Hoy,
por fin, mi niña, sonríe contenta,
y lo descubrí al mirarme al espejo,
como acostumbro cada mañana.
En mis ojos vi su reflejo.
Días
atrás, mis ojos estaban rojos,
el silencio me atormentaba,
la ambigüedad me tenía devastada,
y mi sufrimiento la afectaba a ella.
Fue
ella, la niña, la rebelde,
la que me sostiene y me guía,
quien me dio el valor para hacerlo;
sabía que sufriría,
pero que valdría la pena,
aunque solo fuera por mirarme al espejo
y ver su reflejo de nuevo en mi mirada.
Es
curioso que, siendo ella más niña que yo,
lo tuviera todo mucho más claro.
Debería haberla escuchado antes,
cuando ya en agosto, lloraba de pena
entre hacer lo correcto o lo que sentía.
Menos mal que, aún tarde,
reaccioné a tiempo.
Nada
me habría dolido más
que perderla a ella.
A esa niña por la que río,
por la que bailo
y hasta por la que escribo.
Sin ella, sin mi niña,
no sería más que un ente a la deriva.
Ena 04/Abril/2025 18:07
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