lunes, 27 de mayo de 2013

La confesión de un diván.


Durante mucho tiempo había pensado que esos impulsos que tenía a la hora de querer tener sexo eran normales. Pero estaba comenzando a preocuparme cada vez más. Ya no se trataba únicamente de asaltar a mi pareja a deshoras, o de hacer el amor en sitios públicos —todas esas situaciones que para muchas parejas eran normales y para otras "meras fantasías"—; mis impulsos eran cada vez menos incontrolables.

Necesitaba imperiosamente la necesidad de seducir, ya no tanto como de sentir placer, sino de seducir; de tener el poder de meterme dentro de la cabeza de mi víctima, haciendo que perdiera completamente su oremus, convirtiéndole en mi esclavo sexual.

Y como todavía me quedaba un poco de pesquis, tomé la decisión de pedir consulta a un profesional.

Siempre había pensado que los "psicólogos", eran una especie de "loqueros" que intentaban arreglar los cimientos de tu vida y encauzarlos hacia la "normalidad". ¿Pero qué es la normalidad? ¿Lo que desde niños hemos visto en nuestra familia, o aquello con lo que nos sentimos plenamente felices y satisfechos?

No es que me considerase una ninfómana, pero bien es cierto que no era normal que siempre tuviese la obsesión de "dominar", y es que aunque me cueste admitirlo, es ahora cuando rozando los cuarenta años, he descubierto que obtengo placer dominando. ¡Sí!, sé que os extrañara y que seguramente en vuestra mente me estáis viendo vestida con un body negro y esas botas de cuero que llegan hasta el muslo con un vertiginoso tacón de punta. ¡No!, nada que ver con ese tipo de "amas" al contrario... Lo que verdaderamente me excita es dominar la mente de aquellos hombres cuyos principios y valores son inquebrantables.

¡Vaya! Que cuanto más difícil es conquistar a un hombre, más luchaba por tenerlo. Tal vez sea porque dentro de mí hay más hormonas masculinas que femeninas, —pero no soporto conseguir nada en esta vida de una manera sencilla, es más si no hay esfuerzo, ni lo valoro—. Supongo que tú, que ahora me lees, comprenderás a qué me refiero.

El caso es que dejándome aconsejar por mi amiga Davinia, pedí consulta a uno de esos que supuestamente se dedican a orientar tu vida sexual.

Cuando me quise dar cuenta estaba llegando a la altura del número de la calle en la que estaba la consulta de José, —el encargado de encauzar mi vida—.

Siempre te imaginas que esos especialistas son asexuados, bajitos, rechonchos y que ni ellos, ni ninguna actitud suya, pueden despertar en ti ningún deseo.

Pero... ¡Madre mía!, cuando entré por la consulta y le vi; toda esa teoría se desvanecía por completo. Era alto, fuerte, de espaldas anchas y con unas manos perfectas. No es que fuera guapo, ¡no!, pero si era tremendamente atractivo. Era el típico hombre que sin saber cómo ni porqué me atraía.

Realmente no sabía si la solución a mis "problemas" los podría atajar él de alguna manera, o tal vez terminaría convirtiéndose en mi mayor obsesión.

El caso es que cuando entré por la consulta no sabía ni qué hacer, ni que tenía qué decir. Era la misma sensación que recuerdo que tenía cuando al preguntarme un profesor en el colegio por la materia, como por arte de magia, lo estudiado, se había difuminado en mi mente.

Recuerdo que me había vestido con una falda vaquera, una blusa blanca, con los dos primeros botones desabrochados —con toda la intención del mundo—, ya que todavía me podía permitir el lujo de ir sin sujetador y además, sentir el roce de mis pezones al tacto de la seda, me enloquecía. Y como no podía ser de otra manera, me había calzado mis adorados zapatos de tacón de Manolo Blahnik. Resumiendo que no es que estuviese atractiva, sino que era imposible que el más frío de los hombres, no se girase para mirarme.

¡Todos, menos él! Que apenas me miró a los ojos con desgana cuando me abrió la puerta de la consulta.

¡Detesto esos saludos formales de los profesionales cuando te dan la mano! —No lo soporto—. ¿Se pierden las formas cuando das un par de besos? Ya no lo sé, la verdad. Porque el nerviosismo y las ganas de meterme en la mente de José, cada vez son más poderosas.

—Dígame, Giselle, ¿en qué puedo ayudarla? ¡Cuénteme!

¿Ayudarme, contarle? —¡Joder!, ese tipo me podía ayudar bien sabe Dios cómo y de qué manera—, pero menos mal que la telepatía no existe, de lo contrario ya hubiera podía intuir que comenzaba a exudar el aroma del deseo.

—No estoy acostumbrada a estar sentada en estos divanes; ni tampoco sé que decirle.

—Entonces túmbese, —estará más cómoda— y limítese a contestar a las preguntas que le haga; por lo menos hasta que se sienta más relajada y me cuente por sí misma que le sucede.

¡Dios!, no sé si tumbarme había sido lo más acertado, porque sentir esa voz tan grave detrás mío haciéndome preguntas de lo más intimas, me estaba poniendo por minutos cada vez más y más... ¿nerviosa o excitada?

Cuando José comenzó a preguntarme sobre mi vida íntima, —de repente esa extraña hipocresía que nos conduce a mentir se apoderó de mí—, inventándome una vida sexual de lo más clásica y aburrida. ¡Vaya! Que le dije que una vez por semana, el típico misionero y poco más.

—Comprendo, Giselle.

Jamás me había sentido tan estúpida y patética, como ése día. —"Comprendo, Giselle"—, nunca antes había escuchado una frase con más sorna, como la que acababa de escuchar.

De repente comencé a sentirme de nuevo como esa niña asustada, como cuando el profesor que te atrae se pone detrás de ti mientras éste, está dictando. —Que de repente no sabes si "haber" se escribe con "h" o no–.

Qué ridículos nos sentimos cuando no sabemos cómo dominar la situación. ¡Y ése era mi verdadero problema!

Estaba empapada de sudor, ya no sabía si era por los casi treinta y siete grados que hacía en Madrid o porque su sola presencia, acaloraba mi interior.

—¿Se encuentra bien? La noto demasiado nerviosa, ¿quiere que le traiga un vaso de agua? ¿Que abra las ventanas?

—Sí, por favor. Necesito un poco agua.

Realmente no es que necesitase beber agua, lo que realmente necesitaba era saber que narices me estaba pasando y lo que me empujaba a estar en un estado, completamente inusual en mí.

Cuando me incorporé del diván para coger el vaso de agua que José me había traído —el tacón me falló—, haciendo que perdiera el equilibrio.

En su fracasado intento de cogerme para que no me cayera al suelo, provocó que ambos terminásemos tumbados en el diván.

Cuando le sentí sobre mí —dejé de ser yo—.

Son de estas situaciones atípicas que solamente están en tu cabeza y que jamás piensas que se puedan dar, pero que se dan. ¡Y vaya que si se dan!

Todavía recuerdo con qué maestría me desnudó y cómo con su lengua recorrió cada centímetro de mi cuerpo, consiguiendo que cada bello de mi piel, se erizase. Sentada en el diván, mientras que él estaba arrodillado en el suelo, comenzó a besarme el interior de las piernas, hasta llegar a mi sexo, donde detenidamente empezó a besarlo.

Por más que quise resistirme y no abandonarme tan pronto al placer, no pude.

Ya ha pasado tiempo desde aquella experiencia. Y aunque apenas intercambiamos algunas palabras para intentar solventar lo que yo pensaba que tenía que solucionar, he llegado a la conclusión, que "ésa" confesión en el diván me sirvió para darme cuenta de que sería un error fingir lo que no soy...


martes, 21 de mayo de 2013

Desamor


Maldita distancia
la que nos separa
cuando llega la noche
...
y la luz se apaga.

Absurda conversación
la que mantenemos,
cuando al hablar
ni nos comprendemos.

Maldito amor
el que por ti siento,
cuando al decirte, te quiero.
Sólo escucho un silencio.

Maldita desgracia
la que yo tengo,
cuando al cerrar los ojos
ni en mis sueños te encuentro.

Maldito amor el que por ti siento
cuando lejos de ti,
no sé quien soy
ni de donde vengo.


Rubizul
 
 

sábado, 11 de mayo de 2013

Ni hubo copa, ni cigarro...

          Era absurdo luchar contra mi propia personalidad y pese a que trataba de controlar mis impulsos, el intento siempre era en vano.
 
          Todo sucedió aquella tarde de verano, cuando al salir a dar una vuelta para despejarme del cansancio que supone una tarde intensa de reuniones; decidí que lo mejor sería aceptar la proposición que él me había realizado.
 
          Siempre estaba buscando excusas para evitar lo que hasta ese día inevitablemente sucedió. Tal vez porque prefería que él pensara que yo era la muchacha seria y jefa de un gabinete de prensa.  Por más que él intentaba una y otra vez convencerme para tomar una copa —como una buena maga—, siempre sacaba de mi chistera personal, cualquier frase estudiada para darle un quite y salir airosa.
 
          Hasta ese día, en el que una vez más, la aprendiz de loba tuvo la necesidad de saciar su apetito sexual. Nada me excitaba más, que la idea de pensar como era él en la intimidad.
 
          Sus ojos verdes y su carácter despistado, era hasta ese día, el mayor enigma de mi vida. Enigma, que evidentemente descubriría.
 
          Al final llegué al bar donde habíamos quedado. Iba vestido de sport, pero igualmente despertaba en mí, esa curiosidad, que en ocasiones me hacía comportarme como una adicta al sexo.
 
          Lo más correcto y lo que quizás todo el mundo esperaría de mí, es que fuera él, que como hombre diera el primer paso. Pero... Me negaba a seguir engañándome y tenía que acabar con esa tensión sexual, que desde el minuto cero hizo acto de presencia en lo que llamábamos "amistad". Y sí, claro que era amistad. ¿Pero quien no ha volado con una amigo/a? ¿Quién no ha deseado besar a un amigo/a?
 
          Tal vez aquellas personas arcaicas y con prejuicios no puedan entender el por qué de mi comportamiento. Aunque sinceramente no me importa, porque todavía sigo teniendo la duda de si lo escrito es un relato o un efímero rato.
 
          —¡Sí, le besé!—, no podía estar esperando a juegos absurdos de personas que ya rozan cierta edad. Tal vez dar ese paso fue la señal que él estaba esperando para dejar de controlar su deseo. A fin de cuentas lo que ambos queríamos, —era descubrirnos en la intimidad—.
 
          Ni hubo copa, ni cigarro...
 
         Nos fuimos como quien huye de la policía, con ganas de llegar al coche. Fue conduciendo velozmente por el camino que llevaba al acantilado. Como si de una guerra de titanes se tratase, nos desnudamos con una furia incontrolable. Mientras que nuestras lenguas protagonizaban la mejor de las guerras. Sin preguntas, sin porqués, tan sólo devorándonos a besos, profesándonos infinidad de caricias en cada rincón de nuestro cuerpo, hasta que de nuevo y una vez más terminé aullando hasta no poder más.
 
          Firmado:
          La aprendiz de Loba.

miércoles, 8 de mayo de 2013

Mirando al horizonte.




Todavía desconozco
que es lo que me empuja
cada día al atardecer,
a reencontrarme contigo. 
Deseo olvidarte.
Volver a sentir
la brisa del mar
sin tener que recordarte.
 
Mirando al horizonte
cada día me encuentro,
soñando con tu recuerdo
y muriéndome por dentro.
 
Porque ya no sé,
si eres de verdad
o un maldito sueño.


Rubizul 8/05/2013

domingo, 5 de mayo de 2013

Feliz día de la Madre


 
 
Hoy es el día de la madre

y no sé que te puedo regalar. 

Por más que busqué en los grandes almacenes,

interrogué a todos los dependientes

no encontré el regalo que tú te mereces. 

Lo que quiero es regalarte unos versos

cargados de sentimientos. 

Difícil será encontrar las palabras

para poder plasmar en unas líneas,

el amor incondicional que cada día me das. 

No sé si con unos cuantos versos podré decir

que soy feliz cuando te veo sonreír.

Quizás necesite escribir una línea más

para decirte que nunca te dejaré  de amar. 

 
 
Eva María Maisanava Trobo (Rubizul)

viernes, 3 de mayo de 2013

Un baile entre amigos.


            Podría haber sido una tarde más, para Mary. Su vida era completamente lineal, sin ningún altibajo; un día tras otro y todo igual, sin ninguna novedad.
         Vivía una vida sin apenas alteraciones, y no porque no la sucediesen cosas, sino porque su forma de ser, la empujaba a tener todo controlado, cada palabra, cada cita, cada momento; sin saber cómo se había metido en la piel de un personaje que día tras día, y sin saber cómo había fabricado.
           Se conocían desde hace años, pero tan sólo se atrevían a intercambiar un tímido —¡Hola!–, que a media voz se decían mutuamente. Ambos querían negarse la atracción que ambos sentían. Tal vez por el miedo a perder esa amistad, con la plena convicción de que si daban un paso más allá, esa unión desaparecería para siempre.
          Hasta que ayer, Marc, irrumpió en su vida de nuevo. Desde verano no se habían vuelto a ver. Sus comunicaciones eran casi a diario, pero mediante fríos mensajes a través del móvil, rara vez se regalaban la posibilidad de escuchar sus voces. ¿Tal vez el miedo de sentir algo más que amistad?
          Los sentimientos, son tan sencillos, que como estúpidos mitificamos y hacemos complejos.
          ¡Sí!, somos nosotros mismos quienes hacemos la vida complicada. Miedos, inseguridades; vivimos en ocasiones queriendo justificar todo y buscar un por qué a las cosas, cuando la gran mayoría de las veces carecen de justificación.
          Eso es lo que decidieron Marc y Mary, dejar de buscar una justificación, una lógica... Decidieron cerrar los ojos a la hipocresía y bailar al compás de la verdad.
          Dos amigos, dos amantes, dos almas, dos personas; que despojadas de prendas, se vistieron de besos, caricias, de pasión y de respeto.
          Dejaron de lado el miedo a perder la amistad, y descubrieron que de no haber dado ese paso, el engaño y la hipocresía, con el tiempo les habría distanciado.
          ¿Locura vivir lo que vivieron? ¡No!, locura, sería engañarse y vivir con miedo.
 

          Firmado
          Mary

domingo, 28 de abril de 2013

Me quedaré sin aliento.


            Realmente no sé porque te estoy escribiendo esto. Es una sensación extraña la que se está apoderando de mí, de mi corazón y que me empuja una vez más a dejar de pensar y solamente escribir lo que durante todos estos años me ha dado miedo admitir.
          Las gotas de lluvia golpean la ventana de mi habitación, tímidas, pero haciéndose notar... Despiertan en mí tristeza, puesto que ahora y sin saber por qué mis ojos están completamente humedecidos. —No, Eva. Se profesional, has de aparentar lo que siempre se espera de ti—. Pero hoy no puedo serlo.  
          Llevo años engañándome a mí misma, pensando que mi mayor enemigo era enfrentarme a un folio en blanco. —¡Y qué equivocada estaba!—, lo difícil no es llenar ese papel de palabras, sino que lo complejo es que esas palabras tengan sentido y perder el miedo a la opinión de quien lee lo que has escrito. ¡Ese es mi verdadero enemigo!  
          Y más que miedo, es respeto, demasiado respeto... 
          Es difícil describir lo que siento cuando escribo y máxime cuando no son palabras de ciencia ficción, sino sentimientos, que tal vez, tú, ahora que me lees compartas. ¿Cómo se puede superar ésta sensación? ¡No me lo digas!, ¡no quiero saberlo! Porque si llega el día en el que deje de sentir esto, me faltará tu calor y entonces, me quedaré sin aliento... 
 
          Firmado:
          Alguien que nunca dejará de escribir.

viernes, 5 de abril de 2013

Un beso, con sabor a hielo.


           Salí de casa con la única intención de perseguirle, de saber el por qué de su frialdad. 

          Cada día estaba más distante, era extraño en él que habiendo sido un hombre que hablaba por los codos, ahora era parco en palabras. No daba crédito a que el hombre con el que me había casado, se estuviese transformando en un completo desconocido para mí.  

          Cierto es que llevábamos muchos años juntos, y quizás la compañía menos deseada para cualquier pareja había hecho su presencia. ¡Sí!, la maldita monotonía, el que todos los días de nuestra vida fueran igual que el anterior, había hecho mella en nuestra relación. Atrás quedaron los momentos en lo que nos buscábamos como cuando éramos unos niños y nos deshacíamos en besos. Ya nada de eso existía; nuestra relación quizás era ya una mera utopía, gélida y sin vida. Tan solo el canario que con su piar nos hacía sentir un atisbo de vida en nuestro hogar. 

          Quizás es por eso que hoy cuando lo vi más arreglado de lo normal, más perfumado de lo que era normal en él, ése sentido que todas las mujeres tenemos, hizo que me alarmase y saliera tras sus pasos para ver donde iba. 

          Me sentía rara, ridícula, ¡yo que tantas veces le había rechazado en la intimidad!, ahora me veía presa de unos celos impropios de mí. 

          ¿Tal vez sea porque tenemos miedo a perder lo que tenemos? ¿Tal vez porque cometemos el error de pensar, que el amor es para siempre? 

          Maldigo todos y cada uno de los días que le rechacé con absurdas mentiras. Ahora... Tengo que estar viendo con mis propios ojos, como ese hombre que me había convertido en mujer; estaba besándose con otra mujer.  

          Y bien sabe que nada tenía en contra de ella, ¡Si yo me hubiera comportado como debiera! Pensé que lo mejor sería hacer como que nada había visto, que nada había sucedido, ¡total!, un beso tampoco entrañaba ningún compromiso.  

          Pero... ¿Cómo podría mirarle a los ojos esta noche? ¿Sería capaz de hacer que no vi nada? 

          De camino a casa, llena de dolor y rabia por la escena que había visto. Me había propuesto que esa pasión volviera a nuestras vidas, pero mirándome al espejo me desaparecía la ilusión; ya no tenía el cuerpo de antaño, la maternidad había causado mella en mi, mis senos, ya no eran duros y tersos con antes lo eran, y en mi vientre había una cicatriz del nacimiento de mi última hija. Quizás estos malditos complejos hicieron que por el miedo al rechazo, me convirtiera en un maldito témpano de hielo.
 
          -¡Basta ya de complejos!-, me dije. Tienes que reaccionar, no puedes permitir que el hombre al que amas, se te vaya de las manos, y quede en tu mente como un recuerdo más. 

          ¡Sí!, tienes que buscar de nuevo a esa gatita en celo que hay dentro de ti, sorprenderle y hacer que vuelva a ti. 

          Decidí quitarme esos complejos, vestirme tan solo con una pashmina roja, cubriéndome los ojos para de nuevo sentir todo aquello que durante tantos años no quise sentir. -¡Malditos complejos, maldita vergüenza!-. 

          Todavía al escribir este relato, puedo sentir el calor en mi vientre, sus manos recorriendo mi cuerpo y sus besos, aquellos que antes eran de hielo, ahora... ¡Ahora son de fuego! 

          Por fin he podido recuperar al amor de mi vida, quitarme la venda de los ojos que tan ciega me tenía y volver a vivir la pasión que ni antaño tuvimos, y descubrir que sin sus besos y sus caricias... moriría.


 
 
Rubizul

miércoles, 27 de marzo de 2013

Algo más que un maldito relato

 
Mi nombre y mi edad, no importan, no es necesario para hacerte comprender el por qué de este relato. Sólo sé que hoy necesito escribir lo que realmente estoy sintiendo, aunque puede ser que de nada sirva compartir contigo, la impotencia de ver que el pasado, regresó a nuestras vidas, para ser un presente cercano. 
Y no voy a mencionar, ni a Dulcinea, ni a Quijote, ni a Cervantes, sino que pretendo contarte, una historia mucho más interesante.
Seguramente recuerdes aquel histórico día, cuando recién finalizada la guerra civil, el Caudillo, se dirigió a su "pueblo" el 1 de Abril  de 1939, con el siguiente discurso: 
 
En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo,
han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares.
La guerra ha terminado
Burgos 1 de Abril de 1939. 
Quizás y sólo quizás, para algunos pocos la guerra habría finalizado, para otros, sería un calvario tras otro. Eran muchas familias españolas que no tenían ni alimentos que llevarse a la boca, malviviendo en los restos de sus casas, muchas de estas familias sobrevivían, en condiciones infrahumanas. 
Entre esas familias, se encuentran dos personas que no quisieron ser protagonistas de esa historia, pero que la vida, les obligó a serlo. 
Hoy recuerdo, como si fuera ayer cuando esto sucedió. Cuando un buen día mi madre, me tenía para comer un plato de lentejas; lentejas que no quise comer, que desprecié porque eran las que sobraron de ayer.
Mi madre no dijo nada; me dejó el plano se fue. Recuerdo que lloré como una desconsolada, porque quería comer. Cuando mi madre me escuchó llorar, vino al comedor y me dijo que dejase de llorar, que no por eso me iba hacer otra comida, y que si no me la quería comer, seguro que con más ganas me las cenaría.
Me quedé sin comer, por orgullo, por pataleta de niña pequeña. Pero... Cuando llegó la hora de la cena, mis tripas rugían de hambre. Pero albergaba la esperanza de que mi madre se apiadase de mí, dándome otra cosa para cenar. ¿Qué me puso de cenar?, el plato de lentejas. ¿Y sabes qué paso? Que el hambre me hizo comer las lentejas, sin ser consciente de que a mediodía las desprecié. 
En ese instante mi madre se acercó y me dijo: Nunca desprecies la comida que hay en un plato. Tu padre y yo, cuando teníamos tu edad, apenas teníamos comida que llevarnos a la boca; pasamos hambre, miseria, los alimentos se racionaban con una cartilla. ¡Hija, poder tomar unas lentejas, hubiese sido un manjar! 
Afortunadamente he crecido en un ambiente lleno de amor, -viviendo la época que me tocaba vivir-, pero siempre se encargaron de que tuvieran conciencia, de lo que ellos pasaron y que tenía que ser agradecida.
Han visto crecer a sus hijos, viendo como se esforzaba por ser personas de bien. Entre ellos se miraban, tranquilos, sabiendo que nunca íbamos a padecer.  
¡Maldito pasado, que ahora es presente! Solo tienen que salir a la calle, dando un paseo, para ver que estamos peor de lo que estaba ellos antes. 
Hoy se llevan las manos a la cabeza, preocupados por nuestro futuro, indignados de ver que no hay trabajo, que familias enteras tienen un mísero sueldo para salir adelante, y esas las que tienen más suerte. Porque hay otras que tienen que alimentar a sus hijos en comedores sociales. 
Hoy no hay un Caudillo, ni dictadura, sino un montón de políticos, corruptos y caraduras. 
Nunca pensaron los protagonistas de esta historia, que tendrían que ver que sus hijos, protagonizarían una historia similar. 
Y lo único que quiero como premio a este relato, es que después de leerlo, respires, salgas a la calle, y te des cuenta, que lo que escribo en él, es algo más que un maldito relato.

Eva Mª Maisanava Trobo
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