viernes, 15 de noviembre de 2024

Escorts, una semana en París. Una nueva vida.


Si algo he podido aprender durante estos días de intenso dolor por la muerte del Sr. Musa, es que hay que vivir la vida como si fuera el último día, porque el mañana no existe; lo único que existe es el presente, y es tan efímero, que en décimas de segundo pasa inmediatamente a ser parte del pasado. Como pasado, era mi profesión de escorts.

Desde el minuto cero que supe que estaba en estado, sabía que tenía que crearme una vida más sólida; para el día de mañana tener un futuro que ofrecer a mi hijo.

En la cuenta corriente disponía del dinero suficiente como para vivir una vida exenta de calamidades y sin tener que trabajar. Pero pese a la imagen de mujer frívola que podía aparentar, la realidad, es que era una mujer verdaderamente profesional y trabajadora.

Desde niña tuve una incipiente necesidad de ayudar a los demás, y fue por ese motivo que, gracias a Dios, conocí al padre del que hoy es el motor de mi vida, mi hijo Abraham.

A estas alturas tenía muy claro que quería dirigir una Ong, para ayudar a todas esas mujeres que vendían su cuerpo al mejor postor, obligadas por un proxeneta, que les extorsionaba quedándose con un elevado porcentaje de las ganancias, haciendo que éstas se vieran incapaces de saldar esa deuda que habían contraído con la esperanza de ofrecer a sus familias, un futuro mejor.

A mi edad y después de todos los sin sabores que a lo largo de mi vida había tenido que degustar de una manera cruel, tenía muy claro que, pese a que había amado al padre de mi hijo con toda mi alma, quería pasar el resto de mi vida al lado de Davinia y formar una familia —que muchos considerarán atípica o anormal—, para que mi hijo creciera en un ambiente lleno de amor, tolerancia y comprensión.

El valor principal que le voy a inculcar será: el de no juzgar.

Cada día estaba más hastiada de esta sociedad, cuya mentalidad, era tan prusiana y anquilosada por prejuicios absurdos, cuya tendencia era lapidar y vilipendiar a todas aquellas personas que no formaban parte del juego de la hipocresía. Juego, en el que evidentemente ni yo, ni los míos, formábamos parte.

Después de hablar con mi madre y cuando Davinia salió del cuarto de baño, de nuevo no pudimos evitar dar rienda suelta a esa pasión que nació el día en que siendo yo más joven, entraba por la puerta de la Agencia para que ella me formase como escorts. 

Quién se hubiera atrevido a decirnos que, con el tiempo, aquella ingenua alumna y aquella elegante profesora, terminarían enamoradas y con la idea clara de pasar el resto de sus días juntas —luchando contra todas las vicisitudes que la vida se encargaría de poner en nuestro camino—.

Davinia había reaparecido de nuevo en mi vida en este instante en el que te sientes perdida y necesitas un punto de apoyo.

Según pasaban los días y mi estado de gestación iba avanzando, me doy cuenta de que no hay nada más bonito que sentir que un ser se alimenta y crece dentro de ti. Es ahora cuando estoy escribiendo esto, cuando me siento completamente avergonzada de haber querido poner fin a la vida de mi hijo.

Aunque es más que respetable, ese miedo y más cuando su padre, acababa de morir.

Davinia salió de la habitación para hablar con el director del hotel, con la intención de pedir su finiquito y partir al día siguiente conmigo rumbo a Madrid, para iniciar nuestra nueva vida en común, alejadas de los focos y de las bambalinas.

Aprovechando su ausencia, tuve la necesidad de dar contestación a la carta que Musa me escribió antes de morir.

Ya sé que sería irrisorio, puesto que jamás la leería. Pero era justo que mi hijo estuviese al corriente del amor que su padre y yo no profesábamos —pese a que cuando la leyera, supiera que mi corazón, pertenecía a Davinia—.


Querido, Musa.


Sé que esta carta nunca la leerás, pero sentía la necesidad de dar contestación a tu misiva, que a la vez que me hizo tan feliz, al conocer tus sentimientos, desgarró mi alma para siempre.

Jamás entenderé como pudiste intuir que estaba embarazada —tal vez tu experiencia de haber sido padre anteriormente—, y lo que es peor, ya nunca lo sabré.

No fue fácil tomar la decisión de tener a nuestro hijo, Abraham; es más, cuando estuve despidiéndome de ti, arrodillada en tu tumba con la única intención de acompañarte el resto de mis días y reunirme contigo allá donde estés ahora, sentí que nuestro hijo se movía.

Ya no sé si realmente fue una patadita —pues estaba de poco tiempo—, o la sensación que se instaló en mi mente, pero sea lo que fuere, gracias a ese gesto, hoy estoy escribiéndote esta carta, para que el día de mañana nuestro hijo sepa que lo que sentí por ti fue auténtico amor.

A estas alturas por más que quiera imaginar como hubiera sido la vida a tu lado, no puedo. Seguramente me hubieras colmado de atenciones haciendo que lograse tener esa estabilidad emocional, que siempre necesité.

Hoy, te escribo para despedirme de ti. Estoy enamorada de Davinia. ¡Qué contradicción! Yo, que en ocasiones criticaba a las mujeres lesbianas; la vida ha hecho que me trague esas palabras, haciendo que me enamore de una mujer que me aporta todo lo que necesito para ser feliz; y lo más importante... Que sé que adora a nuestro hijo.

Ten por seguro que le hablaré de ti —con todo el amor del mundo—, conocerá el día de mañana cómo y en qué circunstancias nos conocimos; como bien me dijiste en tu carta de despedida: —He sido, soy y seré la mujer de tu vida—.

Y por eso me atribuyo la libertad de que sea conocedor de tu vida. Y que tal vez Rania, acceda a que sus hijos y el mío tengan contacto, a fin de cuentas, ellos no tienen la culpa de lo que nosotros —los adultos—, hacemos. Son hermanos y deben conocerse.


Siempre tuya,
Giselle.


Cuando terminé de escribir la carta a Musa, sentí un alivio en mi alma. Me sentí en paz conmigo misma y con la certeza de haber finalizado el último capítulo de la novela —mi vida—, para empezar a escribir un prólogo de “una nueva vida".


No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 22 de noviembre. Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


jueves, 14 de noviembre de 2024

Solo por y para vosotros

Siempre que tengo que enfrentarme a un folio en blanco, me da pavor. Pero al final, no sé como lo consigo, pero termino saliendo airosa. Me imagino que tantos y tantos años trabajando como teleoperadora, con muchos estrés y con un gran volumen de llamadas, donde como mucho tenía dos minutos y medio para atender a cada cliente, han hecho, que esté acostumbrada a trabajar bajo presión, con rapidez, pero no por ello, sin dejar de hacerlo bien, cosa que no es fácil de lograr.

Pero esta vez, desde luego, que me está costando mucho más…

Y me está costando mucho más, que antaño, porque lo que hago es lo que más amo en la vida.

Jamás, por nada, ni por nadie, renunciaría a escribir; salvo cuando la vida, te pega una bofetada con la mano abierta y hace que la salud de tus padres vaya en detrimento y entonces te veas obligada a dejar de hacer lo que amas, por lo que crees que es lo has de hacer. Y entonces una vez más, como si de un miembro de la casa real, se tratase, me veo en la obligación de anteponer el “deber” al “querer”.

Y creerme que no me arrepiento. Han sido años de horas y horas en consultas médicas, peleándome con todas las secretarias de los doctores, enfrentándome a conversaciones con doctores, que en ocasiones han dañado mi interior, porque, aunque lo escuchado, era una plausible realidad; esa realidad, me desgarraba por dentro y aunque intentas salir de la consulta con la mejor de las sonrisas, para que tus padres no sepan que te afecta, al llegar la noche, solo la almohada es testigo de lo que te pasa.

Porque mis padres, pese a todo, me duelen. Han sido a lo largo de todos estos años, las visitas a Cardiólogos, Traumatólogos, Vasculares, Neurólogos, Unidad del dolor, etc.. los causantes, de que haya tenido que renunciar a mi amor por la literatura y por ende a mi hija, La Revista de Todos. 

Aunque la engendré tiempo antes.

Fue el 30 de agosto del 2012 cuando al despertar, sin tener motivo aparente, comencé a llorar, porque no sabía cómo canalizar todo el amor que entonces sentía de una manera incipiente hacia este mundo, que, aunque muchas veces sea de oropel, no deja de ser un mundo que te atrapa, que te seduce, que hace que sientas que es imposible vivir tu día a día sin escribir, lo que seguramente de no ser así, jamás hablando te atreverías a expresar.

Es ahora, cuando la salud de mis padres me concede un poco de libertad, cuando otra vez, vuelvo a hacer lo que más feliz me hace.

El año pasado, en noviembre, casi por estas fechas a mi padre le dieron de alta después de estar casi once días ingresado con una insuficiencia cardiaca y entonces, no sabía si podía celebrar las Navidades. Días que desde niña y a la fecha me siguen encantando —porque me niego a matar a la niña que llevo dentro—.

No morimos el día que nuestras constantes vitales fallan, sino que lo hacemos, el día que dejamos de hacer lo que amamos. Y yo, me niego a morir.

Por eso os pido perdón por no ser mejor que nadie, pero tenía que alejarme.

Tenéis todo el derecho del mundo a no sacar tiempo de vuestras vidas para visitar el blog, me dolería, sin duda; pero más me dolería por mi equipo; por todos esos escritores, que después de años y al llamar a sus puertas de nuevo, no han dudado, ni un minuto en darme sus “jirones” para que podáis leerlos.

Os lo imploro, no por mí, sino por ellos, no dejéis de leernos.

A fin de cuentas, aunque yo también escriba en la revista, soy la directora y como en otras parcelas de la vida, me gusta “estar en la sombra”.

Os esperamos el día 22 de diciembre, donde si nos lo permitís, una vez más trataremos, de emocionaros con nuestros relatos.

Os dejo el link, por si queréis, compartirlo en vuestras "redes" y así entre todos, lograr, que La Revista de Todos, vuelva a emocionaros, como antaño lo hacía.

https://larevistadetodos.blogspot.com/

Hasta ese día, como siempre y una vez más, salud y suerte.



La directora de La Revista de Todos



martes, 12 de noviembre de 2024

No me leas, siénteme. Capítulo I. Así soy yo.


Mi trabajo es de esos trabajos que son lo más parecido a un medio de pago, me imagino que tú como lector no comprenderás esta incongruente comparativa, pero después de leer estas siguientes letras lo entenderás a la perfección.

Voy a cumplir los cuarenta años y nada de lo que hago me hace feliz. Un día de mi vida es igual que el siguiente y el otro lo mismo que el anterior, todos carentes de emoción.

No voy a decir de mí que sea una profesional inigualable. ¡No!, puesto que como todos cometo muchos errores; pero mi gran defecto, es mi ambición, mis ganas de mejorar, el querer aprender cada día más. Soy inconformista por naturaleza o lo que dice mucha gente de mi entorno: —un culo de mal asiento—.

En cuanto mi trabajo es rutinario, me falta el aire, me agobio y me entra sopor, es en ese instante cuando me planteo dejarlo. Si no fuera porque todavía tengo algo de sensatez y cordura, es en esos momentos cuando me cojo unos días de vacaciones para no cometer un acto del que luego sé que más tarde me arrepentiría.

—¡Hasta me resulta emocionante cuando me equivoco y me reprimen por ello!, o será... ¿qué tal vez lo haga aposta para romper la monotonía?—, en fin, eso queda para mí.

Trabajo en un departamento de recobros de un banco, la rutina en mi trabajo es mi gran compañera y es por eso por lo que mi trabajo es un medio de pago, de no ser que lo necesito para pagar mis deudas y gastos, lo dejaría.

Explicando esto, que no es que sea muy interesante, pasaré a contaros el resto de mi vida, la vida de Ena, la personal.

Vivo a caballo entre mi casa, la que comparto con mi marido y la casa de mis padres —estos ya están mayores—, por lo que en su día busqué una vivienda cercana a la suya para cuidarles en lo que fuera o fuese menester.

—¡Sí!, ellos son mi talón de Aquiles—. Mi familia y la gente que quiero son lo único que si me tocan, me puede lastimar, todo lo demás ni me inmuta.

Mi lema es que en el amor y en la guerra todo es válido, no importa cómo ni a qué precio se consigan las cosas, sino que lo que me importa, es que se consigan.

Quizás no comprendas tan egoísta manera de vivir la vida, pero cuando la vida y la gente que has querido te traicionan, sin querer o queriendo se cambia. ¡En fin así soy yo! Una mujer trabajadora, leal a los suyos, sin pelos en la lengua y con una peculiar capacidad de hacer daño con las palabras sin tener que levantar la voz.

Nunca paro hasta lograr mi objetivo, aunque también sé que una retirada a tiempo es el gran porcentaje de las veces: una victoria.

En mi tiempo libre que es más bien escaso lo dedico a escribir, sobre todo en el trabajo. Siempre aprovecho la hora de la comida para hacerlo, de lo contrario creo que el cerebro me estallaría de tanta imaginación contenida. La pobre de alguna forma ha de buscarse una vía de escape.

Mi vida personal es igual de monótona. Necesito un cambio y no sé cuál. —¡Si al menos mi relación de pareja me hiciera feliz!—, pero ni eso.

Antonio es mi pareja desde hace unos años, ni nos llevamos bien, ni mal, es más ni nos llevamos; nuestro matrimonio es el mejor contrato que jamás haya podido firmar.

Me reporta económicamente todo lo que necesito, cubre mis necesidades y a cambio solo tengo que asistir en ocasiones a los eventos que organiza la empresa para la que él trabaja.

En definitiva... —¡Un chollo!—. Pero la maldita monotonía me supera, tanto que mis visitas al psicólogo van en aumento.

—¡Hasta está estipulado en el contrato prematrimonial los días y horas en la que tenemos que copular!—.

S.A.R Victoria Eugenia de Battenberg
Lo único positivo de mi relación es que él trabaja para el Patrimonio Nacional, y yo, que soy una escritora con ansias de escribir una novela romántica e histórica, me sirve de gran ayuda para poder visitar todos los palacios y tener acceso a los archivos a cualquiera hora y día a excepción de cuando estos están dando servicio a la Casa Real.


Es debido a la ferviente admiración que mi madre sentía hacía S.A.R la Reina Victoria Eugenia de Battenberg —Ena, para los más cercanos—, que hoy porto su nombre con mucho orgullo.

Llevo tanto tiempo escribiendo como casi años tengo, me recuerdo desde muy niña haciéndolo. Y es que es lo que más feliz me hace, aunque no sé si es lo que mejor hago.

El dotar de sentimientos y de vida a un personaje, es impagable. Tanto que, aunque no lo quiera se queda parte de mí impregnada en ellos. Hasta que no formas parte de este mundo, no lo sabes. Pero es imposible no plasmar algún rasgo de tu personalidad en esos personajes que en ocasiones son demasiado nobles y en otras demasiado crueles.

Tengo muy poco tiempo para escribir, ya que, entre mi absorbente trabajo, mis padres y mi falsa vida marital, me impiden dedicarle más tiempo como en verdad me gustaría.

Pero lo importante es que siempre que puedo busco un hueco para seguir trabajando para poder crear una historia donde la gente no se limite a leer, sino que también les invite a sentir. No quiero que solo me lean, sino que también me sientan; porque solo leyendo más allá de las letras y con el corazón se puede llegar a conocer al autor.

En fin, así soy yo y mi peculiar vida. Una vida que tarde o temprano, aunque no sé cómo ni cuándo, pero cambiaré...



viernes, 8 de noviembre de 2024

Escorts, una semana en París. El gesto que me salvó la vida.



Han pasado varios días desde que he tenido el valor de enfrentarme a la realidad y seguir escribiendo en el diario para que, en un futuro, alguien lo lea.


Cuando me enteré de su muerte al leer su carta, le odié, ¡sí!, le odié.


Le odié con todas mis fuerzas por no haber tenido el valor de haberme dicho, lo que ya sabía: —Que me amaba—.


Estuve mal, muy mal.


Cuando salí del Hospital, y al saber que mi padre ya estaba fuera de peligro. Después de hablar con ellos, decidí irme a París de nuevo. Y aunque sea una metáfora un tanto incomprensible, para cambiar de vida y como si de una novela se tratase. —Tenía que finalizar ésta, antes de comenzar otra—. Por eso sentí que debía llorar hasta desangrarme por dentro, porque sólo expulsando esa rabia, podría seguir adelante.


Hasta entonces pensé que la ruptura más dolorosa era la de que un hombre te abandonara. —¡Qué estúpida!—, la separación más dura es cuando el hombre al que amas y te ama, llega un día en que la vida, sin pedirte permiso, te lo arrebata.


—¡Eso es lo más duro!— Todo aquel que lo haya vivido en sus carnes, lo entenderá.


Salí de la habitación del hotel Ritz, para dirigirme al cementerio. Había llegado la hora de despedirme de él; de afrontar que nunca más volvería a sentir ni sus besos, ni sus caricias y que jamás me veré de nuevo reflejada en su mirada. Ésa mirada que tanto me hablaba. Arrodillada frente a su tumba, desgarrada por dentro, gritando y rogando a Dios que me llevase con él.


Saqué de mi bolsillo un bote de pastillas para ingerirlas con la intención de poner fin a mi vida...

A pique estuve de hacerlo cuando sentí en mi interior una patadita de mi hijo. Ésa patadita que me hizo comprender que por él debía seguir luchando.


En ese instante, una frase que había escrito en su carta cobró más sentido que nunca: —Sé feliz, Giselle y lucha por nuestro hijo—.


Entonces estaba cegada por la rabia, por lo que yo creía desamor, y no supe ver hasta entonces, que el amor... El amor estaba en mí y era yo.


Cuando me incorporé y tras haber sentido la patadita de mi hijo Abraham, supe que, dentro de mí, siempre estaría el Sr. Musa; porque en mi hijo estaba él.


Siempre pensé que fue el espíritu de él, quien, de alguna manera inexplicable, hablo con su hijo para que me hiciese reaccionar.


No pude estar en su entierro —porque estaba hospitalizada—, pero no sé si es más duro enterrar a la persona que amas, o ser consciente de que al salir por la puerta del cementerio ya sólo te quedarán recuerdos.


Cuando llegué a la habitación, los recuerdos de la noche en que nos habíamos amado se hicieron presentes. Y lloré hasta que mis ojos azules, se tiñeron de un color rojizo. Llevaba mucho tiempo, mucho, aguantando la impotencia de no entender porque la vida, te hiere discriminadamente, cuando por fin la felicidad llama a tu puerta para instalarse.


Lo único que recogí de todos los regalos que me había regalado, fue la rosa que me entregó el día que vino a buscarme a la habitación. Esa rosa, que, aunque ya está seca, estará para siempre y el resto de mis días entre las hojas de este diario.


Cuando me disponía a salir de la habitación, dejando atrás todos los recuerdos, Davinia apareció por la puerta.


Qué cierto es que la amistad, no entiende de porqués, ni de una comunicación diaria. Tan solo una mirada fue suficiente para que ella supiera el duelo por el que estaba pasando.


Cuando quise explicarle qué me sucedía ella, puso su dedo índice en mis labios, para que me callara y me abrazó.


Me abracé a ella y sentí en ese instante que era mi única tabla de salvación, la única persona con la que en verdad podía ser yo. Y pese a que amaba al padre de mi hijo, como nunca había amado a nadie. Tenerla tan próxima a mí, despertaba ese recuerdo de aquel día en el que sentí más placer que nunca.


Quizás no procedía que me dejase llevar por mi instinto, pero lo necesitaba.


Necesitaba de nuevo sentirme viva. Y fui yo, en esta ocasión, la que tenía sed de sus labios, de sus caricias. Extrañaba de nuevo sentir sus pezones entre mis labios, mordisquearlos y sentir que se endurecían cada vez más.


Había llegado la hora de escribir la primera página de mi novela —de mi nueva vida— y admitir que solamente entre sus brazos me sentía mujer y viva.


Necesitaba gemir, gritar, era demasiada la tensión sexual acumulada.


De nuevo pude disfrutar del néctar de su sexo, sentir las pulsaciones de su clítoris en mis labios, mientras que yo de nuevo renacía. 


Ya no éramos ni la alumna, ni la profesora, ya no éramos dos mujeres capaces de enloquecer a cualquier hombre; nos habíamos dado cuenta de que éramos almas gemelas y que el cariño, el deseo y la atracción que ambas sentíamos, eran los ingredientes de lo que podría ser una relación.


Y aunque quizás pocas personas puedan entender mi forma de pensar. He de confesar que jamás amo a una persona por su sexo —me da igual si es mujer u hombre—, porque lo que yo amo, sobre todas las cosas, es a la persona.


Recuerdo que, al día siguiente, al amanecer entre sus brazos, pude apreciar la belleza del Sol, como nunca lo había apreciado.


Mi nueva vida comenzaba. El Sr. Musa es y será el hombre de mi vida, el padre de mi hijo —el motor de mi vida—.


Entonces más que nunca, tuve ganas de llevar a cabo mis proyectos, mis sueños y pelear como antes nunca lo había hecho.


Si la patadita de mi hijo fue —ese gesto que me salvó la vida—, ahora más que nunca tenía que vivirla.


Aproveché que Davinia estaba duchándose para llamar a mi madre por teléfono.

—¡Hija! ¿Estás bien?
—¡Sí! Mamá, mejor que nunca. Ahora sé quién soy y lo que quiero hacer...



No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 15 de Noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


miércoles, 6 de noviembre de 2024

Quisiera…






Quisiera no quererte,
pero te quiero.
Quisiera no sentir esto,
pero lo siento.



Quisiera besarte,
más sé que no debo.
Quisiera despertar a tu lado,
pero no puedo.


Y aunque desearía
no haberlo dicho,
ya es tarde.
Te quiero y lo sabes…


Y aunque quisieras,
no haberlo escuchado…

Me quieres y tú mejor que nadie, lo sabes.



Eva Mª Maisanava Trobo
06/11/2024



martes, 5 de noviembre de 2024

El regreso de Giselle

  

Es complicado de nuevo introducirme en la piel de Giselle, sobre todo, de esta nueva Giselle. Esa Giselle, que dejó ser una de las mejores escorts de Madrid, para pasar a ser empresaria, madre y sobre todo sentirse viva.

Ha pasado mucho tiempo, exactamente desde el 30 de agosto del 2019 que publiqué el último capítulo. Mi vida y más que mi vida, yo, al igual que Giselle hemos cambiado mucho.

Por eso me da miedo de nuevo meterme en su personaje, porque temo no volver a conseguir lo que hace tiempo solo ella supo lograr. Porque a la fecha, no me atrevería a decir con seguridad, si ella escribió mi vida o yo la de ella. Si ella es escritora y yo una ex escorts, o si yo soy escritora y ella un personaje con el que logré ser libre y volar.

No sé qué me da más miedo, si asumir de nuevo la dirección de La Revista de Todos, con la profesionalidad que siempre lo he hecho o de nuevo ser Giselle, vuestra Giselle.

Aunque no os lo vais a poder creer para escribir el siguiente capítulo he tenido que leer la novela que en su día publiqué y de la que a un buen recaudo conservo un ejemplar, como también he tenido que leerme los cuatro capítulos que se publicaron en su día en La Revista, teniendo como título, “El Regreso de Giselle”.

Y aunque ha transcurrido mucho, mucho tiempo. ¿Me creéis si os digo que todavía me he emocionado? No sé que hizo Giselle en mí, o sí lo sepa y no lo quiera asumir.

Ya que La Revista de Todos, si Dios quiere, regresa el 22 de diciembre, y como es de costumbre, el título de cada aportación ha de contener la palabra “Navidad”. Aquí os dejo el título del nuevo capítulo.

—El regreso de Giselle. ¡Y sí, llegó la niña por Navidad!—

 

Giselle de nuevo se enfrenta a la maternidad. A cumplir su deseo de ser madre, —pero sobre todo la de su hijo Abraham—, de querer tener un hermano.

¿Conseguirá la llegada de esa criatura apaciguar las ganas de seguir sintiéndose “viva”? ¿Cómo reaccionará el Sr. Rodríguez? ¿Le acompañará en su embarazo o tendrá que ser Giselle, de nuevo, quien afronte la maternidad al lado de Davinia?

Todavía ni yo como escritora, lo sé. Ya sabéis que estoy acostumbrada a trabajar bajo presión y que seguramente, una vez más, sea mi estado emocional de ese día el que decida que sucederá.

Hasta el 22 de diciembre, fecha en la que se publicará el nuevo capítulo de El Regreso de Giselle, os dejo los links de los capítulos anteriores para que recordéis su historia. Y si queréis recordar el origen, la novela, "Escorts, una semana en París", os invito desde ya a que pulséis en el link de abajo, para qué, capítulo a capítulo os emocionéis, como a la fecha y me temo que de por vida lo seguiré haciendo. 

https://evamariamaisanava.blogspot.com/




 











El regreso de Giselle


Me deseas y lo sabes.

https://larevistadetodos.blogspot.com/2019/02/el-regreso-de-giselle-capitulo-i-me.html 


Giselle, permítame hacerla el amor.

https://larevistadetodos.blogspot.com/2019/04/el-regreso-de-giselle-capitulo-ii.html 


Y sin darme cuenta, llegó el 16 de Junio.

https://larevistadetodos.blogspot.com/2019/06/el-regreso-de-giselle-capitulo-iii-y.html 


El amanecer

https://larevistadetodos.blogspot.com/2019/08/el-regreso-de-giselle-capitulo-iv-el.html

 

viernes, 1 de noviembre de 2024

Escorts, una semana en París. —Un dulce adiós—



Cuantas veces he escuchado de los labios de mi madre esta frase:

—¡Hija! Cuando seas madre lo entenderás—.

Y qué cierto es que cuando las mujeres pasamos por la maternidad, desearíamos poder borrar con una goma todas esas malas contestaciones que en la adolescencia todos hemos dado. —¡Ahora entiendo los desvelos de mi madre!—.

Me encuentro asomada a la ventana de la habitación del hotel, pensando en qué decisión tomar. ¡No es fácil!, desde fuera es sencillo defender la vida, pero... ¿Y cuando no tienes nada que dar? ¿Y cuando el hijo que llevas en tus entrañas sería una mera moneda de cambio?

Estoy hecha un mar de dudas; ansío ser madre, pero por otra parte necesito sentirme libre. Y no es libertinaje lo que busco, sino que ahora que dentro de mí hay un conjunto de células que se están desarrollando, me planteo si de verdad es eso lo que quiero.

Si tengo que ser sincera, mi vida está completamente desestructurada. Y no sé si realmente sería sensato por mi parte traer un hijo al mundo en estas circunstancias.

Pese a que he vendido mi cuerpo al mejor postor, hay algo que nunca venderé... Mi alma.

Y aunque sé el revuelo que van a causar mis palabras y más a sabiendas de lo que he sufrido y experimentado hasta la fecha, tengo sentimientos. Y un hijo ahora no sería lo mejor.

Sé que mi familia me apoyará pese a la decisión que tome, sea contraria a la suya. Es absurdo que me impongan una decisión a estas alturas de mi vida.

De nuevo vuelvo a sentir ese escalofrío por todo mi cuerpo, presiento que algo malo va a suceder. ¿Pero el qué?

Es absurdo negar que esté completamente enamorada, y aunque parezca que mi huida fugaz, fue sinónimo de inseguridad, no lo fue. Simplemente lo hice para conocer sus sentimientos. Vivir con esta desazón es absurdo y más ahora que estoy embarazada.

En estos instantes esa vocecita llamada conciencia, me dice que le llame y le diga que voy a ser madre. Pero no quiero hacerlo, quiero que tome la decisión de estar el resto de su vida conmigo porque me ame. No quiero que lo haga porque esté esperando un hijo suyo; nunca utilizaría a un hijo para atrapar a un hombre.

Es curioso como en décimas de segundos cambia la vida de una mujer cuando se está en estado. —¡Cuánta razón tenía mi madre!—.

Es de nuevo el sonido del móvil quien consigue devolverme al mundo real dejando a un lado los pensamientos, los miedos y la decisión de si tener o no a mi hijo.

—Dime, mamá. ¿Cómo amaneció papá?

—Bien, Giselle. Pero ahora quien nos preocupas eres tú, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a tener a tu hijo? Sabes que un hijo no es un juguete que cuando te cansas, devuelves a la tienda de juguetes, o tiras a la basura. Es para siempre, Giselle. Desde que tomes conciencia y estés segura, dejarás de ser tú, para ser él. Queremos que sepas que tomes la decisión que tomes, te apoyaremos. No te voy a pedir que nos hables de él, ni en qué circunstancias os conocisteis. Hablar ambos y tomar una decisión. Te queremos.

—Gracias, mamá. Pero no sé si deba decirle que espero un hijo suyo. No quiero que decida quedarse conmigo, sólo porque le voy a dar un hijo.

—No te voy a decir qué debes y qué no debes hacer. Pero no tomes una decisión sin madurarla, porque las consecuencias te pueden condicionar el resto de tu vida.

—No lo haré. Voy a buscarlo a el aeropuerto.

—Te queremos, Giselle.

—Y yo a vosotros, mamá.



De nuevo y con más intensidad que nunca, esa corriente gélida que atravesaba cada poro de mi piel se apoderaba de mí, tenía miedo, y no sabía a qué.

Tenía que vestirme, por fin hoy le veía, y por su mirada sabría si sería un dulce adiós o la continuidad de una relación.

La hora se echaba encima, me puse unos vaqueros con una camiseta azul y la chaqueta de cuero que tanto me gustaba y me dispuse rápidamente a bajar a la calle. El taxi me estaba esperando.

De camino al aeropuerto, se veía una columna de humo que claramente dejaba entrever que había sucedido una desgracia en el aeropuerto. Ésa extraña sensación que había tenido cobraba sentido. 


El corazón me latía rápidamente. Cuando llegamos al aeropuerto la zona estaba acordonada, no nos dejaban pasar. El incómodo sonido de las sirenas de las ambulancias incrementaba por momentos mi miedo. El no tener la certeza de lo que estaba sucediendo, me consumía.

A lo lejos pude ver a François. Estaba con las ropas desgarradas y lleno de sangre. Ya no había ninguna duda de que le había pasado algo, puesto que siempre que viajaba, lo hacía con François.

Presa del miedo, saqué valor para saltarme el cordón policial e ir su encuentro. No podía aguantar ni un minuto más y tenía que saber si el padre de mi hijo estaba en peligro.

Cuando ya tenía delante a François y le iba a preguntar por él, escuché un hilo de su voz. Me giré y le vi en una ambulancia. Pese a que la policía y los médicos quisieron detenerme, fue en vano. Nadie se interpondría entre él y yo.

—Musa... Mi amor.

—Giselle, yo...

—¡Quítese, Señorita!—, me empujaron para socorrerle.



Al pensar que lo podía perder para siempre, entré en schock. Empecé a sentir que parte de mi vida se iba y no era una metáfora, pues estaba sangrando. Estaba a punto de perder a los dos hombres de mi vida, a mi hijo y a su padre.

—¿Se podía ser más desgraciada?—.

No recuerdo como fue, ni qué pasó, pero al despertar... Estaba tumbada en la cama de un hospital.

Lo primero que hice fue preguntar por mi hijo, en esos instantes es cuando me di cuenta de que le amaba, que estaba preparada para ser madre y que él era más importante que mi vida.

Afortunadamente los médicos me confirmaron que todo seguía su curso, debía reposar.

Mi madre había dejado a mi padre en la habitación para bajar a urgencias. ¡Menudo panorama en el que se encontraba! Su marido, su hija y su futuro nieto en un hospital.

Cuando pregunté por él, el rictus en la cara de mi madre cambió. Sabía que algo pasaba, pese a que no quería decirme nada. Le pasaba lo mismo que a mí, nuestra cara era reflejo de lo que sentíamos.



—Tienes que descansar, mi niña.

—Mamá, ¿qué pasa? ¡Quiero verle! ¿Dónde está?



Mi madre rompió a llorar. En ese instante François entró en la habitación; era incapaz de sostener mi mirada y de articular una sola palabra. Me dio un sobre y se marchó.

—François, ¡maldito seas! ¿Qué pasa? ¡No te vayas!—, dije gritando.

Regresó a la habitación y me dijo:

—Srta. Bayma. No tengo ánimo de hablar, se lo ruego. El Sr. Musa me pidió que le entregara esta carta. —¡Hasta siempre!—.


No entendía nada de lo que estaba sucediendo. No sabía que había sucedido, todo parecía un mal sueño. Mi madre me dejó a solas para que leyera la carta.

                                                                

 


Amada mía:


Si estás leyendo esta carta nada más me puede hacer feliz. Puesto que me voy sabiendo que la madre de mi futuro hijo está viva.

Me imagino que esta carta te estará destrozando el alma, pero mi amor...

¡No quiero que sufras! Cuando viniste a verme al aeropuerto pude ver en el brillo de tu mirada, que en tu interior estabas anidando una vida.

¡Recuerda que ya soy padre y ese brillo es único, cielo!

Al llegar al hospital y como pude... mal escribí esta carta, pero no podía despedirme sin ser sincero. Siento haberme comportado como un auténtico cobarde, al no decirte en persona, lo que en esta carta vas a leer.

—Te amo, Giselle Bayma—.

Sé que este te amo, llega tarde, muy tarde. Y que por cretino ya nunca podré besar tus labios y susurrártelo al oído. Pero la vida hay que afrontarla como nos toca.

Has de ser fuerte por nuestro hijo. Antes de partir de París, ingresé en tu cuenta corriente la cantidad suficiente como para que ni al niño, ni a ti, ni a tu familia os falte de nada.

Me voy con la única pena de saber que no podré besar la carita de ese ángel que saldrá de tus entrañas. ¡Prométeme que lo cuidarás!

Háblale de mí, de cómo nos conocimos y como fue concebido. No te avergüences jamás de lo nuestro. Has sido, eres y serás la mujer que lleno mi vida y que ahora me acompañará el resto de mis días...

Me despido con un dulce adiós, acompañado de un te amo cargado de mucho, mucho amor.

Sé feliz, Giselle y lucha por nuestro hijo.

Con mucho amor
Musa



No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 8 de noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.



viernes, 25 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. A corazón abierto.


No recuerdo cuanto duro el abrazo en el que mi madre y yo nos fundimos, un abrazo que sin duda alguna lo dijo todo. No solo me había perdonado, sino que se sentía orgullosa de lo que había sido capaz de hacer con tal de sacarles del mal bache económico por el que estaban pasando.

Pero... ¿Cómo decirles que había dejado el trabajo atrás? Que habiendo incumplido las cláusulas del contrato no tendría derecho a percibir ni un solo euro. —¡Con la falta que les hacía el dinero!—.

Eso me daba más vergüenza y me hacía sentir más indigna; que todo lo que había hecho por intentar que el Sr. Musa reaccionase para que se diera cuenta que lo que sentía por mí, era algo más que un momento.

La conversación que mi madre y yo mantuvimos desde el aeropuerto al Hospital, giraba sobre el único tema que ahora a las dos nos importaba: mi padre.

Pese a sentirme tranquila al lado de mi madre, el corazón me latía rápidamente. No podía evitar pensar en él, en cómo se sentiría, aunque mucho me temía que había sido un pasatiempo en su vida. Ya que desde que hablé con él por teléfono, no había vuelto a saber nada... Y eso me desgarraba el alma. Era absurdo engañarme, la distancia, me sirvió para darme cuenta de que una vez más, mi corazón, pertenecía a un hombre que jamás dejaría lo que tenía, por lo que realmente quería.

No tenía ni una sola duda de que él me amaba. Pero entendía que su situación era compleja. ¿Cómo iba a dejar a Rania? ¿Cómo has podido pensar que un hombre distinguido y con clase se fijaría en ti? No seas ingenua, Giselle. —Me dije—.

En ese momento, la voz de mi madre hizo que me diera cuenta de que, durante la gran mayor parte del trayecto, me había quedado absorta, pensando en quien a estas alturas y por siempre, sería el dueño y señor de mi corazón.

Cuando llegamos al Hospital, fuimos directamente a ver a mi padre a la habitación. Verle postrado en una cama, hizo que me diera cuenta, que le quería mucho más de lo que pensaba.

Él, era un hombre de carácter fuerte como yo; y tal vez por eso chocábamos demasiado, pero... haber sentido durante todo este tiempo, que le podría haber perdido para siempre, no hizo sino confirmarme, que es cierto que las personas, nos damos cuenta de lo que realmente queremos, cuando estamos a punto de perderlo.

Las lágrimas, rodaban por mis mejillas, no podía aguantar su mirada, tal vez porque necesitaba un gesto, que me hiciera darme cuenta, que no le había importado conocer mi verdadera profesión; eran muchos años con esta losa encima y solamente ese gesto, haría que el peso que llevaba en mi alma desapareciera.

¡Y vaya que desapareció!, cuando vi que se incorporaba de la cama, como buenamente podía, para caminar hacia mí con los brazos extendidos, mientras que iba diciendo: —Mi niña, mi pequeña gran mujer. Qué orgulloso estoy. Cuánto te quiero—.


Hacía tanto tiempo, que no había visto un mínimo gesto de cariño por su parte y vivir ese instante, era lo más parecido a morir para acto seguido resucitar...

En ese momento, el sonido del móvil rompió ése momento tan mágico, que nunca pensé que llegaría.


—¡Si!, ¿quién es?

—Soy yo, ¿Cómo están tus padres? ¿Cómo estás tú?

—Bien, mis padres bien. Siento haberme comportado así, pero...

—No digas, nada. ¡Guárdate las palabras! ¡Tenemos que hablar!, ¿verdad? Mañana viernes, estaré en Houston. ¡Hasta mañana, Giselle! ¡Ah!, mira tú cuenta...

Sin darme cuenta, de mis labios se escapó un te quiero —que mis padres inevitablemente escucharon—, pero que él no alcanzó a oír, porque ya había colgado el teléfono. Su voz me llenó de esperanza, a la vez, que de miedo.


Mis padres no me dijeron nada, supieron leer en el brillo de mis ojos, que me había enamorado. No me pidieron que hablara de lo que sentía; solamente me preguntaron si estaba bien. —¡Giselle! ¡Hija! ¿Estás bien?—. Escuchaba, mientras sentía que las fuerzas me fallaban....


Cuando volví en mí, estaba tumbada en una cama, que había en la misma habitación que ocupaba mi padre. Me sentía débil, muy débil. Pude observar que me habían puesto suero. En ese instante, entró el Doctor.


—Me gustaría hablar contigo, Giselle. —Hizo un gesto, para que decidiera, si lo que me iba a decir, quería que mis padres lo escucharan o no—.

—No se preocupe, dígame, lo que tenga que decirme. Entre nosotros, no hay ningún secreto. ¡Hable, por favor!

—¿Está segura?

—¡Sí, claro!

—¡Está bien!, ¡Felicidades, Giselle, está embarazada!


¿Felicidades? No sé si esa fue la expresión más acertada o la más equívoca. Desde niña, albergué el deseo de sentir una vida en mi interior, pero ahora que me acababan de dar la noticia. Esa felicidad, se pintaba de dudas y de miedos.

Ya no era tanto el temor de que mis padres, pudieran estar o no de acuerdo con mi decisión. Lo que más me preocupaba era como decírselo a él.

¡Qué estúpida, Giselle! ¡Una escorts, embarazada! ¿Dónde estaba tu mente cuando sabes que no puedes dejar de tomar precauciones y más estando de servicio?, —me dije duramente, mientras que intentaba asimilar la noticia—.

¡Madre!, iba a ser madre. Lo que siempre había deseado ser. Pero no así, no en estas circunstancias.

Afortunadamente, me recuperé enseguida... Pudiéndome incorporar por mí misma, después de que me quitasen el suero.

Mis padres me dijeron que me fuera al hotel, que tenía que descansar; que mi padre ya no estaba en peligro y que ahora era yo quien tenía que cuidarse.

Me sentía sin rumbo y a la deriva; pero no en el sentido de permanecer pasiva como una hoja que flota en el agua, sino al contrario, temerosa de tomar las riendas de mi vida.

Una vida, que ahora albergaba dentro de mí. Quizás hasta ese momento, había sido una niña atrapada en el cuerpo de una mujer, pero ahora era una mujer que iba a ser madre. Y si ya tenía claro que no quería seguir siendo una, escorts; ahora me avergonzaba de haberlo sido.



—¿Cómo explicarle el día de mañana a mi hijo a lo que me dediqué siendo joven? ¿Cómo explicarle que él era fruto de un encuentro de negocios?—. Me sentía indigna de ser madre, no tenía nada que ofrecerle, no tenía lujos, no tenía dinero, ni estudios… tan solo un corazón lleno de sentimientos.

Es ahora cuando tumbada en la cama de la habitación del hotel, expulsando todos mis sentimientos, plasmándolos... A corazón abierto, escribiendo mi verdad, para que mi hijo, entienda el día de mañana el porqué de mi actitud, tal vez pueda llegar a comprender, que todo lo que hice en la vida, fue, por amor a los demás. 

Quizás algún día, esta historia, que ahora está escrita con jirones de mi alma, en la oscuridad de mi soledad, vea la luz algún día y logre de esta forma que mi hijo pueda entender, que cuando se ama de verdad y las circunstancias obligan, los principios y el orgullo se tienen que dejar atrás...

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Tenía una sensación extraña, no sabría decir a que se debía, pero presentía que algo malo iba a suceder...

Mañana vendría a verme. Un encuentro que me hizo comprender, que ahora sabía quién era y lo que en verdad quería ser...




No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 1 de Noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


viernes, 18 de octubre de 2024

Escorts, una semana en París. Una huida planeada


Realmente todavía no daba crédito a lo que me estaba sucediendo y tampoco llegaba a comprender el cambio de actitud de él, hacia mi persona. Desde que llegó en ningún momento dado había llamado a su mujer, y lo que es peor, ella tampoco le había llamado.


Me costaba entender, después de las horas que había pasado con él, que Rania —su mujer—, no le llamase y apenas se preocupara por él. No voy a negar que quizás él estuviera haciendo un papel bien estudiado para llevar a cabo su plan; pero ya me había hecho suya, y sin embargo seguía a mi lado, feliz...

¿Qué sentido tenía que quisiera ir a Houston? ¿Y Rania? ¿Y el bebé que estaba esperando?, cuanto más analizaba su vida, más confundida estaba y tal vez hasta me sentía un poco culpable, porque, aunque quisiera engañarme, esa mirada, aunque me doliese admitirlo, era la de un hombre enamorado.

Pese a toda la formación que había recibido en la agencia, la más importante nunca nos la enseñaron: a comprender los sentimientos. Y es que son tan difíciles de entender y cuanto menos de analizar. Él, un hombre ejecutivo, que con chascar los dedos tenía lo que quería. Una mujer que le había dado un hijo y que esperaba otro, su amante, y yo...

La historia se complicaba cada vez más. Tres mujeres en la vida del Sr. Musa, dos de ellas tal vez rivales. Porque yo no me consideraba rival de ninguna de ellas. Fue él quien quizás preso de la soledad y por falta de comprensión, me buscó y ahora debía de escoger entre su vida asentada o yo, si es que realmente lo que empezaba a sospechar era verdad.

Cuando salió del baño me encontró todavía tumbada en la cama, el tiempo se había adueñado de mí, mientras que no cesaba en pensar en mis padres, hoy jueves, los vería y sabría solamente por sus miradas, si habían sido capaces de perdonar —mi mentira y a la vez, mi gran verdad—


—Giselle, tengo que ir al aeropuerto para dejarlo todo solventado, en cuanto sepa la hora de salida del vuelo para Houston te llamaré por teléfono. ¡Estás feliz!, ¿verdad?

—No sé, si la palabra felicidad sea la más apropiada de usar, más bien contrariada por todo. Por tu trato hacia mí, ¿no te estarás enamorando?

—Yo... Luego hablamos, se hace tarde y ahora lo más importante es que puedas ver a tus padres.

—¡No!, más desplantes y más huidas, ¡no! Dime de una vez por todas, que estás pensando o te juro, que hago las maletas, me voy a Madrid aun a riesgo de no percibir ni un euro. Es más, no quiero nada de ti, sólo quiero que seas sincero, ¿es que no sé explicarme? o ¿No quieres contestar? —contesté gritando—.

—Giselle, te lo ruego, después... A las doce del mediodía te espero en el aeropuerto, no falles.


Se despidió con un beso en la mejilla y se fue.

Esta situación hacía que me sintiese cada vez más y más confundida, por una parte, sólo quería que llegase el Domingo, finalizar mi semana en París, regresar a Madrid, y vivir sin temor a nada... dejando mi pasado completamente enterrado; cada día el lujo me aborrecía más. Sé que muchas personas no entenderán esta sensación, pero nada de lo que tenía, absolutamente nada, me llenaba.

Realmente lo que más deseaba, era coger ese avión privado con destino a Houston y desaparecer de su vida, tal vez así, valorase lo que estaba a punto de perder.

Lo único que se me ocurría para poder llevar a cabo mi plan y quitármelo de encima, por unos días, era seducir a François —su chófer—.

Tal vez mi actitud, resulte contraria, pero si algo he aprendido en la vida, es que el ser humano se da cuenta de lo que siente o tiene, cuando deja de tenerlo. Pues bien, eso era lo que pretendía. Por más que quería esforzarme en comprender el miedo del Sr. Musa, no podía.

No entendía como él, un hombre de negocios, acostumbrado a negociaciones interminables y a conseguir el éxito siempre con facilidad, y que algo tan sencillo como expresar sus sentimientos le costase tanto.

Aunque François fuera un hombre realmente recto y profesional, no dejaba de ser un hombre, y a estas alturas de mi vida —sería capaz de todo—, con tal de conseguir mis propósitos. ¡Sí, Giselle, si! —me dije—. Debes de llamarle por teléfono indicándole que tiene que venir a buscarte por órdenes del Sr. Musa y no podrá decirte que no.

¿Qué mejor vestimenta para el cuerpo de una mujer, que solamente una sábana de raso tapando su sexo y una rosa entre sus senos? Sé, que le sería completamente imposible decirme que no. No quería tener sexo con él, todo lo contrario; solamente quería seducirle inocentemente y convencerle de que hablase con el piloto del avión para que llamase al Sr. Musa, indicándole, que por un problema técnico el vuelo se cambiaría de hora, y de esta manera coger el vuelo y desaparecer de su vida... 

Eran ya las diez de la mañana, no podía perder ni un sólo minuto más. Tenía que llamarle, para que viniera a verme y como fuera convencerle de que hablase con el piloto; porque de lo contrario a las doce del mediodía estaría cogiendo ese vuelo acompañada por él, sin conocer el verdadero motivo que le empujaba a querer conocer a mis padres.

Cuando François llamó a la puerta, —que yo, previamente había dejado semiabierta para que al abrirla me encontrara tendida sobre la cama—. Estaba azorado, pálido, incapaz de pronunciar ni una sola palabra.

Las gotas de sudor, les resbalaban por la cara y pude apreciar que le incomodaba verme a sí. Justo eso era lo que me había propuesto, descuadrarle para que abandonara su rectitud y así abordarle, con delicados besos, gemidos fríamente estudiados e invitarle con un sutil y estudiado gesto, a que viniera a la cama, y cuando estuviera completamente loco, excitado... Levantarme de la cama, coger mi bata de raso y decirle que o convencía al piloto de que cambiase la hora de vuelo o de lo contrario, la grabación de lo que había sucedido, la vería su jefe. Y conociendo el carácter de él, no le sentaría, nada, pero qué nada bien.

Tal y como lo había planeado, así sucedió. Cuando estaba en la cama conmigo, completamente excitado, con ganas de devorarme, me incorporé y le dejé en la cama maniatado por la sábana. Y fue entonces cuando la verdadera escorts que durante todo este tiempo desapareció —por lo que empezaba a sentir—, volvió a hacer acto de presencia.


—François, es muy sencillo lo que te pido. Convence al piloto y nada de lo que aquí ha sucedido, llegará a conocimiento de quién tú ya sabes. Ahora bien, si no accedes, sería una pena que te quedases sin trabajo, ¿no crees, querido? —le dije.

—Srta. Bayma.

—¡Jajaja! Ahora me tratas de señorita, cuando hace tan sólo hace un instante que con tu mirada me estabas devorando.

—Yo...

—No digas nada François, es muy sencillo. Coge el teléfono y avisa al piloto y te aseguro, que conservarás tu trabajo. Es más, a mi edad, tengo la memoria justa, para pasar el rato. Irónicamente comencé a reír, mientras que se incorporó de la cama, cubierto por la sábana, pudiendo apreciar todavía la excitación que tenía.

—Me acerqué a él, le besé y me metí al baño. No sin antes decirle, que después de realizar la llamada, se marchase.

Una vez estuve en el baño, pude escuchar toda la conversación. Ya era una realidad, dejaría al Sr. Musa en tierra, mientras que yo volaría a Houston.

Tenía que llamarle, no quería que pensase que estaba todo planeado, prefería que creyese que estaba al margen de todo de lo que iba a suceder.

—Dime, Giselle. ¿Estás bien?

—Si, solamente quería recordarte que a las doce nos vemos en el aeropuerto, no quisiera viajar sola. ¡Tenemos una conversación pendiente!

—Menos mal que me has llamado. Te iba a llamar ahora mismo me ha llamado el piloto, hay un problema técnico y el vuelo saldrá a la una del mediodía. François te irá a buscar a esta hora... ¡Claro que tenemos que hablar!

—¡Vaya!, espero que no haya ninguna sorpresa más. Te espero, no me falles.

—Hasta luego preciosa, hasta luego.



La sensación que tenía era horrible. Era la primera vez en mi vida, que dejándome llevar por la frialdad, había sido capaz de llegar a mentir a una persona que sabía que me quería. Pero precisamente eran mis sentimientos, lo que habían hecho que me comportase de esa forma. Tenía que saber de una vez por todas, si lo que sentía era amor o sólo pasión.

Hice rápidamente mi equipaje. En media hora vendría François a buscarme para llevarme a coger ése vuelo que me acercaría a mis padres y que tal vez me acercase al hombre que mejor me había tratado en la vida.

Cuando ya estaba sentada y el avión estaba cogiendo altura, el corazón me latía tan rápidamente, que fue en ese preciso instante, cuando me imaginé su reacción, al abrir la carta que le había dejado sobre la cama.



    Estimado Musa.

El único motivo que me empuja a escribir esta carta es para confesarte el porqué de mi actitud. Ahora mismo estarás rabiando, extrañado y confuso, por mi huida. Pero creo que es lo mejor. No quiero, ni pienso, ni puedo seguir engañándome más.

Es cierto que todo comenzó con la frialdad de un negocio más, tú me deseabas y yo necesitaba dinero. Pero ambos sabemos, que lo que compartimos la otra noche, es algo más que una burda noche de pasión.

Todavía me sonrojo al pensar, como me amaste. ¡Sí! No fue un momento más, ni pretendas engañarme y lo que es peor, engañarte. Poner tierra de por medio, nos vendrá bien para poner un nombre a lo que sentimos.

Y si pasado un tiempo, no sentimos nada, no pensamos el uno en el otro, será un adiós definitivo y un gran recuerdo. No quiero ni un euro de ti, sólo quiero que seas feliz.


Con cariño
Giselle Bayma



Seguir pensando en lo que ahora estaría sintiendo, ya no tenía sentido. Lo mejor sería esperar. Ahora lo único que me importaba en esos instantes, era mi realidad. Y la realidad era que mi madre, estaba en el aeropuerto esperándome con los brazos abiertos, sin preguntas, sin querer saber, solamente me abrazó como sólo ella lo sabía hacer y me sentí de nuevo en casa, feliz, tranquila y tal vez ilusionada...


No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 25 de octubre. 
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.

 

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