Clínica
Vithas
Hab.
A210
Aravaca,
20 de junio. Madrid.
Heme aquí, sentada frente a la mesa junto a la cama donde descansa mi madre convaleciente.
Como
siempre, llevo mi cuaderno y el bolígrafo conmigo, y mientras Javier, mi
marido, está comiendo, aprovecho para finalizar el capítulo XXXX de mi próxima
novela El diario de Ena y dedicarme unos instantes a vosotros: mis seguidores.
Mentiría
si os dijera que estoy bien. Un montón de sentimientos se agolpan cada vez que
entro en esta clínica. Pero eso, quizás, sea lo de menos, porque solo se asoman
de tal forma que una sonrisa se dibuja en mis labios.
Ya
no hay dolor, sino cariño. Y algo de nostalgia.
Y
lo he sabido cuando, al bajar a por un café a la planta -2, mi corazón ya no me
dolía como antes. Solamente queda el recuerdo de unos días que, aunque
dolorosos a veces, en otros momentos me hicieron la mujer más feliz del mundo.
Me
gustaría escribir con la asiduidad con la que antes lo hacía, pero no es que no
quiera… es que no puedo.
Primero
fue la pérdida de mi padre (el Sr. Maisanava), después mi operación —de la que
todavía me estoy recuperando—, y ahora, la reciente intervención de mi madre.
A
día de hoy, me siento desbordada. Estar pendiente de ella, organizar la
planificación de las chicas para no dejarla sola, cocinar para dos casas… es
motivo suficiente para estar ausente. Pero no tanto como para no buscar un rato
y deciros que sois, en gran parte de las ocasiones, el sustento que logra que
en momentos así yo pueda seguir peleando, como siempre se ha esperado de mí.
Os quiere, Ena