Todavía recuerdo cómo se conocieron. Fue en la presentación del libro de un amigo en común. Ella siempre había sido bastante escéptica y nunca había creído que de un evento literario al que asistía como invitada para cubrir el reportaje para el blog de literatura que dirigía, podría conocer a un hombre especial, único y diferente. Y cuando digo diferente —hacerme caso que podéis creeros a pies juntillas esa expresión—, porque sin duda alguna él es el hombre más especial que haya podido conocer en toda su vida.
Instantes antes de que la presentación comenzase, Roberto y ella se encontraban en un bar tomando un refresco. Se habían citado para hablar de literatura, un nexo en común y que siempre había sido el eje principal de sus conversaciones, en un principio por mensajes, más tarde por mail y aquel día cara a cara —mirándose a los ojos—. No sabría deciros por qué pero pude observar que ella sintió que lo conocía de toda la vida, llevaban bastante tiempo hablando y casi se acercaba la hora en la que se tenían que ir para que él presentase a Jorge, mi amigo; que seguramente ya a esas horas estaría nervioso al ver que no estaban ya en la Casa del Libro.
Han transcurrido casi seis años de aquel evento y sin embargo lo tengo tan latente que cada vez que paso por la cafetería ubicada en la Gran Vía de Madrid mi corazón se acelera, al recordar como hablaban de esa manera tan cómplice como si se conociesen de toda la vida. Él estaba casado pero aún así ella se sentía atraída, pero no quería tener problemas y más cuando su nombre se empezaba a reconocer en el mundo literario como algo más que el de una “simple bloguera”. Al terminar la presentación se despidió de Jorge dándole la enhorabuena y recibiendo consumo agrado un ejemplar que le había regalado. Había perdido de vista a Roberto, pero al instante vi que se dirigía a los ascensores para irse a su casa. Me dio la sensación de que a ella le daba impotencia por no haberse podido despedir de él, pero algo me decía que se volverían a ver tarde o temprano. Ella se encaminaba hacia donde estaban los ascensores, cuando justo vi que Roberto salía del interior de uno de ellos —todavía sigo sin saber el motivo que le hizo subir de nuevo— al salir del ascensor y al verla, decidió repentinamente entrar de nuevo y bajar con ella rumbo a la calle.
Vi como la acompañó a la boca del metro de Callao, y allí se despidieron con un par de besos y les perdí de vista. Ambos tenían una extraña sensación, no se querían ir, se hubiesen quedado más
tiempo, pero a él le esperaba su mujer y su hijo en casa, y ella tenía que regresar a casa donde vivía con sus padres para conectarse al ordenador y ponerse a trabajar en el reportaje. Durante unos meses fueron varias las ocasiones que fueron a otras presentaciones, siempre con la excusa de verse y poder estar juntos, pero sin querer ni reconocer, ni poner nombre a lo que sin saber ni cómo ni por qué les había unido. Por aquél entonces ella ya se sacaba un buen dinero haciendo vídeos promocionales de las novelas de los escritores y él le pidió también que le hiciera uno. Después del vídeo, vino un relato en común y seguían sin saber el porqué les gustaba estar juntos. Fueron varias las veces que quedaron para comer y siempre sin parar de hablar, algo que en él no era habitual, ya que era un hombre bastante tímido.
Después de unos meses en el paro, al final ella encontró trabajo y tuvo que cerrar la revista, porque comenzó a trabajar, y aunar su vida personal y profesional cada vez le resultaba más complicado. Se había distanciado de muchas personas de ese mundo, pero no tanto de él, que por una extraña razón siempre le enviaba WhatsApp con poemas que él había escrito y con todas sus novedades literarias. A ella le encantaba que lo hiciera, sé que era y es ese apoyo que tal vez su mujer no le daba y él por su parte también lo era y es para ella, ya que ni su familia, ni por aquél entonces su novio, lo entendían. Su trabajo en el departamento de recobros para una entidad bancaría la tenían completamente absorbida como para sacar tiempo para el verdadero amor de su vida, que no era otro que la literatura.
Pero llegó por fin su gran día, al final consiguió que una editorial quisiera publicar su primera novela y como no podía ser de otra manera, él fue el encargado de hacer el prólogo y como no, de presentarla. Sin duda fue el día más bonito de toda su vida. Quizás para muchas mujeres sea el verse de blanco, pero para ella, fue ese su día, el más importante de toda su vida. — ¿Tal vez porque él estaba a su lado? ¡Qué importa eso ya!—.
En ese tiempo de ausencia del mundo literario, conoció al que hoy es su marido y poco a poco se fue alejando de Roberto, pero sin poder jamás arrancarle de su pensamiento.
Pasaron muchos años sin verse hasta que una vez fue a verla al trabajo, y allí en un parque que había frente a la oficina donde ella trabajaba, sus labios se unieron por primera vez. De sus labios jamás salió un te quiero o un te amo, pero no importaba, por fin se estaban besando. Apenas llevaba unos meses saliendo con el que entonces era su novio, pero no había ni una sombra de arrepentimiento, le quería, no podía negarlo, pese a todo, lo seguía amando.
Todos los que la conocen siempre han dicho de ella que les recuerda al Guadiana, porque a veces se la ve, otras no, pero… siempre está. Y eso es lo que la sucede cuando realmente se enamora, que por protegerse, desaparece…
Pasó más de un año hasta que un día ella se puso en contacto con él para ir a verle —se había cogido un día de asuntos propios—. Desayunaron juntos y de nuevo esa sensación de no querer irse… se hacía presente ante ellos.
Llego el día en que el que ella se casó con la intención de formar una familia y de alguna manera extirpar de su pensamiento a Roberto, pero por más que lo intentaba, todo intento era en vano, no podía, lo amaba en silencio.
Seguía sabiendo de él porque le seguía mandando mensajes suyos con sus poemas recitados y sus novedades literarias, de los que el gran porcentaje de las veces ni respondía. Pero que de alguna manera le venía a decir, que ni él la olvidaba, ni ella lo podía olvidar.
La comunicaron en su trabajo que el proyecto se acababa y su vida se resquebrajó, pese a que su amigo —el que la había recomendado y habló para trabajar en la empresa y en el proyecto que él dirigía— había contado con ella para no perder a “esa profesional” que como él decía era difícil de encontrar; tenía la decisión más que tomada. Necesitaba por una vez en su vida ser egoísta y pensar en ella, pero sobre todo en su salud.
Casi más de dos años sin verle y ahora más que nunca le extrañaba. Así que de nuevo se puso en contacto con él, y quedaron en verse cuando ella ya hubiese dejado de trabajar. Se vieron un día para desayunar, a la semana siguiente para comer y de nuevo desapareció de su vida porque verle hizo encender en ella todas esas brasas que creía tener controladas, pero que en contra de su voluntad se convirtieron en llamas al volverle a ver.
Roberto aún con todas sus idas y venidas que no sé si alcanzaba a comprender, la seguía mandando esos mensajes que tan feliz la hacían, un mensaje donde se ocultaba un: —¡Hola! Sigo aquí…—.
Esta vez solo pasaron unos meses cuando de nuevo le mandó un mensaje: —¿Te viene bien quedar un día para comer y charlar?—. Mensaje que obtuvo respuesta en menos de un minuto: —Buscamos día y comemos por aquí—.
Desde entonces y pese a que desconozco el desenlace de esta historia que empezó hace casi seis años, han decidido no huir más.
Quizás cuando hayas terminado de leer esta historia Roberto y ella se hayan encerrado en la habitación de un hotel con la firme decisión de por una vez en la vida no frenar, o tal vez sea que este relato esté escrito por dos personas o quizás sea el resumen de la vida personal de dos escritores, amigos y ahora…¡A quién le importa lo que sean ahora!
Lo único seguro es que seguirán siendo amigos, confidentes y sobre todas las cosas “escritores”. ¡Feliz Sant Jordi!
Eva Mª Maisanava Trobo