miércoles, 20 de noviembre de 2024
Próxima locución...
lunes, 18 de noviembre de 2024
Exijo una hoja de reclamación.
Hace mucho tiempo que escribí este relato, justo el 14 de febrero del 2019, día en que La Revista de Todos hizo el especial de San Valentín. Hoy revisando el contenido para el siguiente especial de Navidad, es cuando me he dado cuenta, de que ha sido una de las entradas más visitadas; supongo que es porque una vez más salgo de mi zona de confort, para meterle un poco de humor al relato, con cierto acento andaluz. Espero que disfrutéis leyéndolo y es que sí, Cupido, debería graduarse la vista… jajajaja.
La
verdad es que nunca pensé que iba a tener que dirigirme a un personaje tan
conocido por todos vosotros y desde hace siglos y siglos, como lo es Cupido.
Pero debido al estado en el que se encuentra una amiga mía no me queda otra que
hacerlo y además ya es hora de que alguien deje de verle como a
una criaturita adorable, rechoncha, que transpira amor por todos sus poros y
con carita de niño travieso, porque creo que no siempre hace bien su trabajo.
Estimado
Cupido;
Me llamo Trinidad, aunque me conocen más por La Trini. Soy de Sevilla y tengo más arte que ná. Cuando he de estar de jarana, lo estoy, me enfundo en mi vestido y a bailar sevillanas en la feria como una loca. Ahora... ¡Cucha! que cuando tengo que estar seria, ¡ozú! Hasta los caballos en el Rocío me abren paso porque cuando me desboco soy peor que cualquier animal irracional. Y claro... cuando se trata de que una amiga mía está por tu culpa en el estado en el que se encuentra. No me queda otra que quitarme la peineta, dejar la "güasa" en la feria, porque te aseguro "que mi chocho no está pá aguantar farolillos".
Pero
ahora sí me voy a poner seria. Me parece deplorable que hasta hoy —aunque tal
vez no sea la primera— nadie te haya puesto la cara colorada. Y es que es
imposible que durante tantos años trabajando las 24 horas del día, no haya
habido un día en el que no hayas enfermado. Porque de no ser así, te aseguro
que no lo entiendo.
Creo
que como en todos los trabajos deberías llevar un control de lo que haces, es
decir... Tirar flechas a los "no" enamorados y a los que lo están
deberías de saberlo, dejarles tranquilos y no complicarles la vida. —¿Por qué
te digo todo esto?— Porque tengo a una amiga locamente enamorada de dos hombres
y por culpa de quién majete. — ¡De ti!— Si es que siempre lo he dicho yo, que
una no se puede fiar de las personas que tienen carita de yo no fui. Y es que
cada vez que veo una escultura tuya que hay en un parque cerca de donde vivo,
te juro que se me envenena la sangre. Al menos dime que ese día estabas
enfermo, que estabas de resaca o dime algún argumento de peso y bien
fundamentado para que pueda creerte.
Ahora
la pobre está que no entiende nada y te aseguro que es una mujer seria, sensata
y madura. Y encima se pasa el día teniendo que escuchar que eso no es normal, que siga
lo que el corazón le dicta. Pero... cuando el corazón ama a dos personas, por
cuál se decanta. Y la culpable no es ella, ¡no!, ni tampoco de los dos hombres
que la aman, sino tuya... que o bien tienes que graduarte la vista, poner al
día tus ficheros de flechazos o lo que sería más sensato... pensar en la
jubilación, cobrar tu pensión y dejar de creerte James Bond tirando flechitas a
diestro y siniestro sin medir las consecuencias.
Porque...
tener a dos hombres que te deseen, que te hagan sentir mujer, que cada día te
manden mensajes diciéndote lo maravillosa, dulce y cariñosa que eres, eso
gusta.
—¡Pá
qué negarlo!—. Pero claro... ahora cuando se acerca San Valentín tener que
rascarse el bolsillo para tener que comprar dos regalos. Eso mi "arma",
eso... ya no gusta tanto.
Aunque
soy de Sevilla, soy de la cofradía del puño agarrao. Por eso, exijo una hoja de
reclamación o por lo menos tengas la deferencia de comprar tú los regalos
en Amazon y hacérselos llegar a los dueños de su corazón.
Sin
más...
La
Trini
sábado, 16 de noviembre de 2024
Sin palabras...
Buenos días, buenas tardes o buenas noches, porque no sé muy bien a qué hora sacáis tiempo de vuestras vidas, para entrar en el blog y leer, todas esas historias y jirones que nacen de mi alma.
No podía dejar de compartir con vosotros, algo, que sin duda
me hace súper feliz. Aunque siempre me ha gustado hacer locuciones y modular la
voz, ha sido hace no mucho, cuando me estoy atreviendo a subir algún que otro poema
escrito por mí.
Pues bien, hace un mes, justo el pasado 16 de octubre, subí este vídeo y cuál ha sido mi sorpresa que a la fecha lleva 46.272 visualizaciones, la verdad, es que no me lo creo, no sé si es el texto, la voz o el maridaje que hacen la unión de ambos.
Me
gustaría que me dieseis vuestra opinión y si os gusta, dejar ese “me gusta” que
se unirá a los 53 que ya lleva.
Palabras que arañan el alma.
Feliz fin semana, estéis dónde estéis. Ser felices, pero no
me olvidéis…
Con cariño
Eva
viernes, 15 de noviembre de 2024
No me leas, siénteme. Capítulo II. Farinelli, por siempre Farinelli.
Me encontraba en la habitación donde el Rey Felipe V tantas horas había pasado casi en el mismo estado en el que yo me encontraba ahora. Frente a su cama, había un gran ventanal y desde allí se podía apreciar una vista grandiosa de los jardines.
Cerrando los ojos y sin tener que hacer un gran esfuerzo, casi se podía escuchar la prodigiosa voz de Farinelli que con el paso del tiempo pareciera hacerse presente al anochecer, rememorando así las peticiones que noche tras noche el rey Felipe V le pedía para intentarle sacar del estado de depresión en el que éste se encontraba.
Como si de un milagro se tratase, una sonrisa se dibujó de nuevo en mis labios. Gracias a esas notas musicales que como partículas de polvo flotaban en el ambiente, volví a sonreír como hace tiempo que no lo hacía.
Esa noche tuve el pálpito que pronto mi vida cambiaría. Dejando atrás a esa Ena en la que me había convertido, por una Ena completamente distinta, feliz y rebosante de vida.
Escorts, una semana en París. Una nueva vida.
Si algo he podido aprender durante estos días de intenso dolor por la muerte del Sr. Musa, es que hay que vivir la vida como si fuera el último día, porque el mañana no existe; lo único que existe es el presente, y es tan efímero, que en décimas de segundo pasa inmediatamente a ser parte del pasado. Como pasado, era mi profesión de escorts.
Desde el minuto cero que supe que estaba en estado, sabía que tenía que crearme una vida más sólida; para el día de mañana tener un futuro que ofrecer a mi hijo.
En la cuenta corriente disponía del dinero suficiente como para vivir una vida exenta de calamidades y sin tener que trabajar. Pero pese a la imagen de mujer frívola que podía aparentar, la realidad, es que era una mujer verdaderamente profesional y trabajadora.
Desde niña tuve una incipiente necesidad de ayudar a los demás, y fue por ese motivo que, gracias a Dios, conocí al padre del que hoy es el motor de mi vida, mi hijo Abraham.
A estas alturas tenía muy claro que quería dirigir una Ong, para ayudar a todas esas mujeres que vendían su cuerpo al mejor postor, obligadas por un proxeneta, que les extorsionaba quedándose con un elevado porcentaje de las ganancias, haciendo que éstas se vieran incapaces de saldar esa deuda que habían contraído con la esperanza de ofrecer a sus familias, un futuro mejor.
A mi edad y después de todos los sin sabores que a lo largo de mi vida había tenido que degustar de una manera cruel, tenía muy claro que, pese a que había amado al padre de mi hijo con toda mi alma, quería pasar el resto de mi vida al lado de Davinia y formar una familia —que muchos considerarán atípica o anormal—, para que mi hijo creciera en un ambiente lleno de amor, tolerancia y comprensión.
El valor principal que le voy a inculcar será: el de no juzgar.
Cada día estaba más hastiada de esta sociedad, cuya mentalidad, era tan prusiana y anquilosada por prejuicios absurdos, cuya tendencia era lapidar y vilipendiar a todas aquellas personas que no formaban parte del juego de la hipocresía. Juego, en el que evidentemente ni yo, ni los míos, formábamos parte.
Después de hablar con mi madre y cuando Davinia salió del cuarto de baño, de nuevo no pudimos evitar dar rienda suelta a esa pasión que nació el día en que siendo yo más joven, entraba por la puerta de la Agencia para que ella me formase como escorts.
Quién se hubiera atrevido a decirnos que, con el tiempo, aquella ingenua alumna y aquella elegante profesora, terminarían enamoradas y con la idea clara de pasar el resto de sus días juntas —luchando contra todas las vicisitudes que la vida se encargaría de poner en nuestro camino—.
Davinia había reaparecido de nuevo en mi vida en este instante en el que te sientes perdida y necesitas un punto de apoyo.
Según pasaban los días y mi estado de gestación iba avanzando, me doy cuenta de que no hay nada más bonito que sentir que un ser se alimenta y crece dentro de ti. Es ahora cuando estoy escribiendo esto, cuando me siento completamente avergonzada de haber querido poner fin a la vida de mi hijo.
Aunque es más que respetable, ese miedo y más cuando su padre, acababa de morir.
Davinia salió de la habitación para hablar con el director del hotel, con la intención de pedir su finiquito y partir al día siguiente conmigo rumbo a Madrid, para iniciar nuestra nueva vida en común, alejadas de los focos y de las bambalinas.
Aprovechando su ausencia, tuve la necesidad de dar contestación a la carta que Musa me escribió antes de morir.
Ya sé que sería irrisorio, puesto que jamás la leería. Pero era justo que mi hijo estuviese al corriente del amor que su padre y yo no profesábamos —pese a que cuando la leyera, supiera que mi corazón, pertenecía a Davinia—.
Querido, Musa.
Sé que esta carta nunca la leerás, pero sentía la necesidad de dar contestación a tu misiva, que a la vez que me hizo tan feliz, al conocer tus sentimientos, desgarró mi alma para siempre.
Jamás entenderé como pudiste intuir que estaba embarazada —tal vez tu experiencia de haber sido padre anteriormente—, y lo que es peor, ya nunca lo sabré.
No fue fácil tomar la decisión de tener a nuestro hijo, Abraham; es más, cuando estuve despidiéndome de ti, arrodillada en tu tumba con la única intención de acompañarte el resto de mis días y reunirme contigo allá donde estés ahora, sentí que nuestro hijo se movía.
Ya no sé si realmente fue una patadita —pues estaba de poco tiempo—, o la sensación que se instaló en mi mente, pero sea lo que fuere, gracias a ese gesto, hoy estoy escribiéndote esta carta, para que el día de mañana nuestro hijo sepa que lo que sentí por ti fue auténtico amor.
A estas alturas por más que quiera imaginar como hubiera sido la vida a tu lado, no puedo. Seguramente me hubieras colmado de atenciones haciendo que lograse tener esa estabilidad emocional, que siempre necesité.
Ten por seguro que le hablaré de ti —con todo el amor del mundo—, conocerá el día de mañana cómo y en qué circunstancias nos conocimos; como bien me dijiste en tu carta de despedida: —He sido, soy y seré la mujer de tu vida—.
Y por eso me atribuyo la libertad de que sea conocedor de tu vida. Y que tal vez Rania, acceda a que sus hijos y el mío tengan contacto, a fin de cuentas, ellos no tienen la culpa de lo que nosotros —los adultos—, hacemos. Son hermanos y deben conocerse.
No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 22 de noviembre. Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.
jueves, 14 de noviembre de 2024
Solo por y para vosotros
Siempre que tengo que enfrentarme a un folio en blanco, me da pavor. Pero al final, no sé como lo consigo, pero termino saliendo airosa. Me imagino que tantos y tantos años trabajando como teleoperadora, con muchos estrés y con un gran volumen de llamadas, donde como mucho tenía dos minutos y medio para atender a cada cliente, han hecho, que esté acostumbrada a trabajar bajo presión, con rapidez, pero no por ello, sin dejar de hacerlo bien, cosa que no es fácil de lograr.
martes, 12 de noviembre de 2024
No me leas, siénteme. Capítulo I. Así soy yo.
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S.A.R Victoria Eugenia de Battenberg |
viernes, 8 de noviembre de 2024
Escorts, una semana en París. El gesto que me salvó la vida.
Han pasado varios días desde que he tenido el valor de enfrentarme a la realidad y seguir escribiendo en el diario para que, en un futuro, alguien lo lea.
Cuando me enteré de su muerte al leer su carta, le odié, ¡sí!, le odié.
Le odié con todas mis fuerzas por no haber tenido el valor de haberme dicho, lo que ya sabía: —Que me amaba—.
Estuve mal, muy mal.
Cuando salí del Hospital, y al saber que mi padre ya estaba fuera de peligro. Después de hablar con ellos, decidí irme a París de nuevo. Y aunque sea una metáfora un tanto incomprensible, para cambiar de vida y como si de una novela se tratase. —Tenía que finalizar ésta, antes de comenzar otra—. Por eso sentí que debía llorar hasta desangrarme por dentro, porque sólo expulsando esa rabia, podría seguir adelante.
Hasta entonces pensé que la ruptura más dolorosa era la de que un hombre te abandonara. —¡Qué estúpida!—, la separación más dura es cuando el hombre al que amas y te ama, llega un día en que la vida, sin pedirte permiso, te lo arrebata.
—¡Eso es lo más duro!— Todo aquel que lo haya vivido en sus carnes, lo entenderá.
A pique estuve de hacerlo cuando sentí en mi interior una patadita de mi hijo. Ésa patadita que me hizo comprender que por él debía seguir luchando.
En ese instante, una frase que había escrito en su carta cobró más sentido que nunca: —Sé feliz, Giselle y lucha por nuestro hijo—.
Entonces estaba cegada por la rabia, por lo que yo creía desamor, y no supe ver hasta entonces, que el amor... El amor estaba en mí y era yo.
Cuando me incorporé y tras haber sentido la patadita de mi hijo Abraham, supe que, dentro de mí, siempre estaría el Sr. Musa; porque en mi hijo estaba él.
Siempre pensé que fue el espíritu de él, quien, de alguna manera inexplicable, hablo con su hijo para que me hiciese reaccionar.
No pude estar en su entierro —porque estaba hospitalizada—, pero no sé si es más duro enterrar a la persona que amas, o ser consciente de que al salir por la puerta del cementerio ya sólo te quedarán recuerdos.
Cuando llegué a la habitación, los recuerdos de la noche en que nos habíamos amado se hicieron presentes. Y lloré hasta que mis ojos azules, se tiñeron de un color rojizo. Llevaba mucho tiempo, mucho, aguantando la impotencia de no entender porque la vida, te hiere discriminadamente, cuando por fin la felicidad llama a tu puerta para instalarse.
Lo único que recogí de todos los regalos que me había regalado, fue la rosa que me entregó el día que vino a buscarme a la habitación. Esa rosa, que, aunque ya está seca, estará para siempre y el resto de mis días entre las hojas de este diario.
Cuando me disponía a salir de la habitación, dejando atrás todos los recuerdos, Davinia apareció por la puerta.
Qué cierto es que la amistad, no entiende de porqués, ni de una comunicación diaria. Tan solo una mirada fue suficiente para que ella supiera el duelo por el que estaba pasando.
Cuando quise explicarle qué me sucedía ella, puso su dedo índice en mis labios, para que me callara y me abrazó.
Me abracé a ella y sentí en ese instante que era mi única tabla de salvación, la única persona con la que en verdad podía ser yo. Y pese a que amaba al padre de mi hijo, como nunca había amado a nadie. Tenerla tan próxima a mí, despertaba ese recuerdo de aquel día en el que sentí más placer que nunca.
Quizás no procedía que me dejase llevar por mi instinto, pero lo necesitaba.
Necesitaba de nuevo sentirme viva. Y fui yo, en esta ocasión, la que tenía sed de sus labios, de sus caricias. Extrañaba de nuevo sentir sus pezones entre mis labios, mordisquearlos y sentir que se endurecían cada vez más.
Había llegado la hora de escribir la primera página de mi novela —de mi nueva vida— y admitir que solamente entre sus brazos me sentía mujer y viva.
Necesitaba gemir, gritar, era demasiada la tensión sexual acumulada.
De nuevo pude disfrutar del néctar de su sexo, sentir las pulsaciones de su clítoris en mis labios, mientras que yo de nuevo renacía.
Ya no éramos ni la alumna, ni la profesora, ya no éramos dos mujeres capaces de enloquecer a cualquier hombre; nos habíamos dado cuenta de que éramos almas gemelas y que el cariño, el deseo y la atracción que ambas sentíamos, eran los ingredientes de lo que podría ser una relación.
Y aunque quizás pocas personas puedan entender mi forma de pensar. He de confesar que jamás amo a una persona por su sexo —me da igual si es mujer u hombre—, porque lo que yo amo, sobre todas las cosas, es a la persona.
Recuerdo que, al día siguiente, al amanecer entre sus brazos, pude apreciar la belleza del Sol, como nunca lo había apreciado.
Mi nueva vida comenzaba. El Sr. Musa es y será el hombre de mi vida, el padre de mi hijo —el motor de mi vida—.
Entonces más que nunca, tuve ganas de llevar a cabo mis proyectos, mis sueños y pelear como antes nunca lo había hecho.
Si la patadita de mi hijo fue —ese gesto que me salvó la vida—, ahora más que nunca tenía que vivirla.
Aproveché que Davinia estaba duchándose para llamar a mi madre por teléfono.
—¡Hija! ¿Estás bien?
—¡Sí! Mamá, mejor que nunca. Ahora sé quién soy y lo que quiero hacer...
No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 15 de Noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.