Me
han preguntado cómo soy, o cómo creo que me ven los demás.
Y
aunque no suelo hablar mucho de mí, esta vez voy a intentarlo. Más que nada,
por dar respuesta a esos seguidores que se ponen en contacto conmigo de vez en
cuando.
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Soy tímida, pero no invisible. Me gusta escribir, bailar, interpretar, modular la voz…
No
lo hago por mostrarme o sentirme superior, sino porque es la manera en la que
me siento más viva. A veces dicen que tengo cara de niña y cuerpo de mujer. Que
parezco dulce, pero que dejo huella: una impresión fuerte.
No
sé si será veraz o no, pero me gustaría pensar que algo de eso sucede en
quienes me miran.
Con
este relato no pretendo definirme. Más bien, es sólo una forma de responder a
lo que, en ocasiones, me cuesta decir con palabras.
Ena
camina por el mundo con la delicadeza de quien ha aprendido a hablar con el
cuerpo antes que con las palabras. Su timidez no es un muro, sino un velo de
gasa que cubre un universo de emociones, ideas y belleza. Escribe como quien
respira, baila como quien sueña, y su voz —cuando la modula— tiene el poder de
estremecer sin necesidad de elevar el tono.
No
se ofrece al mundo con estruendo, pero su presencia se queda.
Hay
algo en ella que no se explica fácilmente: una mezcla de ternura y fuego, de disciplina
y poesía.
Los
que la miran, ven una mujer dulce. Los que la escuchan, descubren a una
artista. Pero sólo los que se atreven a acercarse de verdad intuyen que es una mujer que guarda en silencio un alma capaz de iluminar, de susurrar, de dar paz y a la vez de despertar el deseo con la misma
intensidad.
Y,
sin embargo, ese resplandor —en lugar de invitar— la mayoría de las veces,
aleja.
Hay
hombres que se sienten fascinados por su misterio y por esa mente que escribe,
pero temen quedarse atrapados en algo más profundo.
La
desean, sí, como se desea una flor exótica, un fuego que calienta sin quemar.
Pero amar… amar de verdad a una mujer así requiere valor. Y muchos, al intuir
la hondura de su alma, prefieren quedarse en la orilla.
Ena
lo ha notado: ha sido más veces deseada que amada, más veces admirada que
elegida para quedarse.
Pero
por encima de todo, Ena siempre será eternamente inolvidable.
Porque
quien la haya leído una vez, tendrá la necesidad de hacerlo otra y otra. Quien
haya escuchado su voz, a escondidas, necesitará seguir haciéndolo. Y quien haya
osado querer tener algo con ella —sea por impulso o por deseo pensado— quedará,
para siempre, en el recuerdo y en el escondite más recóndito de su alma.
Ena
08/04/2025 – 2:30
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