Introducción: Hay textos que no necesitan defensa, pero sí un lugar desde el que hablar. Este es uno de ellos. Lo escribe Ella. Lo firma Ena. Tal vez sea ficción. Tal vez no. Solo sé que hay verdades que, cuando se escriben, dejan de doler y empiezan a sanar. No es más que un soliloquio. Que cada lector lo lea como quiera. Ella lo escribió como su corazón se lo dictó.
Estaba
casada y amaba a su marido. —Es un buen hombre, pero es un niño. La quiere,
pero no la ve—. Y Ella necesitaba ser vista. Tocada. Leída. Deseada. No
como ama de casa ejemplar, sino como mujer que late, que arde, que respira en
el margen de lo permitido.
Había
tenido amantes. Varios. Nunca lo negó. Con algunos reía, con otros gritaba en
la cama, con unos pocos escribía a cuatro manos. A uno, incluso, lo deseó en
silencio. Un hombre que un día, sin avisar, le sujetó la cintura. Ella se
congeló. No porque no le gustara, sino porque aquello era nuevo. Intenso.
Confuso.
—Si
hubiera reaccionado, si le hubiera besado...—
Quién
sabe. Pero él se escondió. Como tantos. En lugar de decirla: me pasa esto,
dejemos lo profesional, se refugió. La borró sin despedirse.
Con
otro ocurrió algo parecido. No hubo contacto físico, pero sí miradas.
Cómplices. Claras. Deseantes. Ella las reconoce al vuelo. No eran
miradas de hermano mayor. Sino de algo más complejo de describir. Pero prefirió
callar.
Y
eso es lo que Ella no soporta: la cobardía disfrazada de decoro. La
represión representada como profesionalidad.
El
deseo negado hasta enfermar es algo que Ella no estaba dispuesta a vivir.
—Yo, si siento, lo vivo. Y si me equivoco, lloro. Pero luego renazco. No puedo
vivir con las ganas. Me enferman—.
A
veces pensaba en escribir su historia. En tercera persona. Tal vez bajo su
nombre literario o tal vez no, pero sí hacerlo como si fuese un soliloquio.
Para que los que la conocen digan: "es ella". Para que los que
no, piensen que es ficción.
Pero
dentro de cada frase estaría su verdad: Ella, la mujer que nunca mintió
sobre lo que quería. La que no rompía familias, pero tampoco se traicionaba. La
que decía: no me pidas que me conforme si tengo hambre o sed, porque sí
tengo sed, ten por seguro que beberé.
Y
si algún lector o lectora se reconocía en sus párrafos, entonces sabría que no
estaba sola. Porque, al final, escribir también era su manera de amar, de ser
ella misma y de no enloquecer.
Ena 05/Mayo/2025