Llevaba
tiempo encerrada en mi estúpido intento de dar vida a un relato. Escribía unas
cuantas letras y las tachaba, ninguna maldita palabra colmaba de expectativas
lo que quería decir en un relato. La pérdida de tiempo era cada vez mayor. Mi
planteamiento de querer dejar esta locura por escribir cada día estaba más
cercano. Sin querer, en lugar de disfrutar escribiendo, me había convertido en
una esclava de mis musas; a la espera de que de alguna manera apareciesen en mi
vida, como antes lo hacían.
Pero,
nada... Todo intento era inútil y la espera un sin vivir.
Lo
que anteriormente para mi era sencillo, se había convertido en una tortura que
me estaba destruyendo por dentro; tal vez porque respetaba demasiado a mis
lectores, y quería cuidar al máximo mis apariciones en blogs para no
defraudarles.
—¡Qué
necedad de pensamiento! A fin de cuentas, muchos de ellos me querían, eran mis
amigos, mi familia; no iban a juzgarme, ni a lapidarme porque la calidad no fuese
la de antes. Pero no podía evitarlo. No quería que fuese un relato más, quería
que fuese el único relato, aquél relato que aún leyéndolo más de una vez, consiguiera
erizar cada vello de tu piel. ¡Y si, eso es lo que quiero!
Intento
ser menos exigente, pero no puedo. Me angustia la idea de haber perdido el buen
hacer de hacerte sentir vivo, de hacerte dudar entre la mentira y la verdad, de
hacer que tu pensamiento navegue a la deriva intentando averiguar que hay de
verdad en el relato y qué de burda mentira. ¡Qué fácil me resultaba antes!
Dicen
que la experiencia es un grado.
—¡Mentira!
Si fuera así porqué ahora no puedo escribir, por qué no puedo escribir con
palabras lo que me gustaría susurrarte al oído: ¿Por qué?
La
escritora que llevaba dentro ha muerto. Leo todo lo que escribí y me entran ganas
de morir. Ya nada volverá a ser como antes, cuando escribía un relato y mi
corazón temblaba; era tan grande la emoción que me embriagaba, que por momentos
yo misma dudaba de si lo que te contaba era cierto o por el contrario una
falsa.
—¡Maldita
sea mi estampa!—, nunca más volveré acariciar tu alma con mis palabras.
Era
inútil comerme más la cabeza. Tiré el folio a la papelera, me preparé una copa
y me puse a navegar por internet, sin saber por qué lo hacía ni qué quería
conseguir con ello. Tal vez olvidar, tal vez evitar de esta manera el suicidio
de quien pudo ser una gran escritora.
En
estados de ansiedad, lo único que me calmaba era ver cuadros de mujeres
desnudas, me daba paz; quizás porque en lo más profundo de mi ser, se
encontraba sepultada una verdad que me daba miedo a reconocer.
De
repente vi esa imagen, a esa diosa desnuda y fue entonces cuando me acordé de
él, de aquél hombre, de ése gran escritor.
Hace
muchísimo tiempo que no nos veíamos, tal vez desde que mi amiga presentó su
novela de erotismo.
Desde aquél día que nuestras miradas
se cruzaron,
desde entonces mi corazón estaba a la
deriva.
Andaba perdida en mis recuerdos,
seguía siendo la musa de sus
fantasías
y sin embargo, las mías, mis musas,
mendigaban su atención,
con la esperanza de volverme a
sentirme viva.
Sentimientos
dispares despertaba ese señor en mi, miedo, respeto, admiración, pero sobre
todo, deseo. ¡Sí, deseo! Era imposible controlar mi deseo cada vez que le veía.
Encender el ordenador, conectarme a las redes sociales y tenerle que vez como
contacto, me enloquecía.
¡Qué difícil es controlar el deseo!
Que injusta es la vida,
que te pone la miel en los labios,
cuando tus labios rebosan vida.
Y
eso es lo que a mí me sucedía, quizás por eso estaba estancada entre dos
océanos, sin rumbo y a la deriva.
Amaba
demasiado a mi pareja, tanto que el corazón me dolía cada vez que mi
pensamiento —en contra de mi voluntad—, pensaba en él, en Roberto.
Intentaba
encontrar un equilibrio entre el deber y el querer, pero te juro, que no podía.
No sé que me sucede con él, ni porque siento que todo me supera. Pero me
atormenta reconocer, que sólo con él, que sólo al lado de Roberto, que sólo
cuando estoy cerca de él, es cuando mis musas hacen su aparición de una manera
insultante, tanto que me causa desazón. Puesto que me es imposible ordenar mis
ideas, todas rebosan pasión y vida. Son ellas las que me convierten en esclava
de mis letras, las que hacen que sin querer coja el móvil, busque tu teléfono,
te mande un whatsapp con este contenido: Sin preguntas, ni porqués; habitación 303.
El próximo día que nos veamos. Te espero
como esta mujer que aparece en el lienzo: desnuda, sin miedo, convencida y con el
deseo de acariciar el cielo entre tus brazos...
Hermoso relato, me ha encantado,lo he disfrutado plenamente, poco a poco, como se saborea un cafecito caliente cuando mas el cuerpo lo pide. Felicitaciones. A la musa siempre le gusta jugar al escondido pero cuando sale de su oculto lugar, suele sorprendernos, porque no da tregua a lo que sale de la mente y la habilidad de las manos.
ResponderEliminarTRINA LEÉ DE HIDALGO