martes, 26 de noviembre de 2024

Operación... "Bolita de Navidad"


Hoy podría ser un día cualquiera, pero no lo es. Porque principalmente te levantas con la firme idea de saber que en ti está todo lo que necesitas para ser feliz.

Te miras al espejo y te das cuenta de que aún… tienes tu público y eso hace que te sientas más bonita que nunca.

Te pones un conjunto de lencería diferente, sales a la calle, desayunas, te hacen la manicura, pasas por la floristería y te dices a ti misma

—¡Sí, me las merezco!—, porque no necesitas de nadie que te las regale, porque mejor que tú nadie te conoce, porque solamente tú sabes que sientes y deseas hoy…


Sigo caminando por la calle, hace frío, noto que mis pezones se endurecen, las bolitas chinas están haciendo muy bien su trabajo y hacen que esté más excitada de lo que normalmente suelo estar cuando, días como hoy, estoy ovulando.

Voy al ambulatorio, porque necesito que incorporen en la receta electrónica, un medicamento que me han recetado hace no mucho. 

Al salir ya es tarde y me doy cuenta de que empiezo a tener hambre y hasta aquí todo parece básicamente algo normal.


El problema es cuando entro en la cafetería y observo que está adornado con motivos de Navidad. Y para vosotros será algo normal, pero para mí no… y en unas cuantas líneas entenderéis el por qué.


Me siento, viene la camarera, pido la comida, me la traen y el pulso cada vez se me acelera más. 

Y estaréis pensando… 

—¿Por una simple hamburguesa de pollo con aritos de cebolla?— 

¡No!, nada que ver con eso. 




Si, lo confieso, soy cleptómana de bolitas de Navidad desde que una compañera mía del instituto y yo con la tontería de decirnos la una a la otra. 
—¿A qué no te atreves?—

Y no sólo me atreví ese día, sino que ya lo tengo como una tradición el robar/sustraer o como diría mi amigo —cambiar de lugar—, una bolita de Navidad.


Me traen la comida, disfruto de ella; pero las putas bolitas y el Papá Noel con esa carita de bonachón me están llamando, me están incitando a hacerlo.

Se me acelera el corazón, sé que no es el momento, hay gente, me verían.

Pero a cada instante… comprendo más a los esquizofrénicos, cuando esas voces de su interior les incitan a hacer ciertos actos.

Yo no tengo esa enfermedad, pero ahora, más que nunca, empatizo con ellos, porque esas “malditas voces”, me están gritando: —Hazlo, hazlo, roba la bolita. Llevas años haciéndolo y sabes que te da suerte—. 

Pero hay cámaras, y podría ser grabada lo que hace todavía que las ganas de hacerlo sean más fuertes.

Me relajo, empiezo a otear mi propio Instagram y me doy cuenta de que en el año 2021, aparece la foto de una bolita que robé un día en el que un amigo me invitó a cenar y éste conocedor de mis “tradiciones” se convierte en unos instantes en mi cómplice. 


—Si queréis ser mis amig@s tenéis que saber que tendréis que pasar tarde o temprano por esta prueba para ganaros mi confianza—


Sigo mirando las fotos y en el 2022 en la sala que había frente al control de enfermería en el hospital de Quirón de la planta donde me ingresaron, había un precioso arbolito de Navidad con esas malditas bolitas que cada año hacen que del 1 al 23 de diciembre me vea obligaba a cumplir con mí tradición. 

Hay cámaras, pero no me importa, necesito hacerlo y lo hago.





Sigo observando las fotos y en el 2023 aparece la foto de una bolita que robé un día en el que aprovechando que tenía que llevar unos documentos de mi padre al Hospital Puerta de Hierro, de nuevo, y como es normal en estas fechas otro arbolito de Navidad aparece delante de mis narices.

Intento respirar, el corazón me late rapidísimo, siento que me estoy ahogando. Aunque casi me alegro de tener esa opresión en el pecho, porque en ese instante pasa un doctor que sería el candidato perfecto para que me realizase una Rcp.

—¡Maldito juramento hipocrático de mierda y maldita ética profesional!—

Y es que no lo puedo evitar, las batas blancas me aceleran. Ahora alguno entenderá el por qué siempre estoy acelerada cada vez que voy a su consulta, y no es por él, sino por la "jodia" batita blanca que... eso... 

A todo esto, el doctor pasa de largo, por suerte para él, porque accidentalmente me hubiese caído al suelo, solo para sentir el roce de sus manos en mi piel.

Y es en ese instante cuando lamento no haberlo hecho, porque en esta ocasión debido a ese querido y odiado juramento, tendría la obligación de socorrerme. 

Pasa una enfermera, luego otra, la señora de la limpieza y el jodido arbolito de Navidad sigue discriminadamente llamando mi atención. 

Respiro, no hay nadie, hago una foto, siempre tengo que tener la prueba para subirlo a posterior en las redes, y por fin consigo robar la dichosa bolita de Navidad. 


Este año he decido que sea en una clínica donde logre, un año más, hacer mi "tradición" realidad.


Y sólo tengo tres oportunidades el 2, el 20 y el 23 de diciembre para poderlo conseguir, que aunque realmente no tengo que ir al médico, he pedido cita, para así tener esa oportunidad, de llevar a cabo la "Operación... Bolita de Navidad".


Al salir de la cafetería donde he comido, mis pasos, me dirigen una vez más a la biblioteca.

Tengo la imperiosa necesidad de leer algo distinto, fuera de lo que normalmente suelo leer.


¡Me encanta el olor que hay en las bibliotecas!

Y de repente, cuando paso por la sección de “Autores locales” me doy cuenta de que mis dos retoños siguen en las estanterías para que la gente disfruten de esas dos historias que marcan un antes y un después en tu vida.


Como espero que haya marcado este relato tu vida.


Espero que os hayáis divertido leyéndolo como yo… ¿escribiéndolo o siendo protagonista del mismo?


Sea como fuere, ser felices y no olvidéis que el próximo viernes será el último capítulo de la vida de Giselle que podréis leer y escuchar a la vez.


Feliz día…



Eva Mª Maisanava Trobo 26/11/2024 20:06

lunes, 25 de noviembre de 2024

Genial Imagen por Don Manuel MEJÍA SÁNCHEZ-CAMBRONERO


Este mundo, siempre he dicho que es de oropel, pero, sin embargo, en ocasiones, te encuentras con situaciones que te hacen ruborizar, pero que sin duda alguna te llenan de felicidad.

Don Manuel Mejía Sánchez-Cambronero, un gran poeta de Ciudad Real, al ver este montaje que había hecho con mi foto, me escribió este poema.

Y aunque aquí solamente público cosas mías. Pero... cuando, un admirador, de repente te manda esto, pues estoy que no estoy... 

¡Vaya! Que me alegra saber, que, a mi edad, todavía tengo mi público.

Tenía que compartirlo con vosotros, porque todavía.. aunque "pocos" quedan “caballeros”.

¡Gracias, Don Manuel! Ya se las di en su día, pero como sé que me sigue lo hago también ahora.

Espero que a vosotros os guste, porque yo sin lugar a duda, me he enamorado de su buena péñola.

Y es que, ¡sí!, a los que escribimos no se nos conquista con un cuerpo espectacular; sino que lo consigue un hombre con la cabeza bien amueblada, con buena retórica y sobre todo… con una excelente educación y un mejor saber estar. Y si encima disfruta leyendo lo que nosotros escribimos, ya tiene un gran porcentaje ganado a su favor.


 Disfrutar del poema, ¡gracias a todos!

 

 Genial Imagen

 


Esta imagen tan preciosa

donde está la torre Eiffell,

y de ese fondo tu rostro

con claror se deja ver

salpicado de burbujas

y con esa candidez

que nace de esa mirada

penetrante de tu ser,

que lo va diciendo todo

con su brillante mudez,

que no precisa palabras

para dárnoslo a entender.

La estampa habla por sí sola

y cuanto en ella se ve

forma parte del embrujo

que envuelve el hoy y el ayer;

y que a la vista la arrastra

sin poderla detener nadie,

 porque su atracción

tiene un fuerte no sé qué…

 

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********

Manuel MEJÍA SÁNCHEZ-CAMBRONERO


A Eva María Maisanava Trobo, con afecto…




domingo, 24 de noviembre de 2024

Deja de escribir y haz algo de provecho.



         Buenos días, tardes, o noches;

         Rebuscando en todos los relatos que, desde hace mucho tiempo, tengo guardados, encontré, este que fue parte de una antología y que si queréis podéis adquirir, ya que fue en noviembre del 2019 cuando se hizo la primera edición. En el margen izquierdo de este blog, donde aparecen todas las antologías, está la imagen de la portada, si pincháis en ella os direccionará directamente a la página de la editorial. Creerme vale la pena. 

Siempre, durante toda mi vida, he tenido que enfrentarme a esta frase que decidí que diese título al relato —¡Deja de escribir y haz algo de provecho!—, frase que mis padres, parejas —que se fueron de mi vida porque decidí no dejar de escribir—, amigos, muchas personas, que piensan que escribir no sirve para nada. Mi pregunta es: ¿Lo sirve el hacer una carrera que en el gran porcentaje de ocasiones no te da de comer y te obliga a ejercer otra profesión para la que no te has formado?, ¿lo sirve estar años estudiando medicina y seguir día a día formándote, para cobrar, en los mejores casos un sueldo que no llega a los dos mil euros limpios, esto, sin tener que estar de una clínica a otra?, y un sinfín de preguntas que a modo de acufenos martillean mis oídos.

Y tal vez si me baso en el tema monetario, seguramente tenga que darles la razón y callarme la boca; ahora bien, si me baso en lo que la literatura, me aporta y aporta al lector, en lo que siento y siente el lector; entonces… hay es cuando comienzo de nuevo a discrepar.

Escribir es mucho más que intentar, con palabras, formar frases más o menos coherentes; escribir, es dar voz a mucha gente donde en cada relato se sientan identificados.

Una vez me preguntaron:

Eva, ¿qué es un libro? —Analizar bien la respuesta, porque fue escueta, pero… sincera.

Contesté: Un libro es algo más que un conjunto de palabras, cubiertas de una atractiva portada, son sentimientos, jirones que salen del alma.

Muchos de nosotros que consumimos literatura, de un género u otro, eso da igual. Cada uno tiene sus gustos y como tal se han de respetar, infravaloramos el trabajo que hay detrás.

Yo, que llevo años, dedicándome a escribir, me he dado cuenta de que jamás se puede faltar el respeto a quién intenta de la mejor manera que sabe, crear, esa historia que te erizará la piel en algunas ocasiones, en otras te hará llorar y en otras, te hará pensar…

Todo el mudo lee, pero no todos saben cómo hacerlo. Seguramente como lector en algún momento dado hayas interpelado para tus adentros..., ¡yo!, esto lo hubiese escrito así. Mi pregunta es… ¿Por qué no lo haces tú?, porque no te encierras en una habitación, dejando, en muchas ocasiones tu vida privada, abriéndote en canal, escribiendo una historia, que no siempre verá la luz y en el mejor de los casos, si lo hace, te cueste luego venderla.

¿En serio, que escribir, no es hacer algo de provecho?

En fin, después de estas frases, que como siempre quién las lea, interpretará a su manera, os dejo el relato que escribí en su día y del que a la fecha sigue siendo ese relato que marca y te hace pensar, como todo lo que escribo.

Con cariño, Eva

24/11/2024 20:48




—¡Deja de escribir y haz algo de provecho!—, me decían día, tras día.

Han pasado muchos años desde que escuché esa frase, cuando era apenas una adolescente que se encerraba en su habitación, intentando escribir todas y cada una de las cosas que sucedían a su alrededor.

Fue una tarde de primavera, cuando al llegar a casa me encontré el diario roto y hecho añicos. Y no era rabia lo que sentía al verlo así. A fin de cuentas, diarios en blanco había muchos. Pero...ninguno estaba lleno de tantas vivencias, de tantos sinsabores, de tantos sentimientos...

Siempre crecí escuchando esa maldita frase, que martilleaba mis entrañas y arañaba mi ser: —Deja de escribir, estudia algo de provecho y deja de fantasear—.

¿Y qué era hacer algo de provecho? ¿Estudiar políticas, medicina, empresariales? Quizás eso era lo que mi familia consideraba hacer algo de provecho; discrepancia que siempre hemos tenido.

¡En fin!, intentando luchar por mi futuro y dejando atrás esos momentos tan ingratos por los que tuve que pasar. Hoy decidí ir a dar una vuelta por Madrid.

Mientras voy caminando por la Puerta de Sol, mirando a mi alrededor, viendo a los jóvenes manifestarse por culpa de la situación que hoy se vive en España, me pregunto: ¿Por qué los grandes empresarios han dejado de ser humanos? ¿Por qué la gran mayoría de los políticos, carecen de cerebro, y son unos desalmados? ¡Eso era lo que mi familia quería que fuese!, ¿alguien de provecho?

Quizás viendo el telediario, leyendo los periódicos, informándome de la situación "real" que hay en España, y no de esa falsedad que lo políticos prometen en sus mítines, me sirva para darme cuenta de que es mejor ser escritora, ser la voz de muchos españoles, transmitir la rabia que ahora nos inunda, y entonces estar segura de que escribir, en ocasiones, es algo más que fantasear.

Dejando atrás la Puerta de Sol, subo por una de las calles más famosas de Madrid, donde muchas mujeres ofrecen su cuerpo como mercancía al mejor postor, a cambio de unos cuantos euros, mientras que sus chulos las explotan sin pensar que detrás de cada una de ellas, hay mujeres con sentimientos y con hijos a los que alimentar.

Por momentos mi indignación va "in crescendo".

Mientras que intento olvidar la rabia que en esos instantes está tan latente en mí; recuerdo que tenía que escribir un relato para una antología. No sé sobre qué escribir, pero sí tengo claro, que ha de ser diferente y como todo lo que yo escribo, que le haga pensar al lector y que le pellizque el alma.

El rugir de mi estómago me anuncia que llegó la hora de comer.

—¡Faltaría más!— como negarle a mi estómago el capricho de un buen bocadillo de calamares con una cerveza. ¡Dios! Si a cualquier mortal al que se le venga la escena, aunque no tenga hambre, se le abre el apetito.

Pero... es curioso como algo tan placentero como yantar un buen bocadillo, se puede convertir en el momento más duro del día.

Mientras observo como por la puerta entra un hombre —que no tendría más de 50 años—, para entregar su curriculum al camarero. La curiosidad se apodera de mí y hace que me levante y me dirija hacia él.


No suelo hablar con desconocidos, pero es de esas veces que sientes que esa persona te puede aportar algo, aunque realmente no sabes el qué.



—¡Hola! me llamo, María. ¿Le importaría sentarse conmigo? ¡Pida lo que quiera!, corre de mi cuenta.

—Encantado, María. Me llamo Roberto, pero siento decirle que no puedo aceptar su invitación. Tengo que seguir buscando trabajo.

—¿Y de qué busca trabajo?

—Con encontrar un trabajo, me basta. ¿De qué? Eso no me importa. Pude apreciar como sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas.

—Si puedo ayudarle en algo, sólo tiene que decírmelo.

—¿Puede pagar mi hipoteca, puede dar de comer a mis hijos, puede explicarme cómo después de trabajar más de veinte años, habiendo hipotecado mi vida familiar, por y para conservar el trabajo, me encuentro un día con el despido? ¿Puede explicarme el por qué?

—Yo... No sé qué decirle... —Dije titubeando—.

—¡Ni usted, ni nadie sabe qué decir! Vivimos en un país en el que cada día las cosas están yendo a peor. ¡Solamente nos falta la carta de racionamiento! Todo está desestructurado, y lo peor de todo es que siempre es el pueblo quien sufre las consecuencias. Tendría que cambiar todo, María. Empezando por la monarquía; que ése que lleva la corona no hace otra cosa que jugar a James Bond con ésa rubia llamada Corina. Y si hablamos de su yerno... ¡En fin, María!, qué le voy a contar, que usted no vea por esas retinas.


Roberto se marchó sin haber tomado nada, pero dándome una vez más la razón del por qué tenía que seguir en mi lucha por ser escritora, para que algún día, cercano o lejano, pudiese contar a todos, lo que verdaderamente se cocía en las calles, que distaba mucho de esa "irrealidad" que los políticos nos vendían sin ticket ni garantía.

A duras penas malcomí el bocadillo. Realmente la impotencia de sentir la rabia de ese hombre provocó un nudo en mi estómago que me impedía comer.

Después de pagar la cuenta, de nuevo me vi caminando por las calles de Madrid; encendí un cigarrillo para intentar mitigar de alguna manera la desazón que las palabras de Roberto habían causado en mí.

Deshaciendo el camino, que antes había andado hasta llegar al bar, tuve que ver con mis propios ojos, como un niño, que no tendría más de diez años revolvía en un cubo de basura para encontrar algo de comida que llevarse a la boca. Fue en ese instante cuando realmente me sentí la persona más ruin del mundo, cuando apenas unos segundos antes, había dejado el bocadillo a medias, a sabiendas de que iban a tirarlo a la basura.

La realidad que día a día tenían que ver mis pupilas, hacía que sintiese la necesidad de seguir luchando por escribir algo que no dejase indiferente al más insensible de los seres humanos.

Sin darme cuenta ya eran las seis de la tarde. Y pensar que solamente había salido a dar un paseo e intentar olvidar la maldita frase que sin saber por qué de nuevo martilleaba mis pensamientos, me vi envuelta en un realidad tan cruel, que aprisionaba mi alma y me impedía respirar.

Apenas recuerdo cómo llegue a mi casa, ni tan siquiera sé cómo acerté a cambiarme de ropa para ponerme el pijama.

El miedo, la rabia, hacían que temblase como si fuera esa niña que a escondidas y bañada en lágrimas, se refugiaba en su diario, mientras que escuchaba, una y otra vez:

—¡Deja de escribir y haz algo de provecho!—


Todavía seguía sin saber de qué tema escribir y cómo enfocar el relato para la antología. Escribir de amor, de erotismo, de guerras, estaba quizás ya muy visto. Y tener la osadía de intentar emular a Cervantes, escribiendo sobre Dulcinea o Don Quijote, sería manchar el buen hacer de un gran maestro.

La verdad es que el miedo a rellenar un folio en blanco, ese pánico que solamente un escritor puede entender, se apoderó de mí. ¡Yo!, que siempre había escrito con una facilidad pasmosa, ahora... Nada de lo que escribía me satisfacía. Empezaba una palabra y la borraba, y cuando conseguía tener un párrafo me parecía mal escrito y lo tachaba.

Así, estuve buena parte de la tarde. Y ya adentrada la noche, lo vivido durante el día se me hizo presente, y fue entonces cuando decidí escribir lo que sentía.

Cuando conocí a Roberto tuve la sensación de que algo me aportaría.

—¡Y vaya que si lo hizo!—. Es por él, por las mujeres de sonrisas fingidas y gélidas caricias, por el niño que rebuscaba en el contenedor, por los jóvenes que se manifestaban por un futuro mejor.


Y sobre todo por ti, —que ahora me lees—. Para que nunca olvides que este conjunto de palabras que acabas de leer son algo más... que un maldito relato.
                    


Eva María Maisanava Trobo

viernes, 22 de noviembre de 2024

Comunicado. No me leas, siénteme.

 

Buenas días, tardes o noches, porque como ya sabéis no sé a qué hora sacáis tiempo de vuestras vidas, para otear el blog.

Aprovecho a pedir a todos los lectores de la novela "No me leas, siénteme", a que leáis de nuevo capítulo a capítulo, ya que con estos tres nuevos que he subido, os habrá dejado un poco descolocados.  



Ya solamente queda un capítulo, de lo que tengo escrito y que subiré, el próximo viernes; que coincidirá con el último de la apasionante vida de Giselle y que a estas altura espero que tengáis claro el mensaje que capítulo a capítulo, desde su punto de vista os ha querido dar a entender. El más importante el de no “Juzgar”.

A partir del próximo viernes ya no habrá más capítulos, porque todo lo que habéis leído ahora lo escribí a ratos mientras me sobraba un pequeño tiempo en la hora de la comida, cuando estaba trabajando en 2019. Aunque más que comer, mal comía, porque la necesidad de escribir me alimentaba más que cualquier alimento.

¿Cuándo terminaré? Ni idea.

Llevo una época en la que no me encuentro bien “como mujer” y no me gusta escribir desde el despecho o la rabia. Dejaré pasar un tiempo hasta que mis “heridas sanen” y entonces me centraré. Mientras… iré a visitar tanto el Museo del Romanticismo como el Museo de Cerralbo, que tanto me gustan. Además llevo años sin visitar el Museo del Prado y creo que ya es hora de que me pierda entre tanta belleza pictórica y... ¡Sí!, lo confieso, me compraré algún detallito. Ya que no me hacen regalos, pues me los auto regalo. Se tenía que decir y se dijo.

Hasta que llegue ese día, tenéis, desde el 2012 que abrí el blog, mucho por leer.

Nunca he querido corregir nada de lo escrito, aunque obviamente está para corregir, pero no lo hago por un motivo personal, aunque quizás no compartáis. En su día pensaba, sentía y vibraba, de esa manera. Si los modifico, ya no tendrían la autenticidad que ahora tienen.

No sé si me explico, pero usando una comparativa un tanto fuera de lugar, es como cuando terminas una relación, no vas a tirar los regalos o borrar las fotos de esa persona —que durante “X” tiempo— te hizo feliz. Al igual que tampoco borro ningún “relato/poema” de los que uso para expresar lo que siento, porque de no ser así, en persona… no podría. Han sido sentimientos que he tenido y por lo tanto aquí se quedan ya que no me avergüenzo de ellos.

 

Con cariño, Eva.


No me leas, siénteme. Capítulo III. El diario.


Al regresar a la fiesta me sentía una mujer completamente renovada. El haber sentido por un instante como la voz de Farinelli se hacía presente en la habitación de Felipe V me hizo salir por completo del estado de melancolía en el que me hallaba por mi monótona vida.

Me senté al lado de mi marido sin apenas hacer ruido, me llamó poderosamente la atención el artículo que en ese instante estaban subastando. Era un diario completamente deteriorado por el paso del tiempo, y aunque no suelo incitar a mi marido a que puje por ningún artículo en especial, en esta ocasión sí que lo hice por éste que particularmente llamaba mi atención.

En el catálogo que teníamos —y que nos dieron a todos a la entrada del evento— venían todas y cada una de las características de cada artículo que durante toda la velada iban a subastarse. Busqué las características que tenía el diario. El diario estaba forrado de una tela de color azul y en relieve había una flor de lys en color ocre, cuyo tacto debía de ser suave. Los ribetes del diario eran de color dorado. 

Tuve una gran corazonada y estaba completamente segura de que ese diario tendría que haber pertenecido a una chica de la alta sociedad, a la que me unía un gran nexo: la pasión por la literatura.

Solamente alguien que escribe en un diario, en mayor o menor medida es aficionada a la escritura.

Quizás esa era la oportunidad que llevaba tanto tiempo esperando y que seguramente por aquél motivo, ese día tenía que estar allí.

Seguramente entre sus hojas se encontrase una gran historia sin terminar...

El destino me tenía reservada esa oportunidad literaria que tanto ansiaba, el poder demostrar que es posible en una novela histórica aunar, pasión, amor y humanidad, mezclando el pasado y el presente, sin dejar de captar la atención del lector.

Mi marido por fin se hizo tras una disputadísima subasta con el diario, por la friolera cantidad de un millón de pesetas; quizás para un diario pudiera parecer demasiado, pero con este gesto colaborábamos con la cruz roja y de cara a la sociedad esto le hacía quedar como el mejor y detallista de todos los esposos. Fuese de postín o no el gesto, me interesaba por completo.

Hasta dentro de un mes no lo tendría en mi poder, los trámites de adquisición hacían que la entrega del artículo se demorase más de lo que yo quería.

Me sentía feliz, pletórica si cabe. Estaba deseando que pasara el tiempo rápidamente para poder leer el diario letra a letra, palabra a palabra, con toda la atención que éste se merecía.

Ya era bastante tarde, la velada estaba llegando a su fin. Estaba cansada, la mañana en mi trabajo había sido —como todos los finales de mes— agotador de tanto volumen de trabajo como teníamos.


De regreso a casa y deshaciendo el camino anteriormente recorrido y al pasar de nuevo por las "siete revueltas" vi una residencia de ancianos que me llamó la atención sobremanera, más que nada por su nombre: "El retiro".





Eso era lo que yo necesitaba, retirarme. Dejar a un lado mi trabajo que solo me aportaba dinero y en el que no podía desarrollarme laboralmente —demasiadas trabas y envidias—. En todas las empresas me terminaba sucediendo lo mismo, cuanto más demuestras lo que vales y hasta donde eres capaz de llegar, peor es.

La relación con Antonio, mi marido, cada día me importaba menos. Si tuviera un hijo tal vez por él aguantaría, pero de esta manera nada me ataba. Por muy cómoda y tranquila que estuviera a nivel económico, no me compensaba en nada más. Puesto que por aquél entonces estaba empezando a entrar en una depresión.

En ocasiones pensamientos completamente crueles se apoderaban de mí. Deseaba la muerte de mi esposo. Su seguro de vida resolvería la mía, sin tener que aguantar esas relaciones íntimas que pese a ser contadas me daban asco.

Tenía que tomar una decisión y por mi bien no podía demorar en hacerlo. Tal vez por puro egoísmo me esperaría a tener en mi poder el diario y después, debía de comenzar a escribir un capítulo nuevo en mi vida, diferente, real y apasionante; completamente opuesto a los días que hasta ahora había vivido.



La semana para mi fortuna transcurrió rápidamente, mucho más de lo que yo misma esperaba. Hasta entonces cada día de mi vida era una auténtica réplica al anterior. De trabajo a casa y al revés. Cada vez ansiaba con más vehemencia que llegase el instante en el que mi marido me trajese el paquete con el diario.

Y ese instante llego, justo en ese momento en el que estaba sentada frente al televisor, sin prestar atención y ensimismada en mis pensamientos, sentí como mi marido entraba por la puerta.

Ese día fue de los pocos en el que lo recibí con la mejor de mis sonrisas, como si de una modelo de un anuncio dentífrico se tratase.

Me dio la caja y como si la vida se me fuera en ello me fui a mi habitación sin darle las gracias, dejándole una vez más con la palabra en la boca.


Comencé a leer el diario…






Escorts, una semana en París. Una incipiente necesidad (Muabgi)



Una nueva vida era lo que había decidido hacer de mi vida, dejando atrás esas noches gélidas, bañadas de glamour y adornadas de hipocresía.

Mi alma estaba en paz conmigo misma. Musa sería el hombre de mi vida y el padre de mi hijo Abraham y Davinia ese apoyo incondicional que va más allá del amor, de la amistad y de la pasión. —Davinia era un pilar fundamental en mi vida—.

Mientras que ella resolvía su situación laboral con el director del hotel.

En su ausencia, aproveché a recoger las escasas pertenencias que tenía en la habitación.

A su regreso, ambas nos miramos con la firme intención de regresar a Madrid y empezar de cero. Teníamos el dinero suficiente como para montar una Ong con el firme propósito de sacar de la calle a todas esas mujeres que se veían extorsionadas por desalmados proxenetas.


En ese instante sonó mi teléfono.


—Giselle, ¿cómo estás? Nos tienes preocupados. ¿Todo va bien?

—Sí, Mamá. Todo está bien. ¿Cuándo regresáis para Madrid? ¿Le dan el alta ya a Papá?

—Mañana cogemos el avión para Madrid, todo está bien. Hija no sé cómo decirte esto, pero... ¿Podrías mandarme dinero para pagar la factura del hotel y los billetes?

—¡Claro!, perdóname. Me fui y no tuve en cuenta que tenías que pagar la factura. Te mando un cheque ahora mismo por mensajero urgente. No solo tendrás dinero para cubrir los gastos de hospitalización, sino que también te llegará para pagar ambos pasajes y liquidar todas las deudas. Ya sabes que me dejó como quién dice la vida resuelta. Aunque... Mamá, preferiría tenerle a mi lado.

—Le amabas, ¿verdad?

—Y le amaré. Pese a que he conocido a una persona que me hace feliz, y me da esa estabilidad que tanto necesitaba. No puedo olvidar de la noche a la mañana. No quiero olvidar a quien me ha dado lo mejor de mi vida, mi hijo, tu nieto.

—¿Has conocido a otro hombre, Giselle?

—No. Nunca te he hablado de Davinia, y creo que es de recibo que lo haga. Ahora que ya sabéis toda mi verdad, no quiero, ni por asomo, una mentira más. Cuando me metí en la agencia para ser escorts, allí conocí a Davinia. Es una gran mujer que me enseñó a ser la mejor chica de compañía de lujo de Madrid. Cuando vine a París al encuentro con Musa, la encontré en el hotel. Ella también dejó ese mundo para ser la secretaría del director. Siempre habíamos sido amigas y sin embargo nos hemos dado cuenta de que ambas queremos caminar por el mismo sendero cogidas de la mano y mirando a los ojos al mundo entero. La voz empezó a temblarme.

—¿Estás llorando, hija?

—Si. Seguramente éste sea otro disgusto para ti, pero no quiero más mentiras mamá, ya no. Quiero ser feliz —creo que me lo merezco—, y Davinia es mi felicidad. A vosotros os quiero, a mi hijo le amo, pero… a ella la necesito a mi lado.

—No has de llorar por amar, Giselle. No puedes, ni debes enmudecer lo que grita tu corazón. Sí lo hicieras, me avergonzaría. Porque todo lo que nazca del amor, no es vergüenza, hija. Hagas lo que hagas: "Siempre, te querremos".

—Gracias. Mañana Davinia y yo partimos para Madrid. Ya le he enviado el dinero al casero. Tenemos un proyecto en mente, que ya te contaré con más tranquilidad cuando nos veamos en Madrid. Y de paso os la presento. Os quiero mucho.

—Hasta pronto, mi bien.


Sincerarme de nuevo con mi madre, me dio esa fuerza para seguir adelante.

Rumbo al aeropuerto de París Charles de Gaulle, me reencontré con el recuerdo de la escena dantesca que presenciaron mis ojos cuando en el aeropuerto de Houston vi a Musa por última vez. El corazón me latía rápidamente. Davinia se dio cuenta y de nuevo la medicina de su mirada junto con las caricias de sus palabras calmó mi corazón, sofocando el dolor de mi alma.

Cuando subimos al avión y nos acomodamos en los asientos, me di cuenta de que nada quedaba de ese gorrión asustado que voló a París con la única intención de llevar a cabo un urdido plan.

Fui a París con la única intención de extorsionar al Sr. Musa, de sacarle el dinero para salvar la vida de mi padre y sin embargo… regresaba de París con el fruto de su amor en mis entrañas, con más dinero del que nunca imaginé y sabiendo que fui amada por ese hombre que compró mi compañía sin saber —que aquel negocio—, nos cambiaría la vida.

Ya en Madrid y de camino a mi casa. Vimos que el local donde me había reflejado en ese maniquí aquél día que llamé a David para decirle que aceptaba el trabajo: estaba cerrado y se alquilaba. Llamé al teléfono que aparecía en el cartel y al rato me citó una voz masculina para ver el local y llegar a un posible acuerdo.

Todavía quedaba una hora para la cita con el dueño del local. Donde daría comienzo mi sueño, —mi proyecto—. Nos subimos a casa y dejamos el equipaje en el suelo. Mi gatita, a la que había olvidado con tantas vivencias nuevas, me recibió con un maullido que me enterneció. Fue entonces cuando me di cuenta de que los animales son en ocasiones más fieles que las personas y que dan altruistamente más cariño del que posiblemente reciben.

Estar en mi casa, me confirmó, que no hay mejor hogar que el de uno propio, que ni la mejor habitación de ningún hotel, por muy lujoso que éste fuera, me aportaba tanta paz como mi casa, que, aunque no llegaba a tener más de cincuenta metros cuadrados, no dejaba de ser mi hogar y el lugar donde mi hijo crecería. Donde Davinia y yo comenzaríamos una nueva vida.

Mientras que ella deshacía el equipaje, yo aproveché a ducharme. Hacía un calor sofocante en Madrid. Cuando iba a salir de la ducha, Davinia, apareció desnuda frente a mí. Huelga a decir que terminamos entregándonos a la pasión, enjabonando nuestros cuerpos de besos y de caricias, para terminar, aclarándonos con las lágrimas que brotaban de nuestros ojos, incontrolables, al saber que estábamos juntas y que nada nos separaría. 

Al abrir el armario, cogí la ropa que tanto me gustaba, aquél pantalón vaquero y ésa camiseta azul —que hacía que mis ojos destacasen—. Fue entonces cuando me di cuenta de que, aunque estaba embarazada de poco tiempo el pantalón me costaba abrocharlo. Y lo mejor de todo, es que no me importaba.

Por fin esa bámbola había desaparecido, para dar lugar a Giselle —la mujer que siempre quise ser—.

Una vez vestida, me despedí de Davinia con un beso, para dirigirme al local; aunque ya conocía el interior de aquél día cuando me vi reflejada en el escaparate. No era muy grande, viéndolo desde dentro, vacío y sin ningún mueble. Pero con una mano de pintura, unas mesas, sillas, estanterías, equipos informáticos, algún que otro cuadro para vestir las paredes, serían, en un principio más que suficiente para empezar con mi proyecto.

El dueño y yo llegamos a un acuerdo de mil euros al mes y en un año tendría la opción a comprar el local. Me pareció un precio más que razonable.

Después de haber acordado con el casero en vernos mañana para firmar el contrato de arrendamiento, y una vez que se marchó... de frente al cristal, —el recuerdo de aquel maniquí que llamó mi atención y donde me vi reflejada— se hizo presente. Aquel día acepté un negocio para ayudar a salvar la vida a mi padre y hoy —frente al mismo escaparate—, se reflejaba una mujer que lejos de ser un maniquí, se iba a convertir en una empresaria. ¡Qué vueltas da la vida en tan poco tiempo! 


De camino a casa para contarle la noticia a Davinia, recibí una llamada de Erika —una gran amiga—. Me sorprendió el tono de su voz, la sentía nerviosa, asustada y llena de dolor.

Cuando fui a su encuentro, me la encontré en unas condiciones que jamás me hubiese imaginado. Sus padres necesitaban dinero y ella se había quedado sin trabajo, fruto de la desesperación se lanzó a hacer la calle —pensando en sus padres— y olvidándose de ella.

Estaba tendida en una cama, temblando, desnuda, su cuerpo estaba lleno de moratones, la sábana manchada de sangre que manaba de su sexo, y su alma... 

—¡Su alma hecha jirones!—.


Mientras que la tapaba con una toalla que había en el baño, se abrazó a mí como quien se agarra a un clavo ardiendo —yo era en esos momentos, su única salida, su salvación—. En ese instante, una incipiente necesidad de ayudar a las mujeres en la misma situación que mi amiga, se hizo más fuerte que nunca.


Fue entonces cuando tuve claro que haría todo lo que estuviese en mi mano para luchar contra esos proxenetas. La Organización Muabgi, sería a partir de entonces:
—La esperanza de muchas mujeres—.


No olvidéis que tenéis una cita conmigo el próximo viernes 29 de noviembre.
Hasta entonces, ser felices, ser malos, pero es sí... no me seáis infieles.


Mírame...

 



Mírame…

Tan sólo mírame,

no me importa que juegues a amar

o que entregues tu cuerpo a otra.

 

Mírame…

Y déjame tan sólo,

rozar tu sombra.

 

 

Eva Mª Maisanava Trobo

22/11/2024 15:00


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