miércoles, 5 de junio de 2019
En forma de balas.
Y ya no era yo, sino éramos...
viernes, 26 de abril de 2019
Escritores, amigos y ahora… ¡A quién le importa lo que sean ahora!
Todavía recuerdo cómo se conocieron. Fue en la presentación del libro de un amigo en común. Ella siempre había sido bastante escéptica y nunca había creído que de un evento literario al que asistía como invitada para cubrir el reportaje para el blog de literatura que dirigía, podría conocer a un hombre especial, único y diferente. Y cuando digo diferente —hacerme caso que podéis creeros a pies juntillas esa expresión—, porque sin duda alguna él es el hombre más especial que haya podido conocer en toda su vida.
Vi como la acompañó a la boca del metro de Callao, y allí se despidieron con un par de besos y les perdí de vista. Ambos tenían una extraña sensación, no se querían ir, se hubiesen quedado más
tiempo, pero a él le esperaba su mujer y su hijo en casa, y ella tenía que regresar a casa donde vivía con sus padres para conectarse al ordenador y ponerse a trabajar en el reportaje. Durante unos meses fueron varias las ocasiones que fueron a otras presentaciones, siempre con la excusa de verse y poder estar juntos, pero sin querer ni reconocer, ni poner nombre a lo que sin saber ni cómo ni por qué les había unido. Por aquél entonces ella ya se sacaba un buen dinero haciendo vídeos promocionales de las novelas de los escritores y él le pidió también que le hiciera uno. Después del vídeo, vino un relato en común y seguían sin saber el porqué les gustaba estar juntos. Fueron varias las veces que quedaron para comer y siempre sin parar de hablar, algo que en él no era habitual, ya que era un hombre bastante tímido.
Una estúpida enamorada
De la amistad al amor.
El problema
Porque eres tú ese hombre
que aún en la distancia
Porque eres ese amante
que con sólo su mirada
Porque la cicatrices en nuestros corazones,
jueves, 28 de marzo de 2019
La muchacha y el gorrión
Desde mi ventana.
Todo había terminado entre tú y yo.
Tan solo nos unían unos recuerdos que, a golpe de llorar, ya se estaban
desvaneciendo. No había ni una conversación, ni un hola, ni un te quiero, solo
un frío hasta luego. Nuestros encuentros distaban mucho de lo que hace años
eran; tal vez mi carácter se había agriado, o quizás la preocupación de tener
que hacer cábalas para llegar a fin de mes me había convertido en esa mujer que
ahora era: insegura y con miedos. Aquel día, cuando viniste a visitarme por
última vez, a hacer uso de lo que considerabas de tu propiedad, te rechacé. Fue
entonces cuando te conocí. —¿Qué ironía, verdad?—.
Después
de haber estado años y años dándome a ti, resulta que lo único que conocía de
ti era tu físico; jamás había reparado en indagar sobre tu personalidad.
Hasta
que llegó ese momento en el que quise arrebatarme la vida y poner un punto
final a esta maldita agonía. Sangre, temblores, lágrimas y miedo, sobre todo
miedo, eran las palabras que más se acercaban a definir lo que me hiciste
vivir. Pero todo ese dolor tenía cura, todos, menos el desgarro de mi corazón.
Mataste
mi ilusión, mientras que mi cuerpo, ultrajado por el dolor, con el tiempo se
recuperaría. Tardé algún tiempo en volver a creer en mí, en apartar de mí la
sensación de creer que lo había provocado todo.
Gracias
a Dios, ahora tengo ganas de volver a sentirme viva, de querer sentirme de
nuevo mujer entre los brazos de un hombre, y de querer refugiarme en esos
abrazos que tú me negabas.
Quedan
minutos para que él acuda a la cita que tenemos. Lleva meses ayudándome a
olvidar, a superar mis miedos.
Ahora, desde la ventana de mi alcoba, veo cómo
el hombre de mi vida se baja del coche para subir a mi habitación. Tengo miedo,
y mucho; le amo y, a pesar de todo, los fantasmas del pasado se apoderan de mí.
Quiero ser fuerte y olvidar, quiero ser libre y volar, pero... me da miedo que
al despertar, él se vaya de mi lado y nunca más pueda volver a soñar.
Ena 28/03/2019 13:40