Heme
aquí sentada en una habitación, tan gélida y gris, como los recuerdos que ahora
se adueñan de mi mente, al recordar a mi querido Quijote cuando se le nublaban
las entendederas por tener a Dulcinea día y noche en su mente.
Triste
tradición aquella, en la que todo caballero noble ha de tener un escudero y una
dama en su corazón a quien dedicar sus victorias.
¡Bla, bla,
bla!-, no son más que tradiciones, ancestrales, absurdas e irreales.
Mi
nombre no es Dulcinea y no soy del Toboso. Soy una escritora novel, rebelde, rubia
y con bemoles, que está lejos, muy lejos de ser aquella mujer que habitaba en
el corazón de Quijote.
Quizás
mi mente esté tan perturbada como la de aquel escritor brillante que teniendo
en su mente a mi protagonista, un buen día le dio vida en un viejo y arrugado
papel.
Dicen
que se llamaba Miguel de Cervantes, un tipo quizás interesante, pero que jamás
contó con que llegaría el día en el que una joven damisela cuanto menos,
diferente, haría de su Dulcinea, ingenua y bella, una mujer moderna, erótica e
inteligente.
Algo
le faltó a su relato, Sr. Cervantes, para que hubiera sido realmente más
interesante. ¿Un poco más de picante? ¡No hombre, no me refiero a esas "especias"
que dan sabor a las comidas!, sino a unas vivencias, diferentes y más
creativas.
Recuerdo
aquella conversación, en la que jubiloso y azorado, su Quijote decía a Dulcinea
que luchó con gigantes que lo acechaban y le daban pavor.
¡Pobre,
Quijote! Aquel día, recuerdo que Dulcinea estaba en sus aposentos,
divirtiéndose de lo lindo con un apuesto caballero. No era noble, sino plebeyo,
eso sí... ¡Vive Dios!, lo que disfrutó con su espada envainada, agitada y
excitada, mientras galopaba, cual plebeya desbocada.
Algo
así, D. Miguel, le hubiera faltado a su obra, que todavía hoy en el siglo XXI
siguen leyendo con ferviente admiración.
Pero
sin ánimo de ofender, estoy completamente convencida de que si me hubiera conocido, la nueva versión
de D. Quijote hubiera hecho sombra a las memorias de Grey.
¡Ay, Sr.
Cervantes! Me humedezco al recordar aquel día, cuando Quijote dormía, y su escudero,
bajito, rechoncho y feo, entró en los aposentos de Dulcinea y mirándola con
deseo, la despojó de sus vestimentas, bebió de su pilón, con lujuria y pasión.
Y sabe
Dios que es entonces cuando en mi mente sin saber cómo ni porqué, comencé a
escribir:
- En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, un Quijote, ignorante, delgaducho y poco ducho en las artes del placer, dormía plácidamente mientras que su Dulcinea, excitada, se encontraba mirando hacia Cuenca, perdiendo el oremus, al conocer el buen hacer de la lanza de su escudero-.
Tal
vez es otra forma de ver su obra maestra, pero no me diga que no es, diferente
e interesante. Seguro que más de un admirador suyo, por aquella época, me
hubiera acusado de hereje, denunciándome al Tribunal de la Santa Inquisición.
Pero
créame cuando le digo que no es su obra, ni su nombre, lo que quisiera
mancillar, sino que es su mente la que en verdad, quisiera ultrajar...
Permítame
decirle el porqué de tan complicada empresa, pero hubiera deseado seducirle
lentamente, ser su concubina, buena y obediente, mientras que embriagado por el
placer, me contase el secreto de como hacer para escribir como usted.
Aunque
me temo que por mucho que hubiéramos escuchado las aspas del molino girar
mientras metida la noche, no hubiésemos dejado de aullar, siendo prisioneros de
locuras imposibles de contar.
Tanta
pasión soñada, que ni hoy, mi mente perturbada, se atreve a plasmar. Quizás en
otra vida, pueda lograr acariciar su pensamiento y escribir con detenimiento,
aquella noche en la que dos escritores, conjugando diferentes tiempos verbales,
harían de aquella noche el mejor ensayo jamás contado.
Hasta
entonces, Sr. Cervantes. Seguiré intentando hacer que su Dulcinea sea algo más
que una mujer bella.
Lucharé
pese a ser vilipendiada por esas mentes "retrógradas" para que Dulcinea
sea el puro reflejo de esa mujer que aunque hubiese querido poseer, ni en su
imaginación ya lo podrá hacer...
¡Sí!,
Sr. Cervantes, es ahora mi turno de escribir con tinta y papel, las nuevas
vivencias de una Dulcinea que le aseguro que dará más que hablar; que esa Dulcinea,
cálida e ingenua, que a su D. Quijote hizo enloquecer.
Sé que
podría haber escogido otro nombre, que no fuera tan importante en la historia
de la literatura como el de su adorable Dulcinea, pero me he propuesto que sea
algo más que una mujer bella a la que recordar.
Sé que
el reto es complicado, pero sé como lo tengo que hacer; solamente he de abrir
mi corazón y expresarme como sólo yo lo sé hacer.
No
tema que su Dulcinea, está en buenas manos. Seguramente conozca más mundo que
con usted. Pero le aseguro, que nunca perderá, lo que toda gran mujer ha de
conservar, su dignidad.
Eva Mª Maisanava Trobo