martes, 21 de enero de 2014

Habitación 503, sin preguntas, ni porqués.



Llevaba tiempo encerrada en mi estúpido intento de dar vida a un relato. Escribía unas cuantas letras y las tachaba, ninguna maldita palabra colmaba de expectativas lo que quería expresar.

La pérdida de tiempo era cada vez mayor. Mi planteamiento de querer dejar esta locura por escribir cada día estaba más cercano. Sin querer, en lugar de disfrutar escribiendo, me había convertido en una esclava de mis musas, a la espera de que apareciesen en mi vida, como antes lo hacían.

Pero, nada... Todo intento era inútil y la espera un sin vivir.

Lo que anteriormente para mí era sencillo, se había convertido en una tortura que me estaba destruyendo por dentro; tal vez porque respetaba demasiado a mis lectores, y quería cuidar al máximo mis escritos para no defraudarles.

—¡Qué necedad de pensamiento!—. A fin de cuentas, muchos de ellos me querían, eran mis amigos, mi familia; no iban a juzgarme, ni a lapidarme porque la calidad no fuese la de antes. Pero no podía evitarlo. No quería que fuese un relato más, quería que fuese el único relato, aquél relato que aun leyéndolo más de una vez, consiguiera erizar cada vello de tu piel; sí, eso es lo que quiero.

Intento ser menos exigente, pero no puedo. Me angustia la idea de haber perdido el buen hacer de hacerte sentir vivo, de hacerte dudar entre la mentira y la verdad, de hacer que tu pensamiento navegue a la deriva intentando averiguar qué hay de verdad y qué de burda mentira. —¡Qué fácil me resultaba antes!—.

Dicen que la experiencia es un grado. —¡Mentira! Si fuera así por qué ahora no puedo escribir, por qué no puedo escribir con palabras lo que me gustaría susurrarte al oído: —¿Por qué?—.

La escritora que llevaba dentro ha muerto. Leo todo lo que escribí y me entran ganas de morir. Ya nada volverá a ser como antes, cuando escribía un relato y mi corazón temblaba, era tan grande la emoción que me embriagaba, que por momentos yo misma dudaba de si lo que escribía era cierto o por el contrario una falsa.

—¡Maldita sea mi estampa!—, nunca más volveré acariciar tu alma con mis palabras.

Era inútil comerme más la cabeza. Tiré el folio a la papelera, me preparé una copa y me puse a navegar por internet, sin saber por qué lo hacía, ni qué quería conseguir con ello. Tal vez olvidar, tal vez evitar de esta manera el suicidio de quien pudo ser una gran escritora.

En estados de ansiedad, lo único que me calmaba era ver cuadros de mujeres desnudas, me daba paz; quizás porque en lo más profundo de mi ser, se encontraba, sepultada, una verdad que me daba miedo a reconocer.

De repente vi esa imagen, a esa diosa desnuda y fue entonces cuando me acordé de él, de aquél hombre, de ése gran escritor.

Hace muchísimo tiempo que no nos veíamos, tal vez desde que mi amiga presentó su novela de erotismo.


Desde aquél día que nuestras miradas se cruzaron,
desde entonces mi corazón estaba a la deriva.
Andaba perdida en mis recuerdos,
seguía siendo la musa de sus fantasías
y sin embargo, las mías, mis musas,
mendigaban su atención,
con la esperanza de volver a sentirme viva.

Sentimientos dispares despertaba ese señor en mí, miedo, respeto, admiración, pero sobre todo, deseo. —¡Sí, deseo!—.

Era imposible controlar mi deseo cada vez que le veía. Encender el ordenador, conectarme a las redes sociales y tenerle que ver como contacto, me enloquecía.


¡Qué difícil es controlar el deseo!
Qué injusta es la vida,
que te pone la miel en los labios,
cuando tus labios rebosan vida.


Y eso es lo que a mí me sucedía, quizás por eso estaba estancada entre dos océanos, sin rumbo y a la deriva.

Amaba demasiado a mi pareja, tanto que el corazón me dolía, cada vez que mi pensamiento —en contra de mi voluntad— pensaba en él, en Alejandro.


Intentaba encontrar un equilibrio entre el deber y el querer, pero te juro, que no podía. No sé qué me sucede con él, ni porque siento que todo me supera. Pero me atormenta reconocer, que sólo con él, que sólo al lado de Alejandro, que sólo cuando estoy cerca de él, es cuando mis musas hacen su aparición de una manera insultante, tanto que me causa desazón. Puesto que me es imposible ordenar mis ideas, todas rebosan pasión y vida.

Son ellas las que me convierten en esclava de mis sentimientos, las que hacen que sin querer coja el móvil, busque su teléfono, le mande un whatsapp con el siguiente contenido: Habitación 503, sin preguntas, ni porqués. El próximo día que nos veamos, te espero como esta mujer que aparece en el lienzo: desnuda, sin miedo, convencida y con el deseo de acariciar el cielo entre tus brazos...


Eva Mª Maisanava Trobo
21/05/2014




         

domingo, 12 de enero de 2014

Para todo aquel que quiera hacerse con un ejemplar de: Escorts. Una semana en París.

Para todo aquel que no viva en España y quiera hacerse con un ejemplar de mi primera novela Escorts. Una semana en París. que lo haga mediante la página de la editorial. Te lo envían gratis.

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martes, 24 de diciembre de 2013

Lo sencillo, sería desearos una Feliz Navidad; pero en épocas como estas no puedo evitar plantearme el verdadero significado de la Navidad, y si de verdad existe.

¿Qué es la Navidad?, ¿lo que vemos en la televisión? ¿Lo que El Corte Inglé...s nos quiere vender? ¡No!, para mi la Navidad, si de verdad existe, dista mucho de lo que nos quieren vender.

Haciendo una burda comparación, sería como equiparar el día de Navidad, con el día de San Valentín.

¿Sólo queréis a vuestra pareja ese día? ¿Sólo le hacéis regalos ese día? ¿No amáis a vuestra pareja el resto del año, igual o más que ese día?, quizás aunque sea una comparación inusual, es lo más parecido.

Este planteamiento sobre la Navidad, está más asentado ahora si cabe, ya que yendo el otro día en Renfe con una compañera de formación, y hablando de la Navidad y por lo tanto de la carencia del espíritu Navideño, me dijo:

- Eva, es que este año no hay dinero por la crisis, y no se vive igual la Navidad.

Y sin querer vuelvo a la misma conclusión. Desde niños hemos percibido la sensación de consumismo, y sin darnos cuenta lo hemos asociado a la Navidad.

El único motivo que me impulsa a escribir este relato, (mientras que voy y vengo cada día a la formación a las 8:00 de la mañana, sentada en un asiento de un vagón del tren, mientras que percibo las miradas curiosas de personas ajenas, haciéndome sentir un bicho raro por escribir a esas horas), es para haceros ver a "todos" o a aquellos que tengan un ápice de duda, lo que para mi significa la Navidad, y no sólo el día 25, sino durante todas las Fiestas Navideñas y siempre.

Y lo voy a hacer de la mejor manera que sé, con un relato, por si lo escrito anteriormente no os ha valido para haceros sentir, lo que seguro después de leerlo, si sentiréis.

Esta historia puede ser real, o simplemente fruto de mi imaginación, pero de lo que estoy segura es que esta situación, os hará ver la Navidad desde otro prisma.

Denis un hombre africano de 30 años, sin apenas recursos económicos, teniendo por casa unas tristes ramas que con dificultad protegen a su familia de la lluvia, con suerte de tener ese día un trozo de carne que asar, pero sin pan, sin caviar, sin langostinos, sin un árbol de Navidad, sin adornos Navideños, sin paquetes dorados con regalos en su interior. Pero... con un ingrediente que en muchas casas, aun teniendo lo anteriormente mencionado, no tenemos o hemos olvidado, "el saber compartir
y dar gracias por lo que tenemos".

La salud, la felicidad, el amor y la suerte, no sólo se deben apreciar, desear, ansiar o valorar en estas fechas, sino que deberían estar presentes, en todos y cada uno de nuestros días.

La Navidad es ayudar al prójimo, compartir con los más necesitados, dar Amor, pero no sólo ahora, sino siempre. Por eso me niego al consumismo, y a celebrar la Navidad de la forma que la sociedad nos obliga.

Por eso termino éste escrito, que no es más que un pensamiento en voz alta compartido con vosotros, con una frase.

- ¿Feliz Navidad? ¡No! Salud y suerte.


 
Con cariño

Eva María Maisanava Trobo

lunes, 23 de diciembre de 2013

3ª Reseña de mi novela. Escorts, una semana en París; por Jesús San Gil.


Decía Miguel Delibes en una entrevista que leí hace años, que si alguien quería conocerle tendría que leer su obra.

Los que de una u otra forma tenemos algún vínculo con la escritura sabemos que eso es verdad. Sabemos que la capacidad de expresión de la palabra escrita supera cualquier otra forma de comunicación.

Cabe incluso la posibilidad de que el autor utilice la escritura para hacernos ver una parte de sí que no puede mostrar de otra manera. Escorts, una semana en París, es por encima de todo una novela emocional en la que la autora desnuda su alma para poner frente a nuestros ojos el drama de las urgencias humanas, de las necesidades que conducen nuestros actos y del derrumbe de las barreras tras las cuales ocultamos nuestra verdadera personalidad.

Giselle es una mujer sensible, igual que el inalcanzable Musa o Eva, la autora de este libro. Veo a la protagonista de la novela y me parece ver a su creadora viviendo las mismas experiencias y actuando de la misma forma.

Los personajes, por mucho que se esfuerce el autor de un libro en hacer lo contrario, son herederos directos de la personalidad de quien los perfila y los pone a jugar en el imaginario tablero del papel impreso. Si además, al cóctel emocional y melodramático se le añaden unas gotas de erotismo, la cosa funciona aún mejor.

Definitivamente, quien quiera conocer a Eva Mª Maisanava Trobo, que lea Escorts, una semana en París.

Jesús San Gil



domingo, 22 de diciembre de 2013

2ª Reseña de mi novela. Escorts, una semana en París; por Mª del Carmen García Sales.


Trato de describir en pocas palabras lo que ha significado Giselle para mí, pero hacer un resumen de toda una vida; plasmar los sentimientos y todo lo que acontece me resulta complicado, pues significa mucho para mí. 

Podría hacer mención...desde el pensamiento y resaltar cuatro palabras inconexas como reseña personal, pero explicar lo que sentí desde el corazón al leer esta preciosa novela es más complicado, pues: ¿Cómo se puede explicar lo que significa el amor incondicional?, ¿qué puedo decir ante el hecho de buscar nuestra propia identidad y lograr ser una misma? ¿Cómo explico lo que se siente cuando las pasiones y el erotismo nos hacen vibrar? Escorts, una semana en París: es una preciosa historia tan real como la vida misma, es la historia de tantas mujeres que sienten, sufren, Giselle puedes ser tú o yo misma

María del Carmen García Sales.

sábado, 21 de diciembre de 2013

1ª Reseña mi novela: Escorts. Una semana en París, por Luis Anguita Juega.


Mi primera reseña del escritor Luis Anguita Juega.

Todo un honor para mí...

Cuando el amor, la bondad humana, el actuar con dignidad, están en un libro, ya te empieza a atrapar, pero si encima tenemos una gota intensa y muy bien contada de erotismo, de crítica a la falsa moralidad, y dejamos que la protagonista nos enternezca con su historia, se convierte en un libro para disfrutar, emocionarse y sentir un soplo nuevo en la literatura. 


Gracias Eva María Maisanava por deleitarnos con “Escorts. Una semana en París”.


Luis Anguita Juega
 
 

domingo, 15 de diciembre de 2013

¿Para qué pensar? ¡Feliz Navidad!


          Aquella Navidad iba a ser la menos convencional que viviría, lejos de mi familia, de los amigos y del calor de un hogar. Esa noche me tocaba trabajar, estaba de guardia y tenía que asimilar que iba a estar más de 5 horas con los cascos puestos atendiendo llamadas en la línea erótica para la que trabajaba.


          ¡Dios!, estaba deseando dejar ese trabajo. Estaba cansada de argumentos mal redactados que tenía que leer sin ganas, como quien lee el horóscopo para pasar el rato. Me resultaba monótono tener que oír como se masturbaban al otro lado del teléfono mientras que leía unas cuantas frases —¡eso sí dándoles buena entonación!—, pero sin sentir absolutamente nada.

          Era triste tener que retener al teléfono a tantos hombres solitarios en busca de compañía, más que de un momento efímero de placer.

          Pero a fin de cuentas, me gustase o no, lo que pagaba las facturas de mi casa y me daba de comer, eran las llamadas de todos y cada uno de esos desesperados.

          La verdad es que con tantas historias que había escuchado, tenía material suficiente como para escribir un libro de relatos eróticos. ¡Tal vez algún día! Nunca se sabe las vueltas que da la vida y qué te deparará el destino con los años.

          Todas las noches a la misma hora, ni un minuto arriba ni abajo, recibía la llamada de Michael al que le gustaba que le llamase Chery. Nunca entendí el porqué, pero... ¡Quién paga exige!
 
          Tenía una voz varonil, sin ser muy grave, pero penetrante; tan aterciopelada que en ocasiones, después de hablar con él, era yo la que tenía que ir al baño para desfogarme.

          Chery, era un psicólogo cansado de la vida que llevaba. Supongo que de tanto tener que escuchar a sus pacientes, también él necesitaba ser escuchado.

          El caso es que cada vez me gustaba más atender sus llamadas, porque distaban mucho de las otras. Él se negaba a que yo siguiera un estúpido argumentario; quería que le hablase como si fuera su amiga. Pero me costaba y mucho. Tantos años de profesionalidad en tu haber hacen que todo lo que esté fuera de lo normal, te parezca anormal.

          Teníamos estrictamente prohibido quedar con ninguno de los clientes y sin embargo, cuantas más llamadas recibía de él, más imperiosa era la necesidad de verle, de sentir su respiración cerca de mí. Aunque tal vez su voz hacía que dibujase en mi mente, una imagen distorsionada de como realmente podría ser él en la realidad.

          Era imposible no arriesgarse a no acudir a la aquella cita que me proponía Chery. Pese al riesgo que suponía; ya no solo por el hecho de poderme quedar sin trabajo, sino porque detrás de esa voz tan elocuente y embaucadora, hubiese un hombre desalmado; cuyas intenciones distasen mucho de lo que yo me había imaginado.

          Es absurdo entrar en detalles de cómo realmente fue la conversación, lo más importante es lo entre esas cuatro paredes del hotel Zarzuela Park, sentí.

          Eran las diez de la noche cuando entraba por la recepción del hotel; me sentía completamente temerosa a la par que excitada. Me había citado con un desconocido, no sabía nada de él, salvo lo que me había dicho y sin embargo nada deseaba más que tenerle delante de mí, para saber si la imagen que en mi mente había dibujado era un espejismo o la fiel realidad.

          Anduve por el pasillo hasta llegar a la habitación 76 con paso firme, sobre mis zapatos de tacón, pero con miedo, miedo a lo desconocido; era ese miedo lo que hacia que me sintiera especial y diferente. Ésa era la sensación que ansiaba tener y que me empujaba a vivir lo que a muchos les parecería una locura.

          Cuando abrí la puerta, la habitación estaba en penumbra, apenas podía apreciar una silueta. En ese instante se giró, con paso firme hasta situarse frente a mí.

          Chery, no tendría más de cincuenta años. Sus ojos eran verdosos, de tez oscura y de labios carnosos. Vestía un traje gris marengo de raya diplomática, camisa blanca y el color de la corbata realzaba todavía más el atractivo de su mirada.

          Me quedé ensimismada, su imagen era muy distinta a la que me había hecho de él. Y afortunadamente la realidad superaba por una vez a la imaginación.

          No pronunció ni una sola palabra, tan solo me hablaba en silencio con esa mirada que tanto me inquietaba. Y yo, soñaba con vivir esa historia jamás experimentada.

          Todo era perfecto, su presencia, la decoración del hotel; todo a excepción de que como siempre y una vez más, solo era un sueño, una estúpida ensoñación más fruto de estar esperando a que el teléfono sonase en una noche de Navidad, donde todo puede ser mentira y todo verdad. Una noche en la que me sentía sola, alejada de mi familia, esperando a que pasase mi jornada laboral, para estar arropada por los míos.

          No intentes comprender lo que aquella noche sentí, ni que me empujó a escribir estas palabras; tal vez si tú hubieras estado en mi lugar esperando ésa llamada que nunca se dio... hubieras pasado el rato, como he hecho yo, escribiendo este relato.

          Tal vez en la próxima publicación, te pueda contar, lo que ahora al recordar, sin saber el por qué me hace sonrojar... Pero no le des más vueltas, ¿para qué pensar? ¡Feliz Navidad!
 
 
Eva Mª Maisanava Trobo

jueves, 10 de octubre de 2013

Escorts. Una semana en París. En breve editada por la editorial Seleer.

Sinopsis.

Giselle toma la decisión de dejar la profesión a la que se había dedicado buena parte de su juventud. Los años pasan rápidamente y está a punto de cumplir los 40 años, sabe que ha llegado la hora de abandonar antes de entrar en declive, pues su físico ya no es el mismo.

Está decidida a tomar las riendas de su vida, a dejar el mundo de noches frías, de amargos sinsabores, de besos sin calor y de gélidas caricias.

Quiere alejarse del lujo, del glamour, del atractivo mundo de la noche, de la gente "vip" y de los photocalls.

Desea llevar una vida anónima, empezar de cero, salir por la calle vestida de chándal, sin maquillaje, con sus zapatillas de sport y dejar a un lado los zapatos de tacón y la imagen frívola de una bámbola.

Pero la enfermedad de su padre, unido a lo mal que ha administrado su propia economía, la empuja a tener que tomar la decisión de regresar.

Una historia llena de humanidad, de solidaridad, de sensibilidad, de libertad, de sinceridad, de comunicación y sobre todo de apertura...donde se tocan temas delicados como el de las trabajadoras sexuales, las relaciones íntimas entre mujeres, desde lo más hondo del corazón y la intuición; jamás encasillando a nadie. Y otros muchos temas, que tú mejor que nadie comprenderás.

Una historia que está escrita con la finalidad de demostrar que hay que conocer a las personas por su forma de ser y no juzgarlas por su profesión.
 
 

 

 

domingo, 6 de octubre de 2013

Desnuda y posando para él.

        Nunca pensé que habiendo sido educada de la manera más estricta y ocultándome mis progenitores temas naturales como el sexo, podría haber actuado de esa manera.
 

        Tal vez, tanto protocolo, tanta pasión reprimida, me habían llevado a revelarme contra todo y contra todos.
 

        El mostrarme desnuda siempre había sido algo muy reservado para mí y para mi pareja; y sin embargo, cada vez que me miraba al espejo, sentía que todavía podía despertar pasiones, —pese a ese carácter algo altivo que era parte ya de mí, de mi personalidad—.
 

        Todo cambió una mañana de otoño cuando dando un paseo por el barrio de Salamanca de Madrid, —mientras que hacía tiempo mientras que mi marido estaba en una reunión en su buffet de abogados— y embrujada por un cuadro que había en una tienda de antigüedades; llamó tan poderosamente mi atención que no pude evitar el quedarme un buen rato, absorta, apreciando la belleza de ese cuadro.
 

        En aquél cuadro se podía apreciar la silueta femenina de una mujer, desnuda, serena e insultantemente bella.
 

        Sin querer y sin saber porqué sentí que me ruborizaba, no sabría decir si era por pudor, por excitación o por una mezcla de ambas; el caso es que sentí lo que nunca antes había imaginado.
 

        Cuando me dispuse a salir corriendo con la intención de dejar atrás aquella sensación que albergaba en mí; me tope con un señor que aumentó todavía más si cabe aquel embriagador estado de excitación en el que me encontraba.
 

        Jean Paul, que así se llamaba; era el propietario de una de las tiendas más conocidas del barrio de Salamanca. Era imposible no saber de él; pues era frecuente verle acompañado de una de las mujeres con más títulos nobiliarios en España.
 

        Era de esas personas que tenían luz propia, que con su sola presencia, aún sin hablar y en cualquier esquina de un local, llamaba la atención. Elegante, culto, atractivo y un cuerpo más que apetecible y bien cuidado, pese a sus más de 50 años. Conseguía con una sola mirada embrujarte y hacerte perder la razón.
 

        Por suerte o desgracia, era lo que me había pasado. Había perdido la razón ante un hombre que por su clase social —jamás habría reparado en mí—, pero por el contrario a todas las apuestas que en un salón de juegos se hubiesen llevado a cabo; Jean Paul: había reparado en mi persona.
 

        Nunca creí en el flechazo, ni tampoco por mi estricta educación, me permitía la licencia de no hacer nada, sin antes haberlo planeado. Dicen que para todo hay una primera ver y qué verdad es; de repente acepté el tomarme una copa de champagne, sin reparar, en que mi marido estaba a punto de dar por finalizada la reunión y recogerme para irnos a comprar los regalos de nuestro hijo Aitor.
 

        Me había olvidado de todo. Tener a Jean Paul delante, era tan mágico, que pese a que tal vez un atisbo de cordura en algún instante hizo acto de presencia, se esfumo para dar paso a esa mujer que anquilosada por su vida perfecta y sin ningún aliciente salvo el de ir de compras y escribir, se sentía mustia y marchita; pese a cumplir con su deber marital como le habían inculcado, pero sin encontrar en tales momentos verdadera pasión.
 

        Eran más de veinte años la diferencia de edad entre nosotros y sin embargo, sólo a su lado me sentía bien. Me quedaba embobada durante horas y horas escuchándole. Eran tan amplios sus conocimientos de historia y de arte, que era imposible dejar de prestar atención a cómo se expresaba.
 

        Y os aseguro que no buscaba ninguna protección filial, como podréis imaginar; al contrario, su sola presencia movía todos los cimientos de mi vida. Y quizás ésa desconocida sensación la que me empujo a obrar de la siguiente manera.
 

        Nunca antes había sido infiel a mí marido, ni de pensamiento, ni de hecho; en cambio ése día, embrujada por la mirada de Jean, llamé a mi marido para decirle que me iba con mi amiga Erika a tomarme un café y que más tarde nos reuniríamos en el centro comercial para comprar los regalos a nuestro hijo. No dudó, ningún instante de la palabra de su santa esposa, aquella que tenía por mujer perfecta en todos los aspectos.
 

        Y sin embargo pese a que estaba temblando por dentro cuando hablaba con mi esposo; lo desconocido, las ganas de saber qué saldría de aquella cita con Jean Paul, superaba con creces a la sensación de saber que no estaba obrando incorrectamente.
 

        Siempre había criticado a esas mujeres que buscaban fuera de casa, lo que dentro no tenían. Y ahora la vida, hacía que me tragase todas y cada una de esas palabras que injustamente y a modo de dardo envenenado había lanzado contra ellas.
 

Quería que pasase,

quería que sucediese.

Quería sentir,

lo jamás experimentado.

Quería volar en sus brazos,

y amanecer desnuda a su lado.

Despojada de miedos,

de tabúes y de absurdas etiquetas sociales.

Quería volar y dejar de sentirme muerta en vida.

Quería ser yo, aunque fuera por un maldito día...

 

         Después de tomar la copa de champagne, nos dirigimos al estudio que había en la parte trasera de la tienda. Estaba llena de maravillosos cuadros, a cuál de ellos más bonitos. Y al fondo había un lienzo blanco a esperas de ser pintado; al lado, una vieja mesa con todo el material necesario de un pintor, pinceles, acuarelas, todo, para plasmar en un lienzo lo que la retina de sus ojos captaba.
 

         Esos grados de alcohol de más me hicieron perder la razón, cuando le dije: —Quiero que en ese lienzo me dibujes—.
 
         En el cuadro que ahora podéis ver, apreciáis a una nueva mujer.
 
         Serena, viva y completamente satisfecha. Supo dibujar en el lienzo desnudo de mi cuerpo, todas aquellas necesidades que mi marido jamás supo satisfacer. Con su pincel me mostró un mundo lleno de colores y de pasiones, dejando atrás el mundo gris en el que vivía. Y ahora, gracias a él, no me arrepiento de verme en ese cuadro, como aquella mañana, en la que por primera vez me sentí una auténtica mujer.
 
 
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