinito"— que de forma inesperada se había presentado en el acto. Roberto vio como Giselle hablaba brevemente con él y pensó que tal vez se había precipitado al exigir que fuera ella la que cubriera el acto. Sin embargo enseguida se separaron y Jorge se marchó nada más concluir las últimas palabras y los primeros aplausos.

La jornada había resultado agotadora y hasta cierto punto decepcionante, aunque Roberto no era capaz de adivinar las razones. ¿Qué esperaba él de aquella Convención a la que casi le habían obligado a acudir?

Irene se marchó a Valladolid y Belén se quedó en Madrid, al menos durante las ultimas horas no había recibido mensajes suyos. La noche parecía un remanso de tranquilidad.

¿Qué había sido de Giselle? Roberto dedujo que se habría marchado a cenar con Jorge, —sin duda su amante—. Por eso cuando decidió bajar a las lujosas instalaciones de la piscina y el “Spa” del hotel se sorprendió cuando en el recinto vacío del lugar tan solo se divisaba la figura de Giselle, —la periodista—.

La piscina de aguas cálidas y azules, los chorros del agua en sus cuatro costados, las luces tenues y el silencio acompañaban un escenario que invitaba al sosiego, al ensueño, a la esencia misma de la serenidad.

Giselle chapoteaba en el agua y mojaba sus cabellos en las fuentes de agua. Le saludó con un leve gesto de la mano derecha pero no parecía prestarle mayor atención.

Roberto hubiera seguido el circuito de las aguas y los cubículos del baño turco y la sauna de no ser porque tras el vaivén de las aguas emergía el cuerpo frágil y desnudo de la mujer.

Cuando subió la escalera toda la oscuridad pareció desvanecerse, Giselle caminó con paso lento, casi mágico. Su espalda brillaba con la tenue luz blanca y las gotas de agua acariciaban su piel, sus nalgas redondas y sus piernas carnosas.

Casi como un autómata Roberto la siguió hasta la sauna. La temperatura seca, la luz rojiza se clavó entonces en los poros de su piel.

Pero Giselle al verle salió precipitadamente del lugar ocultando su desnudez.

El tiempo no existía y por un instante tampoco la consciencia. Roberto no recordaba con exactitud como había salido de aquella sauna de calor asfixiante, ni siquiera podría contar cómo regresó de la piscina hasta su habitación. Pero lo hizo, y en la soledad de la misma, frente al balcón abierto y enfrente de la noche opulenta se llevó las manos a la cabeza como queriendo ahuyentar la confusión.

En el suelo los mensajes de Irene y Belén, ambos en apariencia tranquilos, como tal vez seguros de su presa. Y en la turbación de su mente la imagen del cuerpo desnudo de Giselle, como un fantasma que hubiera poseído el espíritu de aquel hotel.

—¿Por qué se habría marchado tan precipitadamente?—.

Tal vez mejor así, hubiera sido peligroso abrir un nuevo frente en su vida cuando ya contaba con numerosas fracturas que pedían a gritos una cura, un bálsamo, una tranquilidad.

Cuando se tumbó sobre la cama blanca y azul, con almohadones gigantescos cubriendo su contorno, Roberto deseó durante un fugaz instante sumergirse en la nada.


 

Había empezado a escribir lo que sería mi primera novela; cuyo título era "Entre dos mares".

Nunca pensé que escribir sobre mi propia vida, calmaría mi espíritu. Pero al final, lo conseguí. Se acercaba la hora en la que daría comienzo la convención, y con ella la charla de Roberto.

Me había vestido con mi uniforme de profesional, dejando a un lado cualquier tipo de sentimientos, relegándolos a un segundo plano, —a mi vida privada—. Ahora quien debía brillar era Giselle, —la periodista—.

Tenía que demostrar a mi jefe y sobre todo a esa persona que había requerido mi presencia en el evento; que era una mujer de armas tomar, profesional y capaz de sacar cualquier trabajo adelante.

Poco me importaba ya, —si iba o no a ver a la mujer de Roberto—.

Si algo me caracterizaba además de mi profesionalidad, era mi británica frialdad. Podría haber yacido con él, y tomarme minutos después un té con su mujer; que por mi parte: nada me delataría.

Me había mentalizado en controlar mis sentimientos, y en ocultar mi deseo hacia Roberto; pero para lo que no me había preparado era para encontrarme con Jorge.

No le había vuelto a ver desde que presentó su libro "Hacia el infinito", y donde apenas había reparado en su persona.

Me costó entenderlo entonces; pero ahora... pasado los días comprendí, que era normal, que ése era su día y que seguro algún día hablaríamos. Y ese día había llegado.

Minutos antes de que Roberto comenzara con su charla, Jorge se acercó a mí.

—Estas preciosa, Giselle. ¿Qué tal todo?

—Supongo que bien, Jorge. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo sabías que estaría cubriendo este evento?

—Eso ahora no importa. Tenemos que hablar sobre un tema que nos concierne a los dos.

Ahora no puedo. Empieza la intervención de Roberto y tengo que estar pendiente de todo. Llámame otro día.

—Es tu novela. Nos ha encantado. Será un honor publicarla. Además Roberto te ha puesto muy bien. Una gran recomendación.

—Pero aún no está terminadadije sorprendida y halagada por la intervención de Roberto—.

—El esquema y las páginas de los capítulos que nos has enviado resultan fascinantes.

No pude reprimir la intima satisfacción que aquellas palabras me producían. De nuevo una presentación se había convertido en un acontecimiento insólito, inesperado, y en esta ocasión, maravilloso.

Jorge se fue al término de la intervención de Roberto. Dejándome una extraña sensación en el cuerpo. De nuevo su galantería me seducía. Me acerqué entonces hacia el escritor que había hecho circular mi sangre y despertar mis deseos.

Roberto pareció más distante. No podía comprender la razón. ¿Acaso no iba a atreverse a invitarme a algo, sobre todo tras haberme recomendado?

—¿Nos vemos luego, Roberto?

—No sé si saldré después de cenar. Estoy agotado del viaje.

—Como quieras. Te llamaré.

—De acuerdo, Giselle. Espero tu llamada.

—Gracias por tu trabajo. En la editorial están muy contentos.

—Ha sido un placer. Jorge me ha dicho que el siguiente libro es el tuyo.

—Así es... ¿no te alegras?

—Claro que sí.  No he podido leer el proyecto, pero seguro que es muy bueno.

No me gustó ese tono de distancia, como si ya hubiera trazado unos planes en los que yo no entraba. O a lo mejor le turbó mi seguridad, mi transformación de periodista en escritora.  Pero ¿por qué ocultar que había hablado en mi favor y más sin haber leído mi trabajo?

Después de la intensidad del trabajo y del encuentro con Jorge, decidí ir al Spa del hotel y buscar a Roberto. Pese a su frialdad quise hacerlo.

Pero mi instinto de sabueso periodístico me hizo hacer antes una averiguación. Debía saber si él había venido acompañado a San Sebastián por su mujer, o por cualquier otra mujer.

Le llamé al móvil, pero no contestó. Insistí con igual resultado, pero comprobé por los mensajes del “whatsapp” que lo había leído. Simplemente su decisión era ignorarme aquella noche. Pensé entonces que tal vez estuviera acompañado.

Conocía a la encargada de recepción de otros eventos, por eso me hizo la gestión de forma rápida y eficiente. Y mi corazón me dio un vuelco cuando me dijo:

—No, el señor Roberto F.  Se aloja solo en su habitación.

—¡Ah, qué bien! —contesté—. ¿Puedo entonces verle?

—No va a ser posible...—Musitó ella con aire de duda—.

—¿Qué sucede?

—Mmmm, creo que no debo decírtelo.

—Anda, por favor... necesito esa información.

—No insistas, Giselle —asintió por fin—.

Me marché cabizbaja, pero no rendida. ¿Por qué Roberto no podía quedar conmigo aunque fuese tan solo a tomar una copa esa noche?

Y entonces hice algo que no debí hacer, lo sé. Pero nunca he podido resistir la curiosidad.

Quise indagar y me acerque hasta su habitación. La señora de la limpieza estaba recogiendo y poniendo toda la estancia en orden. Tuve la tentación de entrar, ya me inventaría después una excusa. Pero en la papelera que había sido depositada en el cubo que llevaba la empleada había algunos folletos de publicidad. Uno me llamó la atención: AGENCIA MUSA. Seguro que el anuncio hubiera pasado desapercibido a todo el mundo, pero desde luego no a mí.

Cuando llegué a la habitación. Me di cuenta, que en ocasiones los adultos nos comportamos como adolescentes. Si nos deseábamos, Roberto y yo. ¿Por qué no hablar claro? ¿Por qué no sentarnos a hablar y exponer la realidad de cada uno sin hacernos daño?

El nombre de la agencia MUSA me hizo recobrar las sombras del pasado, recuerdos que ya había enterrado en las profundidades del olvido. Pero una vez más las sombras regresaban. Sería mi destino.

En mi novela, la gran obra de mi vida literaria, he mezclado ficción con ribetes autobiográficos. La protagonista ejerció durante años como Escorts, es decir, como acompañante de lujo para caballeros solventes. Todo de primer nivel y con derecho a elegir a mis clientes. No en vano Davinia, la dueña, es amiga personal mía y yo —aunque esté mal decirlo— era una de las más brillantes y apetecidas.

¿Por qué acepté esa vida de lujo y a la vez de misterio, de glamour...y a ultima hora de engaño? No lo sé, ahora no tenía tiempo de dibujar una confesión. Ejercí de Escorts durante cinco años y no me arrepiento aunque no lo volveré a hacer. Gané dinero y viví experiencias al límite. Y seguramente ellas me han hecho escribir la que será mi primera novela y espero me abran un camino personal y diferente. Solo con eso hubiera merecido la pena...o tal vez no...Y me esté autojustificando.

Pero ¿Cómo Roberto se había acercado a la agencia MUSA cuando una de sus principales estrellas estaba allí a su alcance, y totalmente gratuita? Claro que Roberto —ni nadie— conocían mi pasado.

En fin, para qué pensar en estas tonterías. Para Roberto, no era más que una periodista. O tal vez todo fuera una invención mía y el escritor tan solo quería una noche de placer, lejos de su rutina habitual.

Sin embargo yo había conocido a muchos hombres y conocía la respuesta, aunque a veces me resultara más cómodo eludirla.

Hacía una noche agradable. Después de cenar me fui a dar un paseo por la orilla del mar.

¡Qué bonitas y qué traicioneras son las noches de luna llena!

Me senté en la orilla del mar. Mientras que con mis dedos dibujaba un corazón. Corazón, que desapareció, cuando una ola atrevida se lo llevó consigo.

En ese instante me puse a llorar, demasiada presión acumulada. El primer evento periodístico importante de mi vida, el nacimiento de mí primera novela, la visita inesperada de Jorge y la mirada escrutadora de Roberto. Y después los planes secretos del escritor.

De repente una idea comenzó a bullir en mi cerebro. Pensé de nuevo en Roberto. No sabía si admiraba al escritor o al hombre; pero sea como fuere lo mejor que podía hacer era olvidar. Y sin embargo era lo último que haría en aquel momento.

Pensé fugazmente en Jorge, ya no era nada más que un recuerdo en mi corazón. Pero eso sí, un bonito recuerdo, se había comportado conmigo como un gran amigo; yo confundí esa amistad con ese maldito sentimiento que llaman Amor.

Reconozco que el rechazo de Roberto me había ofuscado, nadie me había rechazado con esa facilidad después de habernos conocido.

Rebusqué en mi agenda.

—Buenas noches, ¿Agencia MUSA? ¿Quiero hablar con la directora, la señorita Davinia?—.

Tan solo tardó unos instantes en ponerse al teléfono. Davinia, tan encantadora como siempre me confirmó la llamada de un escritor desde San Sebastián y su petición de una acompañante para esa noche.

—¿Y si me envías a mí, Davinia?

—Pero Giselle, tu ya no trabajas aquí.

—Es cierto...cuanto hace ya ¿...cuatro... no cinco años...?

—Qué tal te va todo ¿Tienes problemas?

—No, estoy bien, muy bien. Pero esta noche es especial, quiero experimentar algo. Por favor... Sabes que he sido la mejor en tu agencia, y ningún hombre, se atrevería a decirme que no.

—Como quieras...sabes que no puedo negarte nada... ¿Las condiciones habituales?

—Cuenta con ellas... Te aseguro que éste será el mejor servicio de mi vida. No te arrepentirás, Davinia, de haber confiado en mí de nuevo. Eso sí, será la ultima, eso te lo aseguro.

Colgué el teléfono excitada, no tenía motivo aparente y sabía de sobra que no debía hacer lo que estaba haciendo. Pero tampoco Roberto debió llamar a mi antigua agencia y recordarme un período de mi vida tan olvidado como turbulento.

La angustia, sin embargo, se había aposentado en mi espíritu. ¿A quien le iba a importar una noche más? La expresión de Roberto al descubrir a la acompañante que le iban a proporcionar compensaba cualquier dificultad. Y tan solo eso merecía la pena. Iba a ser un sutil y morboso castigo: Roberto pagaría una elevada cantidad por lo que hubiera obtenido gratis.


 

Roberto abrió la puerta cuando recibió la llamada convenida en recepción, —siempre con la máxima discreción posible—.

Una mujer vestida de negro, con medias largas y el cabello acariciando sus hombros penetró en la estancia semioscura sin más luz que los rayos de luna y los reflejos de los anuncios de la calle que se filtraban por el ventanal del salón.

Roberto se acercó a las espaldas de la mujer, besó sus cabellos perfumados y surcó su piel con sus dedos avariciosos. Cuando trató de descubrir sus labios rojos la mirada de Giselle le turbó hasta el límite de lo imaginable.

—Pero...

—Has llamado a la agencia, ¿verdad?

—Sí... pero...

—¿No te gusto? Tienes derecho a rechazarme. Te enviarán a otra.

Los labios de los dos se juntaron evitando nuevas palabras.

Giselle estaba tendida en la cama, la noche era cerrada y tan solo las siluetas de unas estrellas desprendían la tenue luz blanca que penetraba por el gran ventanal de la habitación. Y junto a ellas la Luna, redonda, desnuda, brillante.

Roberto se sentó al lado de la mujer y sin mediar palabra sus labios sellaron un beso tímido al principio y ardiente después. Un beso que tuvo la virtud de iluminar, aunque fuera fugazmente la negrura.

Después se olvidaron del mar, el agua fresca de las olas y la arena que lamía la orilla y casi era capaz de hacerles sentir en la distancia.

Y las manos de Roberto rozaban sus pechos, y los pezones erguidos. Y el ruido del mar acallaba sus gemidos mudos, sus gritos silenciosos, las manos arañando la piel hasta hacer brotar la sangre. Roberto tenía a Giselle a su lado y la visión de su cuerpo excitaba su alma y su mente, el deseo rompía los sexos cautivos, erguidos y húmedos. Acariciaba los pliegues ocultos del cuerpo descubriendo su finísima piel, sus secretos dibujados sin sombra que los ocultara. Y quiso más, y no cejó en sus propósitos, Y un orgasmo evanescente anuló la racionalidad de los pensamientos.

Cuando las nubes ocultaron la luna tan sólo reinó la oscuridad. Y los dos cuerpos se agitaron con mayor fuerza aún como si los movimientos hubieran perdido definitivamente su control.

Giselle, después de unos minutos, se incorporó y caminó desnuda como queriendo poseer la estancia. Su cuerpo brillaba cuando las luces de la estrellas lograban zafarse de las nubes. Se sentó entonces al borde de la ventana y contempló la noche, la playa, las rocas que habían ganado su espacio a la arena. Colocó entonces sus manos sobre sus pechos, como si quisiera abrazar el instante.

Roberto miraba sus movimientos, quiso alzar sus dedos para volver a atrapar las curvas sinuosas de la mujer y dibujó un beso en el aire. Caminó entonces hasta llegar a su altura y continuó mirando. El deseo se había serenado y ahora ambos respiraban una extraña calma, tal vez confundida con los sonidos propios de la noche.

—Es una noche especial— dijo él — no tengo palabras. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

—Gracias— respondió ella simplemente —. Siempre me he llamado Giselle.
 

Al día siguiente Roberto recibió una nota en la habitación de su hotel:


   Querido, Roberto.

Me imagino que te extrañarán estas letras, que seguro que no te esperabas.

No voy a reprocharte nada, no soy quien. A fin de cuentas cada uno en esta vida tiene lo que se merece. Nada pasa porque sí, y todo adquiere sentido en algún momento dado, incluso lo más extraño.

Ojalá algún día sepas apreciar, lo que esta noche, temblando y en silencio, entre tus brazos has tenido.

Te habrá sorprendido mi presencia esta noche. Si hubieras leído mi trabajo en lugar de recomendarme sin lectura previa, lo hubieras adivinado.

Un beso.
Giselle.


La imagen de la mujer aleteaba en su interior, no solo la voz o los gestos sino su cuerpo, su respiración, y el filo de las uñas desgarrando su hombro. No podía quitársela del pensamiento, era como si su presencia hubiera acampado en su ser.

Giselle iba a publicar un libro ambicioso; la editorial de Jorge apoyaba por completo el proyecto. Y él se había convertido en un vehículo para que la periodista lograra hacer realidad el sueño.

—Giselle... Giselle... ¿Quién eres en realidad? ¿Quién se oculta detrás de tu hermosa máscara?— Roberto musitaba en silencio palabras que brotaban de su alma—. ¿Eres la de la presentación o la misteriosa dama de esta noche?

Hizo después algunas llamadas, averiguó algunos datos que le proporcionó un amigo con muchos recursos e influencias. La Agencia era la discreción personificada —lo que era de agradecer— pero a los pocos minutos recibió unas notas. Y unas fotografías.

Era ella, aunque la imagen se antojaba borrosa o era su mirada la que no podía distinguir con claridad. Giselle acompañaba en un crucero de lujo a un misterioso personaje de la alta sociedad que meses después desapareció sin dejar rastro.  El nombre de ella no era Giselle. ¿Qué podía importar?

Recordó entonces el sobre que había recibido de parte de Jorge. Lo abrió, era el esquema y algunos capítulos de la novela de Giselle.

Roberto comenzó a leer con nervios e intensa rapidez. Las líneas y las palabreas aleteaban en su cabeza...

"Una Escorts de lujo. Nunca imaginé que tantos mundos a un tiempo se abrían ante mí. Aquellos hombres pensaban que me utilizaban, pero en realidad era yo quien les seleccionaba con pulcra frialdad y después les usaba a mi antojo. Al menos puedo estar segura de que ninguno quedó insatisfecho ni nadie pudo sentirse engañado. Al llamar a la agencia MUSA sabían lo que querían. Era una mentira pactada. Y sin embargo cuantas veces la pasión o incluso el amor bordeaban aquellos instantes de deseo, de viajes sensuales y amaneceres en lugares insospechados".

Roberto dejó de leer y lamentó no haberlo hecho cuando el sobre había llegado a su poder.

Decidió regresar a Madrid. Irene y Belén —cada una en su estilo— seguirían esperándole... o manejándole.

¿Y Giselle? No había huellas —se preocupó mucho en borrarlas— de sus gestiones en la empresa de Escorts. Aquella noche en San Sebastián no había sucedido, todo lo más sería un capítulo de su novela.

Roberto decidió desvanecer, aunque fuera momentáneamente, sus pensamientos.



Epílogo
 
 

Mi novela estaba cogiendo cada vez más color y en poco tiempo la publicaré. Llevaba tanto tiempo con la necesidad de contar lo que llevaba dentro, que en un tiempo récord finalizaría mi obra, —lo que para otros escritores seria un trabajo de años y años.

Afortunadamente tenía una imaginación, que me costaba en ocasiones discernir si lo vivido era real, o fruto de mi imaginación. ¿Y si Jorge no existiese? ¿Y si Roberto no fuese más que un personaje de mi novela?

Lo único cierto es que una editorial poderosa me había firmado el contrato para la publicación de mi obra.

De regreso a Madrid, el balance era más que positivo. No solo a nivel profesional, sino personal. Había cubierto mi primer evento importante y con éxito. Había pasado una noche con Roberto, —que pese a ser diferente a lo que yo hubiera deseado—, jamás la podría olvidar. Y lo mejor de todo es que cuando vi a Jorge, ya no sentía esa sensación que tuve cuando le vi la primera vez; el amor había desaparecido, para dejar paso al respeto y la admiración.

Y lo mejor de todo es que habiendo vivido todo esto, tenía el material suficiente para terminar mi novela: "Entre dos mares" y el contrato con el editor para iniciar de forma inmediata el trabajo.  Qué mejor que mi experiencia para escribir lo que se siente a la deriva y entre dos mares...

Qué productiva y especial había sido aquella presentación a la que acudí casi por accidente, confusa y sin un rumbo firme. Ahora todo había cambiado, al menos de momento. Y había aprendido que debía disfrutar el momento, al menos hasta que éste concluya, apurando sus gotas de placer.

Pese a esta tranquilidad que ahora sentía. Pese a ese torbellino de sentimientos que me había servido como acicate, una sensación extraña se apoderaba de mí. ¿Será que el pasado siempre vuelve?

Miré los mensajes atrasados. Ni rastro de Jorge, tan solo las confirmaciones de la editorial, el cheque con el adelanto de los derechos de autor... Sin novedad de Roberto que ahora debía vivir en la confusión.

En breve tendré que organizar mis propias presentaciones... tal vez le llame para alguna de ellas.  Él guardará mi secreto, estoy segura.

¿Sentiré algo por él dentro de este margen que me acabo de dar a mí misma? Puede ser... Pero ahora no tengo tiempo de pensar en la nueva presentación. ¡Primero he de terminar la historia!



Fin
 
 
 
Fernando Alonso Barahona       &           Eva Mª Maisanava Trobo