Eran las veintiuna hora y cuarenta y tres minutos de la noche; de no haber sido por mi mala manera de organizarme, ahora, podría estar en el cine con mis amigas. Pero tenía que escribir, un relato, que el lunes sería publicado en el periódico local, para el que colaboraba de vez en cuando.
Llevaba mucho tiempo con dolores de espalda de estar tantas y tantas horas escribiendo; mi amiga, María, me había recomendado la idea de ir al quiropráctico, pero nunca encontraba un hueco en mi agenda para poder ir.
Quizás lo que más me echaba para atrás, era saber que mi amiga, me había dicho que la recepcionista de la clínica era un tanto altanera y soberbia; y bastante tenía yo con las discusiones que tenía con mi marido Javier, como, para encima... tener que aguantar a una tipa como esa. Porque como me pillase con el día cruzado, le iba a dedicar una de esas miradas mías, que te quitan las ganas de estar en este mundo.
Pero… tenía que llamar, el dolor, era cada vez mayor. Aunque, era Sábado, mandé un correo electrónico a la dirección que me había dado mi amiga.
A la mañana siguiente al encender el ordenador, para dar continuidad a mi relato y al revisar —como cada mañana hacía— el correo electrónico, en la bandeja de entrada estaba un mensaje de Manuel, el quiropráctico.
Buenas días, Noelia:
Tu amiga María, ya me había dicho, que te ibas a poner en contacto conmigo. Tengo un hueco el lunes a las 19:30, ¿te viene bien?
De inmediato, contesté al correo del que iba a ser mi Quiropráctico
Buenas tardes, Manuel;
Sí, me viene bien. El lunes a la hora indicada estaré en tu consulta.
Intentaba centrarme en el relato, más sentía que las musas me habían abandonado. El estar en proceso de separación, sin duda, me estaba afectando más de lo creía.
Por fin llego el día y la hora indicada para ir a la consulta del Quiropráctico. Y como bien indicaba, mi amiga, la recepcionista era para darla de comer a parte. Tenía un carácter de lo más agrio, como si tuviese miedo, a qué, cualquier paciente le pudiese arrebatar lo que ella pensaba que solo le pertenecía.

Recuerdo como si fuese hoy, cómo me bajó la braguitas negras, justo, para dejar la zona a tratar libre y la caricia que recibí en la espalda.
Sus manos eran fuertes, duras, pero.. a la par sensibles y su mirada escrutadora; esa mirada, que logró atraer hacia a mí, a esas musas, que durante un tiempo me abandonaron.
En ese instante me sentí una pieza más, como si de la torre de un tablero de ajedrez se tratase, comprendí, que tendría que seguir buscando esa mirada, para poder seguir escribiendo y así sentirme viva.
Ena 25/01/2025 22:58
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